sábado, 2 de julio de 2011
DEL RÉGIMEN DE PRESCRIPCIÓN
EL NACIONAL - Sábado 02 de Julio de 2011 Papel Literario/2
A propósito de El arte de perdurar: apostillas con fecha de caducidad
Hugo Hiriart escribe un ensayo sobre las personalidades artísticas de Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges para determinar qué hace que se olvide a un autor y otro mantenga su fama a través de los siglos
MICHELLE ROCHE
En un mundo donde reina la apariencia porque la fama se convirtió en la prebenda de la celebridad mediática, son excentricidades deliciosas las obras que indagan en el trabajo de esos habitantes de la periferia que son los escritores. Uno de estos raros casos es El arte de perdurar, el título más reciente de Hugo Hirirart (Ciudad de México, 1942), un texto que más allá de la trivial y repetitiva pregunta sobre por qué se escribe --o, peor aún, por qué se lee--, quiere entender qué causa que unos autores subsistan en los imaginarios colectivos, mientras otros naufragan en el río Leteo.
El libro --editado por el sello Almadía, nacido en Oaxaca en 2005-- fue galardonado con el Premio Mazatlán de Literatura 2011 a la mejor obra publicada en México durante el año anterior. El libro está conformado por dos ensayos: "El arte de perdurar" y "La luz perfecta". Es en el primer ensayo donde emerge el tema crucial y subyacente en la obra: determinar por qué el argentino Jorge Luis Borges y no el mexicano Alfonso Reyes alcanzó los laureles de la perdurabilidad en la cultura hispanohablante.
Escribir sobre Reyes no obedece al nacionalismo herido ni a un reclamo tardío porque carece de la fama de Borges, para Hiriart es una amarga reflexión sobre lo que denomina "la estrecha puerta de la fama" y qué puede entrar por allí. Para el lector será un abreboca para reflexionar sobre cómo se articulan en el caso de la literatura en castellano las "personalidades artísticas", que en la cultura anglosajona se corresponde con la denominación aestetic personae, y se refiere a una especie de aura, una voz que escapa de los libros y envuelve al autor y a su comportamiento ante la sociedad. El asunto de la perdurabilidad es especialmente importante en el caso de los escritores, porque la esencia de este oficio es el reconocimiento social y la trascendencia de sus postulados intelectuales: el mismo impulso inicial de la creación está enfocado hacia llamar la atención sobre el efecto de cada obra.
Opacidad e irradiación En El arte de perdurar se lee que una de las limitaciones de Reyes era la falta de flexibilidad en su estilo racional. Agrega que a pesar de haber sido un buen articulista, el autor no era precisamente virtuoso y aunque cultivó el artificioso ensayo del estilo español --género que fue la marca de Francisco de Quevedo y Luis de Góngora-- no se recuerdan grandes obras suyas. Y esto, Hiriart lo acepta más con rabia que con tristeza, porque una de las cualidades de este ensayo son las emociones que sugiere.
Escribe Hiriart que, demasiado preocupado por la mesura y las piezas bellas, Reyes se arriesgó poco y no alcanzó una magna opus, sino un archipiélago de obras buenas intrascendentes: "La prosa brillante y pulida se alza como opacidad entre la escena y nosotros, y francamente estorba de en vez de facilitar y suscitar".
Como se ve, un acierto de El arte de perdurar es que no reproduce falsos nacionalismos, solemnidades inútiles ni grandilocuentes adjetivos vacíos. Acepta rápidamente que la obra de Reyes no tiene nada particular e intransferible, aunque fuera propuesto por Gabriela Mistral para el Premio Nóbel de Literatura y se mantenga como uno de los autores centrales del panteón mexicano, conocido en su país como "el regiomontano universal", por su obra continental renuente a limitarse a un solo aspecto.
En su época, el mismo Borges, pero en tono de halago, se refirió una vez a su visión totalizante del mundo cuando le dijo: "Reyes, la indescifrable providencia que administra lo pródigo y lo parco, nos dio a los unos el sector o el arco, pero a ti la total circunferencia".
El autor de Ficciones (1944), poco dado a halagar a sus contemporáneos, admiraba la prosa del mexicano a quien conoció y frecuentó cuando fue embajador de su país en Argentina. "Creo que Alfonso Reyes es el mejor, el primer prosista de la lengua castellana y me agrada pensar que me dijo que había influido en él el estilo de Paul Groussac", recordó el autor de Historia universal de la infamia (1935) en una entrevista en la revista bonaerense Latin publicada en junio de 1972, antes de agregar que prefería hablar de la prosa del mexicano porque no estaba seguro de que fuera poeta: "era más bien un hombre muy inteligente que hacía buenos versos porque era demasiado inteligente para hacerlos malos".
Las palabras de Borges, sin embargo, tampoco atribuyen nada de particular al trabajo del mexicano. A eso se refiere Hiriart cuando habla de su opacidad personal y la de su obra. En la cohorte de excéntricos y orates que pueblan la patria de la literatura, el correcto e inteligente Reyes no se preocupó por labrarse una persona artística y adolecía de una ordinaria falta de obsesiones.
En El arte de perdurar escribe Hiriart que a su compatriota lo condenó al olvido su empecinamiento en mostrarse como un hombre de letras y no como un intelectual. Clasifica a este último como el escritor que opina de la sociedad y la política y "su papel es una versión moderna, y ciertamente degradada, de los profetas bíblicos". Como ejemplos de su afirmación, Hiriart recurre a los trabajos del periodista británico George Orwell. El autor de las novelas Rebelión en la Granja (1945) y 1984 (1949) fue indiscutiblemente un hombre de su tiempo que buscaba hacer pensar a sus contemporáneos a través de una "prosa invisible", en la que desaparecía el estilo.
Reyes prefería ser un hombre de letras, pues no buscaba realmente comprometerse con su tiempo, considerando intrascendente el comentario político y el social, demasiado mundano para el escritor: "Fue funcionario y fundador de las instituciones; pero nunca pretendió, como Sartre, `abrazarse a su tiempo y morir con él’".
De hecho, según reflexiona Hiriart: "el tiempo en el que vivió no sale en sus trabajos".
Ceguera y visión Frente a este perfil gris, Hiriart contrapone el de Borges: "un caso atronador de gloria literaria que paseó por el mundo de homenaje en homenaje, de premio en premio, de doctorado en doctorado su emblemática figura de vidente ciego".
Más cercano a la figura del intelectual, el escritor argentino sí se atrevió a tomar riesgos.
Eso lo destinó a llamar la atención y a consagrarse como una de las figuras centrales de la literatura en castellano.
Borges se atrevió a experimentar y a decir las cosas como las entendía. Por eso causaba polémicas por donde viajaba y era difícil que pasara desapercibido. Hiriart subraya que el autor de El Aleph fue sentencioso desde el principio de su carrera, lo cual le aseguró visibilidad desde entonces.
Borges era un polemista por antonomasia: sus ideas políticas que lo mantenían contra Juan Domingo Perón cuando todos lo alaban, su empecinamiento por ensalzar la literatura clásica señalando que de la lengua castellana apenas le gustaban Quevedo y Cervantes y los juegos de palabras a los que se entregaba en las entrevistas, entre otros aspectos de su personalidad, contribuyeron a hacerlo una figura frecuente en los periódicos, aunque una vez declaró que nunca había leído un diario.
Como Luis Buñuel en el cine, Salvador Dalí en las artes plásticas y Oscar Wilde en el teatro, la personalidad artística de Borges barrió a la persona de carne y hueso. El mismo escritor lo subrayaba en su poema "Borges y yo" en El hacedor (1960): "Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas.
Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica".
La cita señala cómo el mismo Borges, después de construirse una persona artística sólida en cuanto a los temas que lo caracterizaban, como por ejemplo los diccionarios, los tigres y la prosa de Stevenson, entre otros, puede --quizá confiado ya en su perdurabilidad como autor-- burlarse de su caso o de la parte más íntima de aquél Borges que es él mismo.
Esa desenvoltura marca su obra. En El arte de perdurar es notable y encantador el desparpajo de una paráfrasis que Hiriart hace de un párrafo en un ensayo publicado en Inquisiciones, su primer libro de prosa, publicado en una edición limitada de 500 ejemplares en 1925, y que Seix Barral reeditó en el año 1994: "cuando alguien está leyendo razonamientos de un autor, le da flojera examinarlos y ponerlos a prueba y los acepta confiado en la honradez de quien los hace". Es como si el autor advirtiera que esa confianza del lector lo absuelve de cualquier cosa y le prepara para poner la visión en lo menudo, donde sustentará su carrera y su trascendencia. También es como si Borges advirtiera que hay asuntos que sólo son relevantes según quién las dice.
En cuanto a la sustancia de su obra, el Borges que perfila Hiriart era un iconoclasta arbitrario e imperioso con obsesiones muy marcadas, como la novedad de hacer cuentos sobre perplejidades filosóficas. Para el autor, Borges era un hombre que no sólo se sentía incapaz de dialogar con la totalidad del mundo, sino que tampoco le interesaba y por eso prefería reducirse a lo particular, a su propio particular.
Aunque el día que murió Alfonso Reyes era "el emperador indiscutible de las letras mexicanas", dice Hiriart que con el tiempo fue perdiendo vigencia y nunca pudo alcanzar la universalidad, porque nunca le interesó abrazarse con su época ni hablarle a sus contemporáneos. "Toda obra literaria necesita un autor con el que dialogar, nuestro diálogo es con la experiencia humana, no sólo con sus palabras: no sólo leemos sus palabras, sino que adivinamos su actitud con lo que dice y con lo que calla", escribe Hiriart y sintetiza allí la diferencia entre el intelectual argentino y el hombre de letras mexicano.
Letras y perdurabilidad Otro aspecto interesante de El arte de perdurar es que propone una teoría de la inmortalidad en la literatura a la que llama "tipología informal de la perduración", que aunque algunos puedan hallarla exagerada, seguro divertirá al lector.
En cuanto a las razones para mantenerse durante décadas, y hasta siglos, en la memoria de los lectores Hiriart se refiere primero a las piezas que representaban una visión del mundo como La Biblia, La Odisea y La Divina Comedia. Obras como estas son tipos de gloria indiscutibles, porque propusieron una nueva forma de estremecimiento. Iniciaron una tradición como tantos escritores, entre ellos Charles Baudelaire y Franz Kafka, que inventaron "un nuevo tipo de ente literario". Frente a estas "iniciadoras" se contraponen las "coronadoras" que heredan una tradición literaria y la llevan a su perfección, como hizo Thomas Mann. Aquí Hiriart sitúa también a Alfonso Reyes.
Más allá de que la persona del escritor causaba fascinación, aspecto que se corresponde a otra de las tipologías en El arte de perdurar, Jorge Luis Borges representaba la maestría al dominar temas personales y novedosos, pues se circunscribió a un género de cosas que le era tan íntimo y particular que se agotó en él. En este grupo Hiriart coloca también a Lewis Carroll.
La categorización termina con un grupo en el que Hiriart une la maestría literaria con la representatividad de su época y en el que se refiere a dos tipos de escritores: el monumental y el representante. En el primer caso, el autor crea un mundo completamente nuevo, como Honoré de Balzac que resumió toda la sociedad francesa en su proyecto único y continental, la Comedia humana. Con el autor "representante" describe al "que indirectamente, por su modo de ser y escribir representa una época". Tal es el caso de Wilde, cuya prosa y vida fueron corolarios de la era victoriana inglesa.
Aunque sea muy temprano para preguntarse a qué tipo de escritor entre los antes nombrados pertenece el mismo Hiriart, el lector no resistirá la tentación de clasificar El arte de perdurar como una pieza más cercana al ensayo británico, porque obvia las conclusiones cerradas y se propone hacer pensar a la gente a través de una prosa invisible. Y si bien los planteamientos del autor pueden parecer esquemáticos y sus ejemplos arbitrarios, la atención por lo menudo y la deuda con la claridad son los aspectos más positivos de su estilo.
El valor del ensayo es trascender la lectura amena del interesado solo en ahondar en la vida de los artistas y apelar, sin rebuscamientos, a las mentes más académicas.
Aunque entre la abundancia de clasificaciones y tipologías hace falta un apartado especial para definir, en contraposición a la perdurabilidad, qué es la fama, el profuso trabajo crítico de clasificación puede servir de materia prima para otros trabajos que tomen en cuenta los mismos temas.
Sea cual sea la opinión que genere El arte de perdurar, hacia el final del libro, el lector terminará dándole la razón sobre el "caso atronador de gloria literaria" que fue Borges y se preguntará cuántos de los autores que adoramos hoy tienen verdadera maestría a la hora de dominar los temas propuestos y popularizados por ellos mismos, como hacía en su época el argentino. Eso, sin duda, será mejor que preguntarse qué autores leemos no por su talento sino por la admiración que tenemos por su personalidad extraliteraria. Lo único que tranquiliza es que el tiempo es el juez inflexible de la calidad y el valor de la literatura, porque como escribe Hiriart: "Toda época tiene su retórica. La lucha del artista es por singularizarse dentro de esa retórica, no sólo dominarla con maestría sino por personalizarla, es decir, personalizarse en ella (...) Lo opuesto a lo perdurable es, no lo mal hecho o lo no magistral, sino lo borroso".
Pequeños ensayos
A pesar de que las reflexiones sobre qué es la perdurabilidad y por qué trascendió la obra e Jorge Luis Borges y no la de Alfonso Reyes son el grueso de El arte de perdurar, Hiriart no agota su discurso sobre la perdurabilidad en la comparación entre los escritores.
Sin que el elector pueda soltar este libro --que se lee en una sola sentada--, el ensayista se pasea por las figuras de pintores y escritores de otras épocas. A esto dedica la segunda parte del libro, titulada "La luz perfecta", donde presenta siete ensayos sueltos, cada uno de entre dos y cinco páginas, en los que se pasea por varias figuras de las artes plásticas y de la literatura clásica para evidenciar su relación con la perdurabilidad.
En el primero de estos escritos cortos se refiere a la medida de la fama para Peter Paul Rubens, que se basaba en cuántos jóvenes aspiraran a formar parte de su taller. En el siguiente apartado, "El viejo loco por el dibujo", se refiere a la obsesión con la búsqueda de la perfección, que es otro estandarte para la perdurabilidad.
En los cuatro ensayos siguientes se refiere a las imágenes de los artistas y escritores: los retratos idealizados de Homero y de Dante Alighieri, el autorretrato de Miguel de Cervantes, también las características específicas del de Arcipreste de Hita y finaliza los autorretratos con el de Diego Veláquez. En todos los casos queda en evidencia que cada retrato individual describe también a su época, porque Hiriart, como hiciera José Ortega y Gasett en su época, le explica a los lectores que la perdurabilidad de cada esteta en el tiempo se basa en que también pudiera representar a cabalidad su época, incluso en sus autoretratos.
Por eso, en el ensayo que cierra esta parte y el libro, titulado "La luz perfecta", el escritor señala que tal cosa no existe, porque no existe perfección como grado superlativo de la belleza o del arte, sino consideraciones individuales y temporales de esta. Allí parece estar el arte de quienes perduran: no en encontrar la luz perfecta, sino en buscar su propia irradiación.
Vale la pena cerrar con las propias palabras on las que el autor termina El arte de perdurar: "la luz perfecta no la podemos percibir. Está en Dios, es inimaginable, pues, como dicen los místicos, la luz prodigiosa que percibimos no es más que la sombra de Dios. Así que, ¿cómo podrá ser esa otra luz, la perfecta y verdadera? Pero esa experiencia ya no podemos ni siquiera fantasearla".
EL NACIONAL - Sábado 02 de Julio de 2011 Papel Literario/3
Hugo Hiriart: "La ambición en literatura se llama perduración"
ENTREVISTA
MICHELLE ROCHE
Hugo Hiriart devora un sánduche vegetariano con tenacidad, a pesar de que la gente que pasa a su alrededor insiste en interrumpirle el almuerzo con saludos que le quitan varios minutos, pero no el apetito. Es el mediodía del miércoles 1º de diciembre de 2010 y el autor mexicano tiene apenas unas horas de haber llegado a Guadalajara, ciudad que por esa semana es la capital de las letras en castellano, porque allí se celebra la Feria Internacional del Libro más grande del idioma. Por su puesto que el complejo ferial de la ciudad donde se desarrolla el evento está lleno de gente que sabe de literatura.
Y todos conocen a Hugo Hiriart, un escritor cuya sencillez y prolijidad le ha construido un estilo inconfundible.
Nacido en 1942, Hiriart se ha desarrollado en los más diversos géneros como la narrativa, la poesía y la literatura infantil y se ha destacado especialmente en ensayo y drama, en los que destacan Intimidad y Ámbar, obra sobre la que ahora afina una reedición.
En 1972 obtuvo el premio Xavier Villaurrutia con su primera novela, Galaor.
También destaca en el terreno del guión cinematográfico por el que fue premiado en 1994 con un Ariel y un Heraldo por el filme Novia que te vea y el Premio Nacional de Literatura Juan Ruiz de Alarcón en 2000.
Sus ensayos son polémicos, por lo que llaman la atención de sus contemporáneos, el más reciente El arte de perdurar (Almadía, 2010), en el que intenta elucidar por qué Jorge Luis Borges y no el mexicano Alfonso Reyes se mantiene en el imaginario de los hispanohablantes. También el otro ensayo que tiene publicado con Almadía, La torre del caimán (2008) carga contra las convenciones de la literatura al retomar los héroes clásicos y mirarlos con el ojo satírico de los nuevos tiempos, para arrojar nuevas luces sobre sus vetustos planteamientos. Por su ensayo más reciente se le confirió el Premio Mazatlán de Literatura 2011.
¿Por qué le interesa la idea de la perdurabilidad en la escritura? Todos los escritores piensan en eso. Hay dos tipos de "yos": el público, que es bien portadito y generoso, y el privado que es un loco violento que odia a la gente, desea a todas las mujeres y es una bestia que no responde bien a la moral. Este yo interno es el de una persona ambiciosa.
La ambición en literatura se llama perduración. Lo único que le vale a un escritor es tener una obra magistral para que la gente que sabe de literatura diga: "este es un modelo de lo que se debe hacer". Un artista de cepa quizá pueda decir lo que Santa Teresa, que "la recompensa del trabajo debe estar en el trabajo mismo". Pero esos son santos. La gente piensa que la perduración es una especie de filtro de calidad literaria, pero yo no. La mayoría de las obras se van rápido al abismo de la nada.
¿Cuál es el uso social de la fama literaria? Es un tema delicado, porque muchos escritores que en su tiempo hasta ganaron el Premio Nobel, luego desaparecieron sin más gloria.
Para perdurar, el primer requisito es que usted se distinga, porque la fama es cegatona y no alcanza a ver bien más que lo nítidamente distinto
No basta con tener fama. No se sabe si Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa van a perdurar porque el filtro del tiempo es totalmente impredecible y se necesitaría tener una bola de cristal que le permitiera ver el futuro y esa bola de cristal no existe.
¿Y en el caso de un escritor como Roberto Bolaño... desaparecerá? Toca usted un gran caso. Bolaño es el quebradero de cabeza más grande que hay en este tema. Él era un autor con facilidad para escribir, así que cuando se enfermó del hígado se sienta y escribe cinco novelas en plazos muy breves, para dejárselas a su editor, Jorge Herralde, y que este publique una cada año. Fue muy astuto, así cada año sus hijos tendrían fondos para vivir. Es muy bonita éticamente esa actitud, pero eso no lo hubiera podido hacer James Joyce, Gustave Flaubert, Marcel Proust o William Faulkner, de hecho casi ningún autor porque estos otros necesitaban mucho tiempo para poder destilar una novela y dudaban mucho. Por una razón que yo no entiendo ese fluir de la mente literaria de Bolaño era lo que la época estaba esperando. Se casó perfectamente con sus tiempos. La gente lo vio y reconoció un gran autor que expresa con claridad vigor y humor su inteligencia.
¿Cuánto de la inmortalidad corresponde a la vida de los autores?
Para perdurar, el primer requisito es que usted se distinga, porque la fama es cegatona y no alcanza a ver bien más que lo nítidamente distinto. Borges era el invidente con bastón vociferante, pues era inmensamente talentoso para hablar y decir cosas provocativas, además de poseer una cultura vasta conocedor de muchos idiomas.
Frente a esto, ¿cuál es el trabajo del crítico? ¿Debe tratar de diferenciar quién es el escritor que va a perdurar y quién no? No. Eso no lo puede hacer nadie más que el tiempo.
Hoy pueden haber autores que están ninguneados y luego... La hermana de Fernando Pessoa, por ejemplo, lo consideraba un borrachito fracasado que no había logrado hacer nada en la vida y que, bueno, ella lo quería porque dentro de todo era elegante. Así que nunca entendió cuando le explicaron que él era un inmenso poeta, uno de los mejores del siglo XX, ella no lo entendía. Eso puede ocurrir con cualquier escritor, sólo el tiempo lo dirá.
La mente literaria de Bolaño era lo que la época estaba esperando.
Se casó perfectamente con sus tiempos.
La gente lo vio y reconoció un gran autor que expresa con claridad vigor y humor su inteligencia
Fotografía: Henry Delgado
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