lunes, 8 de agosto de 2011
ENSAYOS LUMÍNICOS
EL NACIONAL - Lunes 08 de Agosto de 2011 Opinión/7
Libros: Guido Ceronetti
NELSON RIVERA
Lo de Ceronetti con Baruch Spinoza (1632-1677) es un cuerpo a cuerpo, una contienda sin guión, un acometimiento sin reglas: el italiano irrumpe con el látigo de su lengua en la obra y en la vida del filósofo judío portugués. La pregunta de Ceronetti roza el escándalo: ¿Conocía Spinoza el corazón humano? De tanto volver a sus páginas lleva consigo la admiración pero también el reclamo: la perfección del pensamiento spinoziano, su radical inteligencia, la sincopada armonía con que expone sus tesis, su inmaculado celibato, son quizás indicadores de su posible limitación: su imposibilidad ante el abismo de la condición humana. "El sentimiento trágico es la bestia negra de Spinoza".
Ceronetti (1927) le dedica dos ensayos a Spinoza: en ambos el movimiento de la escritura parece estar creando, a cada instante, el camino por el que transita.
Suenan los martillos, las palas cuando se entierran en las ideas, los picos cuando se estrellan contra los desplantes de la realidad: este Ceronetti ruidoso excede al Ceronetti nostálgico, satírico y localista de Pequeño infierno turinés (libro que podría calificar como próximo a la crónica periodística), y al Ceronetti intenso, perturbador y por momentos agónico, el ensayista de El cantar de los cantares y de su inclasificable libro de prosas El silencio del cuerpo.
La linterna del filósofo (Ediciones El Acantilado, España, 2010) reúne una veintena de ensayos, de muchas épocas: si no me equivoco van de 1969 hasta una breve nota firmada en 2005.
El título puede resultar equívoco: el temario no se agota en los asuntos de la filosofía y se extiende hacia lo literario, hacia consideraciones sobre la vida de nuestro tiempo (por ejemplo, la fragilidad del peatón ante el conductor de automóvil que indaga en El automóvil y la carne) o formula denuncias como la relativa a la amenaza ambiental que se cierne sobre el planeta. También Ceronetti vuelve aquí a uno de sus gustos medulares, los textos bíblicos, en este caso, dedicado a Salmo 8 y Génesis 9.
Un perro de Goya se detiene en la pintura conocida como Perro semihundido, que Ceronetti entiende como representación del hombre vencido, doblegado por las fuerzas que lo sobrepasan: "La suprema representación del hombre jeringado (por Dios, por la vida, por los hombres, por el genoma, por todo) es este perro de Las Pinturas Negras, este perro infinitamente solo. Goya, el gran moderno, es el perfecto e inexorable Antiguo; se ocupa de lo esencial: hombre frente a Dios, hombre embrujado, hombre apasionado, hombre taurómaco, hombre jeringado. Del mismo modo que Carlos V nos hace a todos caballeros, Goya el vidente, en su perro infinito, nos hace a todos jeringados".
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