lunes, 15 de agosto de 2011
(H)OP(P)ERIO
EL NACIONAL - Lunes 15 de Agosto de 2011 Opinión/9
Libros: Mark Strand
NELSON RIVERA
Partiré de otro lugar, de Sólo una canción, la antología que el poeta peruano Eduardo Chirinos publicó de la poesía de Mark Strand en el año 2004 (Editorial Pre-Textos, España). La selección, la traducción: algo de ese libro parece hablar de la vida como lo que ya ha sido, como si al poeta no le fuese posible ir más allá de ciertas imágenes últimas ("Seguimos pasando las páginas/ en espera de algo, /algo como la misericordia o el cambio, /una línea oscura que nos mantenga unidos/ o nos mantenga separados"). A menudo esas imágenes están envueltas de extrañeza ("Leemos la historia de nuestras vidas/ como si estuviéramos en ella,/ como si la hubiéramos escrito"). O de una imposibilidad que no se posa en ninguna parte, como si su destino fuese quedar suspendida en el tiempo.
Llego ahora al lugar, al destino aquí previsto: acabo de concluir Hopper (Editorial Random House Mondadori, 2008), la peculiar aproximación que Strand hace a la obra del pintor Edward Hopper (1882-1968). Más que un ensayo, prefiero escribir que son notas que ensayan ante el conjunto de la obra y ante algunos de sus cuadros emblemáticos. Mirar a Hopper está, según confiesa Strand (1934), asociado a sus recuerdos de infancia: "La ropa, las casas, las calles, los escaparates son los mismos. De niño, el mundo que me fue dado ver más allá de mi propio vecindario lo descubrí desde el asiento trasero del coche de mis padres. Fue un mundo entrevisto al pasar, y sin embargo estaba ahí, quieto".
Dialéctica: Hopper invita a quedarse, pero también a continuar.
Strand señala eso que cualquiera de nosotros ha sentido ante sus cuadros más difundidos: nos sugieren la posibilidad de un relato, como si fuesen un punto en una historia que se inició hace ya tiempo y cuyo final es imposible reconocer, porque los personajes de Hopper, sus escenas, nunca devuelven la mirada a quien las observa.
En Hopper también nos topamos con la imposibilidad: a los cuadros llegamos pero no entramos en ellos (por eso, esa sempiterna sensación de que nadie nos ha precedido o de haber llegado en momento inadecuado).
Nos deja afuera, como si en esa extraña calma que predomina en sus atmósferas, o si en las vidas vueltas hacia adentro que ensimisman a sus personajes, no hubiese espacio para nosotros. No importa cuánta luz haya en sus espacios: Hopper nos hace sentir que algo permanece oculto en lo que vemos, como si hasta en los asuntos más cotidianos hubiese algo que ha escapado para siempre. En otro lugar he leído que los personajes de Hopper parecen haber perdido el sentido de sus propias vidas. Ello me conduce a una hipótesis negativa y simétrica: la de un espectador que también ha extraviado su papel, mudo ante esas escenas cuyo drama parece estar allí, pero sin ofrecerse nunca a nuestra mirada.
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