EDICIÓN ANIVERSARIA DE EL NACIONAL, Caracas, 3 de Agosto de 2012
MIGUEL OTERO SILVA | 3 DE AGOSTO DE 1986
Periodista a toda prueba
Por Jesús Sanoja Hernández
I.
Simple y llanamente periodista
¡Periodista, ese habitante de los sótanos de la literatura! ¡Periodista, ese novelista de todos los días! ¡Periodista, ese oficiante ante el altar de lo cotidiano y lo trascendente! Miguel, a quien desde ahora quito los apellidos para darle entrada al tuteo con que nos tratábamos fue un periodista de primera fila y en todo momento, a cualquier hora, versátil, apasionado hasta la obsesión.
De Fantoches a Caricaturas
Miguel firmaba como Clemente Votella, desfiguración analógica de Clemente Vautel, autor francés muy de moda en las primeras dos décadas del siglo. Miguel, además del seudónimo Rafael Valentín, parcialmente inspirado en un personaje de La piel de la zapa, de Balzac, usó entonces el de Miotsi, composición de su nombre y apellidos. Justamente, con él firmó su nota sobre Sacco y Vanzetti, revolucionarios llevados a la silla eléctrica en aquel año, después de seis de proceso tendencioso.
Estas notas y artículos de Miguel eran humorísticos, no así sus trabajos para la revista La Universidad y la unigénita Válvula, así con minúscula propia del vanguardismo. Los títulos lo decían todo: “La sífilis”, “Cartas de amor”, “El suicidio quintaesenciado”, “Secreto de familia” y, “Josefina Baker”.
¿Qué escribió en El Imparcial?
Lamentablemente, cuando redacté el prólogo para el tomo sobre “La prensa clandestina y otros documentos” durante la dictadura gomecista, Miguel estaba en Europa y no pude precisar cuáles colaboraciones para El Imparcial, el periódico subterráneo cuya alma fue Andrés Eloy, eran suyas. A mí me resultó difícil determinar las autorías y en el caso de ambos poetas, que fueron a la vez excelentes humoristas, muchísimo más.
Su acción en el destierro
El fracaso del complot del 7 de abril significó el exilio para Miguel y muchos de sus compañeros de generación. A poco, en 1929, Betancourt publicó un panfleto En las huellas de la pezuña, dos de cuyos capítulos fueron escritos o revisados por Miguel. Se distinguen por su precisión en el relato.
En este destierro de más de siete años, Miguel no abandonó el periodismo y participó, por diferentes vías, en Heraldo Obrero, de Barcelona –y en ese trance escribe el prólogo para el libro de Gustavo Machado, El asalto a Curazao– y en The Trinidad Guardian, actividades que prolongará en su segundo destierro, a través de Mundo Obrero, órgano de los trabajadores españoles en la emigración. Hoy vocero de los comunistas cubanos, entonces “socialistas populares”, El Tiempo, de Bogotá, y El Nacional, de México.
En la clandestinidad de 1937
Vana ilusión. Tanto la represión lopecista desatada a raíz de la huelga petrolera de diciembre del 36 como la lucha de facciones en el PDN echarían por la borda aquel ideal de “partido único de las izquierdas”.
Pese a estar incluido en la lista de los 47 venezolanos clasificados como comunistas, Libro Rojo de por medio, Miguel no fue expulsado en el “Flandre”. Pasó algún tiempo en la clandestinidad y luego otra vez en el exilio, Colombia y México mayormente.
Antes de esta nueva expatriación, desde su “concha”, colaboró para La Voz del Estudiante, periódico universitario dirigido por Rafael José Neri y que vino a llenar el vacío dejado por Acción Estudiantil y por la ilegalización de FEV-Op.
Redactores de esta publicación eran Leonardo Ruiz Pineda y Rafael Heredia Peña, quienes escogerían rumbos diferentes.
Miguel apareció entonces como Julio A. Zapata, combinación de Julio Antonio Mella y Emiliano Zapata, dos mártires de su admiración. Versos humorísticos, un artículo sobre el bombardeo de Almería, algo contra La Esfera (La Camaleona) y su poema “Niño campesino” son sus aportes de ese breve período. Por cierto, este último formaba parte de Agua y cauce y se decía en la presentación que circularía muy pronto en México, con prólogo de Juan Marinello.
La prodigiosa década de los 40
El regreso a Venezuela se llenó de proyectos y realizaciones. Es la época de El Morrocoy Azul, Aquí Está…! y El Nacional, entre 1941 y 1943. En el semanario quelónido utilizó muchos recursos de la seudonimia: Morrocuá Descartes, Sherlock Morrow, Morrocoy Sprinter, Lúcido Quelonio y Mickey, cada uno adecuado al género periodístico o a la temática de los trabajos. José Ramón Medina apuntó en el prólogo de Sinfonías tontas que la idea del periódico humorístico le vino a Miguel de El be negre, que había conocido en Barcelona, y Le Canard Enchainé, de París.
Casas muertas: ¿El periodismo mata?
Los amigos de Miguel le repetían innecesariamente que el periodismo se lo estaba tragando. Miguel que, como ya sabemos por confesión suya, no distinguía entre periodismo y literatura, por lo menos en él, cuyas venas recogían afluencias de ambos torrentes, callaba con tanta terquedad como las voces le llegaban a los oídos. Al fin, decidió volver a lo que era uno de sus estados del alma.
La sorpresa fue Casas muertas, escrita en 1954 en esta misma máquina de tecleo, una Smith-Corona que él regaló a Gustavo Machado al mismo tiempo que me traspasaba el Diccionario de sinónimos, con esta advertencia: “Con eso y con la voluntad recobrada nació la novela”. Casas muertas fue bien recibida, pero no marcó distanciamiento de Miguel con el periodismo. El Nacional estaba allí todavía.
II.
MOS, El Nacional y sus inicios
Su pasantía por Aquí Está…! fue interrumpida por la fundación de El Nacional (…). En esta etapa de El Nacional demostró lo que había sido, más que hipótesis de trabajo, tesis periodística de Miguel: la pluralidad de opiniones, la promoción de talentos, la camaradería en redacción y talleres, todo bajo un concepto inviolable de democracia.
Los primeros momentos fueron difíciles, tanto por el espíritu de secta de una parte de AD y la execración del medinismo –de allí sus artículos en defensa de Rafael Vegas–, como por la división de los comunistas y el nacimiento del “partido de la reacción”, Copei. Pero aún así, EL Nacional no se desvió de la idea central de unidad dentro de la pluralidad.
El trienio 1945-48
El trienio 1945-48 fue uno de los más controversiales en lo que va de siglo y creó el espejismo de que la democracia podía sobrevivir en un país de dictaduras sin necesidad de hacer los esfuerzos para consolidar una conciencia unitaria, de defensa del sistema por encima de las divergencias. (…)
Durante todo este período de actividad de Miguel, a más de su presencia vigilante en el diario, se repartió en círculos de opinión, con duros ataques al franquismo, exaltación de Neruda y condena a sus perseguidores, visión lúcida de la chusma de Gaitán –asesinado en Bogotá, en la antesala de una guerra civil–, apreciaciones acerca de la política cubana y, por supuesto, juicios sobre la venezolana (…).
Bajo la dictadura
Poco antes del golpe de noviembre, Miguel entrevistó, en forma relampagueante, a Gallegos, quien no parecía darse cuenta de lo que venía. El Nacional pasó desde ese día por diversas formas de amenazas y presiones y hasta por cortas suspensiones. Arístides bastidas, a poco de caer la dictadura, contó esa historia que no voy a repetir.
Hasta las manchetas, esa fórmula peculiar de expresión editorial, desaparecieron por algún tiempo. Pero no cedió el periódico en su amplitud, dándole acogida a los desterrados y perseguidos, no sólo de Venezuela, sino de América y hasta de España.
Por Cuba, Guillén, Marinello. Chile, Pablo Neruda. España, la elite republicana, y México, Pedro Beroes.
El director saliente…
Estos años que van del 58 al 63 fueron de renacer vivificante de las manchetas y de prueba para un periodismo empresarial (…).
Casi dos años resistió EL Nacional la campaña cuyo propósito era lograr la quiebra del periódico o su sumisión. Finalmente Miguel entregó la dirección a Raúl Valera, quien en su artículo “Recado al director saliente”, fijó posición: “Un hombre alto, cargado de espaldas, en mangas de camisa, con profundas entradas pensativas, recoge en silencio libros, –muchos libros– papeles, pequeños objetos (…) Pero este no es sólo su puesto, sino su casa, su obra y en ella está la huella de su padre que la levantó y la puso a vivir. El diario es su hermano y a la vez su hijo”.
Los cincuenta años en el oficio
En 1976 fueron sus cincuenta años en el periodismo que él festejó de diversos modos, uno de ellos el de meter en la edición de El Nacional del 29 de septiembre diecinueve trabajos suyos, desde el editorial hasta un artículo de farándula sobre la TV, desde una crónica de deportiva sobre la Serie Mundial hasta otra sobre el Hipódromo de Caracas, desde una evocación en página de sociales, la de Carmen Elena de las Casas, hasta las candidaturas presidenciales, desde notas de página roja, hasta una entrevista al inencontrable a Rafael Cadenas.
Fin en agosto
Renovador por naturaleza, Miguel gozaba con las ediciones extraordinarias y en muchas de ellas puso alma y corazón, como la dedicada a los cinco siglos de historia de Venezuela a través de El Nacional, en las que Oscar Guaramato, uno de los seres que más quiso, y yo ayudamos en el trabajo de orfebrería y de picardía. Su esfuerzo póstumo en este sentido fue la edición dedicada al humorismo, cuya coordinación entregó a Ildemaro Torres.
También la creación de cuerpos en el periódico, que juntaran armónicamente lo que el caos de la diagramación y del temario desordenaba, lo apasionaba. A cada rato inventaba y reinventaba, en ensayos las más de las veces perdurables.
III.
Cuando El Nacional empezó a exigir dedicación completa, la biografía de Miguel se confunde con la de este diario que nació bajo estrella machadiana, haciéndose cada día un camino que no está predestinado.
En las ediciones de aquel 1943 trató los más variados temas como Mussolini en su ocaso de farsante, el fascismo y los periodistas venezolanos, el gobierno de Medina, el signo estético de gallegos, el asesinato de Juancho Gómez. En las de 1944 analizó el manifiesto de la “generación del 28”, las muertes de Job Pim y Antonio Saavedra –dos humoristas excepcionales–, los trucos electorales de Franco Quijano, la juventud de Monsanto y Cabré, el sentido universal de España y la necesidad de la unidad popular, lo que le trajo choques muy polémicos con Betancourt y Valmore Rodríguez.
El gobierno de Medina estaba a punto de ser derrocado.
Dificultades en la democracia
En 1957 fue su debate con Alejandro Otero, a quien mucho estimaba pero con quien divergía en materia de pintura. Fue la famosa polémica sobre el arte abstracto, casi paralela a la que sostenían sobre el “concepto de universidad” Mayz Ballenilla y Humberto Cuenca.
De pronto los sucesos de 1958 se precipitaron. En El Nacional el documento de los intelectuales recibió el bautismo mientras el periódico, como otros, se preparaba para la huelga de prensa del 21 de enero, anuncio de la huelga general contra la dictadura. Conocida es la lista de los periodistas y dueños de periódicos que fueron entonces a prisión.
El día auroral, Miguel escribió el artículo “Después del 23 de Enero. Y vino otra etapa como director que habría de concluir en 1963, cuando la arremetida de la OLA, una organización de sospechosa identidad que le cobraba su actitud ante Cuba y ante la izquierda, lo puso fuera y junto con él a Alfredo Conde Jahn, Díaz Rangel, Guaramato, el Gocho Guerrero, Carlos Lezama.
Ya Miguel había ganado el Premio Nacional de Periodismo, en 1960, y escrito Oficina Nº 1, en 1961, novela importantísima porque en ella, mucho más que en Casa muertas, utilizó la investigación periodística en la provincia y con testigos provenientes, en su mayoría, de la clase obrera.
“Papeles”, Aureliano Buendía
En los mismo días que circulaba semiclandestinamente Las celestiales, era lanzado el “Manifiestos de los 59”, cuya redacción fue obra de él y José Ramón Medina, y cuya finalidad era lograr un acuerdo honroso entre la izquierda en armas y el gobierno dispuesto a reprimirla por todos los medios. Lamentablemente aquello, resultó un fracaso.
La vuelta a la literatura lo entusiasmó más aún cuando estalló el llamado “boom” latinoamericano. Miguel había ideado la revista Papeles, a cuyo frente el Ateneo colocó a Ludovico Silva. Cercanas las elecciones del 68, Violeta Roffé nos reclutó a varios ilusos para fundar la revista Cambio y consiguió de Miguel respaldo económico y periodístico.
Miguel estaba con la unidad, que no se dio sino fragmentaria, a través del Frente de la Victoria. Trabajó por ella con tesón y acudió a otro seudónimo, no el Martín Fierro de los años cuarenta, sino el Aureliano Buendía que García Márquez había lanzado al mercado mágico de América. Recuerdo que defendió el triunfo de Belaúnde Ferry –luego depuesto por los militares terceristas– y que eso fue motivo para que lo atacaran quienes eran sus enemigos y lo eran, a la vez, de la fórmula frentista.
Un proyecto irrealizado
En el cruce de los 60 con los 70, cuando se creó el MAS y había una enorme ebullición ideológica, me acosó con un proyecto en el que sé que estaba incluido preferencialmente Heberto Castro Pimentel y por escogencia atinada Adriano González León, quien acababa de obtener el premio Seix Barral. También tenía anotado en la lista de Manuel Espinoza, a quien había recomendado yo para suceder a Ludovico, en vista de que yo no podía hacerlo. Dos veces me escribió desde Italia para poner en acción este semanario de nuevo tipo, con “grandes firmas”, incluso del exterior, pero dos obstáculos se atravesaron: la consecución de un buen administrador-publicista y el clima de perturbación política e ideológica que se había cernido sobre los grupos intelectuales que en los años 60 habían actuado homogéneamente.
Mirada hacia adentro
Nada se pudo, no obstante que Miguel tenía apartado el dinero para esta empresa. En 1975, agosto, cuado viajamos a Perú para recoger él material sobre Lope de Aguirre –la mayor de sus investigaciones periodísticas, pues también estuvo en Margarita y en el país vasco– la idea del semanario la había conversado con Tomás Eloy Martínez y tenía ya dimensión continental, pero tampoco pudo lograrse nada y ya, en realidad, el plan de la edición de El Nacional en Maracaibo lo obsesionaba.
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viernes, 3 de agosto de 2012
ENTREVISTADURA (2)
EL NACIONAL, Caracas, 3 de Agosto de 2012
ANIVERSARIO
JÓVITO VILLALBA | 3 DE AGOSTO DE 1959
"Soy un hombre sin otro mérito que el de perseverar"
Por Eleazar Díaz Rangel
Nadie me introdujo en su oficina. Cuando entré, él sostenía una conversación con otro dirigente de su partido, pero la interrumpió para ofrecerme asiento. Y un tabaco que rehuí. Él encendió el suyo.
—¿Podemos comenzar?
—Cuando usted quiera.
—¿Aquí o en mi casa? Yo le dije a Ismenia que nos preparara almuerzo.
—Donde sea más cómodo.
El lo decidió. Y tomó asiento. Meticuloso en todo, excepto en el peinado, porque no usa, vestía una gabardina azul, corbata a cuadros, medias blancas, zapatos negros. Con voz firme y segura empezó a hablar:
—Tenía algunas respuestas preparadas.
Yo también había organizado unas preguntas, y aunque no parecía lógico, comenzamos por sus respuestas. Tomó los lentes y leyó un papel en el que había escrito: “La capacidad de los venezolanos para dirigir o actuar en la producción nacional como dirigentes o servidores de las empresas privadas sólo es igual a su incapacidad de hacerlo como agentes del Estado”. ¿Falta de fe? “El hombre es el rey de la creación. Pero en política es la última de las criaturas”. ¿Autorretrato? “Los americanos: tan geniales para la creación y organización de la sociedad económica como torpes para su dirección política”. ¿Recordaba a Foster Dulles? “Los venezolanos admiramos a Bolívar por lo que menos vale en su trayectoria libertadora: sus triunfos militares, y lo menospreciamos —y hasta lo repudiamos— por aquello que realmente lo acredita en la historia como genio y libertador: la creación de la Gran Colombia y su intuición de la unidad nacional latinoamericana”. ¿El anti-Monroe?
Me entregó las dos hojas escritas a mano y guardó los lentes.
Pudimos hablar con tranquilidad. Algunas cuestiones que no quedaron claras, o a mi juicio, incompletas, las precisó en su coche cuando atravesábamos la ciudad. O más tarde en su estudio –muchos libros, espacio, retratos de Gandhi y Nehrú, y uno al centro ¿de Donato, su padre, o de su tío Dámaso?– Pero lo esencial de la conversación se desarrolló en su oficina.
—¿Cuáles son las preguntas?
—¿Qué determinó su rompimiento con Betancourt?
—La leyenda sobre una pugna entre Rómulo y yo no tiene base en la realidad; es más bien producto del hábito muy venezolano de interpretar la política con un criterio personalista.
—Sin embargo, la gente no cree eso…
— Es cierto que entre nosotros ha habido serias divergencias sobre el modo de enfocar algunos aspectos de la lucha política. Eso es todo.
Sus ojos no reflejaban una pizca de mentira. Pero no era todo.
—¿Por qué salió inesperadamente del país en 1939, después de haber entrado clandestinamente?
—Cuando me retiré del comando del PDN y me marché a Colombia no creía que estaba planteada la lucha desde la clandestinidad para derrocar el gobierno de López. En cambio, Rómulo opinaba, porque se lo habían dicho, que se iba a agudizar la persecución, y el mismo día de esa entrevista recibió un cablegrama en el que se le anunciaba que Raúl Leoni e Inocente Palacios habían obtenido autorización oficial para entrar a Venezuela, y entonces me fue a buscar, pero yo ya estaba decidido.
—¿Inflexible?
—Creo que fue un error mío. No hay que insistir en esa pugna. Yo hasta fui candidato a concejal de AD.
—Pero lo derrotaron.
Encendió otra vez el tabaco. Dijo que después fue una especie de francotirador en política, sin partido. El general Medina le ofreció la dirección del PDV, y la rechazó mientras esa organización estuviese ligada al aparato gubernamental.
—¿Qué piensa ahora de Rómulo, Caldera y Gustavo (Machado)?
—Son tres grandes venezolanos (y piensa un rato) a quienes hay que abonar por encima de todas las cosas su capacidad para sustentar con fe e indeclinable integridad las posiciones que hace tiempo asumieron. Lo que contra ellos se puede decir tiene que ser respecto a las ideas que sustentan. Pocos países de América tienen dirigentes de esa talla.
—¿Qué opina de Jóvito Villalba?
—Soy un hombre sin otro mérito que el de perseverar… y de no querer envejecer.
—¿Aspira a ser Presidente?
—En el orden personal, nada tengo que buscar en la Presidencia de la República porque he conquistado por otros medios lo único que un hombre como yo puede buscar en esa posición.
—¿La fama?
—Dar ejemplo y tener una posición rectora en la vida. Con ello, un político puede tener mayor vigencia histórica que muchos de nuestros mediocres mandatarios.
—Se asegura que el 23 de julio usted asumió una actitud conciliadora con Castro León, ¿es verdad?
—Nuestra gestión fue decisiva, y ella y la actitud del pueblo caraqueño evitaron el estallido de la violencia y el retroceso planteado.
(“Y esto no lo escribas, te lo digo confidencialmente. Yo había hablado previamente con Larrazábal en un rincón del Palacio porque había un ministro espía —cuyo nombre reveló— y ya en camino a La Planicie estaba trazado el plan. Les dije a Caldera y a Eugenio Mendoza que halagaríamos a Castro León para convencerlo de que fuera a Palacio, y lo logramos. Esa fue una de las situaciones más difíciles de la provisionalidad, pues imagínate que… ¡Caramba! …era el candidato de los militares a la Presidencia”).
—Qué pasaría si revelase los secretos... No es raro decir esto...
—Nada pasaría.
—¿Está seguro?
—Aquí hay gran capacidad para olvidar.
ANIVERSARIO
JÓVITO VILLALBA | 3 DE AGOSTO DE 1959
"Soy un hombre sin otro mérito que el de perseverar"
Por Eleazar Díaz Rangel
Nadie me introdujo en su oficina. Cuando entré, él sostenía una conversación con otro dirigente de su partido, pero la interrumpió para ofrecerme asiento. Y un tabaco que rehuí. Él encendió el suyo.
—¿Podemos comenzar?
—Cuando usted quiera.
—¿Aquí o en mi casa? Yo le dije a Ismenia que nos preparara almuerzo.
—Donde sea más cómodo.
El lo decidió. Y tomó asiento. Meticuloso en todo, excepto en el peinado, porque no usa, vestía una gabardina azul, corbata a cuadros, medias blancas, zapatos negros. Con voz firme y segura empezó a hablar:
—Tenía algunas respuestas preparadas.
Yo también había organizado unas preguntas, y aunque no parecía lógico, comenzamos por sus respuestas. Tomó los lentes y leyó un papel en el que había escrito: “La capacidad de los venezolanos para dirigir o actuar en la producción nacional como dirigentes o servidores de las empresas privadas sólo es igual a su incapacidad de hacerlo como agentes del Estado”. ¿Falta de fe? “El hombre es el rey de la creación. Pero en política es la última de las criaturas”. ¿Autorretrato? “Los americanos: tan geniales para la creación y organización de la sociedad económica como torpes para su dirección política”. ¿Recordaba a Foster Dulles? “Los venezolanos admiramos a Bolívar por lo que menos vale en su trayectoria libertadora: sus triunfos militares, y lo menospreciamos —y hasta lo repudiamos— por aquello que realmente lo acredita en la historia como genio y libertador: la creación de la Gran Colombia y su intuición de la unidad nacional latinoamericana”. ¿El anti-Monroe?
Me entregó las dos hojas escritas a mano y guardó los lentes.
Pudimos hablar con tranquilidad. Algunas cuestiones que no quedaron claras, o a mi juicio, incompletas, las precisó en su coche cuando atravesábamos la ciudad. O más tarde en su estudio –muchos libros, espacio, retratos de Gandhi y Nehrú, y uno al centro ¿de Donato, su padre, o de su tío Dámaso?– Pero lo esencial de la conversación se desarrolló en su oficina.
—¿Cuáles son las preguntas?
—¿Qué determinó su rompimiento con Betancourt?
—La leyenda sobre una pugna entre Rómulo y yo no tiene base en la realidad; es más bien producto del hábito muy venezolano de interpretar la política con un criterio personalista.
—Sin embargo, la gente no cree eso…
— Es cierto que entre nosotros ha habido serias divergencias sobre el modo de enfocar algunos aspectos de la lucha política. Eso es todo.
Sus ojos no reflejaban una pizca de mentira. Pero no era todo.
—¿Por qué salió inesperadamente del país en 1939, después de haber entrado clandestinamente?
—Cuando me retiré del comando del PDN y me marché a Colombia no creía que estaba planteada la lucha desde la clandestinidad para derrocar el gobierno de López. En cambio, Rómulo opinaba, porque se lo habían dicho, que se iba a agudizar la persecución, y el mismo día de esa entrevista recibió un cablegrama en el que se le anunciaba que Raúl Leoni e Inocente Palacios habían obtenido autorización oficial para entrar a Venezuela, y entonces me fue a buscar, pero yo ya estaba decidido.
—¿Inflexible?
—Creo que fue un error mío. No hay que insistir en esa pugna. Yo hasta fui candidato a concejal de AD.
—Pero lo derrotaron.
Encendió otra vez el tabaco. Dijo que después fue una especie de francotirador en política, sin partido. El general Medina le ofreció la dirección del PDV, y la rechazó mientras esa organización estuviese ligada al aparato gubernamental.
—¿Qué piensa ahora de Rómulo, Caldera y Gustavo (Machado)?
—Son tres grandes venezolanos (y piensa un rato) a quienes hay que abonar por encima de todas las cosas su capacidad para sustentar con fe e indeclinable integridad las posiciones que hace tiempo asumieron. Lo que contra ellos se puede decir tiene que ser respecto a las ideas que sustentan. Pocos países de América tienen dirigentes de esa talla.
—¿Qué opina de Jóvito Villalba?
—Soy un hombre sin otro mérito que el de perseverar… y de no querer envejecer.
—¿Aspira a ser Presidente?
—En el orden personal, nada tengo que buscar en la Presidencia de la República porque he conquistado por otros medios lo único que un hombre como yo puede buscar en esa posición.
—¿La fama?
—Dar ejemplo y tener una posición rectora en la vida. Con ello, un político puede tener mayor vigencia histórica que muchos de nuestros mediocres mandatarios.
—Se asegura que el 23 de julio usted asumió una actitud conciliadora con Castro León, ¿es verdad?
—Nuestra gestión fue decisiva, y ella y la actitud del pueblo caraqueño evitaron el estallido de la violencia y el retroceso planteado.
(“Y esto no lo escribas, te lo digo confidencialmente. Yo había hablado previamente con Larrazábal en un rincón del Palacio porque había un ministro espía —cuyo nombre reveló— y ya en camino a La Planicie estaba trazado el plan. Les dije a Caldera y a Eugenio Mendoza que halagaríamos a Castro León para convencerlo de que fuera a Palacio, y lo logramos. Esa fue una de las situaciones más difíciles de la provisionalidad, pues imagínate que… ¡Caramba! …era el candidato de los militares a la Presidencia”).
—Qué pasaría si revelase los secretos... No es raro decir esto...
—Nada pasaría.
—¿Está seguro?
—Aquí hay gran capacidad para olvidar.
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ENTREVISTADURA (3)
EDICIÓN ANIVERSARIA DE EL NACIONAL, Caracas, 3 de Agosto de 2012
RÓMULO BETANCOURT | 21 DE FEBRERO DE 1963
"Se ha podido hacer más en estos cuatro años"
Por Miguel Otero Silva
El reportaje se inició con tres brochazos psicológicos por medio de los cuales el periodista-novelista aboceta la figura del mandatario. Luego llueven las preguntas afiladas, —políticas, sociales y humanas—, que Betancourt responde con su innegable soltura de orador curtido en cien plazas públicas y en mil caseríos. Al cabo de cuatro años de gobierno constitucional, el periodista lo conduce a un recuento de sus aciertos y de sus yerros, a un análisis de sus posiciones políticas más esenciales, a una síntesis de su evolución y de su destino.
El periodista conoció a Rómulo Betancourt en los bancos de la escuela, allá por el año no sé cuantos. El profesor de gramática castellana, un caballero extravagante de apellido Montenegro, hacia esfuerzos inútiles por lograr que alguno de sus discípulos le hablara del superlativo.
—Usted, Quintana.
Quintana no sabía.
—Usted, Valdivieso.
Valdivieso tampoco sabía.
—Usted, Juliac.
Juliac miraba hacia las vetustas vigas del techo.
De improviso se levantaba Betancourt de su pupitre y se lanzaba a recitar de memoria y sin tomar aliento:
—“Los aumentativos de más uso, y los que tienen más cabida en el estilo elevado, son los llamados superlativos que generalmente terminan en ísimo, ísima; como grandísimo (de grande), blanquísimo (de blanco), utílisimo (de útil)…”.
El profesor Montenegro, que era un poquito chiflado, la verdad sea dicha, descendía de su tarima y se volcaba en estentóreos gritos de entusiasmo:
—¡Pícalo, gallo! ¡Pícalo, gallo!
Un rato más tarde, al concluir las clases, nos cruzábamos en el patio con pilares del viejo liceo, las mismas preguntas que se cruzan los párvulos de todas las generaciones:
—¿Qué piensas ser tú cuando crezcas?
—Yo, ingeniero.
—Yo, capitán de buque.
—Yo, torero.
Betancourt (el periodista cree recordarlo no obstante cuando ha llovido desde entonces, aunque también es posible que la imaginación haya puesto una migaja de su parte), Betancourt respondía:
—Yo, Presidente de la República.
Y apenas tenía 12 años.
Colmó sus precoces aspiraciones en 1958, elegido por el voto mayoritario del pueblo venezolano (ya las había satisfecho antes a medias, o a quintas, en 1945 por la vía no tan doctrinaria del golpe de Estado), y ahí lo tenemos en el solio presidencial. De acuerdo con la teoría de las probabilidades no se le concedía ninguna de finalizar su periodo, sino todas de salir con las tablas en la cabeza, a semejanza del cien por ciento de los presidentes emanados de consulta pública en el curso de nuestra historia. Los logros de los apostadores eran francamente adversos al cumplimiento de su mandato:
—¡Voy dos cajas de whisky a que no llegan al 61!
—¡Quinientos bolívares contra cien a que no llega al 63!
Llegó al 61 y llegó al 63. Justamente el día en que cumplía cuatro años de Gobierno Constitucional, se acercó el periodista a Miraflores en solicitud de este foro. Y justamente fue ese el tema inicial de nuestra charla.
—¿Cómo están las apuestas a que termino el período? —preguntó el Presidente—.
—A la par. Presidente, y no hay quien coja —respondió el periodista—.
Sonrió complacido el Presidente, aunque el periodista no se lo dijo con el ánimo de halagarlo, sino por elemental honestidad de jugador bien informado.
—Al cumplir cuatro años de gobierno y hacer balance del trecho andado, ¿cuál le parece a usted el hecho más positivo o significativo de ese gobierno?
—Considero lo más significativo la circunstancia misma que habíamos comenzado a conversar medio en broma, que el gobierno constitucional haya durado cuatro años y no se especule ya en torno a cuánto va a prolongarse su vida, sino que exista un conciencia pública, a pesar de todas las dificultades y problemas, según la cual no solamente se terminará este período sino que también se iniciará constitucionalmente el próximo.
—Y entre las realizaciones materiales, ¿cuál señalaría usted en primer término?
—Nuestro esfuerzo por la creación de un país transitable y habitable. Para citar un solo ejemplo señalaré las vías de comunicación. Espero poder hacer un recorrido en los primeros mese del año próximo, desde los límites con Colombia en el Zulia, hasta Güiria, sin salirme de carreteras pavimentadas, inaugurando al pasar la autopista Tejerías-Coche y la carretera Cumaná-Güiria.
—Y a la hora de hacerse una autocrítica, ¿cuál señalaría usted como falla más lamentable durante sus cuatro años de gobierno?
—Creo que se siguió en 1960 una política fiscal y económica inadecuada lo cual determinó que la recesión económica sufrida en esa época adquiriera mayor profundidad e intensidad. Pero —y aquí reside una de las ventajas del régimen democrático— se oyó la opinión pública, se vio que era necesario rectificar los rumbos y los rumbos fueron rectificados. Hubo que adoptar medidas, que no tengo inconveniente en calificar de impopulares, para terminar con el déficit fiscal y para lograr presentar como se ha presentado en este año, un presupuesto equilibrado. Estas medidas impopulares fueron, lo recuero bien, la rebaja de sueldos a empleados públicos, el aumento del impuesto a la gasolina, el aumento del impuesto sobre la renta, el aumento del impuesto sobre sucesiones, y el despido de personal suplementario no necesitado en los ministerios e institutos autónomos.
—En la calle se comenta…
—Espérate un momentito. Siguiendo con la pregunta anterior diría que se ha podido hacer más en estos cuatro años. Pero existen dos factores que deben tomarse en cuenta. El primero: que cuando nosotros llegamos al gobierno en 1959 no existían planes ni proyectos (me decía alguna vez Eugenio Mendoza que lo único que pudo hincar la Junta Provisional de Gobierno fue El Pulpo porque era lo único que estaba proyectado). El segundo: que la maquinaria administrativa de Venezuela es un mamotreto oxidado, mohoso y el problema consiste en adiestrar equipos humanos y crear normas administrativas nuevas para conseguir un mejor funcionamiento del aparato del Estado. Se ha avanzado en ese sentido. Hay una Comisión de Administración Pública, pero lo que ha hecho hasta ahora no es suficiente.
—Usted fue un aventajado estudiante de Derecho, un escritor político de condiciones, cambió luego ambas facultades por la política y llegó a ser Presidente de la República. ¿En ningún momento siente la nostalgia de haber sido abogado o escritor en vez de político y presidente?
—Nunca. Es cierto que llegué a escribir algunos cuentos en mi juventud, pero mi vocación esencial era la política. Y en cuanto al Derecho, tampoco me atrajo definitivamente. Tenía una concepción romántica de la abogacía y no la concebía sino como instrumento para defender causas justas. “El hombre es un animal político”, como dijo un filósofo.
—Aristóteles, Maquiavelo o Juan Jacobo Rousseau. Los tres lo dijeron.
—Pero Aristóteles lo dijo primero. Y yo no he escapado a esa inclinación humana fundamental que es, por otra parte, mi manera de servir al país donde nací. Debo decirte, sin embargo, que no he perdido mi contacto con la literatura, al menos como lector, y me interesan todos los libros de creación que se publican en Venezuela, como también leo constantemente en inglés y francés sobre los temas más diversos.
—Una última pregunta, Presidente. ¿De dónde saca usted esas palabras raras que utiliza en sus discursos?
—Son palabras comunes y corrientes del castellano. Tal vez sea de un castellano que no está muy en uso hoy en día, pero castellano a fin de cuentas. No niego que también se me escapan de vez en cuando anglicismos y galicismos, culpa de mis lecturas en inglés y francés, y de la prisa con que escribo los discursos, sin tiempo para corregirlos, con tanto ajetreo.
El periodista regresa a pie, porque el fotógrafo —el Gordo Pérez ¡genio y figura!— se marchó sin esperarlo y se llevó consigo el automóvil del periódico. Atardece sobre la capillita de El Calvario con naranjas inusitados. Más allá, frente a los bloques de edificios multicolores, crepita un tiroteo. En mitad de un muro blanco, trazado a brocha con desafiantes letras rojas, se lee: "¡Abajo Betancourt!"
El periodista tuerce sus pasos hacia El Silencio y le salen al encuentro grupos entusiastas que disparan cohetes al aire para celebrar el cuarto aniversario de su gobierno y gritan con voces no menos desafiantes: "¡Viva Betancourt!"
Es su destino.
RÓMULO BETANCOURT | 21 DE FEBRERO DE 1963
"Se ha podido hacer más en estos cuatro años"
Por Miguel Otero Silva
El reportaje se inició con tres brochazos psicológicos por medio de los cuales el periodista-novelista aboceta la figura del mandatario. Luego llueven las preguntas afiladas, —políticas, sociales y humanas—, que Betancourt responde con su innegable soltura de orador curtido en cien plazas públicas y en mil caseríos. Al cabo de cuatro años de gobierno constitucional, el periodista lo conduce a un recuento de sus aciertos y de sus yerros, a un análisis de sus posiciones políticas más esenciales, a una síntesis de su evolución y de su destino.
El periodista conoció a Rómulo Betancourt en los bancos de la escuela, allá por el año no sé cuantos. El profesor de gramática castellana, un caballero extravagante de apellido Montenegro, hacia esfuerzos inútiles por lograr que alguno de sus discípulos le hablara del superlativo.
—Usted, Quintana.
Quintana no sabía.
—Usted, Valdivieso.
Valdivieso tampoco sabía.
—Usted, Juliac.
Juliac miraba hacia las vetustas vigas del techo.
De improviso se levantaba Betancourt de su pupitre y se lanzaba a recitar de memoria y sin tomar aliento:
—“Los aumentativos de más uso, y los que tienen más cabida en el estilo elevado, son los llamados superlativos que generalmente terminan en ísimo, ísima; como grandísimo (de grande), blanquísimo (de blanco), utílisimo (de útil)…”.
El profesor Montenegro, que era un poquito chiflado, la verdad sea dicha, descendía de su tarima y se volcaba en estentóreos gritos de entusiasmo:
—¡Pícalo, gallo! ¡Pícalo, gallo!
Un rato más tarde, al concluir las clases, nos cruzábamos en el patio con pilares del viejo liceo, las mismas preguntas que se cruzan los párvulos de todas las generaciones:
—¿Qué piensas ser tú cuando crezcas?
—Yo, ingeniero.
—Yo, capitán de buque.
—Yo, torero.
Betancourt (el periodista cree recordarlo no obstante cuando ha llovido desde entonces, aunque también es posible que la imaginación haya puesto una migaja de su parte), Betancourt respondía:
—Yo, Presidente de la República.
Y apenas tenía 12 años.
Colmó sus precoces aspiraciones en 1958, elegido por el voto mayoritario del pueblo venezolano (ya las había satisfecho antes a medias, o a quintas, en 1945 por la vía no tan doctrinaria del golpe de Estado), y ahí lo tenemos en el solio presidencial. De acuerdo con la teoría de las probabilidades no se le concedía ninguna de finalizar su periodo, sino todas de salir con las tablas en la cabeza, a semejanza del cien por ciento de los presidentes emanados de consulta pública en el curso de nuestra historia. Los logros de los apostadores eran francamente adversos al cumplimiento de su mandato:
—¡Voy dos cajas de whisky a que no llegan al 61!
—¡Quinientos bolívares contra cien a que no llega al 63!
Llegó al 61 y llegó al 63. Justamente el día en que cumplía cuatro años de Gobierno Constitucional, se acercó el periodista a Miraflores en solicitud de este foro. Y justamente fue ese el tema inicial de nuestra charla.
—¿Cómo están las apuestas a que termino el período? —preguntó el Presidente—.
—A la par. Presidente, y no hay quien coja —respondió el periodista—.
Sonrió complacido el Presidente, aunque el periodista no se lo dijo con el ánimo de halagarlo, sino por elemental honestidad de jugador bien informado.
—Al cumplir cuatro años de gobierno y hacer balance del trecho andado, ¿cuál le parece a usted el hecho más positivo o significativo de ese gobierno?
—Considero lo más significativo la circunstancia misma que habíamos comenzado a conversar medio en broma, que el gobierno constitucional haya durado cuatro años y no se especule ya en torno a cuánto va a prolongarse su vida, sino que exista un conciencia pública, a pesar de todas las dificultades y problemas, según la cual no solamente se terminará este período sino que también se iniciará constitucionalmente el próximo.
—Y entre las realizaciones materiales, ¿cuál señalaría usted en primer término?
—Nuestro esfuerzo por la creación de un país transitable y habitable. Para citar un solo ejemplo señalaré las vías de comunicación. Espero poder hacer un recorrido en los primeros mese del año próximo, desde los límites con Colombia en el Zulia, hasta Güiria, sin salirme de carreteras pavimentadas, inaugurando al pasar la autopista Tejerías-Coche y la carretera Cumaná-Güiria.
—Y a la hora de hacerse una autocrítica, ¿cuál señalaría usted como falla más lamentable durante sus cuatro años de gobierno?
—Creo que se siguió en 1960 una política fiscal y económica inadecuada lo cual determinó que la recesión económica sufrida en esa época adquiriera mayor profundidad e intensidad. Pero —y aquí reside una de las ventajas del régimen democrático— se oyó la opinión pública, se vio que era necesario rectificar los rumbos y los rumbos fueron rectificados. Hubo que adoptar medidas, que no tengo inconveniente en calificar de impopulares, para terminar con el déficit fiscal y para lograr presentar como se ha presentado en este año, un presupuesto equilibrado. Estas medidas impopulares fueron, lo recuero bien, la rebaja de sueldos a empleados públicos, el aumento del impuesto a la gasolina, el aumento del impuesto sobre la renta, el aumento del impuesto sobre sucesiones, y el despido de personal suplementario no necesitado en los ministerios e institutos autónomos.
—En la calle se comenta…
—Espérate un momentito. Siguiendo con la pregunta anterior diría que se ha podido hacer más en estos cuatro años. Pero existen dos factores que deben tomarse en cuenta. El primero: que cuando nosotros llegamos al gobierno en 1959 no existían planes ni proyectos (me decía alguna vez Eugenio Mendoza que lo único que pudo hincar la Junta Provisional de Gobierno fue El Pulpo porque era lo único que estaba proyectado). El segundo: que la maquinaria administrativa de Venezuela es un mamotreto oxidado, mohoso y el problema consiste en adiestrar equipos humanos y crear normas administrativas nuevas para conseguir un mejor funcionamiento del aparato del Estado. Se ha avanzado en ese sentido. Hay una Comisión de Administración Pública, pero lo que ha hecho hasta ahora no es suficiente.
—Usted fue un aventajado estudiante de Derecho, un escritor político de condiciones, cambió luego ambas facultades por la política y llegó a ser Presidente de la República. ¿En ningún momento siente la nostalgia de haber sido abogado o escritor en vez de político y presidente?
—Nunca. Es cierto que llegué a escribir algunos cuentos en mi juventud, pero mi vocación esencial era la política. Y en cuanto al Derecho, tampoco me atrajo definitivamente. Tenía una concepción romántica de la abogacía y no la concebía sino como instrumento para defender causas justas. “El hombre es un animal político”, como dijo un filósofo.
—Aristóteles, Maquiavelo o Juan Jacobo Rousseau. Los tres lo dijeron.
—Pero Aristóteles lo dijo primero. Y yo no he escapado a esa inclinación humana fundamental que es, por otra parte, mi manera de servir al país donde nací. Debo decirte, sin embargo, que no he perdido mi contacto con la literatura, al menos como lector, y me interesan todos los libros de creación que se publican en Venezuela, como también leo constantemente en inglés y francés sobre los temas más diversos.
—Una última pregunta, Presidente. ¿De dónde saca usted esas palabras raras que utiliza en sus discursos?
—Son palabras comunes y corrientes del castellano. Tal vez sea de un castellano que no está muy en uso hoy en día, pero castellano a fin de cuentas. No niego que también se me escapan de vez en cuando anglicismos y galicismos, culpa de mis lecturas en inglés y francés, y de la prisa con que escribo los discursos, sin tiempo para corregirlos, con tanto ajetreo.
El periodista regresa a pie, porque el fotógrafo —el Gordo Pérez ¡genio y figura!— se marchó sin esperarlo y se llevó consigo el automóvil del periódico. Atardece sobre la capillita de El Calvario con naranjas inusitados. Más allá, frente a los bloques de edificios multicolores, crepita un tiroteo. En mitad de un muro blanco, trazado a brocha con desafiantes letras rojas, se lee: "¡Abajo Betancourt!"
El periodista tuerce sus pasos hacia El Silencio y le salen al encuentro grupos entusiastas que disparan cohetes al aire para celebrar el cuarto aniversario de su gobierno y gritan con voces no menos desafiantes: "¡Viva Betancourt!"
Es su destino.
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ENTREVISTADURA (4)
EDICIÓN ANIVERSARIA DE EL NACIONA, Caracas, 3 de Agosto de 2012
RAÚL LEONI | 10 DE MARZO DE 1969
"Siempre he sido un hombre común"
Por Miguel Otero Silva
Debe experimentar cierto aleteo de nostalgia al abandonar esta hermosa casa de enclaustrados patios interiores, de desbocados verdes más allá de las puertas, que ha sido adquirida y remodelada por iniciativa suya para albergar con dignidad al Jefe del Estado venezolano de hoy y de mañana. Pero el hombre no hilvana saudades sino que espera cautelosamente las preguntas del periodista.
—¿Qué políticos, doctrinas, libros influyeron más decisivamente en su formación como intelectual y hombre público?
—En primer término, y como texto de lectura sobrentendido, influyó sobre mi pensamiento la obra del Libertador: su Carta de Jamaica, su mensaje de Angostura, su ideario de libertad y justicia. Luego debo citar el libro de Gil Fortoul, la Historia Constitucional de Venezuela, que me proporcionó una visión positivista del pasado de mi país. Más tarde, a las alturas de 1928, leí con pasión a nuestros panfletistas: Pio Gil Blanco Fombona, Pocaterra, plumas que exaltaban el repudio a las dictaduras, al caudillismo y al servilismo. Al mismo tiempo devoré las obras de ensayistas latinoamericanos como José Enrique Rodó, Manuel Ugarte y el José Vasconcelos de la “raza cósmica”, que postulaban principios americanistas, nacionalistas, antiimperialistas. Más tarde, ya en el destierro, me entregué de lleno al estudio de la filosofía política moderna: nuevo liberalismo, laborismo, socialismo, marxismo. En cuanto a la literatura propiamente dicha, mi afición estuvo siempre inclinada hacia las tendencias realistas y sociales. Mis novelistas predilectos eran los rusos: Tolstoi, Dostoievsky, Gorki, Andreiev. Y los franceses: Balzac, Zola, Romain Rolland. Entre los españoles leía con frecuencia a Miguel de Unamuno.
—¿Por qué, si gran parte de sus compañeros de rebelión y de exilio se inclinaron hacia el marxismo y el comunismo, usted no tomó el mismo camino?
—La mayor parte de mis compañeros del 28 que se inclinaron abiertamente hacia el comunismo fueron aquellos que se trasladaron a Europa. Rusia y su estrella roja gravitaban categóricamente sobre el proceso político y social de los países europeos, sobre la obra de los escritores europeos. Nosotros, los del 28, éramos una juventud ignorante políticamente por falta de libros y exceso de barreras policiales. Yo no me marché a Europa sino me quedé en el área del Caribe. Al leer la filosofía marxista no perdí nunca la visual latinoamericana ni el sentido de nuestra realidad. Comprendí desde un principio que el pensamiento socialista no era aplicable esquemáticamente a toda entidad o nación. Para Venezuela, país atrasado y mediatizado, el problema consistía en quebrar las estructuras feudales, emprender la revolución democrática, conquistar los derechos más elementales. Además, me apartó siempre de los comunistas mi culto a la libertad del hombre que ellos no compartían. Pero debo advertirte que si nunca me hice comunista no fue porque me sintiera temporalmente anticomunista. Creo que la existencia de la extrema izquierda es necesaria para el funcionamiento progresista de la libertad porque sus prédicas hacen hincapié en las desigualdades sociales, son como un tábano que señala las injusticias. Por otra parte, respeto los objetivos sociales que persigue el socialismo en sus diversas expresiones y tengo la seguridad de que la humanidad marcha indefectiblemente hacia un sistema más equilibrado, más justo, de igual oportunidad para todos los seres.
—¿Se considera usted antiimperialista, como cuando leía en su juventud a Manuel Uzarte?
El Presidente se detiene un instante al pie de los crujientes bambúes y hace frente al periodista:
—Soy fundamentalmente un nacionalista, en el mejor sentido de la palabra. El mundo está dividido injustamente en países pobres y ricos, desarrollados y subdesarrollados, lo cual es tan inicuo como la división de la sociedad en poseedores y desposeídos. Yo estoy contra esos desniveles como estoy contra el armamentismo de los países poderosos. Si los recursos que se emplean en armas se dedicaran a subsanar injustitas, a cooperar con los países pobres, a reparar las propias desigualdades sociales internas, se sembrarían las bases más sólidas de la coexistencia pacífica. El destino del hombre sobre la tierra no es la guerra, ni el dominio sobre los otros hombres, sino el dominio de la naturaleza y, actualmente, del espacio, por obra y gracia de los astronautas.
—¿A usted nunca le ha tentado escribir un libro, —pregunta el periodista, esta vez en serio— bien fuera de teoría política, bien de historia, bien de memorias?
—La verdad es que nunca he tenido pretensiones de hombre superior, ni he dragoneado de genio. Más aún, me he considerado siempre un hombre del común, un venezolano medio, a quien la historia ha llamado a cumplir posiciones destacadas. Tengo, eso sí, cierta cultura política y a base de ella comencé a escribir un libro hace ya mucho tiempo. El tema era la evolución de las ideas políticas en la Venezuela moderna, arrancando de su raíz en el pasado, hasta llegar a la aparición en nuestro país de las ideas de izquierda en sus diversas modalidades. Escribí varios capítulos de ese libro en el destierro, privado de calma para pensar y de campo para las labores de investigación. Por último, en una de mis sucesivas emigraciones, se me extraviaron los primeros capítulos y también los documentos adicionales, que eran cartas interesantes de nuestros viejos caudillos. Total, que el libro se pasmó. Y si a eso le añades que con el tiempo se me ha desarrollado un sentido agudo de autocrítica, que me obliga a leer y releer muchas veces lo que escribo, te permito vaticinar que mi proyectado libro de juventud jamás saldrá a la calle.
(El periodista entra al despacho presidencial del doctor Raúl Leoni en Miraflores, durante el largo recuento de votos que estamos sufriendo los venezolanos en la primera semana de diciembre. (…) El periodista desea conocer la opinión del Presidente acerca del resultado electoral, que aún luce indeciso. “Según las informaciones de que dispongo, el doctor Gonzalo Barrios va a ganar por un margen bastante estrecho”, responde el Presidente. Y añade a renglón seguido: “Pero si no sucede así, y mi amigo entrañable y compañero de partido Gonzalo Barrios pierde las elecciones, así sea por un voto, óyelo bien, por un solo voto, este Raúl Leoni que ves aquí le entregará sin vacilar un segundo la banda presidencial al doctor Rafael Caldera”. El periodista comprende que el Presidente habla dramáticamente en serio).
Se ha hecho de noche y nos traen dos merecidos whiskys al corredor donde estamos sentados. El periodista recuerda la conversación de diciembre en Miraflores y vuelve sobre el tema:—¿Nadie le aconsejó en aquellos días que hiciera o propiciara un pequeño fraude electoral para impedir el acceso de Caldera al poder?
—Nadie me lo aconsejó, ni yo hubiera permitido que me lo aconsejaran. En Venezuela se ha avanzando tanto en el campo democrático, que ni aun los más irreconciliables enemigos de Copei insinuaron que se desconocería el resultado de las elecciones. Eso de las presiones sobre mi persona no pasa de ser una conseja, un cuento chino. La verdad histórica y absoluta es que no recibí la más leve insinuación, ni de ningún dirigente de Acción Democrática, ni de otros partidos, ni de jefe militar alguno, para que propiciara un fraude electoral. Fue el remate de una conducta cívica ejemplar que abarcó a todos los estamentos de la población venezolana.
Llega un Ministro del Despacho y se suma al whisky. El periodista aprovecha la coyuntura para despedirse con una última pregunta clásica, de esas que figuran en los textos de periodismo de la Pitman Publishing Corporation:
—¿Puede usted resumir en una sola frase su ideario político?
El Ministro nos mira alarmado, pero el Presidente se entusiasma:
—Claro que puedo: El hombre, más aún el pueblo, es el motor y el sujeto del desarrollo de una nación. Toda la actividad de los estados debe dirigirse a solucionar los problemas del hombre, ya sea habitante de la ciudad o del campo. De ahí la preocupación de mi gobierno, mientras he sido gobierno, y la mía personal por aumentar las posibilidades de realización de la persona humana y su acceso al bienestar en todos los órdenes: social, económico, político, cultural y administrativo.
RAÚL LEONI | 10 DE MARZO DE 1969
"Siempre he sido un hombre común"
Por Miguel Otero Silva
Debe experimentar cierto aleteo de nostalgia al abandonar esta hermosa casa de enclaustrados patios interiores, de desbocados verdes más allá de las puertas, que ha sido adquirida y remodelada por iniciativa suya para albergar con dignidad al Jefe del Estado venezolano de hoy y de mañana. Pero el hombre no hilvana saudades sino que espera cautelosamente las preguntas del periodista.
—¿Qué políticos, doctrinas, libros influyeron más decisivamente en su formación como intelectual y hombre público?
—En primer término, y como texto de lectura sobrentendido, influyó sobre mi pensamiento la obra del Libertador: su Carta de Jamaica, su mensaje de Angostura, su ideario de libertad y justicia. Luego debo citar el libro de Gil Fortoul, la Historia Constitucional de Venezuela, que me proporcionó una visión positivista del pasado de mi país. Más tarde, a las alturas de 1928, leí con pasión a nuestros panfletistas: Pio Gil Blanco Fombona, Pocaterra, plumas que exaltaban el repudio a las dictaduras, al caudillismo y al servilismo. Al mismo tiempo devoré las obras de ensayistas latinoamericanos como José Enrique Rodó, Manuel Ugarte y el José Vasconcelos de la “raza cósmica”, que postulaban principios americanistas, nacionalistas, antiimperialistas. Más tarde, ya en el destierro, me entregué de lleno al estudio de la filosofía política moderna: nuevo liberalismo, laborismo, socialismo, marxismo. En cuanto a la literatura propiamente dicha, mi afición estuvo siempre inclinada hacia las tendencias realistas y sociales. Mis novelistas predilectos eran los rusos: Tolstoi, Dostoievsky, Gorki, Andreiev. Y los franceses: Balzac, Zola, Romain Rolland. Entre los españoles leía con frecuencia a Miguel de Unamuno.
—¿Por qué, si gran parte de sus compañeros de rebelión y de exilio se inclinaron hacia el marxismo y el comunismo, usted no tomó el mismo camino?
—La mayor parte de mis compañeros del 28 que se inclinaron abiertamente hacia el comunismo fueron aquellos que se trasladaron a Europa. Rusia y su estrella roja gravitaban categóricamente sobre el proceso político y social de los países europeos, sobre la obra de los escritores europeos. Nosotros, los del 28, éramos una juventud ignorante políticamente por falta de libros y exceso de barreras policiales. Yo no me marché a Europa sino me quedé en el área del Caribe. Al leer la filosofía marxista no perdí nunca la visual latinoamericana ni el sentido de nuestra realidad. Comprendí desde un principio que el pensamiento socialista no era aplicable esquemáticamente a toda entidad o nación. Para Venezuela, país atrasado y mediatizado, el problema consistía en quebrar las estructuras feudales, emprender la revolución democrática, conquistar los derechos más elementales. Además, me apartó siempre de los comunistas mi culto a la libertad del hombre que ellos no compartían. Pero debo advertirte que si nunca me hice comunista no fue porque me sintiera temporalmente anticomunista. Creo que la existencia de la extrema izquierda es necesaria para el funcionamiento progresista de la libertad porque sus prédicas hacen hincapié en las desigualdades sociales, son como un tábano que señala las injusticias. Por otra parte, respeto los objetivos sociales que persigue el socialismo en sus diversas expresiones y tengo la seguridad de que la humanidad marcha indefectiblemente hacia un sistema más equilibrado, más justo, de igual oportunidad para todos los seres.
—¿Se considera usted antiimperialista, como cuando leía en su juventud a Manuel Uzarte?
El Presidente se detiene un instante al pie de los crujientes bambúes y hace frente al periodista:
—Soy fundamentalmente un nacionalista, en el mejor sentido de la palabra. El mundo está dividido injustamente en países pobres y ricos, desarrollados y subdesarrollados, lo cual es tan inicuo como la división de la sociedad en poseedores y desposeídos. Yo estoy contra esos desniveles como estoy contra el armamentismo de los países poderosos. Si los recursos que se emplean en armas se dedicaran a subsanar injustitas, a cooperar con los países pobres, a reparar las propias desigualdades sociales internas, se sembrarían las bases más sólidas de la coexistencia pacífica. El destino del hombre sobre la tierra no es la guerra, ni el dominio sobre los otros hombres, sino el dominio de la naturaleza y, actualmente, del espacio, por obra y gracia de los astronautas.
—¿A usted nunca le ha tentado escribir un libro, —pregunta el periodista, esta vez en serio— bien fuera de teoría política, bien de historia, bien de memorias?
—La verdad es que nunca he tenido pretensiones de hombre superior, ni he dragoneado de genio. Más aún, me he considerado siempre un hombre del común, un venezolano medio, a quien la historia ha llamado a cumplir posiciones destacadas. Tengo, eso sí, cierta cultura política y a base de ella comencé a escribir un libro hace ya mucho tiempo. El tema era la evolución de las ideas políticas en la Venezuela moderna, arrancando de su raíz en el pasado, hasta llegar a la aparición en nuestro país de las ideas de izquierda en sus diversas modalidades. Escribí varios capítulos de ese libro en el destierro, privado de calma para pensar y de campo para las labores de investigación. Por último, en una de mis sucesivas emigraciones, se me extraviaron los primeros capítulos y también los documentos adicionales, que eran cartas interesantes de nuestros viejos caudillos. Total, que el libro se pasmó. Y si a eso le añades que con el tiempo se me ha desarrollado un sentido agudo de autocrítica, que me obliga a leer y releer muchas veces lo que escribo, te permito vaticinar que mi proyectado libro de juventud jamás saldrá a la calle.
(El periodista entra al despacho presidencial del doctor Raúl Leoni en Miraflores, durante el largo recuento de votos que estamos sufriendo los venezolanos en la primera semana de diciembre. (…) El periodista desea conocer la opinión del Presidente acerca del resultado electoral, que aún luce indeciso. “Según las informaciones de que dispongo, el doctor Gonzalo Barrios va a ganar por un margen bastante estrecho”, responde el Presidente. Y añade a renglón seguido: “Pero si no sucede así, y mi amigo entrañable y compañero de partido Gonzalo Barrios pierde las elecciones, así sea por un voto, óyelo bien, por un solo voto, este Raúl Leoni que ves aquí le entregará sin vacilar un segundo la banda presidencial al doctor Rafael Caldera”. El periodista comprende que el Presidente habla dramáticamente en serio).
Se ha hecho de noche y nos traen dos merecidos whiskys al corredor donde estamos sentados. El periodista recuerda la conversación de diciembre en Miraflores y vuelve sobre el tema:—¿Nadie le aconsejó en aquellos días que hiciera o propiciara un pequeño fraude electoral para impedir el acceso de Caldera al poder?
—Nadie me lo aconsejó, ni yo hubiera permitido que me lo aconsejaran. En Venezuela se ha avanzando tanto en el campo democrático, que ni aun los más irreconciliables enemigos de Copei insinuaron que se desconocería el resultado de las elecciones. Eso de las presiones sobre mi persona no pasa de ser una conseja, un cuento chino. La verdad histórica y absoluta es que no recibí la más leve insinuación, ni de ningún dirigente de Acción Democrática, ni de otros partidos, ni de jefe militar alguno, para que propiciara un fraude electoral. Fue el remate de una conducta cívica ejemplar que abarcó a todos los estamentos de la población venezolana.
Llega un Ministro del Despacho y se suma al whisky. El periodista aprovecha la coyuntura para despedirse con una última pregunta clásica, de esas que figuran en los textos de periodismo de la Pitman Publishing Corporation:
—¿Puede usted resumir en una sola frase su ideario político?
El Ministro nos mira alarmado, pero el Presidente se entusiasma:
—Claro que puedo: El hombre, más aún el pueblo, es el motor y el sujeto del desarrollo de una nación. Toda la actividad de los estados debe dirigirse a solucionar los problemas del hombre, ya sea habitante de la ciudad o del campo. De ahí la preocupación de mi gobierno, mientras he sido gobierno, y la mía personal por aumentar las posibilidades de realización de la persona humana y su acceso al bienestar en todos los órdenes: social, económico, político, cultural y administrativo.
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ENTREVISTADURA (5)
EDICIÓN ANIVERSARIA DE EL NACIONAL, Caracas, 03 de Agosto de 2012
"No creo prudente dar consejos al nuevo mandatario"
RAFAEL CALDERA | 10 DE MAYO DE 1974
"No creo prudente dar consejos al nuevo mandatario"
Por Miguel Otero Silva
Es día de visita pública en La Casona. Los corredores están colmados de gente que contempla las obras de arte, atraviesa los jardines, comenta a media voz las cosas que mira. En la plazoleta exterior brota una música militar que anuncia la ceremonia de la Bandera. Son las seis en punto y aparece el presidente
—¿Cree usted, señor Presidente, que si en vez de haberse educado en un colegio de jesuitas lo hubiera hecho en una escuela laica o librepensadora, tendría las mismas ideas religiosas que hoy tiene? —pregunta el periodista.
—No lo sé exactamente. Pero sí sé que mis seis años de universidad que vinieron después tuvieron, para el hallazgo y consolidación de mis convicciones espirituales, tanta importancia como mi paso por el colegio San Ignacio. Mi enfrentamiento con la universidad me sirvió para ratificar las creencias adquiridas durante mi formación escolar y liceísta. Por lo demás, el colegio San Ignacio me ayudó a obtener un sentimiento de la responsabilidad y del deber, una aspiración permanente a la rectitud de corazón.
—¿Qué libros leía? ¿A qué maestros escuchaba con mayor devoción?
—Los maestros que tuvieron mayor influencia sobre mí fueron el padre Víctor Iriarte, desde el bachillerato, y Caracciolo Parra León, ya en la universidad. Leía con avidez las novelas de Rómulo Gallegos, atraído aún más por su contenido sociológico que por sus calidades literarias. Leía a Andrés Bello con tanto fervor que me prometí escribir algún día su biografía. Entre los españoles prefería a los ensayistas, sin hacer discriminaciones. Leía con igual interés a Unamuno y a Ortega y Gasset que a Aspiazu.
Volvemos a los patios del colegio San Ignacio. El estudiante Rafael Caldera, el primero y el más brillante en casi todas las asignaturas, era menos que mediocre en las canchas deportivas. Pifiador en tenis, lento en fútbol, torpe en boxeo. En beisbol lo colocaban de último bate y lo enviaban a jugar en el rightfield, que era el sitio del campo hacia donde iban menos pelotas.
—A veces el bateador me disparaba un flaycito a las manos y yo abría los brazos para esperarlo. Entonces mis compañeros gritaban: “¡Atájalo, Rafael, que ese te lo mandó Dios!”.
—¿Y se le caía, Presidente?
—Sí, se me caía.
En consecuencia, al igual que tantos atletas frustrados, incursionó en el periodismo deportivo. Escribió crónicas de fútbol, bajo el seudónimo de Yaracuy, bastante buenas por cierto.
—¿Cree usted realmente, señor Presidente, que después de la muerte existe un infierno con llamas, diablo y tenedor, para castigar a los pecadores, y un cielo con ángeles para premiar a los justos?
—Esa representación formal del cielo y del infierno son decorados que la imaginación y la literatura han creado y rodeado de leyendas. Yo creo en un ser superior, causa inicial de la vida, ordenador del universo, porque el universo requiere la existencia de la causa racional que lo engendró. No creo en un Dios con barbas blancas, montado en una nube, sino en un ser que rige los destinos del cosmos. También creo en el premio y el castigo después de la muerte, sin entrar a considerar la conformación de esa justicia: el premio reside en incorporarse a la armonía de la divinidad; el castigo en quedar fuera de ella. Creo en Cristo, en su figura humana y en su proyección divina.
—Aristóteles, señor Presidente, decía que el azar estaba determinado por una causa superior y divina. Kant, por su parte, definía el azar como sus principios a priori de la naturaleza. Filósofos más modernos consideraban el azar como una insuficiencia en el cálculo de las probabilidades. ¿Usted cree en el azar? ¿Considera usted que el azar influyó de alguna manera en su triunfo presidencial sobre Gonzalo Barrios? Mucha gente lo consideraba improbable…
—Yo no. Estaba absolutamente convencido, seguro de que iba a ganar las elecciones presidenciales de 1968. En cuanto a las cosas del azar, los creyentes estamos siempre tentados a referirlas a los designios de la providencia.
—¿Cómo Aristóteles?
—Cómo Aristóteles, si te parece. A posteriori, los hechos que parecen fortuitos, encuentran su explicación dentro del curso lógico de los acontecimientos. Tal razonamiento puede aplicarse al caso de mi acceso a la Presidencia de la República por el voto popular.
—Sus adversarios más enconados afirman que usted no comete pecados capitales, salvo uno…
—¿La soberbia, verdad?
—Sí, señor Presidente.
—Me honra que el escritor Augusto Mijares publicara un artículo titulado La soberbia, en el cual se refería indirectamente a esa circunstancia y asumía en cierta forma mi defensa. Debo decirte sinceramente que no me considero en pecado de soberbia. He recibido con humildad los ataques más violentos; he escuchado con atención los planteamientos críticos a mis actos negativos; le he ofrecido ministerios y otras posiciones elevadas en mi gobierno a hombres que habían sido mis adversarios. Un activista de izquierda, que estaba preso y condenado a doce años, fue libertado por mí, y al día siguiente de salir de la cárcel, declaró a los periódicos que mi política de pacificación era una farsa. Otro importante dirigente de izquierda, a quien yo había indultado con especial interés, me negó ostensiblemente el saludo cuando volví a verlo. ¿Soy yo el soberbio? Tengo firmeza en mis convicciones, eso sí, pero siempre he apelado a la opinión pública para someter a juicio mis actos.
—¿Existe algo, dentro de su gobierno, que le cause ahora una sensación de frustración, o más bien…?
—Dejé varias cosas inconclusas —me interrumpe el Presidente—. A veces me faltó el apoyo del Congreso, otras veces no conté con suficiente disponibilidad económica, o influyeron otras coyunturas. Por ejemplo, no llevé a cabo el Servicio Nacional de la Salud; no cumplí en su totalidad el programa de viviendas que me había propuesto; tampoco satisfice esa necesidad que es construirle un metro a Caracas; me faltaron las autopistas de Petare y Guarenas y de Morón a Carora. Me faltaron varias cosas más.
—En sentido contrario, ¿de cuál acto político o empresa cumplida como Presidente de Venezuela se siento hoy más satisfecho?
—Entre las realizaciones de mi gobierno, una de las que mayormente me satisface, que a momentos me hace sentir feliz, es lo que hice en beneficio de la pacificación del país. Habría querido que mis gestiones de pacificación hubieran obtenido mayor receptividad en ciertos pequeños grupos intolerantes, para que así su alcance hubiese sido total. Habría querido neutralizar las maniobras de quienes juegan a la política anarcoide con los muchachos de 16 años de los liceos. Pero, de todas maneras, se hizo mucho.
—Unas cuantas personas…
—Espérate. También me siento profundamente satisfecho por la gestión petrolera de mi gobierno, que no vacilo en calificar como el inicio de la revolución venezolana más trascendente, paralela a la que se está haciendo en el mundo. Hace unos días leí una noticia periodística bajo este título significativo: “Los países industrializados han comenzado a sentirse oprimidos por los productores de materias primas”. A partir de la conferencia de la OPEP, realizada en Caracas en 1970, la cuestión petrolera mundial ha cambiado en forma radical.
—¿Qué le aconsejaría usted a Carlos Andrés Pérez en relación con el inmenso presupuesto que le tocará administrar?
Esta vez el Presidente no sonríe.
—No creo prudente que le dé consejos al nuevo mandatario. Apenas le manifestaría mi disposición a contribuir a la paz y a la armonía del país; a contribuir a dotar al gobierno de los instrumentos precisos para gobernar. Esto significa que estoy en contra del parlamentarismo obstruccionista.
El Presidente recupera su sonrisa y dice:
—Aquí entre nos, y siempre que me prometas no publicarlo, te diré que si me pongo a darle consejos a Carlos Andrés, a lo mejor se ofende.
—Una última pregunta, señor Presidente. Entre los planes conscientes a subconscientes de Rafael Caldera ¿no estará el de volver a ser Presidente de Venezuela dentro de diez años?
—Diez años es mucho tiempo. Por cierto que fui yo mismo quien propuso incluir en la Constitución ese lapso para una posible nueva aspiración presidencial de un ciudadano venezolano que ya ha ejercido la Presidencia. Y sigo creyendo que la disposición es correcta. Hay que ver los inconvenientes que acarrearía la actitud de un Presidente que entregue el poder y al día siguiente se convierta en candidato presidencial.
El periodista está de acuerdo.
"No creo prudente dar consejos al nuevo mandatario"
RAFAEL CALDERA | 10 DE MAYO DE 1974
"No creo prudente dar consejos al nuevo mandatario"
Por Miguel Otero Silva
Es día de visita pública en La Casona. Los corredores están colmados de gente que contempla las obras de arte, atraviesa los jardines, comenta a media voz las cosas que mira. En la plazoleta exterior brota una música militar que anuncia la ceremonia de la Bandera. Son las seis en punto y aparece el presidente
—¿Cree usted, señor Presidente, que si en vez de haberse educado en un colegio de jesuitas lo hubiera hecho en una escuela laica o librepensadora, tendría las mismas ideas religiosas que hoy tiene? —pregunta el periodista.
—No lo sé exactamente. Pero sí sé que mis seis años de universidad que vinieron después tuvieron, para el hallazgo y consolidación de mis convicciones espirituales, tanta importancia como mi paso por el colegio San Ignacio. Mi enfrentamiento con la universidad me sirvió para ratificar las creencias adquiridas durante mi formación escolar y liceísta. Por lo demás, el colegio San Ignacio me ayudó a obtener un sentimiento de la responsabilidad y del deber, una aspiración permanente a la rectitud de corazón.
—¿Qué libros leía? ¿A qué maestros escuchaba con mayor devoción?
—Los maestros que tuvieron mayor influencia sobre mí fueron el padre Víctor Iriarte, desde el bachillerato, y Caracciolo Parra León, ya en la universidad. Leía con avidez las novelas de Rómulo Gallegos, atraído aún más por su contenido sociológico que por sus calidades literarias. Leía a Andrés Bello con tanto fervor que me prometí escribir algún día su biografía. Entre los españoles prefería a los ensayistas, sin hacer discriminaciones. Leía con igual interés a Unamuno y a Ortega y Gasset que a Aspiazu.
Volvemos a los patios del colegio San Ignacio. El estudiante Rafael Caldera, el primero y el más brillante en casi todas las asignaturas, era menos que mediocre en las canchas deportivas. Pifiador en tenis, lento en fútbol, torpe en boxeo. En beisbol lo colocaban de último bate y lo enviaban a jugar en el rightfield, que era el sitio del campo hacia donde iban menos pelotas.
—A veces el bateador me disparaba un flaycito a las manos y yo abría los brazos para esperarlo. Entonces mis compañeros gritaban: “¡Atájalo, Rafael, que ese te lo mandó Dios!”.
—¿Y se le caía, Presidente?
—Sí, se me caía.
En consecuencia, al igual que tantos atletas frustrados, incursionó en el periodismo deportivo. Escribió crónicas de fútbol, bajo el seudónimo de Yaracuy, bastante buenas por cierto.
—¿Cree usted realmente, señor Presidente, que después de la muerte existe un infierno con llamas, diablo y tenedor, para castigar a los pecadores, y un cielo con ángeles para premiar a los justos?
—Esa representación formal del cielo y del infierno son decorados que la imaginación y la literatura han creado y rodeado de leyendas. Yo creo en un ser superior, causa inicial de la vida, ordenador del universo, porque el universo requiere la existencia de la causa racional que lo engendró. No creo en un Dios con barbas blancas, montado en una nube, sino en un ser que rige los destinos del cosmos. También creo en el premio y el castigo después de la muerte, sin entrar a considerar la conformación de esa justicia: el premio reside en incorporarse a la armonía de la divinidad; el castigo en quedar fuera de ella. Creo en Cristo, en su figura humana y en su proyección divina.
—Aristóteles, señor Presidente, decía que el azar estaba determinado por una causa superior y divina. Kant, por su parte, definía el azar como sus principios a priori de la naturaleza. Filósofos más modernos consideraban el azar como una insuficiencia en el cálculo de las probabilidades. ¿Usted cree en el azar? ¿Considera usted que el azar influyó de alguna manera en su triunfo presidencial sobre Gonzalo Barrios? Mucha gente lo consideraba improbable…
—Yo no. Estaba absolutamente convencido, seguro de que iba a ganar las elecciones presidenciales de 1968. En cuanto a las cosas del azar, los creyentes estamos siempre tentados a referirlas a los designios de la providencia.
—¿Cómo Aristóteles?
—Cómo Aristóteles, si te parece. A posteriori, los hechos que parecen fortuitos, encuentran su explicación dentro del curso lógico de los acontecimientos. Tal razonamiento puede aplicarse al caso de mi acceso a la Presidencia de la República por el voto popular.
—Sus adversarios más enconados afirman que usted no comete pecados capitales, salvo uno…
—¿La soberbia, verdad?
—Sí, señor Presidente.
—Me honra que el escritor Augusto Mijares publicara un artículo titulado La soberbia, en el cual se refería indirectamente a esa circunstancia y asumía en cierta forma mi defensa. Debo decirte sinceramente que no me considero en pecado de soberbia. He recibido con humildad los ataques más violentos; he escuchado con atención los planteamientos críticos a mis actos negativos; le he ofrecido ministerios y otras posiciones elevadas en mi gobierno a hombres que habían sido mis adversarios. Un activista de izquierda, que estaba preso y condenado a doce años, fue libertado por mí, y al día siguiente de salir de la cárcel, declaró a los periódicos que mi política de pacificación era una farsa. Otro importante dirigente de izquierda, a quien yo había indultado con especial interés, me negó ostensiblemente el saludo cuando volví a verlo. ¿Soy yo el soberbio? Tengo firmeza en mis convicciones, eso sí, pero siempre he apelado a la opinión pública para someter a juicio mis actos.
—¿Existe algo, dentro de su gobierno, que le cause ahora una sensación de frustración, o más bien…?
—Dejé varias cosas inconclusas —me interrumpe el Presidente—. A veces me faltó el apoyo del Congreso, otras veces no conté con suficiente disponibilidad económica, o influyeron otras coyunturas. Por ejemplo, no llevé a cabo el Servicio Nacional de la Salud; no cumplí en su totalidad el programa de viviendas que me había propuesto; tampoco satisfice esa necesidad que es construirle un metro a Caracas; me faltaron las autopistas de Petare y Guarenas y de Morón a Carora. Me faltaron varias cosas más.
—En sentido contrario, ¿de cuál acto político o empresa cumplida como Presidente de Venezuela se siento hoy más satisfecho?
—Entre las realizaciones de mi gobierno, una de las que mayormente me satisface, que a momentos me hace sentir feliz, es lo que hice en beneficio de la pacificación del país. Habría querido que mis gestiones de pacificación hubieran obtenido mayor receptividad en ciertos pequeños grupos intolerantes, para que así su alcance hubiese sido total. Habría querido neutralizar las maniobras de quienes juegan a la política anarcoide con los muchachos de 16 años de los liceos. Pero, de todas maneras, se hizo mucho.
—Unas cuantas personas…
—Espérate. También me siento profundamente satisfecho por la gestión petrolera de mi gobierno, que no vacilo en calificar como el inicio de la revolución venezolana más trascendente, paralela a la que se está haciendo en el mundo. Hace unos días leí una noticia periodística bajo este título significativo: “Los países industrializados han comenzado a sentirse oprimidos por los productores de materias primas”. A partir de la conferencia de la OPEP, realizada en Caracas en 1970, la cuestión petrolera mundial ha cambiado en forma radical.
—¿Qué le aconsejaría usted a Carlos Andrés Pérez en relación con el inmenso presupuesto que le tocará administrar?
Esta vez el Presidente no sonríe.
—No creo prudente que le dé consejos al nuevo mandatario. Apenas le manifestaría mi disposición a contribuir a la paz y a la armonía del país; a contribuir a dotar al gobierno de los instrumentos precisos para gobernar. Esto significa que estoy en contra del parlamentarismo obstruccionista.
El Presidente recupera su sonrisa y dice:
—Aquí entre nos, y siempre que me prometas no publicarlo, te diré que si me pongo a darle consejos a Carlos Andrés, a lo mejor se ofende.
—Una última pregunta, señor Presidente. Entre los planes conscientes a subconscientes de Rafael Caldera ¿no estará el de volver a ser Presidente de Venezuela dentro de diez años?
—Diez años es mucho tiempo. Por cierto que fui yo mismo quien propuso incluir en la Constitución ese lapso para una posible nueva aspiración presidencial de un ciudadano venezolano que ya ha ejercido la Presidencia. Y sigo creyendo que la disposición es correcta. Hay que ver los inconvenientes que acarrearía la actitud de un Presidente que entregue el poder y al día siguiente se convierta en candidato presidencial.
El periodista está de acuerdo.
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