EL NACIONAL, Caracas, 11 de Agosto de 2001 / Papel Literario
Sotavento
Almas caninas
Adriana Villanueva
Prefiero que cuenten chistes malos, que coman chocolate y se limpien los dedos en la tapicería, que se caigan a puños, cualquier cosa antes de volver a tener una discusión ontológica en mi carro con niños de 7 años. Un viernes en la tarde –mi día del pool de transporte escolar– Diego, Camila, Eduardo y Federico conversaban mientras yo oía atentamente a Pedro Penzini comentar las incidencias del Dow Jones. De repente un grito desesperado casi me hace dar un frenazo en plena autopista. Era Eduardo: “¡No es verdad, los perros sí tienen alma!”. Federico fríamente aseguraba lo contrario: “La maestra de religión dice que los animales no tienen alma”. Eduardo, con lágrimas en los ojos, buscó mi mirada en el espejo retrovisor para que con sabiduría de adulto le reafirmara que cuando Roco –su hermoso labrador– abandonara esta perra vida, un cielo perruno lo estaría esperando. Les juro que entre todas las crisis existenciales que he tenido en mi vida, jamás se me ha pasado por la cabeza esta agonizante duda sobre la inmortalidad del alma canina. Rápidamente decidí consultar mi archivo mental de autores para ver quién me podía salvar de que estallara una guerra santa en mi carro. Auster, Paul. Tombuctú. ¡Bingo! El escritor norteamericano Paul Auster (1947), tiene entre sus obsesiones narrativas el mundo de los indigentes que optan por sobrevivir sólo con lo indispensable. Tombuctú retoma este tema desde la mirada de un perro callejero: Mr. Bones. Su amo, Willy G. Christmas, es un vagabundo, poeta, filósofo, altruista, filántropo sin techo; su muerte es inminente, y busca encontrar un nuevo amo para Mr. Bones porque sabe que perro sin amo, es igual a perro muerto. Si de algo se arrepiente Willy a la hora de su muerte es de no haber preparado a su amigo mejor para la vida: “Debí haberte enseñado a leer”. Pero ya es muy tarde, Mr.Bones se encuentra por primera vez solo, a la mediana edad de 7 años. La protección de Willy lo había hecho un perro pensante en lugar de uno de acción. Desamparado, Mr. Bones se ve en la necesidad de buscar a un nuevo amo.
“¿Tienen alma los perros?” –insiste Eduardo. Mr.Bones sin duda la tiene. Siente, sufre, sueña, confía, teme. Anhela algún día reencontrarse con Willy en Tombuctú, el maravilloso lugar que nos espera después de esta vida “donde el mapa del mundo termina, ahí es donde el mapa de Tombuctú empieza”. Mr.Bones teme que este hermoso lugar esté repleto de finas alfombras y costosas antigüedades y que a la entrada se encuentre un enorme cartel que diga: “No se permiten animales”. La duda y la esperanza que conviven en Mr. Bones son la mejor prueba de la irrefutable existencia de su alma.
“¡Contéstame por favor!” *–suplica Eduardo. Me remito a citar a Auster: “Si hay alguna justicia en este mundo, si el Dios Perro tiene alguna influencia en lo que le pasa a sus criaturas, entonces el mejor amigo del hombre se quedará al lado del hombre después de que el hombre y su mejor amigo hayan estirado la pata (...) En Tombuctú los perros pueden hablar el idioma del hombre y conversar con él como su igual, eso es lo que dicta la lógica”. Eduardo está tan contento que no me atrevo a finalizar el párrafo: “Pero, ¿quién sabe si la justicia o la lógica tienen más impacto en la próxima vida de lo que la tuvieron en esta?”.
Fotografía: Tomada de la red, muy difundida y celebrada.
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