lunes, 9 de abril de 2012
DEL MENOR ESTADO MAYOR DEL PARLAMENTO
Ley del Trabajo y antiparlamentarismo oficialista
Luis Barragán
Evidentemente, hay un retroceso de las instituciones públicas en nuestro país debido al demoledor impacto que les ha propinado Chávez Frías, quien fundamentalmente se entiende como cabeza del Estado Mayor Presidencial y decisor de todas las circunstancias que nos afecten, por modestas que sean. Importa cada vez menos que las dependencias estatales sean responsables frente a la ciudadanía, pero mucho más que Miraflores se imponga, aunque la estrategia desplegada sea indiferente a la eficiencia, la eficacia y, por si fuera poco, la convincente rendición de cuentas que – suponemos – comporta.
Valga destacar el desarrollo de los mecanismos informales de actuación del alto y mediano funcionariado público, quienes frecuentemente incurren en un desorden presupuestario, atentan contra las más elementales metas y previsiones, respondiendo directa y puntualmente a las coyunturas. Sumemos que, por muy graves que sean las responsabilidades, los más elevados burócratas del aparato del Estado también asumen delicadas y simultáneas asignaciones partidistas que suelen agotar la agenda y el ritmo diario de trabajo.
El parlamento no escapa del fenómeno, aunque la mayoría cada vez más circunstancial del oficialismo ejerza todo el control político y administrativo de la instancia. Ha fracasado con una expresión paralela y excluyente, el llamado “Parlamentarismo de calle”, aunque se esmera en celebrar aquellas sesiones plenarias que garanticen la aprobación de los créditos adicionales que suelen abultar el Orden del Día, o los viajes presidenciales.
En el fondo, el socialismo del siglo XXI es de vocación antiparlamentaria, admitiéndose únicamente como elaborador auxiliar de las leyes que las prefiere directamente promulgadas desde la Presidencia de la República, sospechando de todo gesto de fiscalización y rechazando todo ademán de discusión organizada. La Asamblea Nacional ha sido – acaso – el escenario favorito del dramatismo político del chavezato, perdiendo – o pretendiendo que pierda – el valor constitucional que posee.
El diputado oficialista, sabiéndose protagonista del diseño unicameral, compite con sus pares por ganar la aquiescencia, la simpatía y – alguna temeridad refleja – la admiración de Chávez Frías. Vale decir, más allá del modelo carismático, especializado y motivador asomado en las décadas anteriores, está entregado enteramente al mediático: las emisoras radiotelevisivas del Estado son las que pueden avisar o recordar al Comandante-Presidente de su existencia, quizá útil para un futuro (vice) ministerio.
Gozando de la informalidad acomodaticia alcanzada, el chavezato de la Asamblea Nacional se resignará a la imposición de una nueva ley laboral que únicamente lo fatigará para su inmediata defensa en los actos electorales. El ejercicio de la diputación estará – precisamente – en la apología inaudita de todos los aspectos que reporte el novísimo instrumento legal, aunque todavía desconozca su naturaleza y alcance, resignándose a insultar al adversario, votar los créditos adicionales, cortejar a los ministros visitantes, confirmar a los embajadores, lograr cierta “comprensión” para sus diligencias extramuros, pues ni siquiera parece de riguroso cumplimiento la asistencia a las comisiones permanentes: para acomodarse, deberá emplear a fondo los mecanismos informales de promoción siendo desafecto a toda sobriedad y severidad que reclama la curul con la vista puesta en la vigente Constitución de la República.
Huelgan los comentarios sobre la habilitación legislativa presidencial, mas no sobran en torno a las funciones reales de la diputación oficialista. Los hay de estupendas condiciones políticas, profesionales y académicas, pero no parece necesario exhibirlas y esgrimirlas con los actos formales del parlamento cuando genera una ventajosa ganancia con la delegación múltiple de sus competencias.
Por lo demás, si fuese cierto el proyecto que circula subrepticiamente en torno a la ley laboral, se convertirá en modelo aquello de la Ley Orgánica Socialista con la amplísima y confusa retórica que ha de caracterizarla. A guisa de ilustración, la oposición representada en la Comisión Permanente de Cultura y Recreación ha elaborado y planteado un conjunto de propuestas sobre la Ley Orgánica de la Cultura que está en mora. No obstante, el oficialismo no ha formulado las suyas, acaso porque ensayará el modelo en cuestión o, esperando el turno, tiene aún la firme esperanza en un Decreto-Ley que le ahorre los riesgos que la discusión franca y abierta sugiere.
Dentro de pocos días, Miraflores sacará la Ley del Trabajo de su acostumbrada chistera. Y el oficialismo (anti) parlamentario aplaudirá afanosamente, aunque no le consultasen en momento alguno.
Ilustración: Fernando Botero.
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