EL NACIONAL - Lunes 23 de Abril de 2012 Opinión/10
Libros: Antonio Tabucchi
NELSON RIVERA
El escritor escucha en silencio. Deja que el relato fluya inexorable. El hombre que le cuenta recuerda su infancia. "Éramos tres hermanos y yo era el más joven". Hijos de un ballenero. Cuando no había ballenas pescaban morenas. El rito que se practicaba en las islas Azores consistía en cantar para llamarlas. Desde el acantilado aquel niño entonaba un canto lastimero, mientras su padre salía con su barca silenciosa a pescarlas.
El relato avanza pausado, con todos los sentidos del lector puestos en seguir lo que viene. Pasa el tiempo. Muere la madre. Los hermanos mayores se marchan. Padre e hijo se mantienen en la pesca de ballenas, a pesar de que el negocio se estrecha. Un domingo aparece en el puerto una mujer vestida de blanco que acababa de desembarcar. Ella le pidió que la condujera a un bar llamado El Bote: era su nueva propietaria.
El narrador se enamora y la sigue. Ella no le abre su puerta.
Hasta que una noche Lucas Eduino interpreta su canto a los morenas. Entonces ella le permite entrar. Enamorado, abandona al padre. "He decidido cambiar de oficio, voy a cantar en un local de Porto Pim, vendré a verte el sábado". Lo deja todo por Yeborath.
Una noche no le abre. La luz está encendida. Toca otra vez. Hasta que abre y le dice: Me marcho al día siguiente. Al fondo un anciano pregunta: ¿Qué quiere? La mujer contesta: "Está borracho, antes era ballenero pero ha dejado el arpón por la viola, durante tu ausencia me ha hecho de criado".
Lucas Eduino atraviesa esa noche la bahía de Porto Pim. Va a casa de su padre. "Entré sin encender la luz, pero él me oyó. Has vuelto, murmuró. Yo fui a la pared del fondo y descolgué mi arpón.
Me movía a la luz de la luna. No se va a cazar ballenas a estas horas de la noche, dijo él desde su lecho. Es una morena, dije yo. No sé si entendió lo que quería decir, pero no replicó ni se movió.
Me pareció como si me hiciese un gesto de despedida con la mano.
No he vuelto a verle, murió mucho antes de que yo cumpliese mi pena".
He intentado sintetizar La dama de Porto Pim , uno de los relatos que componen el libro del mismo nombre, el primero traducido a nuestra lengua (Editorial Anagrama, 1984) del recién fallecido Antonio Tabucchi (1943-2012). En aquellas nueve escuetas páginas, creo yo, está todo Tabucchi de modo inmejorable, que reaparecería una y otra vez en decenas de narraciones entrañables: ese aire de melancolía sempiterna; el extranjero (el entrometido) que llega a desempolvar una tragedia; el relato como rehabilitación de un mundo ya perdido; lo extraordinario que viene a perturbar el fondo de incalculable ordinariez de lo cotidiano, a romper el círculo sin final de una vida siempre repetida: la fractura que ocurre para que el destino de los hombres finalmente se cumpla.
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