martes, 2 de agosto de 2011

24 HORAS EN EL MUNDO DE AYER


EL NACIONAL - Lunes 01 de Agosto de 2011 Opinión/7
Libros: Stefan Zweig
NELSON RIVERA

Cada tanto lo abro en cualquier parte y me regalo una docena de sus páginas. En cada oportunidad, la misma sensación de gratitud, el mismo silencioso regocijo de haber recibido los dones de un hombre fuera de lo común. No sólo es el libro que más he regalado a gente que quiero, sino es el primero que se me ocurre nombrar cuando alguien me pide que le recomiende algo para leer. Me percato de que El mundo de ayer es uno de mis pensamientos recurrentes, un lugar destacado entre mis preferencias. De tanto que me importa, nunca antes he escrito ni siquiera uno de estos breves que publico aquí los lunes. Me serviré de una arbitraria efeméride para justificar estas líneas intervenidas de nostalgia: se cumple una década desde que la editorial El Acantilado (España, 2001) publicara la bella edición de la que tantos hemos disfrutado.

De sus muchos atributos, el que sigue: Zweig elabora un retrato de un siglo XX del que apenas quedan rastros. Es, por encima de todo, la fisonomía de un mundo casi perdido. A despecho de su personalísima constitución, de lo acertado o equívoco que pueda resultar a unos y otros lectores, allí hay una sensibilidad, una geografía, una cultura, unos temores y unas nostalgias. Una Europa en fase de derrumbe.

En Zweig aprendí a leer a Sándor Márai, pero también a muchos otros escritores del siglo XX centroeuropeo. Zweig es el ceremonioso que fija las coordenadas con las que uno metaboliza a Danilo Kis, Victor Klemperer, Joseph Roth, Ivan Klima, Agota Kristof, Bruno Schulz y hasta el mismísimo Vasili Grossman. Pero hay algo más: Zweig puede ser el punto de partida para leer escritores que le precedieron como Robert Walser.

¿Por qué? Porque El mundo de ayer es un fabuloso inventario de la cultura y el espíritu, de los modos del pensar y de las tragedias que crecían debajo de la superficie más visible. Es un libro que mira el mundo, la maravilla de la creación y la fragilidad de lo humano. Puesto que fue un privilegiado, es un texto escrito sin rencor. Una obra escrita sin el deseo de convencer. Prosa limpia y clarividente de un hombre que estaba de vuelta de todo, y que además había decidido quitarse la vida en cuanto acabara de escribir su testimonio.

Si alguno de mis hijos me preguntara alguna vez qué leer, entre las infinitas opciones que plantea esta imposible y muy retórica pregunta, creo que les hablaría de los libros cuyo secreto consiste en debatir la convivencia. Y extendería los cinco dedos de mi mano para decirles: algo de Schopenhauer, los ensayos de Montaigne, algunos cuentos de Tolstoi donde no podría faltar Cuánta tierra necesita un hombre, también algunos memorables de Hemingway (como Las nieves del Kilimanjaro) y, por supuesto, El mundo de ayer del maestro de maestros, Stefan Zweig.

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