EL NACIONAL, Caracas, 03 de Agosto de 2012
RUFINO BLANCO FOMBONA | 6 DE NOVIEMBRE DE 1943
“Fui un malcriado, grosero y travieso”
Por Ida Gramko
Escribo y dedico a don Rufino Blanco Fombona, maestro de la literatura y de la vida, el reportaje de su infancia. La pluma de don Rufino es tan caudalosa como los ríos de Venezuela. Por ello este reportaje viene a ser a consecuencia de una alegría que experimenté en su casa, entre rebanadas de pastel y ráfagas de lluvia, bajo el cromo plomizo de un atardecer. Don Rufino omnipotente y señorial comenzaba:
–Hace un tiempo como para hacer visita…
Con esa sencilla frase inició el camino hacía a intimidad y desde su balcón volvió el rostro para mirar el cielo pesimista que fruncía el ceño entre las cejas de dos nubarrones blancos.
–Le advierto a usted que me he calado hasta los huesos, le dije.
–Para reponerse del remojón, ¿quiere usted un whisky? –ofreció, enganchando el principio de la entrevista.
–No, gracias. Deseo, en cambio, que me obsequie el relato de su infancia.
(Se acomodó en su asiento, reaccionado imperturbable). –Tengo poco que decir… Que fui como todos muchachos, que soy todavía como todos los muchachos… Pero antes saboreé el pastel…
–Es que –le interrumpí con la boca llena– creo que soy capaz de saborear, al mismo tiempo, los dos manjares. Quiero combinar, don Rufino, el alimento positivo de su pastel con los bombones de su espíritu que han de ser redondos y azucarados.
(Rió con una risa abierta y tumultuosa. En la risa de autor de Dos años y medio de inquietud se encierran pequeñas risas y risas grandes, alegres y tristes, dulces y amargas). –Le repito, hija mía, que mi infancia dista mucho de ser un manjar apetitoso.
–Permítame que lo dude.
–Si se empeña en conocerla, espere un instante.
Bajo el cielo lagrimoso, don Rufino se detuvo a meditar. En derredor de nosotros, las nubes y los recuerdos eran manchas grises. Los recuerdos de don Rufino islotes perdidos que iba desentrañando de fondo de un mar de años cuyas olas murmuran en fotografías de tinte borroso, en cuadernos polvorientos, en una flor marchita… En tanto que el maestro pensaba, observé el aspecto del salón donde vive su espíritu, donde se plastifican su sensibilidad e imaginación, el abandono de su alma ante lo externo y trivial: junto a un jarro con rosas hay un par de botas y una estatuilla; sobre el escritorio se desparraman corbatas, ceniceros, libros; en el diván, revistas y diarios. A cada paso surge el hombre múltiple. A cada paso están sus cosas descuidadas, manchadas, tiradas, volcadas, diseminadas…
De súbito y rotundamente, habló don Rufino:
–Somos inconscientes hasta los 18 años. De allí en adelante somos tristes y luego…
Como ante una cuestión de interés cálido, se hizo recatado, comedido. Y en seguida, con fugacidad, esguince y quiebro:
–Somos los que podemos ser. Nada más. Usted pide mi infancia, mi etapa inconsciente, porque no le interesa mi tristeza ni la de los demás.
–¿Eh? A eso vengo, por más que haya que tratar ciertas cosas con gran delicadeza.
–Claro está, como que toda juventud es egoísta y se surte de su propio dolor. Tampoco le interesa a usted lo que soy ahora.
–¿Cómo que no?
–No, porque lo que puedo ser lo está usted viendo: soy algo que vive en una habitación de ambiente confuso, con no se qué angustias y abandono, o desamparo. Pero no se trata de esto. ¡Vamos con mi infancia!
No pierde elasticidad su ímpetu, dejando asomar el motín de su espíritu, en agitación constante: “Fui malcriado, grosero y travieso”, apuntó con regocijo mientras su mano perfilaba los bordes de cada adjetivo, sutilizando los palmetazos que ha debido recibir del preceptor. Porque tan grosero, malcriado y travieso fue don Rufino que me contó a siguiente anécdota: “Tenía diez años y no me gustaba el francés. Mi profesor era un amable viejecito de apellido Calcaño y Parizu, que sólo se atrevía amonestarme con palabras temblorosas. Aquel día, sin embargo, me amenazó. Yo me estremecí de coraje, salí de clase, le esperé en la calle con una vara… Cuando el profesor salió para dirigirse a su casa, arremetí contra él, propinándole tres varillazos que si no le hicieron mayor daño le proporcionaron un rato bien amargo”.
En el corazón de don Rufino, que fue precoz en virilidad y fuerza impetuosa, no hubo, al parecer, crueldad refinada ni meditación de castigo. Todo en él fue nervio, contraste y pasión; todo se producía en él por mediación del arranque instintivo, de impulso ardoroso que tan hermosamente exaltó Unamuno en una de sus obras. Y ya que rozamos nombres célebres, recordemos al sensual Charles Baudelaire con quien don Rufino, eterno niño voluptuoso, compartió alegremente la aventura de romper los prismas multicolores del vendedor de cristales.
Don Rufino estudiaba con tesón, como un verdadero poseso. Y eso que lo habían expulsado de colegio Santa María por la agresión al profesor. Estudió entonces en el colegio San Agustín. Se sintió un pequeño dios, brillante en las letras, displicente con las matemáticas. Con los conocimientos que había adquirido era capaz de dominar un mundo sin límites ni horizonte. Le daba la impresión de que no sólo leía con los ojos sino con las manos, que se hundía en las páginas como en un mar para salir a la luz con ellas llenas de perlas.
EL NACIONAL - Lunes 30 de Julio de 2012 Escenas/2
Blanco-Fombona en 1912
PALABRAS SOBRE PALABRAS
LETRAS
FRANCISCO JAVIER PÉREZ
Siempre interesan los testimonios de escritores, especialmente, por lo que aportan de penetrante captación sobre los fenómenos sociales y políticos que se desarrollan ante su mirada clemente o furibunda. Al segundo de estos ámbitos pertenecen, justamente, las reflexiones políticas que disemina Rufino Blanco-Fombona en su memoria del año 1912. Ella reposa en un libro que el propio escritor gestó en la Editorial América, que fue e hizo suya en Madrid durante las décadas iniciales del siglo XX y que constituye uno de los portaviones de las letras y cultura americanas de ese tiempo y de todo tiempo (un bello estudio que firma Yolanda Segnini le hace honor y lo engasta como una gema intelectual de valor incuantificable: La Editorial-América de Rufi- no Blanco-Fombona, Ma- drid 1915-1933 (Libris, Asociación de Libreros de Viejo, 2000). Blanco-Fombona titulará con el provocador título de Camino de imper- fección (doble mueca en torno a los títulos de Santa Teresa y de Manuel Díaz Rodríguez; recto el primero e irónico ya el segundo, pues sería furioso ataque contra Julio Calcaño, nuestro caro "Don Perfecto"). Rufino lo subtitula, para restarle espacio a la duda, "Diario de mi vida, 1906-1914".
Agudo y ajeno a toda forma de premonición (ésa que gusta tanto al lector de hoy como a muchos historiadores de medio pelo), anota, en el apartado dedicado al 28 de diciembre de 1912, la cuenta agónica de su tiempo venezolano: "Para regenerar a nuestra república, para que pueda realizar con decoro su misión internacional, y para que pueda realizarse, en provecho de las clases menesterosas, un cambio radical en el orden económico y en el político, es menester que rueden en la tumba algunas cabezas.
Es necesario, no asesinar en la sombra, sino castigar a la luz del sol, con todo el aparato de la justicia y aun con la sanción de un plebiscito si fuere necesario, a los capataces del crimen; a los que han visto las lágrimas del país y se han reído, a los que han presenciado la ruina del infeliz labriego y lo han separado de sus campos y lo han esclavizado en los cuarteles, a los que prostituyeron al país con sus plumas y sus lenguas venales, a los que aplaudieron y secundaron las ferocidades, los desfalcos y las usurpaciones del monstruo, a los que miraron a la nación expirante y le clavaron un puñal en el corazón.
Por el instante quizás sería bastante castigo y suficiente ejemplo el que cayese el tirano. Pero debe caer. Si no, ¡qué horas tan tristes las del futuro de Venezuela! En Venezuela, hoy por hoy, es necesario considerar la carencia de patriotismo y la carencia de amor a la libertad como un crimen social.
Aunque el patriotismo en sí sea un sentimiento de egoísmo por extensión. Y por tanto, lo contrario del altruismo; y esté llamado a desaparecer".
La toxina patriotera resulta forma perversa del desamor, en el señalamiento del escritor, exiliado y entrometido. También, modos para cohibir la libertad. Contrasentidos magnificados como delitos contra la sociedad si no se los practica, cuando, más bien, lo son en estado natural (todo ello, mientras campea la tiranía). Roles del egoísmo (y de la egolatría, en consecuencia) ejercidos en contra de los que se dice amar con amor interminable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario