martes, 30 de agosto de 2011

TESTIMONIO


EL NACIONAL - SÁBADO 27 DE AGOSTO DE 2011 PAPEL LITERARIO/2
En recuerdo de Vicente Gerbasi
Con un prólogo de Jacqueline Goldberg, Laberinto Ediciones ha publicado en México una cuidada edición de Mi padre el inmigrante, hito fundamental en la obra de Vicente Gerbasi (1913-1992). De su presentación en Caracas quedó un invaluable testimonio: el texto, cargado de evocación y recuerdos, que Gonzalo Gerbasi, uno de sus hijos, leyó en homenaje al poeta de Canoabo
GONZALO GERBASI

Antes que nada quiero agradecer en nombre de todos los miembros de la familia Gerbasi esta cordial invitación que se nos ha hecho para recordar a nuestro padre, abuelo y bisabuelo.

Aquí estamos presentes sus hijos con nuestros respectivos cónyuges y algunos de sus nietos y bisnietos. Los que faltan están en otras tierras lejanas, al amparo de la seguridad y de un futuro más promisorio o por lo menos de un futuro.

¡Tristeza e ironías de la vida! Hoy celebramos una nueva edición, incluso extranjera, de Mi Padre el Inmigrante, mientras algunos nietos del poeta, como muchos otros jóvenes venezolanos, son emigrantes de esta Tierra de Gracia y otros están preparando maletas.

Anecdotario Se me ha pedido que cuente algunas anécdotas del poeta, pues bien voy a hablarles de algunos hechos pocos conocidos de su vida. Como ustedes saben Vicente nació en Canoabo el 2 de junio de 1913. Pasó parte de su infancia en esa aldea carabobeña hasta que a principio de 1920 mi abuelo Giovanbattista Gerbasi, quien había amasado una pequeña fortuna con el cultivo del café y el cacao, decidió que él y sus hermanos menores debían ir a estudiar a Italia. Se fueron con mi abuela Ana María Federico Pifano, por supuesto en barco, hasta el pueblo natal de sus progenitores, un pueblo incrustado en la montaña llamado Vibonati, una aldea viñatera en el Golfo de Policastro, a orillas del mar Tirreno, en la región de Salerno. En Italia estudió primero en Campora y luego fue a un colegio llamado Convitto Cavour, en Florencia, en donde cursó los estudios de bachillerato, mención Filosofía y Letras. Pero a finales de 1928 Giovanbattista fallece y mi abuela, su hija menor, Liliana, y mi padre deben regresar a Venezuela. Como primogénito de la familia, él debío encargarse de los negocios, pero se desató la gran crisis económica mundial, los precios del café y el cacao se vinieron al suelo y quedaron virtualmente en la más absoluta pobreza.

En Canoabo vendieron lo poco que les quedaba y se trasladaron a Valencia en donde realizó diversas labores. Trabajó en el Banco de Venezuela, fue vendedor en los pueblos aledaños, así como otros trabajos para poder mantener a su madre y a su pequeña hermana. Sin embargo, el germen de la poesía ya había entrado en él. Publicó sus primeros poemas Los diarios de la ciudad. De cuando en cuando viaja a Caracas donde frecuenta las tertulias del poeta Jacinto Fombona Pachano y entra en contacto con Fernando Paz Castillo, Rodolfo Moleiro y Enrique Planchart. Igualmente aprovechó todos sus ratos libres para leer, para estudiar. Todo texto que caía en sus manos era devorado por él.

Mi abuela había montado una pensión para ayudarse, mientras mi padre que vivía con ella, y para esa época tendría 21 o 22 años, seguía realizando trabajos que cada vez lo aburrían o lo agobiaban más.

La poesía se apoderaba cada vez más de él. Los estudios, las lecturas, las tertulias, las conversaciones con otros poetas y escritores, las reuniones con otros artistas lo alejaban más de los monótonos y tormentosos trabajos que tenía que realizar. Una tarde, como a las 6:00 enrolló el colchón de su cama, se lo llevó al hombro y sin despedirse de nadie se marchó de la pensión y fue a parar al taller del pintor Leopoldo Lamadriz y como lo narra el gran periodista argentino Tomás Eloy Martínez ya fallecido, aventado a Venezuela por las dictaduras de su país, en una maravillosa entrevista titulada: "Vicente Gerbasi, testigo privilegiado de la vida cultural. Memorias de un venezolano del renacimiento", publicada el día 3 de agosto de 1976, con motivo de la edición aniversaria del diario El Nacional, le dijo al pintor tirando el colchón en el piso: ­ No volveré a la pensión de mi madre. Ella dice que la poesía no sirve para hacer mercado.

Permaneció algún tiempo más en Valencia, pero pronto decidió venirse a la capital.

Lo hizo acompañado del poeta Otto De Sola. Como no tenían dinero pintaban los avisos publicitarios que había en la carretera y así ganaban algún dinero.

En 1936, ya muerto el General J. V. Gómez (o "el Bagre", como le decían) consiguió un trabajo junto con su amigo Oscar Rojas Jiménez como alfabetizador del Ministerio de Obras Públicas en la carretera Caracas La Guaira. Cuando los obreros hacían un alto para almorzar les enseñaban el abecedario en un pizarrón. No pasaron seis meses cuando todos los obreros ya sabían leer. Un día cuenta Tomás Eloy Martínez­ Oscar Rojas Jiménez le propuso a papá que emprendieran un viaje y éste le preguntó a dónde sería: "A cualquier parte, con tal que sea lejos de este mundo", cree Vicente que le dijeron ­repitiendo a Baudelaire­.

Consiguieron un pretexto para planificar el viaje y este fue montar en ciudad de México una exposición del libro venezolano. La idea resultó novedosa para la opinión pública, pues en nuestro país prácticamente no existían editoriales y los creadores para poder publicar un libro tenían que conseguirse un mecenas o correr con un golpe de suerte. Mi padre estaba atravesando precisamente ese problema. Había terminado de escribir su primer libro Vigilia del Náufrago y no tenía como publicarlo.

Algunos amigos los ayudaron. Por ejemplo, el Ateneo de Caracas decidió patrocinar un festival cinematográfico. Rufino Blanco Fombona les proporcionó dos mil bolívares y así otras manos benefactoras, entre ellas, según recuerda mi hermano Fernando (nos contó papá), hasta el gobernador del Distrito Federal colaboró con algo. Pero como podrán comprender, fue muy poco lo que pudieron recoger.

Quiero hacer aquí una digresión que tiene relación con la manera con lo cual concluiré más adelante estas palabras.

A raíz de la muerte de Gómez, Vicente también comenzó a interesarse por la política. Comenzó a participar en reuniones y actividades clandestinas y conoció a varios dirigentes políticos emergentes, entre ellos a uno cuya amistad lo acompañará hasta su fallecimiento: Rómulo Betancourt.

Así pues, en 1936 se embarcaron con sus cajas de libros rumbo a Panamá. De allí siguieron en tren, en autobús y quién sabe qué otros medios de transporte hasta llegar a un pueblo mexicano, fronterizo con Guatemala, en el cual los detuvo un teniente, pues no tenían visa de entrada a México. Pasaron la primera noche en un calabozo de ese pueblucho. ¡Imagínense como sería! Sin embargo, contaron con la suerte de la curiosidad del joven oficial que se preguntaba cual sería el contenido de esas extrañas cajas, por las cuales los detenidos no hacían sino preguntar. Claro, si las perdían fracasaba el viaje. Al amanecer, el oficial los hizo comparecer a su oficina y comenzó a interrogarlos por el motivo del viaje, como habían llegado a ese olvidado pueblo y, por supuesto, por el contenido de las cajas. Al poder explicar que iban a montar una feria del libro venezolano en ciudad de México y que lo que traían eran libros de reconocidos autores venezolanos y cintas cinematográficas, el militar se entusiasmó, pues resultó que era un hombre joven medianamente culto, aficionado al arte. Tal fue su emoción que los dejó en libertad bajo la condición de que no podía abandonar el pueblo hasta que recibieran la autorización para entrar a tierra mexicana.

Su llegada a la gran ciudad fue todo un acontecimiento.

Inmediatamente se hicieron íntimos amigos de los famosos hombres que dirigían la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios. Hay que recordar que para aquel momento se libraba en España la cruenta Guerra Civil. Todos abominaban el fascismo y engrandecían la República. Papá aprovechó esa estadía para involucrarse más en la política. Leyó y discutió a Marx, a Lennin, a Rosa Luxemburgo y otros autores de izquierda de moda. Por cierto, Oscar y Vicente vivieron en una pensión en la cual residía también el gran poeta cubano Nicolás Guillén de quien se hicieron muy amigos, papá mantuvo esa amistad y se reencontraron varias veces en el curso de sus vidas, en especial cuando fue Cónsul General en La Habana y cuando el poeta cubano era invitado a Venezuela.

También conocieron al famoso novelista norteamericano Waldo Frank quien, por cierto, promovió que la exposición del libro venezolano se realizara en el Palacio de Bellas Artes y quien pronunció, además, el discurso de apertura.

La exposición fue un éxito, pero el dinero se acabó. Vicente tuvo que trabajar para poder subsistir. Consiguió un empleo como oficinista del Sindicato de Tranviarios, en donde en el corto tiempo que estuvo, se interesó por el sindicalismo y llegó a ocupar cargos ejecutivos dentro de la organización.

Pero pronto se dio cuenta que tenía que regresar y no sabía cómo hacerlo. Pensaba mucho en la joven que había conocido años atrás en Valencia, Consuelo Orta, nuestra madre. Así que un día renunció al sindicato y se fue a Acapulco a ver como podía embarcarse para Venezuela.

Por esas cosas del destino, en Acapulco entró a un bar y pidió un trago. Seguramente sería tequila. El bar estaba prácticamente desolado. Solo al otro extremo de la barra había un hombre también bebiendo. Al poco rato papa levantó su copa y mirando al hombre le dijo ¡salud! El hombre le respondió cordialmente y se acercaron para entablar conversación. El hombre de inmediato se dio cuenta que Vicente no tenía acento mexicano y le preguntó de dónde era y que hacía allí y él le respondió que iba para Venezuela pero no sabía cómo hacerlo pues no tenía dinero. A lo que el hombre, con un marcado acento catalán, respondió: --Que casualidad. Mañana zarpo para ese país. Mi barco está anclado en el muelle y soy el capitán.

Vicente pagó su pasaje, supuestamente como cocinero, pero él nunca supo cocinar, de manera que aprendió muy bien a pelar papas y otras hortalizas y, también con largas tenidas con el capitán catalán. Hablaban de literatura, de la Guerra Civil, leían a Antonio Machado, a Lorca y otros. Y así llegó a Venezuela.

Ya en el país fue a pedirle trabajo a su amigo el poeta Luis Barrios Cruz quien dirigía el diario Ahora. Éste le señaló una máquina de escribir y le dijo que le narrara la aventura mexicana. Pero Vicente tuvo una mejor idea: le hizo una entrevista imaginaria a Nicolás Guillén, ante lo cual el director del diario le dijo: --Estás contratado A partir de ese momento comenzó a estabilizarse. Trabajaba como periodista. Retomó sus actividades clandestinas y fue miembro fundador del Partido Democrático Nacional, fundado por Rómulo Betancourt. Publica, por fin, el libro Vigilia del Náufrago.

Y, algo muy importante para la literatura venezolana, funda con Pascual Venegas Filardo, Luis Fernando Álvarez, José Ramón Heredia, Oscar Rojas Jiménez, Ángel Miguel Queremel, Otto De Sola y el crítico literario Fernando Cabrices, el famoso Grupo Viernes que marcará un hito en los anales literarios del país. Ellos publicaron una revista que es referencia obligatoria en nuestra literatura, llamada Viernes, de la cual mi padre fue el Director.

En 1938 se celebraron las primeras elecciones municipales libres y el PDN triunfa arrolladoramente en Caracas. La primera junta directiva municipal estuvo conformada por el eminentísimo abogado Don Carlos Morales, padre, por cierto, del también reconocido venezolano Isidro Morales Paúl; como primer vicepresidente fue elegido Andrés Eloy Blanco, segundo vicepresidente Luis Beltrán Prieto Figueroa, Secretario Vicente Gerbasi y Síndico Procurador Municipal Juan Pablo Pérez Alfonzo. ¡Qué tiempos aquellos! A finales de ese año, el 26 de noviembre contrajeron matrimonio Vicente y Consuelo. Por cierto, a mediados de diciembre se escondieron en la casita que habían alquilado dos de los más famosos perseguidos políticos de la época: Rómulo Betancourt y Alejandro Oropeza Castillo, padre adoptivo de la famosa periodista Isa Dobles. Claro, quien se iba a imaginar que esos dos personajes se iban a esconder y arruinar la luna de miel de una pareja de recién casados. Pues bien, nos contaba mamá que la noche de Navidad ellos salieron a pasar la festividad en casa de mi abuela. Ella les dejó unas hallacas, cochino y pan de jamón. Los perseguidos aprovecharon para recibir a algunos compañeros y amigos y seguramente se tomaron algún traguito y comieron los platos navideños. Al día siguiente algunos vecinos le manifestaron a mamá su extrañeza porque los habían visto salir y, sin embargo, en la casa se sentían voces y ruidos, y Consuelo, con esa chispa característica de la gente que está de alguna manera relacionada con la clandestinidad, les respondió: --Es que yo soy muy devota de las ánimas benditas del purgatorio y cada vez que salgo de la casa siempre se la encomiendo para que me la cuiden ­ como comprenderán más nunca nadie le preguntó nada al respecto.

Mis padres permanecieron casados por espacio de 52 años, hasta el fallecimiento de mi madre, la mujer de los helechos, como Vicente la llamara. Él le dedicó un precioso libro titulado Diamante Fúnebre. Él murió en cierta forma ese mismo día, el 3 de abril de 1990, pero quiso Dios que sus pulmones se airearan y su corazón latiera hasta el inicio del Día de los Inocentes, 28 de diciembre de 1992.


Fotografía: Vicente Gerbasi desde su penthouse en Cumbres de Curumo.


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