De los temibles Assange (s)
Luis Barragán
Pormenorizada y discutible tipificación del acto sexual, cuyo desistimiento tiene una exacta correspondencia con la eficacia policial y judicial inconcebible en este lado del mundo, el delito imputado a Julian Assange esconde otro de carácter político, sobrevenido y delator de los mecanismos que se afincan para consagrar verdades y mentiras. Otros alternativos, gracias al libérrimo flujo de las redes, se asoman para que las realidades emerjan, evidenciando la desvencijada retórica de la normalidad que se ha perdido.
Doble curiosidad, por una parte, la democracia británica, careciendo de respuestas, pretende la más brutal al negar el salvoconducto a Asannge, y ensayar su captura, en franco desafío al derecho internacional. Y, por otra, una rara democracia de perpetuación de su principal demócrata, ofrece el asilo demostrando que el oportunismo no tiene límites, consabida la situación política que vive Ecuador.
Quizá la tardanza para confrontar situaciones similares en el sur, habla de un retroceso hacia la premodernidad que disimula muy bien el equipamiento telemático de importación. Poco afortunado es el que pública y plenamente identificado, incurre en una grave denuncia, siendo excesiva la temeridad de emplear los medios confidenciales, porque los servicios de inteligencia pronta y literalmente lo cazarían y, a diferencia del norte, en el mejor de los casos, la opinión pública inicialmente se estremecería para – inmediatamente – convenir en el olvido que es un miedo por siempre latente.
Un poco más, allanan la inmunidad de Julio Montoya o Miguel Ángel Rodríguez por exhibir las pruebas irrefutables del manejo que se hizo con la traída de la reserva de oro o del llamado fondo chino, imaginándonos la suerte de los funcionarios relacionados del gobierno, sometidos al implacable peso de la sospecha. Así, parece improbable la secreta remisión y ventilación virtual de toda documentación delicada, pues la más modesta reacción de rabia e indignación en el Chávez-Candanga puede acarrear una detención que a nadie le importará.
Un amigo cercano que desempeñó funciones diplomáticas más de una década atrás, nos ejemplificaba con el crudo y regular intercambio de información que, naturalmente, tuvo con la cancillería. Presumimos que, fenómenos como Wikileaks, obligarán a un redimensionamiento de los dispositivos y del lenguaje oficial, mas – depurándose con el tiempo – poco importarán las opiniones emitidas, a favor de los hechos que acarrean consecuencias condenables en el campo de los derechos humanos, la gestión administrativa, la política militar u otros afines.
El problema no es histórico, resignándonos a la espera de la demorada e interesada desclasificación de los papeles del Estado, sino político. Y, por tal, en el curso de los acontecimientos, sobre los derechos y garantías de la ciudadanía en demanda de transparencia y honestidad.
Derechos y garantías que se manifiestan a través de las más recientes tecnologías, obedeciendo al desarrollo de una misma lucha en defensa de concepciones y perspectivas de una larga y difícil evolución. De modo que el mentado delito de “sexo por sorpresa” que ya inquietará a los doctrinarios del patio, reacios a preguntarse sobre nuestra administración de justicia, tendrá sus equivalentes en el modo de perseguir a la disidencia, así empleé una anónima llamada telefónica, ya que el vilipendio parecerá poca cosa en los ardides de la criminalidad política trastocada en comedia.
El temor hacia Assange (y sus múltiplos), radicaliza las previsiones de los gobiernos de este lado del mundo respecto a la infopista. E, inexorablemente, nos actualiza en torno a las persecuciones abiertas y subrepticias de las herramientas convencionales. Sin embargo, más allá del entretenimiento que dispensan las redes sociales, hay un debate pendiente en torno a su significación y empuje inexorablemente político.
Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/internacionales/12574-de-los-temibles-assange-s
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