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domingo, 12 de junio de 2016

NOTICIERO RETROSPECTIVO

- Juan Liscano. "F.A.N.L. versus P.C.V.". El Nacional, Caracas, 23/10/1965.
- Rafael Pineda. "Venezuela-Italia. ¿Quién publicará las cartas de Rufino Blanco Fombona a (Mario) Puccini?". El Universal, Caracas, 01/12/85.
- Eduardo Arroyo Lameda. "Genio y figura de Rufino Blanco Fombona". El Farol, Caracas, nr. 153 de 08/54.
- Arturo Uslar Pietri y el centenario de Ramón Gómez de la Serna. El Nacional, 31/01/88.
Reproducción: Últimas Noticas (Caracas, 1946),

domingo, 5 de octubre de 2014

NOTICIERO RETROSPECTIVO

- Ida Gramcko. "Rufino Blanco Fombona se había casado 16 veces". El Nacional, Caracas, 05/09/1943.
- Con fotografía de Aponte, Domingo Alberto Rangel en la recepción de Myriam Cupello de Álamo. El Nacional, Caracas, 18/09/82.
- Gastón Carvallo y Margarita López Maya. "Crisis social y descomposición política". SIC, Caracas, nr. 520 de 1989.
- Fruto Vivas. "Reivindicar la tecnología de los pobres para pobres". SIC, nr. 560 de 1993.

Reproducción: Texto de Jesús Sanoja Hernández en torno a los desplantes de Rómulo Betancourt sobre el MAS. Tribuna Popular, Caracas, 12/09/1976.


viernes, 6 de septiembre de 2013

DE MAGNITUD (2)

El Nacional - Viernes 05 de Septiembre de 2003     A/6 Opinión
Magnicidio, tiranicidio, suicidio
Jesús Sanoja Hernández

Magnicidio es el atentado personal contra altos mandatarios . En el caso de ser perpetrado contra reyes se le llama regicidio y si es contra tiranos, tiranicidio. Magnicidio fue el John Fitzgerald Kennedy, en 1963, regicidio el de Alejandro I de Yugoslavia, en 1934, y tiranicidio el de Rafael Leonidas Trujillo, en 1961. Pero éstos, como muchísimos otros, pueden englobarse bajo el término genérico de magnicidio.
Las alternativas tiranicidas fueron defendidas en América por varios escritores, sobre todos aquellos ganados por el género panfletario. En España, los servidores del gomecismo acusaron, sin mayores pruebas, a Rufino Blanco Fombona de incitar al tiranicidio en su novela La máscara heroica. Como escribí en el prólogo a sus Ensayos históricos : “La presunción de uno de los confidentes internacionales –que Blanco Fombona estaba enterado del asesinato de Juancho Gómez, cometido cuando la novela salió de imprenta–, obedecía al sombrío servilismo de contrarrestar la campaña propagandística del destierro (...) y arrastraba la enorme falla, perdonable en el submundo del espionaje, de olvidar que Blanco Fombona y muchos más, como Jacinto López y Pío Gil, venían pregonando el tiranicidio desde tiempos atrás, y no cejarían de pregonarlo en los venideros”.
Y más adelante: “¿Se quiere otra lección en este sentido? A Laguado lo secuestran en La Habana y lo lanzan al agua, pasto de los tiburones, por haber predicado el terror individual “, pero en todos los casos las víctimas resultaban los profetas del anarquismo, los tiranicidas verbales. Gómez y los suyos jamás dijeron que mataban. Los malos hijos de la patria morían, en cambio, en las cárceles y el exilio.
¡Y eran los terroristas¡ Ni más ni menos la historia de Machado y Morales y Julio Antonio Mella”.
El asesinato de Juancho Gómez, junio de 1923, antes que debilitar al tirano, lo afianzó en el poder.
El misterio sirvió para que el ecuatoriano Gerardo Gallegos escribiera, con tendencia novelesca, el libro En el puño de Juan Vicente Gómez y, pasados los años, para que Manuel Ramón Oyón revelara ciertos detalles, Domingo Alberto Rangel reconstruyera el escenario y hasta Herrera Luque indagara sobre sus motivaciones y autoría. Ramón J. Velásquez, a su vez, ha sostenido que “la verdad se la llevó Juan Vicente Gómez a la tumba. Como la mayoría de los crímenes dinásticos, la maraña de las ambiciones esconde los personajes. Del expediente judicial se arrancaron las páginas fundamentales y quedó sólo la repetición de conocidas anécdotas”.
Habría que esperar casi treinta años para que el asesinato de Carlos Delgado Chalbaud apareciera (según Guillermo Morón en su respuesta a al eurodiputado Emilio Meléndez del Valle) como el único magnicidio de nuestra historia. Y una década más para que fracasara el magnicidio de Rómulo Betancourt, quien invocaría, a salvo del atentado y en un momento de lucidez, “el espíritu del 23 de Enero”.
Reacio espíritu, sin embargo, que lejos de volver fue a caer en las tierras de la violencia de aquellos iniciales años de la democracia representativa.
Muchos muertos, más de la oposición que del gobierno, fueron el legado de aquella década.
Si los adversarios más radicales de Chávez apelaran al magnicidio, como a veces él y algunos de su entorno denuncian, cometerían el mayor de los errores en que una oposición fortalecida pudiera caer. Y tal acto no sería tiranicidio, porque Chávez no es un tirano, sino un magistrado electo que atraviesa controvertida etapa revocatoria. Y si la oposición está segura de que por esa vía lo echarán de Miraflores, ¿para qué entonces lanzarse a una aventura cuyo desenlace podría ser fatal?
Matar a Chávez sería, pues, magnicidio, pero no tiranicidio. Y suicidio ¿qué sería? Sería, en el caso de la oposición, desechar la vía real para meterse en un laberinto, y en el de Chávez caer en “la tentación totalitaria”, desconociendo la Constitución y el proceso por los que tanto batalló. Cuestionar los resultados de un revocatorio que no le fuera favorable, o eludirlo, pasando por encima del artículo 72, sería suicidio, como fue suicidio frustrado el de la oposición con el paro de 63 días.
Es paradoja, pero también lección: no ha faltado quien haya justificado el fin de Allende por haber tolerado radicalismos izquierdistas que llevaron a Chile al borde de la cubanización y, por lo mismo, justificado y hasta exaltado el período terrorista de Pinochet. Es decir, a la condena de una democracia demasiado permisiva con sus desbordes anarquizantes, pero democracia al fin, se le opone la alternativa purificadora de un régimen de fuerza que hizo del terror su base de sustentación. No añoremos lo que ya fue vergüenza. Si queremos democracia, actuemos, los unos y los otros, como demócratas. El librito azul que le ha servido a Chávez para gobernar debe servirle también a la oposición para intentar gobernar. Lo que es igual no es trampa.

Cfr. Siete sicilianos para matar a un dictador: http://cronicasdeltanato.wordpress.com/7-sicilianos-para-matar-a-un-dictador/
Fotografía: Pedro Estrada denuncia el intento de magnicidio del otrora Presidente Pérez Jiménez.

martes, 29 de enero de 2013

NOTICIERO RETROSPECTIVO

- Enrique Labrador Ruíz escribe sobre Rufino Blanco Fombona. El Nacional, Caracas, 20/10/1957.
- Wolfgang Larrazábal. "El 23 de Enero". Elite, Caracas, nr. 2104 del 22/01/66.
- Gonzalo Alvarez. "10 años del 23 de Enero". Momento, Caracas, nr. 602 del 28/01/68.
- Manuel Pérez Vila. "La disciplina militar en Carabobo". El Nacional, 09/06/71.
- Mario Torrealba Lossi. "(José Ramón) Yépez y el positivismo". Elite, nr. 1420 del 20/12/52.


Fotografía: Juanito Martínez Pozueta, Juan Vicente Gómez. El Padre Borges sugirió la gráfica a las puertas del hipódromo. Momento, Caracas, nr. 721 del 10/04/70.

jueves, 17 de enero de 2013

NOTICIERO RETROSPECTIVO

- José Nucete-Sardi. "El artículo periodístico y su influencia". El Nacional, 03/09/54.
- Humberto Cuenca. "Trayectoria del periodismo venezolano". El Nacional, 24/10/57.
- Pedro M. Layatorres. "El pregonero, personaje popular al servicio de la cultura". Élite, Caracas, nr. 1250 del 17/07/49.
- Jesús Sanoja Hernández. "Rufino Blanco Fombona". El Nacional, 24/09/72.
- Manuel Pérez Vila. "Pulso en la historia: La libertad en los himnos nacionales". El Nacional, 14/07/89.

Fotografía: Una primera plana de "El Yunque", Caracas (1887).

jueves, 23 de agosto de 2012

TRIPLE RBF

EL NACIONAL, Caracas, 03 de Agosto de 2012
 RUFINO BLANCO FOMBONA | 6 DE NOVIEMBRE DE 1943
“Fui un malcriado, grosero y travieso”
Por Ida Gramko

Escribo y dedico a don Rufino Blanco Fombona, maestro de la literatura y de la vida, el reportaje de su infancia. La pluma de don Rufino es tan caudalosa como los ríos de Venezuela. Por ello este reportaje viene a ser a consecuencia de una alegría que experimenté en su casa, entre rebanadas de pastel y ráfagas de lluvia, bajo el cromo plomizo de un atardecer. Don Rufino omnipotente y señorial comenzaba:
–Hace un tiempo como para hacer visita…
Con esa sencilla frase inició el camino hacía a intimidad y desde su balcón volvió el rostro para mirar el cielo pesimista que fruncía el ceño entre las cejas de dos nubarrones blancos.
–Le advierto a usted que me he calado hasta los huesos, le dije.
–Para reponerse del remojón, ¿quiere usted un whisky? –ofreció, enganchando el principio de la entrevista.
–No, gracias. Deseo, en cambio, que me obsequie el relato de su infancia.
(Se acomodó en su asiento, reaccionado imperturbable). –Tengo poco que decir… Que fui como todos muchachos, que soy todavía como todos los muchachos… Pero antes saboreé el pastel…
–Es que –le interrumpí con la boca llena– creo que soy capaz de saborear, al mismo tiempo, los dos manjares. Quiero combinar, don Rufino, el alimento positivo de su pastel con los bombones de su espíritu que han de ser redondos y azucarados.
(Rió con una risa abierta y tumultuosa. En la risa de autor de Dos años y medio de inquietud se encierran pequeñas risas y risas grandes, alegres y tristes, dulces y amargas). –Le repito, hija mía, que mi infancia dista mucho de ser un manjar apetitoso.
–Permítame que lo dude.
–Si se empeña en conocerla, espere un instante.
Bajo el cielo lagrimoso, don Rufino se detuvo a meditar. En derredor de nosotros, las nubes y los recuerdos eran manchas grises. Los recuerdos de don Rufino islotes perdidos que iba desentrañando de fondo de un mar de años cuyas olas murmuran en fotografías de tinte borroso, en cuadernos polvorientos, en una flor marchita… En tanto que el maestro pensaba, observé el aspecto del salón donde vive su espíritu, donde se plastifican su sensibilidad e imaginación, el abandono de su alma ante lo externo y trivial: junto a un jarro con rosas hay un par de botas y una estatuilla; sobre el escritorio se desparraman corbatas, ceniceros, libros; en el diván, revistas y diarios. A cada paso surge el hombre múltiple. A cada paso están sus cosas descuidadas, manchadas, tiradas, volcadas, diseminadas…
De súbito y rotundamente, habló don Rufino:
–Somos inconscientes hasta los 18 años. De allí en adelante somos tristes y luego…
Como ante una cuestión de interés cálido, se hizo recatado, comedido. Y en seguida, con fugacidad, esguince y quiebro:
–Somos los que podemos ser. Nada más. Usted pide mi infancia, mi etapa inconsciente, porque no le interesa mi tristeza ni la de los demás.
–¿Eh? A eso vengo, por más que haya que tratar ciertas cosas con gran delicadeza.
–Claro está, como que toda juventud es egoísta y se surte de su propio dolor. Tampoco le interesa a usted lo que soy ahora.
–¿Cómo que no?
–No, porque lo que puedo ser lo está usted viendo: soy algo que vive en una habitación de ambiente confuso, con no se qué angustias y abandono, o desamparo. Pero no se trata de esto. ¡Vamos con mi infancia!
No pierde elasticidad su ímpetu, dejando asomar el motín de su espíritu, en agitación constante: “Fui malcriado, grosero y travieso”, apuntó con regocijo mientras su mano perfilaba los bordes de cada adjetivo, sutilizando los palmetazos que ha debido recibir del preceptor. Porque tan grosero, malcriado y travieso fue don Rufino que me contó a siguiente anécdota: “Tenía diez años y no me gustaba el francés. Mi profesor era un amable viejecito de apellido Calcaño y Parizu, que sólo se atrevía amonestarme con palabras temblorosas. Aquel día, sin embargo, me amenazó. Yo me estremecí de coraje, salí de clase, le esperé en la calle con una vara… Cuando el profesor salió para dirigirse a su casa, arremetí contra él, propinándole tres varillazos que si no le hicieron mayor daño le proporcionaron un rato bien amargo”.
En el corazón de don Rufino, que fue precoz en virilidad y fuerza impetuosa, no hubo, al parecer, crueldad refinada ni meditación de castigo. Todo en él fue nervio, contraste y pasión; todo se producía en él por mediación del arranque instintivo, de impulso ardoroso que tan hermosamente exaltó Unamuno en una de sus obras. Y ya que rozamos nombres célebres, recordemos al sensual Charles Baudelaire con quien don Rufino, eterno niño voluptuoso, compartió alegremente la aventura de romper los prismas multicolores del vendedor de cristales.
Don Rufino estudiaba con tesón, como un verdadero poseso. Y eso que lo habían expulsado de colegio Santa María por la agresión al profesor. Estudió entonces en el colegio San Agustín. Se sintió un pequeño dios, brillante en las letras, displicente con las matemáticas. Con los conocimientos que había adquirido era capaz de dominar un mundo sin límites ni horizonte. Le daba la impresión de que no sólo leía con los ojos sino con las manos, que se hundía en las páginas como en un mar para salir a la luz con ellas llenas de perlas.


EL NACIONAL - Lunes 30 de Julio de 2012     Escenas/2
Blanco-Fombona en 1912
PALABRAS SOBRE PALABRAS
LETRAS
FRANCISCO JAVIER PÉREZ

Siempre interesan los testimonios de escritores, especialmente, por lo que aportan de penetrante captación sobre los fenómenos sociales y políticos que se desarrollan ante su mirada clemente o furibunda. Al segundo de estos ámbitos pertenecen, justamente, las reflexiones políticas que disemina Rufino Blanco-Fombona en su memoria del año 1912. Ella reposa en un libro que el propio escritor gestó en la Editorial América, que fue e hizo suya en Madrid durante las décadas iniciales del siglo XX y que constituye uno de los portaviones de las letras y cultura americanas de ese tiempo y de todo tiempo (un bello estudio que firma Yolanda Segnini le hace honor y lo engasta como una gema intelectual de valor incuantificable: La Editorial-América de Rufi- no Blanco-Fombona, Ma- drid 1915-1933 (Libris, Asociación de Libreros de Viejo, 2000). Blanco-Fombona titulará con el provocador título de Camino de imper- fección (doble mueca en torno a los títulos de Santa Teresa y de Manuel Díaz Rodríguez; recto el primero e irónico ya el segundo, pues sería furioso ataque contra Julio Calcaño, nuestro caro "Don Perfecto"). Rufino lo subtitula, para restarle espacio a la duda, "Diario de mi vida, 1906-1914".
Agudo y ajeno a toda forma de premonición (ésa que gusta tanto al lector de hoy como a muchos historiadores de medio pelo), anota, en el apartado dedicado al 28 de diciembre de 1912, la cuenta agónica de su tiempo venezolano: "Para regenerar a nuestra república, para que pueda realizar con decoro su misión internacional, y para que pueda realizarse, en provecho de las clases menesterosas, un cambio radical en el orden económico y en el político, es menester que rueden en la tumba algunas cabezas.
Es necesario, no asesinar en la sombra, sino castigar a la luz del sol, con todo el aparato de la justicia y aun con la sanción de un plebiscito si fuere necesario, a los capataces del crimen; a los que han visto las lágrimas del país y se han reído, a los que han presenciado la ruina del infeliz labriego y lo han separado de sus campos y lo han esclavizado en los cuarteles, a los que prostituyeron al país con sus plumas y sus lenguas venales, a los que aplaudieron y secundaron las ferocidades, los desfalcos y las usurpaciones del monstruo, a los que miraron a la nación expirante y le clavaron un puñal en el corazón.
Por el instante quizás sería bastante castigo y suficiente ejemplo el que cayese el tirano. Pero debe caer. Si no, ¡qué horas tan tristes las del futuro de Venezuela! En Venezuela, hoy por hoy, es necesario considerar la carencia de patriotismo y la carencia de amor a la libertad como un crimen social.
Aunque el patriotismo en sí sea un sentimiento de egoísmo por extensión. Y por tanto, lo contrario del altruismo; y esté llamado a desaparecer".
La toxina patriotera resulta forma perversa del desamor, en el señalamiento del escritor, exiliado y entrometido. También, modos para cohibir la libertad. Contrasentidos magnificados como delitos contra la sociedad si no se los practica, cuando, más bien, lo son en estado natural (todo ello, mientras campea la tiranía). Roles del egoísmo (y de la egolatría, en consecuencia) ejercidos en contra de los que se dice amar con amor interminable.

martes, 22 de junio de 2010

... Aunque don Rufino no llegó a ejercer el poder


De la vileza miasmática
Luis Barragán


Significativo, en el marco de la graduación de los médicos integrales de su más caro empeño, Chávez Frías disertó largamente sobre la miasma, término estelar del insulto agendado para la ocasión. Clase magistral radiotelevisada, dijo descubrir a la gran burguesía de nuestras pesadillas, dedicándole la más gruesa artillería verbal que – necesaria e inevitablemente – incumbe a todo aquel que lo adverse, por más modesto que sea el espacio social que tenga a bien ocupar o aspirar.

Lejos estamos de pretender que el gran timonel ofreciese un actualizado enfoque de las clases sociales en la Venezuela rentista donde celebra su proyecto socialista, porque la actual dirigencia del Estado lo pondría en severos aprietos al dar cuenta de sus particulares esfuerzos de captura de las divisas que monopolizan, por no citar el propio estilo de vida presidencial de quien jamás ha dado explicación alguna de sus privilegios presupuestarios, incluyendo la aprobación de sendos créditos adicionales para el mantenimiento de la flota aérea que lo ha llevado a Cannes (¿acaso el parlamento había olvidado aprobar la partida correspondiente?). Y, más lejos aún, de remedar o parafrasear al propio Marx que no ha leído, cuyo creador estilo literario estudió muy bien Ludovico Silva. Sin embargo, ¿tamañas expresiones obedecen al ritmo alcanzado por la lucha de clases en la que - por cierto – el proletariado no puede discutir un contrato colectivo, promover una distinta sindicalización, defender el salario real, alcanzar el empleo, resistirse al sicariato u obtener la cancelación de los abultados pasivos laborales de las enormes empresas básicas estatizadas?.

Perdida esa lucha por la clase social protagónica, si fuésemos consecuentes con el barbudo de Tréveris, ¿cuál es la naturaleza y el papel del lenguaje empleado?. Digamos que la sola y burda generación de odios, desencuentros, ofensas, diferencias, desacuerdos, descalificaciones y arrecheras para la sustentación en el poder de quienes son una clase, un clan o una casta “en sí y para sí” del más tenebroso rentismo.

La procacidad expuesta, en nada atribuible a la legítima y profunda cultura popular, sugiere una fortísima descomposición ética de los sectores gobernantes que se sienten amenazados. Lo gratuitamente obsceno o vulgar nunca vehiculan o escenifican esa lucha de clases, por más que una vez quiso hacerlo Juan Barreto al insultar y despreciar a los otros alcaldes citadinos o al agredir a un fanático deportivo, pues, como los miles de contenedores al descubierto, los que quiso ocultar Chávez Frías con una reacción tan soez, a la pudrición de los alimentos ¡soberanamente importados!, sumamos la del lenguaje.

María Efe oportunamente nos citó un párrafo suscrito por Blanco Fombona, el 16 de diciembre de 1908: “… Cuanto se diga de la vileza miasmática y perniciosa de ese pozo negro que se llama El Constitucional…” (“Diarios de mi vida”, Monte Avila, Caracas, 1991: 212). Y coincidimos en aquel lenguaje hiriente de la Venezuela difícil que colmaba los espacios públicos, pero también en una superación que creímos una vez definitiva, hasta que hoy reaparece haciéndose poder como nunca lo fue acá don Rufino.

Fuente:
http://www.noticierodigital.com/2010/06/de-la-vileza-miasmatica/
http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=664716