viernes, 6 de abril de 2012

ENTREGA


EL CARABOBEÑO, Valencia, 22 de Marzo de 2007
Trabajar en cristiano
Pbro. Roberto Visier

Para el hombre de fe el trabajo no puede constituir simplemente un medio de sustento. A pesar de que debemos buscar el Reino de Dios y su justicia y lo demás se nos dará por añadidura, eso no nos exime de nuestro deber de trabajar para dar fruto abundante. La parábola de los talentos del capítulo 25 de San Mateo tiene un sentido espiritual muy profundo. El hombre está llamado a trabajar para multiplicar los dones recibidos de Dios que le pedirá cuenta de ellos en el juicio. Son premiados copiosamente los que supieron multiplicar por dos los talentos recibidos; sin embargo es reprendido severamente el que guardó su talento. Peor hubiera sido perderlo pero tampoco es lícito esconderlo, por eso es acusado de negligente y holgazán. Más allá de las múltiples aplicaciones espirituales, el sentido literal es una alabanza a la responsabilidad del que trabaja con interés y eficiencia y una llamada de atención contra el flojo. La pereza es un pecado capital y uno de los grandes males de nuestra sociedad venezolana. Nos gusta demasiado trabajar poco y ganar mucho o no trabajar nada y que me lo den todo regalado. Mientras esto sea así no habrá progreso verdadero, es imposible. Es sintomático que con frecuencia el extranjero progrese más y más rápido que el venezolano, no porque sea más inteligente sino porque es más sacrificado trabajando y más ordenado y también porque es mejor administrador de sus ganancias. No pretendo generalizar pero sabemos que en muchos casos es así.

En la segunda carta a los Tesalonicenses San Pablo advierte a los cristianos que deben trabajar honradamente para ganarse el pan, porque muchos andan sin hacer nada pero metiéndose en todo. No es esa la actitud del creyente que debe encontrar en el trabajo cotidiano una ocasión para santificarse. El ocio es primo hermano de los vicios; El trabajo bien hecho, en cambio, atrae multitud de bienes materiales y espirituales. Los materiales son evidentes: alimento, ropa, habitación, etc. Todo lo que el hombre necesita para llevar una vida digna. Los espirituales están condicionados a un triple efecto: la purificación, el progreso en la virtud y el servicio al prójimo.

El trabajo exige un esfuerzo en ocasiones bastante grande, de ahí que pueda ofrecerse como penitencia por los propios pecados. Realmente todo debe ser ofrecido a Dios, lo fácil y lo difícil, y todo lo ofrecido a Dios nos purifica, pero para la fragilidad de la naturaleza humana tiene un mayor mérito ofrecer lo dificultoso. Incluso puede ser más meritorio a los ojos de Dios aceptar las dificultades cotidianas, algunas unidas al trabajo, que los sacrificios ofrecidos voluntariamente como procesiones o limosnas, porque las dificultades que vienen con la vida misma son una manifestación de la voluntad de Dios que quiere que todo lo aprovechemos para el bien. Dios no nos pide que hagamos milagros o que seamos superhéroes, nos pide que cumplamos nuestras obligaciones con toda responsabilidad. Esto puede exigir a veces grandes sacrificios, incluso heroicos; en ese caso no nos faltará la ayuda omnipotente de Dios para enfrentar esas circunstancias.

El trabajo bien hecho nos hace madurar como personas, nos ayuda a adquirir virtudes sólidas, que son hábitos buenos como el orden, la puntualidad, la eficiencia, la laboriosidad, la generosidad, la paciencia, la fortaleza, el dominio de sí, etc. Todo lo que hace al hombre más humano le acerca a Dios, porque le abre al bien y a la verdad, cuya plenitud se encuentra en Dios. Las labores cotidianas entregadas a Dios, no solamente como penitencia, sino como ofrenda de la propia persona, de la propia vida puesta al servicio de Dios con generosidad, son fuente de santificación para el cristiano. Es decir, el cristiano no se santifica sólo cuando ora, cuando asiste a la Misa o recibe otros sacramentos, cuando evangeliza o practica la caridad con los pobres sino también cuando trabaja bien y además lo hace con alegría, con agradecimiento por el pan que gana con su sudor. Es evidente que una ofrenda hecha a regañadientes, con tristeza o con rabia no tiene valor. El libro del Génesis nos cuenta que la ofrenda de Caín no fue aceptada por Dios porque no era ofrecida de corazón. Del mismo modo el trabajo mal hecho, realizado por pura obligación, de mala gana, con cara amargada no nos santifica, más bien nos mancha y nos rebaja.

El trabajo debe prestarse como un servicio desinteresado a los demás, a toda la sociedad, aunque reciba su justa remuneración. El cristiano tiene que trabajar con alegría, con dedicación, con sacrificio, con fe; de lo contrario no es verdaderamente cristiano.

Fotografía de interés histórico: Portada. Momento, Caracas, nr. 241 del 26/02/61.

No hay comentarios:

Publicar un comentario