miércoles, 24 de agosto de 2011

FUTURIBLES


Del anonimato político
Luis Barragán


Ocurre también en otros ámbitos, cuesta salir del anonimato político. Alcanzada una cierta y delimitada tribuna dirigencial, trascender a la opinión pública parece un gesto repentino del azar.

Todo dependerá de los tiempos que corran en términos de normalidad política y estabilidad institucional, acreditada la especialidad. De tratarse de un régimen de partidos, aparentemente bastará un cupo en el elenco dirigencial para adquirir la inevitable notoriedad de pareceres y posiciones, ampliada en las instancias burocráticas o parlamentarias.

Competidos o suplantados los partidos como principales agencias de socialización, la generalizada y persistente crisis política llevará a una desespecialización galopante. Por consiguiente, los profesionales del espectáculo tendrán las más acabadas oportunidades de actuar en el medio político, imponiéndose frente a los conocedores del oficio.

Simplificadas ambas fórmulas, cabría considerar la vocación de notoriedad del aspirante a salir del anonimato o de legitimarse en un terreno de inexorable aprendizaje. No constituye una enfermedad cuando la vocación de servicio público concede ese conocimiento por añadidura, caso que no es semejante al abanderado de su propia e inagotable vanidad que, además, agotando el favor de los amigos, triquiñuelando a sus adversarios reales o imaginarios, aún en el mismo bando, tiende a banalizar los problemas colectivos aupándose a sí mismo.

Dura y exigente, la disciplina política cuenta con facetas de reconocimiento inherentes que pueden o no, visar – precisamente – el conocimiento público del atareado. Tratándose de una sucesión de coyunturas efímeras, con un protagonismo efímero, únicamente la suerte prodigará ese conocimiento, al lado de otros que están precedidos por ella al internarse en el medio específico.

Quizá la fórmula concluyente está en que la fama, término ambigüo y temido que genera costos frecuentemente indeseables, luce inevitable cuando se tiene un sostenido y convencido trabajo – valga recalcar - desinteresado por ella. O, el más palpable indicador de la crisis, la obsesión puede llegar a tal calibre que no necesariamente tendrá por sustento el trabajo genuinamente realizado.

La rápida reflexión viene al caso, después de observar una fotografía de Teodoro Petkoff en el convulsionado escenario universitario de principios de los sesenta. El redactor refiere las espontáneas acciones celebradas en el medio estudiantil, sin adivinar la importancia que el orador adquiriría por esos mismos años (Momento, Caracas, nr. 224 del 28/10/60).

El autor de la aludida nota, relacionada con los disturbios consecutivos del orden público por entonces, no estaba en el deber de conocer al dirigente, pues, en el PCV de su militancia, apenas comenzaba a escucharse nacionalmente a “Petckot” (Tribuna Popular, Caracas, 06/05/60), novel presidente de la legislatura regional de Miranda, o “Petkokk” (Elite, Caracas, nr. 1834 del 01/11/60). Convengamos que, como hoy, hubo figuras consagradas que impedían – justamente – ese ejercicio de adivinación.

Ejercicios de tal monta suelen exagerar, como le ocurrió a Jorge Olavarría en un reportaje de 2000 sobre la dirigencia de la década para El Nacional de Caracas, faltando nombres que han destacado a pesar del libreto, probablemente por faltarle la discreción que tuvo Inés Quintero, otro ejemplo, al reportar el cambio de elencos políticos para Venezuela Analítica. En todo caso, al parecer, nada está escrito y puede juntarse el Antonio Machado del caminante, no hay camino…, con el Eudomar Santos con el como vaya viniendo…

Fuente: http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/9191-del-anonimato-politico
Fotografía: Momento, Caracas, nr. 224 del 28/10/60.

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