jueves, 23 de agosto de 2012

TRIPLE ARROYO

EL NACIONAL - Lunes 23 de Julio de 2012     Escenas/2
El arte biográfico según Diego Arroyo
PALABRAS SOBRE PALABRAS
LETRAS
FRANCISCO JAVIER PÉREZ

Para Edgar Alfonzo-Sierra

Y a Simón Alberto Consalvi y Carmen Victoria Méndez han hecho acercamientos atinados sobre el contenido neto de la biografía sobre Miguel Arroyo (El Nacional/ Fundación Bancaribe, 2012), escrita por Diego Arroyo ­el pariente espiritual­, para domiciliar el número 149 de la Biblioteca Biográfica Venezolana. Toca, ahora, ocuparse del intercambio entre biografía (el relato) y metabiografía (la filosofía del relato) que se practica en la conciencia biografista del joven y talentoso escritor.
El relato discurre en paralelo con el metarrelato y hace ganar a cada uno una zona de particular signatura en la que ninguno ocupa una jerarquía de superioridad.
Tan necesario el uno como el otro, el lector, como logro de esta escritura, se traslada de una zona a otra y estaciona su reflexión en un lugar o en otro, en una muy hábil factura de lo que debe el pasado a la visión del analista presente y lo que debe el análisis presente a su visión sobre el pasado. La nostalgia y la pérdida (tópicos obligados de toda biografía) son aquí posibilidad para la reflexión admirativa o agónica gracias a la implicación de los relatos. Tanto como el autor al escribir, el lector siente al leer que es objeto y artífice. El libro reafirma al recordar el pasado perdido la posibilidad de reconstruirlo en presente; un tiempo espiritual ganado a la perennidad que nada debe o teme a las contingencias mezquinas o a las miserias que atraviesan irremisiblemente la vida de todo hombre, víctima de los actores con los que tiene que encararse. Lo mismo ocurre, cómo dudarlo, con el recuento de los triunfos, señalados en una clave evaluativa muy madura que en nada se ve requerida por la alabanza tópica o vacía.
La filosofía del relato, en paralelo con su asunto analítico, gesta una modalidad de escribir la vida del personaje entre los intersticios dejados por los comentarios explicativos o las pausas conceptualizadoras. El biógrafo se disculpa con sus lectores por las interrupciones discursivas, aunque los lectores no hagan sino agradecerlas.
El exordio inicial marca el trazo de este arte biográfico ajeno a la convención. Aquí, el biografiado le ofrece generosas licencias al relator.
Este último buscará, entonces, los lugares para la prolongada captatio: "¿Me he distanciado de mi personaje? Quizás he ido demasiado lejos en consideraciones laterales"; "¿Por qué he dado esta vuelta?"; "Lamento tener que sacrificar la fluidez del texto"; "No aceleremos el paso"; "No me detengo en esto por capricho"; "Miento"; "Miento una vez más".
Las fotografías se entrometen entre la biografía y su filosofía. La imagen va a determinarlas.
El libro no sólo, de esta manera, debatirá creativamente con los textos, sino que se hará discurso dialógico con las estampas que lo fecundan.
La coda y la foto de la Sabana Grande de ese tiempo son un triunfo del metalenguaje.
Biografía espejo, nos exhorta a quedarnos con la luz de este hombre y su tiempo y a evaluar la urgencia que tenemos hoy de amistad y esperanza, tanto como de amor y gozo; sus mejores contribuciones. Unas y otros fertilizarán en un país asfixiado por las ambiciones. Un legado de bien auspiciado por el aleccionador arte biográfico de Diego Arroyo.

EL NACIONAL - Lunes 06 de Agosto de 2012     Opinión/7
Libros: Diego Arroyo Gil
NELSON RIVERA

Este Miguel Arroyo (se trata de la entrega número 149 de la Biblioteca Biográfica Venezolana, editada por El Nacional y la Fundación Banco del Caribe, Caracas, 2012) tiene, según creo, la condición de libro semilla. De pieza con brillo peculiar en la serie de biografías en la que ha sido publicada. De texto que, siendo irrepetible, posiblemente será el caldo de cultivo de otros.
Me explico: en primer lugar, no es exactamente una biografía. El mismo Diego Arroyo Gil (joven venezolano nacido en 1985, que ahora vive en Madrid) precisa su género: es un ensayo biográfico. Pero desde ya quiero decir que es mucho más que eso, en su impecable brevedad: es una toma de posición sobre la dialéctica y sus ramificaciones, del hecho cultural en el país. Es la puesta en escena, alrededor de la vida de Miguel Arroyo, de un modo de pensar a los hombres notables, inscritos en la urdimbre de la sociedad. Es una escritura de impecable sosiego. Es, como llamado ético, nada menos que una ofrenda a la reconciliación necesaria de los venezolanos. Es también una casi silenciosa cadena de preguntas cuyo eco no ha finalizado. Es un inteligente seguimiento a ciertas interacciones culturales de nuestro siglo XX. Y más: es la intuición, la figuración, la plástica y permeable invocación de un ciudadano necesario, Miguel Arroyo (19202004).
Quien escribe no es un historiador ni un periodista: Arroyo no se limita al uso de herramientas de verificación, sino que se aproxima al protagonista con los instrumentos de su sensibilidad. Con ellos construye el fondo sobre el que destaca la condición pionera y multifacética de Miguel Arroyo, docente, artista, hombre público y agente irremplazable de la museística venezolana. Uno de los activistas clave de la modernización del siglo XX venezolano, en el campo de las artes visuales. Escribe: "No fue un repetidor de Monsanto sino algo muchísimo más hondo e importante: fue el transmisor de su testimonio en el tiempo y, en ese sentido, su renovador" (Diego Arroyo Gil se ocupa en las primeras páginas de su libro de poner en claro que no tiene vínculo familiar alguno con Miguel Arroyo Castillo).
A medida que avanza por los hitos más destacados de la vida de Miguel Arroyo (no se inmiscuye nunca en la vida cotidiana de su personaje), Arroyo Gil los conecta con los grandes cauces del devenir cultural venezolano. Miguel Arroyo le facilita hablar del país y de sus movimientos culturales. El biógrafo pudoroso deja espacio al ensayista interesado en los movimientos de la cultura. Algunas páginas de este libro me han hecho pensar que quizás este magnífico investigador esté llamado a ser la voz literaria, por ahora ausente, de la historia del gusto ­del buen gusto­, presente en el siglo XX venezolano.

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