domingo, 3 de abril de 2011

DE LA RUPTURA CON UN SUPUESTO


NOTITARDE, Valencia, 3 de Abril de 2011
Jesús y el ciego de nacimiento (jn.9,1-41)
Pbro. Lic. Joel de Jesús Núñez Flautes

El evangelio de este cuarto Domingo de Cuaresma, nos presenta el milagro que hace Jesús al devolverle la vista a un ciego de nacimiento. Así como el domingo pasado, con el diálogo de Jesús con la samaritana, el tema central era el agua que significaba el bautismo, la vida eterna, hoy se nos presenta el tema de la luz, de la fe, con la curación de este ciego de nacimiento. El tema de la luz también está relacionado con el bautismo y aquel ciego recibe la luz de la sanación por su fe en Jesús, que es la Luz del mundo. El bautismo hace que el cristiano, el creyente viva iluminado, transformado por la fe en Jesucristo.

La narración se inicia con la pregunta que hacen los discípulos a Jesús: "¿Por qué nació ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres o por su propio pecado?". La pregunta viene por la creencia judía de quien nacía enfermo o padecía una enfermedad grave era a causa del pecado de sus padres o de su propio pecado. La respuesta de Jesús es categórica, niega lo que afirmaba la cultura judía, dejando ver que la enfermedad de una persona no es consecuencia de un pecado, sino realidades de la propia naturaleza humana. Por eso, Jesús le hace el milagro de la sanación y lo cura en sábado, el día sagrado para los judíos, el día del descanso, sólo para rendir culto a Dios. Pero Jesús que es Dios en medio de los hombres, sabe que el mejor culto a Dios es el amor, la caridad hecha realidad hacia el hermano pobre, desamparado, que sufre. En esto alecciona a sus discípulos y les hace ver que el culto que Dios quiere, el verdadero sacrificio es el amor. Un culto a Dios no puede ser real, auténtico si no se vive el amor, si no se atiende al prójimo en su necesidad; ya que el hombre, el ser humano es más importante para Dios que cualquier precepto, que cualquier ritualismo.

Aquel ciego que es sanado por Jesús va siendo conducido por Él hacia la fe en su persona, fe en el Mesías, el Hijo de Dios, la Luz del Mundo, el Salvador que ha venido al mundo para traer la liberación al ser humano. Aquel ciego pasa de la ceguera física a la luz de sus ojos y de aquí a la luz de la fe con su seguimiento de Jesús, como Dios y Salvador.

En el evangelio Jesús se declara a si mismo como la Luz del mundo, aquel ciego lo reconoce como Dios, se postra ante Él afirmando que cree en su persona por lo que acaba de hacer en su vida y Jesús declara que hay algunos que no pudiendo ver con los ojos físicos, no sólo recobran la vista, sino que dan ahora el salto de la fe ("los que no ven, vean"), mientras que los que pueden ver con sus ojos físicos (los fariseos y jefes religiosos de su tiempo), no dan el salto de la fe, reniegan de Jesús, se sienten ofendidos cuando el ciego les pregunta si ellos también quieren seguirlo y lo consideran un blasfemo e irreverente por haber hecho tal milagro en el día sábado ("los que ven se queden ciegos"). El ciego desde su ceguera e ignorancia religiosa da el salto de la fe en la persona de Jesús reconociéndolo como Mesías y Salvador, mientras que los fariseos desde su soberbia espiritual, desde su formación religiosa son incapaces de ver a Jesús como Dios en medio de los hombres, que es capaz de devolverle la vista a un ciego de nacimiento, se obstinan en su incredulidad en Jesús y caen, por tanto, en una ceguera espiritual.

Jesús afirma de si mismo: "Yo soy la Luz del mundo", este "Yo Soy", recuerda la majestad de Yahvé en el Antiguo Testamento, se está afirmando, por tanto, que Jesús es Dios en medio de los hombres. El mismo Juan a lo largo de su evangelio resalta la divinidad de Jesús: Yo soy el Buen Pastor, yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, yo soy la Resurrección y la Vida, yo soy el Pan de Vida… Para no dejar dudas de que aquel hombre que contemplan sus contemporáneos, no es cualquier hombre, sino el Hijo de Dios, que ha puesto su morada en medio de la humanidad.

Aquel ciego representa nuestra ceguera, la ceguera de la humanidad y la invitación a caminar como hijos de la luz, a acercarnos a Cristo que nos puede conducir por los caminos de la iluminación, del amor, de las buenas obras, de la justicia y verdad. A vivir con radicalidad nuestro bautismo, el discipulado.

IDA Y RETORNO: Ayer tuvimos la alegría de tener un nuevo sacerdote para nuestra Arquidiócesis: el Padre Aníbal Ochoa de la Parroquia San Agustín de Guacara que viene desempeñando sus labores como formador en nuestro Seminario. Que Dios lo bendiga con el don de la fidelidad y perseverancia final, para el bien de toda la Iglesia. El próximo sábado 9 de abril será ordenado diácono el seminarista Rodolfo Verastegui de nuestra Arquidiócesis, que el Señor lo consagre con su amor. Sigamos orando por el aumento, perseverancia y fidelidad de las vocaciones sacerdotales y religiosas.

Levanto mi voz de rechazo a toda pretensión de adoctrinamiento militarista-partidista de nuestros niños y adolescentes, hecho que va contra la Constitución y la razón de ser de la escuela y educación en democracia.

Ilustración: El Lissitzky

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