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viernes, 6 de diciembre de 2019

ARCHIVOS DE LA S.N.

Archvo central de la Seguridad Nacional
Los Archivos Secretos de la Seguridad Nacional
Luis Heraclio Medina Canelón
08/09/2019
Fuente:
https://www.facebook.com/notes/luis-heraclio-medina-canelon/los-archivos-secretos-de-la-seguridad-nacional/10218410908840474/

La Seguridad Nacional fue la primera policía verdaderamente técnica que se creó en el país. Fue con la S.N. que se iniciaron los procedimientos profesionales de fichaje, peritaje, fotografía, dactiloscopia, auditorías y archivo.  Especialmente este departamento era llevado con las técnicas más modernas conocidas en la época, con el mayor cuidado de llevar el más minucioso registro de los criminales comunes y los subversivos.

En la S.N. se crearon departamentos o brigadas especializadas, tales como la Social, para los delitos comunes, antecesora de la PTJ,  y la tristemente célebre Brigada Política, que le dio mala fama, cuya función era perseguir a los adversarios políticos del gobierno, es decir a socialdemócratas (adecos) y socialistas marxistas (comunistas).

Hordas de militantes de AD y el Partido Comunista
 incendiaron los archivos de la S.N.
La S.N. contó con la asesoría de organismos de seguridad del exterior, tales como la Scotland Yard, de Inglaterra, la C.I.A., el F.B.I., el departamento de Policía de la ciudad de Nueva York y la Policía Federal de México, entre otros.

A raíz del golpe militar del 23 de enero de 1958, luego de que Pérez Jiménez huyó del país, una turba de militantes de Acción Democrática y del Partido Comunista de Venezuela tomaron por asalto la sede de la S.N. y procedieron a incendiarla, especialmente sus departamentos de archivos, los cuales fueron totalmente destruidos.

¿Pero por qué se ensañaron tanto los incendiarios en acabar con todo rastro de los archivos de la Seguridad?

Pedro Estrada, director de la SN, recibe a inspectores británicos que vinieron a Venezuela a prestar asesoría a la SN en materia de investigación criminal y antisubversiva.
Pues la respuesta es obvia: Allí figuraban, pormenorizadamente, todas las listas de los llamados “topos”, es decir, los miembros de la “resistencia adeca u comunista” que habían sido captados por la Seguridad para trabajar como dobles agentes, que infiltrados en las filas de los partidos enemigos del gobierno entregaban a la Brigada Política una información detallada de las actividades subversivas de sus compañeros. Igualmente figuraban en esos archivos las nóminas de los jugosos pagos recibidos por los “compañeros” y “camaradas” con lo que el gobierno pagaba la traición de estos infiltrados. Esta es una práctica común en toda policía política para combatir a la subversión. Se hizo ayer, primero con la SN, luego con la DIGEPOL y la DISIP y se hace hoy y se hará mañana.

Pedro Estrada, director de la SN, recibe a inspectores británicos que vinieron a Venezuela a prestar asesoría a la SN en materia de investigación criminal y antisubversiva.
Fue gracias a esta penetración de las redes de los enemigos del gobierno que la SN pudo ubicar, detener y neutralizar a importantes miembros de la resistencia.

Habría sido gravísimo para muchos dirigentes de AD y algunos del PCV que la información de estos confidentes y sus gratificaciones salieran a la luz pública, por lo que se les hizo imperativo ordenar a sus militantes la destrucción de estos archivos, como efectivamente lo hicieron en la primera oportunidad que se presentó.

Estrada entrega un reconocimiento a uno de los mejores alumnos de un curso de la SN (Cortesía de Helly Angel)
Ahora bien, pocos días antes del golpe de estado, Pedro Estrada, el director de la Seguridad Nacional, renunció al cargo y se fue del país. Pero tuvo la previsión de llevarse una especie de “seguro”: Estrada llevó consigo una enorme cantidad de copias de los archivos de la S.N. donde figuraban situaciones muy incómodas o comprometedoras para algunos dirigentes políticos. Si el gobierno trataba de extraditarlo a Venezuela para enjuiciarlo, Estrada daría publicidad a sus archivos y muchos colaboradores adecos y comunista quedarían al descubierto. Con esto aseguraba que no lo fueran a molestar el resto de su vida fuera de Venezuela, como efectivamente ocurrió. Pedro Estrada nunca fue perturbado y vivió tranquilamente en varias ciudades de Europa hasta su muerte. Muchos de los que figuraban en esos archivos tenían en los nuevos tiempos importantes cargos en la administración pública o en el congreso.

Luego del fallecimiento de Pedro Estrada, cundió cierto nerviosismo entre ciertos militantes de AD, ya que se desconocía cuál sería el paradero de los archivos comprometedores de la S.N., hasta que pudieron contactar a los familiares del viejo policía y por una suma millonaria compraron los archivos y procedieron a destruirlos para poder dormir en calma. Su reputación de “luchadores de la resistencia y por la democracia” había quedado salvada.

Ahora bien, en nuestra búsqueda de elementos históricos de primera mano relativos a la S.N., pudimos obtener para nuestra colección, primero que todo, una placa original de detective de la S.N. Nro. 514, asignada al detective “Chichí” Méndez de la Brigada Social (Criminalística), uno de los funcionarios enviados a México por el gobierno de aquella época para capacitarse en la Policía Federal  en materia de investigación de delincuentes. (no confundir con el agente Isidro Marrero Méndez, de la Brigada Política, enjuiciado por el homicidio de Pinto Salinas).

Posteriormente y después de años de investigación y búsqueda, hemos podido localizar y obtener los originales de una pequeña parte que se salvó de los archivos secretos de la Seguridad Nacional, lo que hace un material de extraordinario valor histórico. Compartimos aquí con nuestros amigos una parte de estos documentos entre los que hay memorandos, oficios, cartas, informes, cuentas y listados o relaciones de detenidos, muchos de ellos con el sello de “CONFIDENCIAL”. Tomaremos nuestro tiempo para analizarlos todos. Aquí una muestra. Lo poco que se salvó de los pirómanos.


Post-data LB: Nos comunicmos para pedir la autorización del Sr. Luis Heraclio Medina C., quien nos respondió en los siguientes términos, vía Facebook: ""Muchas gracias, muy amable de su parte, un honor que quiera compartir nuestro artículo.  Voy a abrir su blog y su artículo. Lo invitamos al nuestro cronicasyotrashistorias blosgspot com  Feliz fin de semana". Además, recomendó un blog que desconociamos y ha sido una grata sorpresa: http://cronicasyotrashistorias.blogspot.com/

miércoles, 6 de septiembre de 2017

... Y ES

Érase un jefe de la policía política
Guido Sosola

Casi siempre se supo del principal y directo responsable de la represión en todos los regímenes del siglo XX, por distintos que fuesen los nombres que orientasen o concursasen la faena. Era difícil que escurriese el bulto, confundiéndose con el resto del gobierno, pues, cada quien tenía y celaba sus funciones.

En los tiempos de la democracia representativa, además, cuando de excesos se trataba frente a las conspiraciones de derecha y de izquierda, el titular del o los organismos represivos, mal que bien, con su nombre y apellido bien grandes, debían comparecer ante alguna comisión parlamentaria y los propios medios de comunicación. Y hubo uno que fue viceministro y, después, ministro de Relaciones Interiores, no jefe de la Digepol o del Sifa, que a la vuelta de la esquina conquistó la presidencia de la República muy a pesar de un estigma que la inteligente campaña electoral de 1973 supo revertir, gozando del beneplácito de muchos de los que lo combatieron al re-ascender al poder en 1988.

Quizá el más emblemático jefe de la policía política ha sido Pedro Estrada que, ante todo, desde los tiempos de López Contreras, fue eso: policía. Él y sus secuaces, como el Negro Sanz y los Suela-espuma de todo pelaje, ganaron buena y mala fama en sus tiempos, porque no había delincuentes comunes reinando en las calles, aunque persiguió, encarceló, mató y exilió a demasiados venezolanos por razones enteramente políticas.

Por sobrados vicios que tuviese, ciertos o falsos, como el de meter las manos en el erario público, estuvo muy lejos de entroncar con una mafia,  favoreciéndola hasta facilitarle el control de Estado. Nadie, en su sano juicio, desea exaltarlo, pero érase de los jefes de la policía política circunscrito a sus funciones: también inventaba cosas de la oposición para perseguirla o balaceaba al dirigente más pintado, e igualmente lucía elegante en el Pasapoga o el Trocadero o cualesquiera de los cabarets de la recién inaugurada avenida Urdaneta que le garantizaba la privacidad deseada, pero no se hacía el loco o ningún tribunal internacional lo buscaba para que respondiese por delitos comunes.

Estrada contó con una doble suerte, como fue la de tener a Gustavo Rodríguez para representarlo en la telenovela “Estefanía”, emblematizándolo, y de entrevistarse  largamente con Agustín Blanco Muñoz, dejando leer lo que entendió como sus verdades, desde el larguísimo exilio dorado de París. Agreguemos otra: en el siglo XXI quedó como un niñito de pecho, tras estos años de cruda y brutal represión.
06/09/2017:
https://www.lapatilla.com/site/2017/09/06/erase-un-jefe-de-la-policia-politica-por-guido-sosola/
Relacionado:
http://www.entornointeligente.com/articulo/7004113/www.ideasaludables.com

domingo, 16 de octubre de 2016

NOTICIERO RETROSPECTIVO

- Marconi Villamizar. "!Qué piensan y cómo viven los asesinos en Venezuela!". Élite, Caracas, Nr. 1535 del 05/03/1955.
- Luis Herrera Campíns. "Fue un camino nuevo (18-O)". El Nacional, Caracas, 19/10/65.
- Rubén Carpio Castillo. "Reconocimiento al Pedagógico". El Nacional, 10/07/86.
- Rafael Angel Insausti. "El Ávila en versos". Revista Shell, Caracas, Nr. 18 de 04/56.

Fotografía: Pedro Estrada, tomada de la red.

sábado, 19 de septiembre de 2015

MÁS VALE TARDE QUE NUNCA

Érase un espía
Guido Sosola


A principios de los ochenta del siglo pasado, Pedro Estrada le echó una gran vaina a Alfredo Tarre Murzi, pues, lo aseguró como confidente o espía del régimen perezjimenista. Si mal no recordamos, se lo dijo a Agustín Blanco Muñoz que redondeó la faena de sus célebres entrevistas con la del policía convertido en símbolo de la muerte y represión, ya reforzado poel magnífico papel que hizo Gustavo Rodríguez para la telenovela “Estefanía”.

La revelación produjo un gran escándalo y el temible Sanin, en una de sus mejores entregas, satirizó la versión (El Nacional, Caracas, 19/08/1983). Estaba por recibir – literalmente – la paliza que atribuyó al entonces presidente Lusinchi,  tiempo después, pero – mientras tanto, en el fragor de la campaña electoral en la que promovió a Caldera, el de la Venezuela entera que dijo que lo necesitaba, los adecos celebraron el dato, extendiéndose un manto de duda en medio de la polémica.

Érase un espía, pues, como también se dijo de los guerrilleros que pasaban por Miraflores, el Palacio Blanco o el ministerio de Relaciones Interiores, por persona interpuesta, a recibir su tajada de la partida secreta en los difíciles años sesenta y, luego, admitida la derrota, en el reajuste de los setenta. Prueba alguna se exhibía, pero se elevaba la convicción propicia para que, en un acto de venganza, algún viejo y alto funcionario, revelara un nombre por la certeza del soborno o por las simples ganas de joder: aceptemos, por más ácido que fuese el debate, que sepamos, a nadie  se aventuró en tamaña temeridad.

Por cierto, pudiera ocurrir hoy. En la sede del Legislativo ha sugerido el gobierno el favor concedido a determinados dirigentes de la oposición que inmediatamente callan, otorgando, pero – consabido – la delación significa el rompimiento de un suerte de pacto o contrato de caballeros, si cabe el término, propio del avatar político (se dirá).  Sin embargo, hay un básico convencimiento en torno al colaboracionismo que puede afectar a justos y pecadores, porque – nos inquieta - ¿si el gobierno difama o calumnia al más firme de sus adversarios, cómo solventar el problema?

Claro, el actual régimen es revanchista por vocación y cuando sepa que ya ha llegado su hora terminal, en lugar de recoger las evidencias, las dejará regadas por doquier. E, incluso, recordamos a un joven y muy notorio dirigente juvenil de la Coordinadora Democrática, merecedor de sendas entrevistas de prensa, estelarmente dominicales,  prontamente apagado con el triunfo de Chávez Frías en el conocido revocatorio, del que se dijo fue beneficiario de numerosos contratos gubernamentales.

El caso está en que Tarre Murzi tuvo que cargar con el bacalao de esa infidencia de Estrada y, aunque tuvo destacados defensores en la efímera prensa diaria, no hubo testimonios contundentes como el que ahora arroja Héctor Rodríguez Bauza en su libro de memorias, por fortuna, publicado gracias a la colaboración de los amigos más cercanos que lo saben un actor importantísimo de nuestra historia contemporánea.  Apuntó el reputado líder peceuvista: “Quisiera desenmascarar la falacia de Luis Piñerúa Ordaz según la cual Alfredo Tarre Murzi era agente de la dictadura. Fui a comienzos de enero con el camarada y médico Jesús Enrique Luongo Font a ver a Alfredo Maneiro quien estaba enfermo. Él vivía con Evelyn Capriles en Bello Monte. Al salir me encontré con un camarada acompañado de Alfredo Tarre Murzi, quien iba a plantearle a Maneiro el deseo de entrevistarse con Guillermo García Ponce, su amigo de juventud. Le habían informado que él era integrante de la Junta Patriótica, con la cual deseaba entrar en contacto. Previa consulta lo llevé a hablar con Guillermo. Con esto quiero destacar que si Tarre Murzi hubiese sido agente de la dictadura, podría haber entregado a la policía a los integrantes de la Junta Patriótica y del Frente Universitario, a los que prácticamente tuvo en sus manos, precisamente en días bastante críticos para el gobierno” (“Ida y vuelta de la utopía”, Editorial Punto, Caracas, 2015: 187).

Probablemente, Piñita fue el más bullicioso en torno a la novedad que le metió gasolina a la candela, propio de una habitual polémica ahora insospechada, pero la suerte de una publicación que tardó demasiado, como la de Héctor, endereza el asunto: más vale tarde que nunca. Quedará como una curiosidad para el historiador de estos tiempos, retándolo al hallazgo de un testimonio superior al que rotundamente deja un autor libérrimo de toda sospecha, a pesar de las ambigüedades y deslices que, al principiar los cincuenta, las hemos leído, estampó Tarre Murzi en sus artículos de El Heraldo respecto a la Junta Militar de Gobierno, por lo demás, inherentes a una época que no debemos descontextualizar.

Fuente:
http://opinionynoticias.com/opinionnacional/23830-erase-un-espia
guidososola@yandex.com
Reproducción: Momento, Caracas, nr. 606 del 25/02/1968.

ESPIONAMIENTO

martes, 21 de enero de 2014

23-E (I)

El otro 23-E
Ox Armand

El otro 23-E lo sintetizan los vencidos y, entre éstos, hay que establecer también diferencias entre quienes fueron o aparentaron ser los vencedores, pretexto para una larga polémica, y – el que nos interesa -  el perezjimenismo.  Inimagible, a la vuelta de diez años lo reivindicaban los sectores populares; peor aún, en el siglo XXI, hay sectores juveniles que lo exaltan. Y todo esto, a pesar de representar y muy bien, una oscurecida noche en nuestro historial de represión y corrupción que no desmiente los frutos de un régimen precursor del desarrollismo que posteriormente vivió horas estelares en el continente bajo el peso de las afiladas espadas de un militarismo persistente.  Digamos que, inmediatamente después de 1958, el hijo de Michelena fue ejemplo del terror que, confusos acontecimientos de la década, dijeron acaso reivindicar. Por una parte, la sola invocación de Marcos Pérez Jiménez llenaba de pánico a quienes lo sufrieron, incluyendo a familiares y relacionados, constituyendo un fenómeno que se creyó imposible de reeditar, como ocurriría con el indecible regreso de Perón al poder.

A principios de los sesenta, hubo serios intentos de reconstituir las fuerzas favorables al regreso de Pérez Jiménez sobre todo porque el ambiente aparentemente cercano al caos así lo aconsejaban, intensificada la subversión castrista en el país, a la vez que tentados aquellos altos oficiales que decían mejor atajarla y liquidarla;  el posible contraste de las obras públicas emblemáticas de la dictadura, respecto a las realizaciones del gobierno de Betancourt; y, requerido y presó en Venezuela, el papel de víctima del que también gozó el michelenero.  Ingredientes que hacían factible el éxito de un partido que no sólo reagrupara a sus antiguos beneficiarios, sino que las circunstancias le brindaran un afortunado regreso al poder. Antiguo aliado que cayó en desgracia en la etapa postrera del perezjimenato, Oscar Tamayo Suárez divulgaba la propia inexistencia del perezjimenismo (Élite, Caracas, nr. 1983 del 29/09/1963), negándole toda consistencia doctrinaria y,  egocéntrico, indispuesto al sacrificio necesario para derrocar a Rómulo.  Reacio a toda rectificación, no concibe al andino liderizando tamaño esfuerzo, porque “no es un jefe ni un Caudillo: sólo piensa en su propia comodidad”.  Además, da una lista de aquellos que se ofrecieron para la creación de una organización que lidere Marcos, ejemplificada – entre otros - por los Dres. Oscar Rodríguez Gragirena, Alberto Díaz González, P.A. Gutiérrez Alfaro, Julio Bacalao Lara, Raúl Soulés Baldó, Laureano Vallenilla Lanz, Armando Tamayo Suárez, Emigdio Medina Ron, Luis Felipe Urbaneja, Luis Alberto García Monzant, Ricardo González, Carlos Tinoco Rodil, Silvio Gutiérrez, Julián Sequera Cardot, Darío Parra, Julián Sequera Cardot, Carlos Siso Maury, Leonardo Altuve Carrillo, Domingo Michelangelli y Rafael Pinzón; generales Luis Felipe LLovera Páez, Néstor Prato, y Oscar Mazzei Carta:   coroneles Carlos Pulido Barreto y Roberto Casanova;  comandantes Alberto Paoli Chalbaud y Guillermo Pacanins; señores Fortunato Herrera, Pedro  Estrada, Régulo Fermín Bermúdez y  Luis Felipe Prato.  Es cosa de indagar quiénes realmente participaron de la tarea de fubdar esa organización que, antes de toda posterior división, encarnaba la Cruzada Cívica Nacionalista, tan explotada en el primer gobierno de Caldera por Pablo Salas Castillo y los hermanos Acero, prolija en curules parlamentarias y edilicias que se evaporaron con el estremecimiento de la polarización electoral de 1973. Y, por supuesto, evaporado Pérez Jiménez como emblema del terror, muy después – sacándole provecho – Chávez Frías reivindicaría como “mi general”.

Ese es el otro 23-E que ahora revive gracias a unos muchachos que alzan las banderas del Nuevo Ideal Nacional en pleno siglo XXI, hallando un líder para la – por cierto – otra necropolítica que está tan de moda. Claro está que ilustran la calamitosa crisis ideológica que experimentamos, sin dejar atrás la política. Esos carricitos, me han dicho, familiares también de los que hicieron una fortuna remota durante la dictadura,  versionrán el 23-E y quizá pesquen otra ocasión para intentar sabotear cualquier acto conmemorativo que celebre la oposición democrática, pues, diciéndose contrarios al chavismo, ni de vaina se arriesgan a desafiarlo.

Ilustración (magnífica ilustración): Élite, Caracas, nr. 1691 del 22/02/1958.
http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/18016-el-otro-23-e

viernes, 6 de septiembre de 2013

DE MAGNITUD (2)

El Nacional - Viernes 05 de Septiembre de 2003     A/6 Opinión
Magnicidio, tiranicidio, suicidio
Jesús Sanoja Hernández

Magnicidio es el atentado personal contra altos mandatarios . En el caso de ser perpetrado contra reyes se le llama regicidio y si es contra tiranos, tiranicidio. Magnicidio fue el John Fitzgerald Kennedy, en 1963, regicidio el de Alejandro I de Yugoslavia, en 1934, y tiranicidio el de Rafael Leonidas Trujillo, en 1961. Pero éstos, como muchísimos otros, pueden englobarse bajo el término genérico de magnicidio.
Las alternativas tiranicidas fueron defendidas en América por varios escritores, sobre todos aquellos ganados por el género panfletario. En España, los servidores del gomecismo acusaron, sin mayores pruebas, a Rufino Blanco Fombona de incitar al tiranicidio en su novela La máscara heroica. Como escribí en el prólogo a sus Ensayos históricos : “La presunción de uno de los confidentes internacionales –que Blanco Fombona estaba enterado del asesinato de Juancho Gómez, cometido cuando la novela salió de imprenta–, obedecía al sombrío servilismo de contrarrestar la campaña propagandística del destierro (...) y arrastraba la enorme falla, perdonable en el submundo del espionaje, de olvidar que Blanco Fombona y muchos más, como Jacinto López y Pío Gil, venían pregonando el tiranicidio desde tiempos atrás, y no cejarían de pregonarlo en los venideros”.
Y más adelante: “¿Se quiere otra lección en este sentido? A Laguado lo secuestran en La Habana y lo lanzan al agua, pasto de los tiburones, por haber predicado el terror individual “, pero en todos los casos las víctimas resultaban los profetas del anarquismo, los tiranicidas verbales. Gómez y los suyos jamás dijeron que mataban. Los malos hijos de la patria morían, en cambio, en las cárceles y el exilio.
¡Y eran los terroristas¡ Ni más ni menos la historia de Machado y Morales y Julio Antonio Mella”.
El asesinato de Juancho Gómez, junio de 1923, antes que debilitar al tirano, lo afianzó en el poder.
El misterio sirvió para que el ecuatoriano Gerardo Gallegos escribiera, con tendencia novelesca, el libro En el puño de Juan Vicente Gómez y, pasados los años, para que Manuel Ramón Oyón revelara ciertos detalles, Domingo Alberto Rangel reconstruyera el escenario y hasta Herrera Luque indagara sobre sus motivaciones y autoría. Ramón J. Velásquez, a su vez, ha sostenido que “la verdad se la llevó Juan Vicente Gómez a la tumba. Como la mayoría de los crímenes dinásticos, la maraña de las ambiciones esconde los personajes. Del expediente judicial se arrancaron las páginas fundamentales y quedó sólo la repetición de conocidas anécdotas”.
Habría que esperar casi treinta años para que el asesinato de Carlos Delgado Chalbaud apareciera (según Guillermo Morón en su respuesta a al eurodiputado Emilio Meléndez del Valle) como el único magnicidio de nuestra historia. Y una década más para que fracasara el magnicidio de Rómulo Betancourt, quien invocaría, a salvo del atentado y en un momento de lucidez, “el espíritu del 23 de Enero”.
Reacio espíritu, sin embargo, que lejos de volver fue a caer en las tierras de la violencia de aquellos iniciales años de la democracia representativa.
Muchos muertos, más de la oposición que del gobierno, fueron el legado de aquella década.
Si los adversarios más radicales de Chávez apelaran al magnicidio, como a veces él y algunos de su entorno denuncian, cometerían el mayor de los errores en que una oposición fortalecida pudiera caer. Y tal acto no sería tiranicidio, porque Chávez no es un tirano, sino un magistrado electo que atraviesa controvertida etapa revocatoria. Y si la oposición está segura de que por esa vía lo echarán de Miraflores, ¿para qué entonces lanzarse a una aventura cuyo desenlace podría ser fatal?
Matar a Chávez sería, pues, magnicidio, pero no tiranicidio. Y suicidio ¿qué sería? Sería, en el caso de la oposición, desechar la vía real para meterse en un laberinto, y en el de Chávez caer en “la tentación totalitaria”, desconociendo la Constitución y el proceso por los que tanto batalló. Cuestionar los resultados de un revocatorio que no le fuera favorable, o eludirlo, pasando por encima del artículo 72, sería suicidio, como fue suicidio frustrado el de la oposición con el paro de 63 días.
Es paradoja, pero también lección: no ha faltado quien haya justificado el fin de Allende por haber tolerado radicalismos izquierdistas que llevaron a Chile al borde de la cubanización y, por lo mismo, justificado y hasta exaltado el período terrorista de Pinochet. Es decir, a la condena de una democracia demasiado permisiva con sus desbordes anarquizantes, pero democracia al fin, se le opone la alternativa purificadora de un régimen de fuerza que hizo del terror su base de sustentación. No añoremos lo que ya fue vergüenza. Si queremos democracia, actuemos, los unos y los otros, como demócratas. El librito azul que le ha servido a Chávez para gobernar debe servirle también a la oposición para intentar gobernar. Lo que es igual no es trampa.

Cfr. Siete sicilianos para matar a un dictador: http://cronicasdeltanato.wordpress.com/7-sicilianos-para-matar-a-un-dictador/
Fotografía: Pedro Estrada denuncia el intento de magnicidio del otrora Presidente Pérez Jiménez.