lunes, 4 de julio de 2011

JS (1)


EL NACIONAL - Lunes 20 de Junio de 2011 Opinión/9
Libros: Preso 44.904 (I)
NELSON RIVERA N.

El peculiar jovenzuelo había nacido en Madrid, en el año de 1923.
Gente acomodada, en su familia coincidían la política, la intelectualidad republicana y el ejercicio del poder en múltiples formas (uno de sus abuelos fue cinco veces Presidente del Gobierno en tiempos de Alfonso XIII). La familia se instala en París en 1939. En 1942 Jorge Semprún Moura se inscribe en el Partido Comunista de Francia. Pasa a la resistencia. Sujeto peculiar: en su mochila llevaba una edición de El Quijote en alemán; La religión dentro de los límites de la razón de Kant, y El mito de Sísifo de Camus, entre otros. A esa edad, algo en él había comenzado su desarraigo: iba y venía del español al francés.
Una delación conduce a los agentes de la Gestapo hasta Semprún. En distintas narraciones ha contado su viaje por tierras francesas, hacinado en un vagón de mercancías, junto con otros 119 prisioneros. En aquellas horas infernales, Semprún conoce la que sería su primera experiencia por los límites: la angustia de lo incierto. El viaje a la oscuridad.
Quizás fue entonces cuando su clamor por la vida se conectó con su afinada observación de la naturaleza, que alcanzaría momentos de gran intensidad en la literatura que produciría más tarde.
Al llegar al campo de Buchenwald (donde los nazis asesinaron a más de 43.000 prisioneros), se convierte en el preso 44.904, al que alude el título de estas líneas. Pasaría allí 16 meses, determinantes en su vida. Su conocimiento del alemán le permite trabajar en la administración del campo de concentración.
Forma parte de la estructura del Partido Comunista que resiste dentro del campo. La posición que ocupa adquiere la condición de observatorio: desde ese lugar, el joven comunista mira y escucha. Desarrolla un sentido de vigilia profunda. Todavía no lo sabe, pero en su corazón queda sembrado un magnífico escritor.
Y algo más: el desarraigo de lo nacional crece y le abre terreno a un arraigo mayor. El joven español se va haciendo un ciudadano de Europa.
El hombre que falleció en París el pasado 7 de junio hizo de aquellas experiencias una fuente para su pensamiento y para su obra narrativa. Las problemáticas del nazismo y del totalitarismo se convirtieron en el epicentro de su vida de intelectual siempre activo en la arena pública. Las novelas El largo viaje (1963), Aquel domingo (1980) o Viviré con su nombre, morirá con el mío (2001) o relatos como La mirada, El trompeta de Louis Amstrong, o esa suerte de texto magistral, en las fronteras de la crónica, el ensayo y la memoria, El día de la muerte de Primo Levi, todo ello tiene su genealogía en Buchenwald. Pero esto no termina aquí: seguiré los pasos de Semprún, el preso 44.904, en la próxima entrega.

EL NACIONAL - Lunes 27 de Junio de 2011 Opinión/10
Libros: Preso 44.904 (II)
NELSON RIVERA

En abril de 1945 los tanques del III Ejército de Estados Unidos, que estaban bajo el mando del implacable George Patton, se ubicaron en las proximidades del campo de Buchenwald. Al ser liberado, Jorge Semprún (preso número 44.904) regresó a París, donde su testimonio de lo vivido logró capturar el interés de sectores intelectuales y de la izquierda francesa. Entre 1945 y 1952 Semprún se gana la vida como oficial de la Unesco. En 1952 toma la decisión de entregar todo su tiempo al Partido Comunista de España, y hace uso de un nombre de guerra: Federico Sánchez. Operador de la clandestinidad, en 1956 accede al más alto nivel de la cúpula partidista, de la que es expulsado en 1964. A partir de esta segunda liberación (la primera había tenido lugar en Buchenwald) se produce la incursión definitiva de Semprún en la literatura.
En 1963 ocurre la aparición de su primera novela, El largo viaje, que desata el estupor entre sus lectores jóvenes, que apenas o nada sabían del genocidio del pueblo judío. En 1969 circula La segunda muerte de Ramón Mercader, cuya trágica solución hace patente el desencanto irreversible del escritor hacia el estalinismo.
Pero habrá que esperar a 1977 para que Semprún cruce el umbral que lo convirtió en una figura pública: su Autobiografía de Federico Sánchez ganó el Premio Planeta y, en cuestión de meses, alcanzó ventas superiores a 250.000 ejemplares.
Libro memorable por muchas razones: la Autobiografía de Federico Sánchez tiene la facultad de revelar, de exponer como a contraluz, las lógicas y procedimientos con que ocurría la política y la supervivencia en la clandestinidad. En el subtexto de su elocuente recorrido, denuncia la perversión comunista dirigida a sus propios militantes. Años más tarde, en 1993, con el sosiego que a veces impone el paso del tiempo, volvería al significado de aquellas experiencias, contrastadas con las que padeció en el campo de concentración y con las que conoció como político demócrata y hombre de Estado (recordemos: Semprún fue ministro de Cultura durante uno de los gobiernos de Felipe González).
Una consideración más, que no debería evitarse: en Autobiografía de Federico Sánchez, Semprún logra ensamblar el método narrativo que usaría en su obra posterior para escribir relatos, novelas, ensayos y dictar conferencias: una memoria potenciada por el uso de los recursos de la ficción; una libertad para no atenerse a ninguna regla cronológica o temática; un desarraigo que le autorizaba a invocar el pensamiento, la historia o los usos del reporterismo, como parte de su escritura. Porque también de esto trata la evocación necesaria de Jorge Semprún: no sólo fue un hombre de acción, sino el inventor de una escritura de acción, ágil, incesante, siempre en guardia.

EL NACIONAL - Lunes 04 de Julio de 2011 Opinión/7
Libros: Preso 44.904 (III)
NELSON RIVERA

Muchas veces, ejerciendo el activismo que se impuso a sí mismo, el de contar su experiencia del nazismo y de Buchenwald -el campo de concentración, a pocos kilómetros de Weimar, donde permaneció a lo largo de 16 meses-, Jorge Semprún se formuló a sí mismo la pregunta de si era "conveniente y defendible" que él hiciera uso de la palabra para hablar de los desaparecidos, de aquellos que se perdieron en el abismo nazi.
Semprún trazaba un marco, una confesión del porqué de su activismo: un "sentimiento casi angustioso de responsabilidad", una necesidad de hacer público su testimonio. Frente a la humana tentación de hacer silencio, de separarse de la memoria revuelta por el horror, el preso 44.904 escogió indagar hasta los límites en su propia memoria. Hablaba en nombre del silencio acumulado. De tantas muertes anónimas, mudas, innombrables.
Pero este abrir los recuerdos al mundo, este exponer la atrocidad de lo padecido, no debía, no podía hacerse sin la obligación del rigor, sin exigirse el cumplimiento de condiciones de verificación, que hicieran imposible desmentir cada testimonio. Por la memoria de las vidas aniquiladas por el totalitarismo, recordar se constituía en una tarea moral y política.
Durante una conferencia dictada ante varios de los supervivientes de Buchenwald, el año de 1995, el preso 44.094 se refería a dos objetivos: "Por un lado debemos hacer una reflexión crítica del pasado. No podemos ni debemos darnos por contentos representando el papel de víctima o de héroe. No podemos sentirnos satisfechos con estos papeles. Ya sabemos que ambas cosas evitan la mirada crítica, rechazan el examen de conciencia autocrítico. Los héroes y las víctimas son personajes de una sola pieza, inflexibles, monolíticos, carentes de contradicciones".
En aquella intervención Semprún se refirió a un episodio nefasto: el destino de Ernst Busse, Erich Reschke y Walter Bartel, comunistas como él, quienes fueron sus compañeros en Buchenwald. Narra cómo otros comunistas perseguidos por los nazis condenaron a muerte al checo Josef Frank, a quien se torturó para obtener de él una confesión falsa, la de haber colaborado para las SS y para la Gestapo.
De las extensiones de este proceso, provino el juicio contra Busse, Reschke y Bartel. Los dos primeros fueron declarados culpables y deportados a un gulag. El primero desapareció en un campo de concentración estalinista. El segundo murió esperando su rehabilitación pública. El tercero logró salvarse de los interrogatorios de sus propios ex camaradas.
Y cierro con esta pregunta que Semprún se hizo en 1995: "¿Hay en realidad algo más absurdo, algo más humillante para alguien que ha estado prisionero, para alguien que ha sido víctima, que acabar su vida vestido con el uniforme del verdugo?".

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