sábado, 9 de abril de 2011

ANDÉN MOVIBLE


EL NACIONAL - Sábado 09 de Abril de 2011 Papel Literario/3
Igor Barreto: En mis oídos están mis ojos
NELSON RIVERA

Todavía en 1987 Igor Barreto sonreía. Un año antes, su libro Soy el muchacho más hermoso de la ciudad, había ganado el Premio otorgado por el Consejo Municipal de Sucre. Publicado en 1987, apenas el lector cruza el epígrafe del libro, justo antes del primer poema ("Soy el muchacho más hermoso de esta ciudad. / Mis besos son tan largos como un verso de Whitman. /Hay palmeras desveladas bajo mis bluyines./...) aparecía un retrato sorprendente, realizado por Ricardo Jiménez: Barreto sentado en una barbería de San Fernando de Apure, envuelto en un ancho protector blanco. La fotoleyenda dice: Barbería Europa del Sr. Carmelo Fernández.

San Fernando, abril 1986.

Todo en la escena guiña: mientras el barbero hace su trabajo, Barreto mira a la cámara con ese aire de triunfo de quien ha cumplido con su travesura. El retrato no distorsiona, sino que contribuye a marcar, desde un comienzo, esa distancia esencial que uno puede seguir en cada uno de sus libros posteriores. En cierto modo, en ese libro, pero también en su anterior ¿Y si el amor no llega? (1983), el que se afirma es un sujeto periférico, alguien que se ha quedado afuera de las cosas (de la ciudad, del amor, del terruño, de la muerte) y las mira con precisa y sonriente distancia. El poeta que escribe en 1983, "Siempre leo el horóscopo / de esas mujeres que me abandonaron (...)", es semejante al que, en Soy el muchacho más hermoso de la ciudad, arranca el poema que lleva el nombre de "Prometeo", de este modo: "... y Prometeo descendió de las torres / de Parque Central.

/ Estuvimos acodados en el mostrador / de una cafetería". En uno y otro libro, el efecto poético es producto de alejarse y tomar una posición. Desde entonces, tomar distancia ha sido el recurso para que el lector acceda a lo distinto, a eso que en su poesía se formula como irrepetible.

Estos dos libros, así lo percibo, parecen alineados en una actitud: Barreto deambula, ironiza, indaga en su extrañeza: invoca a la Mona Lisa ("Señora de los apartamentos / tú que has presenciado tantos divorcios / con la misma sonrisa..."); recuerda la muerte de su madre; sugiere la posibilidad de ver la ciudad como quien se declara ajeno a ella; se sitúa como un observador de las realidades inmediatas. Copio aquí los primeros versos del poema "Golondrinas", de ¿Y si el amor no llega?: "Quien las mira / sabe que Dios Existe / --en el último piso-- / y que ellas cruzan el apartamento celestial / a toda hora / ...".

Leídos en retrospectiva, estos dos libros de 1983 y 1987 (*), proclaman a un poeta constituido en la observación. Alguien que sonríe ante los regateos de la vida. Pero hay otros dos elementos que deseo consignar, por su eco en la obra posterior de Barreto (1952). El primero, es la sugestiva presencia de Apure en uno y otro libro.

En Soy el muchacho más hermoso de la ciudad se incluye "Leyendo el poema Reminiscencias" (del poeta Juan Vicente Torres del Valle, Apure, 1879-1917), que Barreto rescatará volverá a publicar más tarde, como quien se ha impuesto reafirmar su lazo con una tradición cultural y poética, que le es propia.

El segundo dato, caso peculiarísimo entre los poetas venezolanos, es la inauguración en ¿Y si el amor no llega? de una `estética editorial’, de una voluntad de que sus libros sean también objetos portadores de una intención estética y poética, y no meros portadores de poemas. Cada uno de los siete libros que Barreto ha publicado después, reclama un comentario sobre las calidades de su producción. No volveré a este tema en estas notas, pero quiero decir que al Barreto poeta se corresponde el Barreto editor de sus propios libros: alguien que construye un tono; que reproduce viejas fotografías que son como expresiones visuales de su poesía; que se hace sentir cada vez que incluye unas viñetas que son como gestos por descifrar, también asociados a su decir literario. Debo añadir aquí que, en varios de estos libros han sido incorporados retratos y fotografías de Ricardo Jiménez, lo que representa un intercambio, una colaboración persistente y única entre un fotógrafo y un poeta: también esta vertiente exigiría una detenida reflexión. Pero no sólo eso: Barreto reapareció en 1989 con Crónicas llanas, preciosa edición que inauguró el sello Ediciones Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro, con sede en San Fernando de Apure, que se presenta sobrio y sugestivo en lo visual, y que en el libro siguiente, Carama, del año 2000, aparece con una cargada simbología: la simbología de una lista que crece con cada libro, que contiene los nombres de los miembros de la Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro, personas que han muerto, y que Barreto rescata para la memoria del mundo, tal como Danilo Kis propuso en su magistral relato La enciclopedia de los muertos.

El llano profundo Dos años más tarde, en 1989, Barreto regresa a los lectores con Crónicas llanas. Mi sensación lectora es que en los libros que siguieron a continuación, Tierra Negra (1993), Carama (2000), Soul of Apure (2006), El llano ciego (2006) y El duelo (2010), puede seguirse al poeta en su búsqueda del llano profundo: la concentración en formas del silencio que derivan en nuevos sonidos; la soledad del hombre como bien; la imposibilidad de interpretar las señales que se escabullen en lo plano; las múltiples formas de la muerte (leyendo a Barreto he ido construyendo una relación de las posibles muertes en el llano: se muere de naufragio, de remolino, de colezato de caimán, de picadura, de fulminante centella, de zarpazo de tigre, de extravío en la selva, de viaje indescifrable, de tanto esperar, de nada esperar, de rayo, de hundimiento en el olvido, de apostar y no pagar, de arrebatarle la mujer al otro, de errar el camino o de embarcase en una lancha sin destino).

Una poesía que es el marco de lo narrable (marco de la voz que cuenta).

Que reconoce lo indescifrable. Una poesía que resiste al apuro, que se inscribe en el tiempo de espera: la que inserta el pasado y el olvido de las víctimas en el presente. Poesía que se abre a la nostalgia

Más que terruño, cosmología. Más que cuna, promontorio desde el cual mirar el país y el mundo. Más que sólo un pausado canto a las figuras de lo llanero (que lo es), una intención de avanzar hacia lo incierto. Más que una reivindicación de lo raso popular, una manifestación a favor de la belleza como lo depurado, lo despojado. Más que una poesía que testifica la experiencia de los sentidos, una que se remite al cuerpo como el lugar desde el que se produce la conexión con la realidad. Más que una poesía que levanta el expediente del llano, una que sale a buscar sus muertos, sus olvidos, sus ilusiones: los restos de recurrentes naufragios.

Me conmueve la religiosidad que late (ni siquiera susurra) en la poesía de Igor Barreto.

La complexión que hace posible este mínimo texto: "Aquellos caballos que pelearon en guerras anteriores y fueron valientes, esos, están en el cielo".

La entereza de una fenomenología poética, que no se detiene ni en lo fijo ni en lo efímero. Que no se agota en lo que nombra: si el llano es la vastedad, también es más que eso ("La promesa es un hilo tan leve"). Que, sin decirlo, nos sugiere esta posibilidad: que la resignación sea suplementaria de la belleza.

Copio en este párrafo, versos tomados de los distintos libros, separados por puntos y comas, porque pienso que ello será más elocuente que cualquier cosa que yo pueda escribir: "Mi cordel blanco, / mi conversación con los peces. / Nuestro lugar común: / ver pasar los días y las calamidades / y conservar / una misma temperatura"; "El gallo es la sombra de un apostador / hombres de vida por cobrar"; "Estas son las cosas que he conquistado: / encender la radio a cualquier hora / y solazarme íngrimo, / al casqueo de mi caballo / cuando regresa de La Arenosa, / de Puerto Infante"; "Escribir desde la conciencia del exilio.

Desarticular una visión lírica de la naturaleza, enferma de alabanza y paisaje"; "Tocan a la ventana para anunciar que ha muerto, y el perro se asoma al puerto y no ve a nadie"; "Silenciosos caballos / privados de la queja / y de la plegaria".

Una poesía que es el marco de lo narrable (marco de la voz que cuenta). Que reconoce lo indescifrable. Una poesía que resiste al apuro, que se inscribe en el tiempo de espera: la que inserta el pasado y el olvido de las víctimas en el presente. Poesía que se abre a la nostalgia: erige alguna palabra en contra de la pérdida del sentido. Poesía que se revuelve ante la pictórica del paisaje. Que desde su creciente silencio, libro a libro, inventa su propia escucha: "en mis oídos están mis ojos".

El más reciente dueto El pasado 19 de marzo, estás páginas acogieron la luminosa y llameante reflexión de Antonio López Ortega, sobre los dos más recientes libros de Igor Barreto: El duelo y Carreteras nocturnas (por cierto, en ambos la colaboración con Ricardo Jiménez alcanza una intensidad extraordinaria, que justifica pensar en una confluencia que, por momentos, sólo cabe comprender a través de la palabra comunión), que suscribo línea a línea. López Ortega lee ambos libros como pantallas que reflejan el país, entrevisto en los instantes en que una luz potente y centellante, toma cuerpo entre nosotros (de hecho, el ensayo se titula "Barreto: el inútil mapa del país").

El duelo parte de un hecho cuya crueldad agobia: un caballo desaparece de la finca de sus dueños, hasta que le encuentran: lo han matado y se lo han comido. Carreteras nocturnas es la transmutación poética del viaje en bus por la noche (por la plena infinitud de lo que se desplaza a velocidad por el espacio ya sin luz), desde el que, como dice López Ortega, "el discernimiento ya no es posible, no se diga la armonía (...) Nos quedan los despojos, regados, y ya mucho hacemos identificándolos".

Ambos libros se aproximan a las inmediaciones de lo final.

Y es aquí donde me atreveré a ofrecer una hipótesis: El duelo, en su drástica escena (Dice el poema "Aviso": Frente a la barbarie / hay / un cierto aire de cordura / que es verdaderamente / repugnante"), quizás sea el culmen, el apogeo de la travesía poética de Barreto que se ha prolongado por dos décadas. Como en el relato épico de la Grecia Antigua, aquí el hombre no gime, sino que rinde un homenaje (El duelo como homenaje es la ratificación de fidelidad, pero también anuncio de la potencia que supera el dolor). El poeta que a lo largo de ocho libros ha explorado en las facultades de la memoria, escribe: "Me tiendo sobre la cama / para olvidarlo todo, / me siento en una silla / queriendo olvidarlo todo (...)". Al final de las inquietantes páginas de este libro, que cierran con 16 fotografías de Ricardo Jiménez, una intuición ha tomado cuerpo en mi percepción: que no es sólo el final de un libro, sino del campo poético que, con toda nitidez apareció entre nosotros en 1989, con la publicación de Crónicas llanas.

Pero hay un último asunto que quiero expresar antes de poner punto final a estas notas: el sujeto que escribe Carreteras nocturnas es un hombre que se desplaza. ¿De qué trata su praxis sensible e interior? Intenta mirar afuera, descubrir en la opacidad, buscar sentido en lo que va dejando atrás. Viaja en pos de una nueva búsqueda, de una visión distinta. Me quedo con la sensación de que la poesía de Igor Barreto ha alcanzado su punto de plenitud: más de dos décadas de un ejercicio de feroz coherencia: un poeta periférico, con su estética, su ámbito temático, sus libros y su casa editorial. Un poeta inigualable, peculiar como son los grandes poetas.

(*) Releyendo a Barreto he descubierto que en 1971 publicó un libro, titulado con un lugar común: Tiempo de ausencias.

Fotografía, Vasco Szinetar: IB en el Metro de Caracas, por los ochenta.

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