martes, 12 de julio de 2011
HACIA LA CALLE, VAMOS
EL NACIONAL - Sábado 09 de Julio de 2011 Papel Literario/4
Contra el "Sí, Manifiesto"
IGOR BARRETO
Por qué celebrar la ultima trastada utópica de una vida cuando hoy vemos cómo la utopía engendra sólo monstruos de pensamiento único? Y los monstruos hacen lo que saben hacer, vivir de la muerte y de la pobreza. Sin rodeos, el manifiesto de Tráfico fue un gesto romántico que pretendió imponerle a l poema una idea de realidad y una obligación moral, alejada de la pluralidad necesaria que reclama todo acto de creación. Un manifiesto cuasi-autoritario, recordemos aquello de la "Higiene solar" que bien podría ser la expresión de un alto prelado del vaticano en tiempos del apoyo a Mussolini. Se trataba de un manifiesto centrado en un acto de simulación (queríamos ser radicales de izquierda), una puesta en escena ideológica que podía ser leída como la fiel prolongación del discurso de una generación (la del 58) derrotada por un poema de Cadenas, lleno de coraje, que se valió del individuo y sus vulnerabilidades humanas como escudo defensor contra las estratagemas de un poder emergente.
Y pienso en estratagemas, porque estos intelectuales fidelístas y otros advenedizos firmaban cuanto documento ideaba la supuesta "democracia corrupta". Nunca olvidaré el documento firmado por la mayoría de los escribas bolivarianos apoyando a Lusinchi durante su campaña electoral, una foto fija del oportunismo, que hoy suscriben con igual entusiasmo criminales políticas de apartheid. Sería interesante preguntarles, si fuera posible, cuáles fueron la razones de aquel apoyo: dinero y poder, al igual que el cinismo de estos días.
Y es que la utopía ha sido una idea en la cultura venezolana que ha terminado engendrando pesadillas: literarias, universitarias y sociales.
Por resistir contra esas formas de poder que se comen a los poetas en tajadas, fue que Yolanda y yo emprendimos muchos años después la edición de la revista El Puente.
Junto a destacados amigos defensores de la idea democrática, quisimos, entonces, resistir al intento de uniformizar al individuo, evitar la pérdida de su rostro como ocurre en las fotografías de Aziz+Cucher o en los últimos cuadros de Malevich con sus neutros campesinos soviéticos. ¿Cómo despojarnos ahora de la heroicidad de las afirmaciones del "Sí, Manifiesto" para no tener en lugar de nariz, un cuerno de rinoceronte (pienso en la pieza de Ionesco), o morir de vanidad sobre un trono?
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