jueves, 7 de junio de 2012

DEBAJO DE LA FRIVOLIDAD

EL NACIONAL - Domingo 16 de Febrero de 2003     A/10
Radicales, telúricos y guerreristas
TULIO HERNÁNDEZ

I
Si tanto opositores como oficialistas se hubiesen tomado en serio las corazonadas y recomendaciones estratégicas de nuestro amigo el economista Emeterio Gómez, en este momento los venezolanos deberíamos –y “deberíamos” según Emeterio es siempre un imperativo ético, no un condicional de ocasión – estar hoy dedicados a intercambiar tiros, bazukazos, misiles, bombas, torturas, decapitaciones o cualquier otra práctica de guerra, con tal de resolver de una vez por todas el agudo conflicto político que vivimos.
Sucede que nuestro amigo, como muchos otros, tiene la certeza –no la intuición o la sospecha, ni siquiera la hipótesis o la presunción, ¡la certeza!
– de que Chávez tiene minuciosamente prevista la ejecución de un asesinato en masa de venezolanos que se le oponen, con el objeto de imponer sin retrasos mayores su proyecto comunista. “Han previsto 10 mil muertos”, me dijo con su entusiasmo evangelizador la última vez que nos vimos en las afueras de Globovisión.
Por lo tanto, frente al inminente genocidio, nuestro economista propone que el bando opositor, donde están los candidatos a cadáveres frescos, debe actuar primero y abandonar la “bobería” de seguir intentando una salida institucional porque, hay que entender, argumenta:
“Que ¡sólo a través de la fuerza! podemos imponer dicha salida. Porque un comunista sólo hará elecciones ¡con un revolver en la sien!” (sic) ( “Los moderados”, El Universal, 02-02-03).
En resumen, la recomendación de Emeterio es dejarse de ingenuidades democráticas –marchas, firmas para solicitar referendos o elecciones, mesas de negociación, mediaciones y afines–, pasar directamente a las acciones de fuerza –pistolas en la sien del Presidente (no dice si hay que dispararla o no), paros petroleros más duros “no importa que destruyan el país”, consolidación y entrenamiento de grupos armados de autodefensa para protegernos de las hordas asesinas que ya se acercan–, y sobre todo liberarse de un peligro inminente:
los moderados. Esto es, aquellos empeñados en que hay que insistir hasta el final en una salida constitucional, que evite la resolución sangrienta del conflicto y, además, criticos de que algunos sectores radicalizados de la oposición actúen reproduciendo los esquemas de militarismo y violación de las normas institucionales que se cuestionan al chavismo.
II
Confieso que estas propuestas de Emeterio me resultan tan “de librito”, que han sido muchas veces descritas por los estudiosos de las condiciones en las que se fraguan los conflictos armados, que me parecía redundante debatirlas. Ya lo ha hecho lúcidamente Norberto Bobbio, en un bello ensayo en el que demostraba con claridad que “el argumento más común para legitimar la violencia es afirmar que es la única respuesta posible, dada la violencia de los otros”. También, más cerca de nosotros, Carlos Mario Pereda, en su libro Cuando la sangre es espíritu, demuestra cómo la lógica “si no los matamos primero, ellos nos matan a nosotros” encendió la mecha que dio inicio a la guerra entre hermanos de la cual Colombia aún no ha logrado salir.
Sin embargo, me he decidido a debatir sus propuestas, básicamente porque, a pesar de encontrarlas ensombrecidas por el fanatismo, guardo aún respeto intelectual por el autor y valoro su influencia sobre un sector importante de empresarios del país.
¿Por qué creo que son de manual, las propuestas de Emeterio? Fundamentalmente, porque reproducen casi al calco las cuatro o cinco cosas que Julián Marías, Norberto Bobbio o William Ury sostienen que son las condiciones básicas para atizar un conflicto armado. Veamos: 1) creer que el conflicto es una fatalidad irreversible, ante la cual sólo puede haber dos posiciones ( “los moderados corren el riesgo de ponerse al servicio del totalitarismo” ) ; 2) sostener que el otro es la fuente del mal ( “como si con llamados de paz se pudiera apaciguar a una bestia (...) comunista” ; 3). privilegiar el rumor sin dudar, sin mostrar pruebas de lo que se afirma ni medir las consecuencias de la acción, la “frivolidad” que dice Julián Marías ( “serán 10 mil muertos, Tulio, 10 mil” ) ; 4) satanizar como “blandos” a quienes cuestionen las posturas más radicales de su mismo lado ( “los próximos meses serán terribles, no sólo por la guerra contra él (Chávez) sino por el enfrentamiento con los moderados” ) ; 5) promover que la población se arme ( “¡resulta que ante el creciente armamentismo de los círculos del terror, ¡la oposición no debe reaccionar armándose también!” ).
Yo entiendo la desesperación de Gómez. Es la de muchos venezolanos.
Pero me asusto ante su visión catastrofista, guerrerista y militarista.
En primer lugar, porque la historia nos ha mostrado conflictos aún más duros, atávicos y armados que el nuestro –pensemos en Suráfrica o en Irlanda– que se ha logrado resolver de manera relativamente pacífica o, por lo menos, con menos violencia de la esperada. Luego, porque me parece inocuo, peligrosísimo para nuestro futuro y hasta cursi promover prácticas como el entrenamiento de civiles armados para defender nuestras propiedades de una supuesta e inminente avalancha de pobres y harapientos, que nadie ha podido probar. Y, por último, porque hasta ahora todos los intentos “por la fuerza” –el golpe de abril; el paro petrolero; el desplante cada vez más menguado, y lastre para la Coordinadora, de los militares uniformados en Altamira; el desvío de la marcha de octubre hacia La Carlota– han demostrado ser actos que, además de ineficaces para los fines con los que fueron concebidos –sacar a Chávez de Miraflores–, nos han puesto al borde de que un nuevo mandarín o una nueva cúpula –la que apunta la pistola a la sien– cargue con un poder para el cual no fue electa.
Emeterio, lo ha escrito, piensa con Maquiavelo que “el fin justifica los medios”. Yo prefiero pensar con Camus, sin ser ingenuo ni pasivo ante la amenaza autoritaria chavista, que en política los medios construyen los fines. Y, lo repito, que la mejor manera de ganarle la guerra a Chávez es impedirle que la haga.

Ilustración: http://discodiabla.blogspot.com/

No hay comentarios:

Publicar un comentario