lunes, 25 de julio de 2011

AJENIDADES


EL NACIONAL - Lunes 25 de Julio de 2011 Opinión/8
Libros: Emmanuel Carrére
NELSON RIVERA

Un comentarista ha anunciado que estamos ante un nuevo Dostoievski. Otro ha lanzado un lazo que uniría esta De vidas ajenas (Editorial Anagrama, España, 2011) con La condición humana de Malraux.

Se dijo, a finales de 2010, que podía ser calificada como la mejor novela francesa de ese año. Antes de su traducción al español, se adelantaron los más diversos elogios. Lo que se ha escrito sobre De vidas ajenas no es poca cosa: sobrecogedora, poderosa, portadora de lo humano. Alguien ha dicho que estamos en presencia de "una nueva literatura".

Carrére (1957), guionista y narrador, dice con fluidez y precisión. La traducción sugiere una prosa que elude la ambigüedad y se afana en nombrar los objetos del mundo, los sentimientos, las conductas evidentes y solapadas de los seres humanos. De principio a fin, guía la eficiencia. No hay ni una línea donde la asertividad decline o se exceda.

El que narra es un testigo: primero, quizás del más terrible dolor que pueda aquejar a un ser humano: la pérdida de un hijo.

En este caso, de una niña muerta durante el tsunami que asoló el Pacífico Sur en 2009.

Una vez que el narrador y su mujer han regresado a Francia de esas nefastas vacaciones, un cáncer en los pulmones mata en cuestión de días a su cuñada, a la que sobreviven tres hijas y el esposo. Aunque no sea necesario agregar nada, anotaré aquí lo obvio: una narración en la cual la vida y la muerte se ven las caras a menudo.

A contracorriente de los reiterados elogios: De vidas ajenas es un gesto de impotencia. Un esfuerzo sostenido e inacabado de penetrar en los enigmas de la muerte súbita, la enfermedad o el sufrimiento sin horizonte. Carrére se aproxima, merodea, pero no se interna en la oscuridad. Su ejercicio es el de la planificación temática, un proyecto editorial tensado entre objetivos y estrategias. Lo leí de cabo a rabo, a la expectativa de que, en cualquier momento, la enfermedad quebraría la narración, para dejarle paso a la condición incierta de lo terminal. En mi experiencia de lectura esto no ocurrió.

Un hombre dotado para la escritura eficiente, que logra mantener siempre en el mismo punto de densidad. Unos lectores con ansias de encontrar a un autor al que puedan comparar con los grandes narradores de otros tiempos. Un modo de pensar impúdico o estrecho o ambos, que se permite sentar en la misma mesa a un buen escritor de superficies como es Carrére, nada menos que con Dostoievski, el autor que nos asomó a las visiones del mal.

Pero, sobre todo, la idea que subyace en este libro, de que palabras bien articuladas deberían ser suficientes para traer la vida a la literatura: todas estas son expresiones de la necia conformidad de nuestro tiempo. Como si bastara escribir "dolor" para que el dolor se hiciera patente en la página.

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