Una mirada estereoscópica
JOSÉ ANTONIO PARRA
A bordar la vida y obra de un personaje de la complejidad de Gego no es tarea fácil. No obstante, María Elena Ramos se embarca en una labor en la que se van reconstruyendo aspectos esenciales de la totalidad de la artista, no sólo a través de su propia voz, sino de las de quienes la circundaron.
De origen alemán y nacida en 1912, ya desde pequeña dejaba entrever un aspecto frágil y sensible en su carácter por lo que fue trasladada a una escuela más cónsona con su condición y en donde desarrolló una actitud de enfant terrible. Quizá esos fueron los primeros brotes de la ebullición creativa que sobrevendría en la medida que la creadora fuese madurando en el tránsito por la vida.
Aunque se podría hablar de una cierta excentricidad en lo referido a su vivencia, hay una gran coherencia metafórica en su historia vital; así en 1938 se hace ingeniero con mención en Arquitectura y, en esta particularidad aparentemente casual que he mencionado antes, se hace capitana de navío quizá evocando el viaje que le esperaba por venir.
Sin embargo, la época que le tocó vivir no fue fácil dado que era una joven proveniente de una familia judía acomodada justo en la Alemania de preguerra. De esta manera, en 1939 emigró a Venezuela donde le tocó vivir en primera instancia en una pensión para luego pasar a compartir un departamento. En 1940 se casó con un empresario alemán --Ernst Gunz-- con cuyo apoyo montó un taller de carpintería y lámparas. Con él tuvo dos hijos, Bárbara y Tomás. No obstante, su vida estaba a punto de dar un vuelco, no sólo emocional, sino en el descubrimiento de su potencia creadora.
Resulta sumamente interesante cómo María Elena Ramos va introduciendo paulatinamente al lector en una historia donde la intriga y el deseo de saber más no cesan.
La polifonía que logra la autora es encomiable al momento de construir un todo con los testimonios de quienes fueron cercanos a la artista.
En 1952, al separarse de Gunz, conoce al que sería su compañero de vida: el diseñador Gerd Leufert, con quien su experiencia artística se intensificó. Por ese entonces Gego adquirió una casita en la localidad de Tarmas, donde solía pasar temporadas en las que la vivencia con los amigos y la contemplación del espacio eran el día a día.
Inicialmente influida por los artistas cinéticos, Soto y Cruz Diez, lleva a cabo su obra Sphere hacia 1959, que se encuentra hoy en día en la colección del MoMA. Sin embargo, Gego no quería adoptar exclusivamente las ideas del arte cinético.
Su formación como matemático y arquitecto le hacen tener una percepción de la línea en sí misma, de manera que el punto, la línea y el triángulo devendrían en la red. Se puede hablar que, dentro de este rigor de las ciencias exactas, hay una poderosa impronta de lo intuitivo que le permite prefigurar; no sólo la forma sino el vacío inherente a ella.
El uso de diversos materiales fue característico en su trabajo, con lo cual elaboró piezas de gran formato, así como una serie titulada Dibujos sin papel; suerte de pequeñas obras de metal doblado y tejido con los que logra la percepción del movimiento y la espontaneidad; así como la ampliación del campo de su experimentación hasta llegar a la mirada misma de lo fractal.
Su primera Reticulárea fue expuesta en 1969 en el Museo de Bellas Artes de Caracas y construida a base de aluminio y acero de manera de saturar --si es que el término cabe-el lugar donde estuvo expuesta. Desde la perspectiva de Ramos, en Gego se produce una doble ruptura; en primer término con el abstraccionismo y en segundo lugar con la línea continua.
Pero para comprender de un modo más cabal a esta artista habría que abordar su propio carácter reservado y austero, su peculiar gestualidad y lo que ella llamó Lingüístidades, así como lo fueron sus composiciones nombradas como Sabiduras. En ellas el uso de la palabra asume un tono poético en el que la economía de elementos se da en la emoción.
Es encomiable la geografía de lo social que desentraña la autora cuando recrea anécdotas de la artista a través de figuras que estuvieron cerca de ésta; aparecen Alfredo Silva Estrada, Sonia Sanoja, Álvaro Sotillo, Edda Armas y buena parte de su familia, entre otros. De esta forma concibe un retrato de la artífice desde diversas perspectivas, dibujando y desdibujando así una totalidad poética e imaginaria.
Es de sostener que el lenguaje de Gego, y quizá por haber estado vinculada a varias fuentes de saber --incluyendo la de Leufert-- asumió, como ya lo había percibido desde su juventud en tanto navegante, una morfología que partiendo de su separación del constructivismo europeo y atravesando lo experimental llegó a un lenguaje plenamente propio.
En este anhelo por la integridad la creadora, no sólo se interesa en el afuera sino en ese espacio intangible pero real que constituye el adentro de la pieza. Su gran interés por lo científico es otra de las peculiaridades de su experiencia, habiendo estado suscrita a Scientific American, por ejemplo. En ella, y por esa confluencia del saber; lo invisible asume una dimensión real, al tiempo que etérea.
Ya hacia el final de su vida, Gego comenzó a padecer Alzheimer, de modo que no en todos los casos reconocía a sus propios familiares e, incluso, a veces olvidaba fumar, cosa que era un hábito muy arraigado en ella. Su obra es de las más relevantes que se produjeron durante la segunda mitad del siglo XX.
Este texto constituye una mirada estereoscópica a un ser tan brillante como sensible, excelsamente recreado por María Elena Ramos.
Fotografía: (S/a) María Elena Ramos. Lamigal, Caracas, 02/03/84.
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