EDICIÓN ANIVERSARIA DE EL NACIONAL, Caracas, 3 de Agosto de 2012
RÓMULO BETANCOURT | 21 DE FEBRERO DE 1963
"Se ha podido hacer más en estos cuatro años"
Por Miguel Otero Silva
El reportaje se inició con tres brochazos psicológicos por medio de los cuales el periodista-novelista aboceta la figura del mandatario. Luego llueven las preguntas afiladas, —políticas, sociales y humanas—, que Betancourt responde con su innegable soltura de orador curtido en cien plazas públicas y en mil caseríos. Al cabo de cuatro años de gobierno constitucional, el periodista lo conduce a un recuento de sus aciertos y de sus yerros, a un análisis de sus posiciones políticas más esenciales, a una síntesis de su evolución y de su destino.
El periodista conoció a Rómulo Betancourt en los bancos de la escuela, allá por el año no sé cuantos. El profesor de gramática castellana, un caballero extravagante de apellido Montenegro, hacia esfuerzos inútiles por lograr que alguno de sus discípulos le hablara del superlativo.
—Usted, Quintana.
Quintana no sabía.
—Usted, Valdivieso.
Valdivieso tampoco sabía.
—Usted, Juliac.
Juliac miraba hacia las vetustas vigas del techo.
De improviso se levantaba Betancourt de su pupitre y se lanzaba a recitar de memoria y sin tomar aliento:
—“Los aumentativos de más uso, y los que tienen más cabida en el estilo elevado, son los llamados superlativos que generalmente terminan en ísimo, ísima; como grandísimo (de grande), blanquísimo (de blanco), utílisimo (de útil)…”.
El profesor Montenegro, que era un poquito chiflado, la verdad sea dicha, descendía de su tarima y se volcaba en estentóreos gritos de entusiasmo:
—¡Pícalo, gallo! ¡Pícalo, gallo!
Un rato más tarde, al concluir las clases, nos cruzábamos en el patio con pilares del viejo liceo, las mismas preguntas que se cruzan los párvulos de todas las generaciones:
—¿Qué piensas ser tú cuando crezcas?
—Yo, ingeniero.
—Yo, capitán de buque.
—Yo, torero.
Betancourt (el periodista cree recordarlo no obstante cuando ha llovido desde entonces, aunque también es posible que la imaginación haya puesto una migaja de su parte), Betancourt respondía:
—Yo, Presidente de la República.
Y apenas tenía 12 años.
Colmó sus precoces aspiraciones en 1958, elegido por el voto mayoritario del pueblo venezolano (ya las había satisfecho antes a medias, o a quintas, en 1945 por la vía no tan doctrinaria del golpe de Estado), y ahí lo tenemos en el solio presidencial. De acuerdo con la teoría de las probabilidades no se le concedía ninguna de finalizar su periodo, sino todas de salir con las tablas en la cabeza, a semejanza del cien por ciento de los presidentes emanados de consulta pública en el curso de nuestra historia. Los logros de los apostadores eran francamente adversos al cumplimiento de su mandato:
—¡Voy dos cajas de whisky a que no llegan al 61!
—¡Quinientos bolívares contra cien a que no llega al 63!
Llegó al 61 y llegó al 63. Justamente el día en que cumplía cuatro años de Gobierno Constitucional, se acercó el periodista a Miraflores en solicitud de este foro. Y justamente fue ese el tema inicial de nuestra charla.
—¿Cómo están las apuestas a que termino el período? —preguntó el Presidente—.
—A la par. Presidente, y no hay quien coja —respondió el periodista—.
Sonrió complacido el Presidente, aunque el periodista no se lo dijo con el ánimo de halagarlo, sino por elemental honestidad de jugador bien informado.
—Al cumplir cuatro años de gobierno y hacer balance del trecho andado, ¿cuál le parece a usted el hecho más positivo o significativo de ese gobierno?
—Considero lo más significativo la circunstancia misma que habíamos comenzado a conversar medio en broma, que el gobierno constitucional haya durado cuatro años y no se especule ya en torno a cuánto va a prolongarse su vida, sino que exista un conciencia pública, a pesar de todas las dificultades y problemas, según la cual no solamente se terminará este período sino que también se iniciará constitucionalmente el próximo.
—Y entre las realizaciones materiales, ¿cuál señalaría usted en primer término?
—Nuestro esfuerzo por la creación de un país transitable y habitable. Para citar un solo ejemplo señalaré las vías de comunicación. Espero poder hacer un recorrido en los primeros mese del año próximo, desde los límites con Colombia en el Zulia, hasta Güiria, sin salirme de carreteras pavimentadas, inaugurando al pasar la autopista Tejerías-Coche y la carretera Cumaná-Güiria.
—Y a la hora de hacerse una autocrítica, ¿cuál señalaría usted como falla más lamentable durante sus cuatro años de gobierno?
—Creo que se siguió en 1960 una política fiscal y económica inadecuada lo cual determinó que la recesión económica sufrida en esa época adquiriera mayor profundidad e intensidad. Pero —y aquí reside una de las ventajas del régimen democrático— se oyó la opinión pública, se vio que era necesario rectificar los rumbos y los rumbos fueron rectificados. Hubo que adoptar medidas, que no tengo inconveniente en calificar de impopulares, para terminar con el déficit fiscal y para lograr presentar como se ha presentado en este año, un presupuesto equilibrado. Estas medidas impopulares fueron, lo recuero bien, la rebaja de sueldos a empleados públicos, el aumento del impuesto a la gasolina, el aumento del impuesto sobre la renta, el aumento del impuesto sobre sucesiones, y el despido de personal suplementario no necesitado en los ministerios e institutos autónomos.
—En la calle se comenta…
—Espérate un momentito. Siguiendo con la pregunta anterior diría que se ha podido hacer más en estos cuatro años. Pero existen dos factores que deben tomarse en cuenta. El primero: que cuando nosotros llegamos al gobierno en 1959 no existían planes ni proyectos (me decía alguna vez Eugenio Mendoza que lo único que pudo hincar la Junta Provisional de Gobierno fue El Pulpo porque era lo único que estaba proyectado). El segundo: que la maquinaria administrativa de Venezuela es un mamotreto oxidado, mohoso y el problema consiste en adiestrar equipos humanos y crear normas administrativas nuevas para conseguir un mejor funcionamiento del aparato del Estado. Se ha avanzado en ese sentido. Hay una Comisión de Administración Pública, pero lo que ha hecho hasta ahora no es suficiente.
—Usted fue un aventajado estudiante de Derecho, un escritor político de condiciones, cambió luego ambas facultades por la política y llegó a ser Presidente de la República. ¿En ningún momento siente la nostalgia de haber sido abogado o escritor en vez de político y presidente?
—Nunca. Es cierto que llegué a escribir algunos cuentos en mi juventud, pero mi vocación esencial era la política. Y en cuanto al Derecho, tampoco me atrajo definitivamente. Tenía una concepción romántica de la abogacía y no la concebía sino como instrumento para defender causas justas. “El hombre es un animal político”, como dijo un filósofo.
—Aristóteles, Maquiavelo o Juan Jacobo Rousseau. Los tres lo dijeron.
—Pero Aristóteles lo dijo primero. Y yo no he escapado a esa inclinación humana fundamental que es, por otra parte, mi manera de servir al país donde nací. Debo decirte, sin embargo, que no he perdido mi contacto con la literatura, al menos como lector, y me interesan todos los libros de creación que se publican en Venezuela, como también leo constantemente en inglés y francés sobre los temas más diversos.
—Una última pregunta, Presidente. ¿De dónde saca usted esas palabras raras que utiliza en sus discursos?
—Son palabras comunes y corrientes del castellano. Tal vez sea de un castellano que no está muy en uso hoy en día, pero castellano a fin de cuentas. No niego que también se me escapan de vez en cuando anglicismos y galicismos, culpa de mis lecturas en inglés y francés, y de la prisa con que escribo los discursos, sin tiempo para corregirlos, con tanto ajetreo.
El periodista regresa a pie, porque el fotógrafo —el Gordo Pérez ¡genio y figura!— se marchó sin esperarlo y se llevó consigo el automóvil del periódico. Atardece sobre la capillita de El Calvario con naranjas inusitados. Más allá, frente a los bloques de edificios multicolores, crepita un tiroteo. En mitad de un muro blanco, trazado a brocha con desafiantes letras rojas, se lee: "¡Abajo Betancourt!"
El periodista tuerce sus pasos hacia El Silencio y le salen al encuentro grupos entusiastas que disparan cohetes al aire para celebrar el cuarto aniversario de su gobierno y gritan con voces no menos desafiantes: "¡Viva Betancourt!"
Es su destino.
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