EL NACIONAL - Sábado 02 de Junio de 2012 Opinión/9
Lo que tienen los coleccionistas
SERGIO DAHBAR
Hace poco descubrí a las 3:00 de la mañana una pequeña joya cinematográfica en televisión.
Se llama Seraphine. Si tropieza con ese nombre en su canal de cable preferido, no la deje pasar.
Me dará las gracias. Es la historia de Séraphine Louis, lavandera nacida en 1864 en el pueblo francés de Senlis. Aunque tenía toda la imagen de una mujer precaria, que rayaba en la ingenuidad absoluta, escondía la sensibilidad de un artista excepcional.
Séraphine Louis pintaba en secreto retratos de flores y frutas. No eran esos retratos que se venden en la calle por tres bolívares. Martin Provost, el director francés de la película, supone que Séraphine poseía una visión deslumbrante. Aunque algo excéntrica en sus costumbres, y desaliñada, en su fuero interior conversaba con los ángeles. Ese milagro la impulsaba a pintar.
Cierto día Séraphine comenzó a trabajar con un crítico y coleccionista alemán, Wilhelm Uhde.
Este buen hombre escogió Senlis para poder escribir. Uhde es uno de los primeros coleccionistas de Picasso y Braque, y el descubridor de un aduanero belga que pinta cosas que parecen venir de otro mundo: nada menos que Rousseau.
Uhde no vio al principio en Séraphine nada que llamara su atención. Hasta que tropezó con sus cuadros. No pudo creer lo que encontró allí: le ruega que no deje de pintar. Uhde cree en cosas importantes: "No colecciono para vender, vendo para coleccionar", o "una colección representa la formación espiritual del hombre que la hizo". Cuando la Primera Guerra Mundial le roza los talones, escapa de Francia. A su regreso ya Séraphine será otra persona.
La transformación es brutal. Ha crecido. Su obra se ha vuelto inquietante. La naturaleza amenaza y perturba, "como si hubiera insectos por detrás". El problema o la bendición es que no sólo los espectadores perciben este peligro en sus obras: también Seraphine teme por lo que crea, porque es un reflejo de su alma y ahí se esconden unos demonios incontrolables.
La historia de la relación entre Wilhelm Uhde y Séraphine Louis me ha hecho recordar otra relación extraordinaria: la que mantuvieron los coleccionistas Ganz con la obra de Picasso. En 1997, la casa de subastas Christie’s vendió en sólo 2 horas 17 cuadros del magistral pintor aragonés en 164 millones de dólares. Sólo era una subasta, que ponía en venta la mayor colección de Estados Unidos de Picassos, perteneciente al matrimonio de Victor y Sally Ganz, protagonistas entrañables del coleccionismo moderno.
Ambos murieron ya, pero su legado cobró un reconocimiento sentido por parte de artistas y directores de galerías. Vale la pena destacar que este matrimonio amante del arte apenas invirtió 2 millones de dólares en las obras de Picasso, revelación que subraya la estatura de estos coleccionistas.
Una semana antes de contraer matrimonio, en diciembre de 1941, Victor y Sally Ganz corrieron por las calles de Manhattan hasta la galería Paul Rosenberg, en la calle 57. Allí descubrieron un curioso cuadro, El sueño (1931), inspirado en una de las amantes de Picasso, Marie-Thérese Walther, en el cual el artista compuso la figura de la mujer con la cabeza recostada sobre su hombro derecho. Numerosos críticos han llamado la atención sobre la forma en que Picasso introdujo un pene en la mitad superior del rostro de su amante.
Ilustración: Pablo Picasso, "El sueño"
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