martes, 12 de julio de 2011
HACIA LA NOCHE, ¿FUÍMOS?
EL NACIONAL - Lunes 11 de Julio de 2011 Escenas/2
Nuestro padre, el inmigrante
PALABRAS SOBRE PALABRAS
LETRAS
FRANCISCO JAVIER PÉREZ
Padre de la poesía moderna, los jóvenes poetas han ido y van a buscar por fuera sus raíces líricas cuando en realidad estaban y están aquí junto a ellos, esperando con paciente actitud la hora de los regresos. Libro de regresos, vamos y venimos hacia él como si se tratara de una mecánica sólo conocida por los corazones verdaderos. Hijo prodigado, el olvido crecería con cada una de sus noches.
Conocí a Gerbasi una noche, en uno de esos banquetes, ricos en sólidos y en líquidos, tan frecuentes en la Caracas de finales de los setenta. La coral del Colegio San Ignacio había ido a sumarse a la celebración de no me acuerdo quién y nuestro director, Eduardito Plaza (hijo de músico, hermano de músico, sobrino de músico, primo de músico, padre de músico y nieto de músico, como todos los Plaza que en el mundo han sido), nos invitó al festín de arte que allí se celebraba.
Tocaba al piano el maestro Estévez. El poeta, agobiado por su noche, era conducido por otros. Al pasar el cortejo, alguien en voz muy baja entonó un treno solemne y triste: "Es Vicente Gerbasi" y este verso resonó para siempre en todas las elegías de mi universo.
El deambular, el ir y venir, es el signo de Gerbasi. Hoy está de nuevo aquí. Regresa para formar parte de la colección Poesía de Largo Aliento (y lo es) de las ediciones Laberinto (y lo es y mucho, como toda gran poesía), que recién comienzan a circular en México (éste, el año pasado). Continúa esta magia, la presentación ("Vicente Gerbasi: voz de abismo y relámpago") de Jacqueline Goldberg ("Jacqui"), sabia y afectuosa: "Sus textos, impecables y sinfónicamente hilvanados, van dando cuerpo a una emoción enmarcada entre la enigmática frase con la que comienza y culmina el libro: «Venimos de la noche y hacia la noche vamos». Y en ese paréntesis convidador por demás se despliega un río de metáforas de tan contundente rigor e intensidad que a veces obligan a dejar de lado sus temas para sucumbir a una lectura vertiginosa, concentrada en la tremenda belleza de su lenguaje". Cualquiera de los versos de Mi padre, el inmigrante (1945) graba el corazón, agita el alma. La pequeña y personal antología versicular, cuerpo exquisito, no deja mal a nadie: "Yo me estaré contigo adorando tus peñas/ que en la penumbra tienen rostros de nuevos dioses"; "Tú estabas aquí, solo, devorado, mudo,/ con tu garrafa de aguardiente para la noche,/ con tu perro y tus estrellas de otro mundo./ Padre mío, padre de mi sangre./ Y de mi poesía"; "Dejaste en mi existencia la nostalgia del mundo"; "Padre mío, padre de mi huracán. Y de mi poesía"; "Tú eres el habitante de los reflejos y los ecos"; "Siempre te encuentro, oigo tu voz,/ en mi hora más secreta, cuando refulgen las gemas del alma"; "Padre de mis huellas, padre de mi tristeza nocturna. Y de mi poesía"; "Oye mi soledad cuando te llamo/ desde los precipicios./ Escucha las campanas siderales/ doblando sobre las aldeas crepusculares".
Libro hito, debe leerse con veneración, pues coronó la frente del poeta de soledades, de angustias, de sonidos metálicos y ardientes, y por él el poeta vivió herido bajo el follaje azul del olvido. Hoy viene y va con su noche convocando el ir y venir de su luz. Padre nuestro, el inmigrante; nuestro padre.
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