lunes, 15 de agosto de 2011

CAIDA ANUNCIADA


EL NACIONAL - Sábado 13 de Agosto de 2011 Papel Literario/4
El ruido de la verdad
ALBINSON LINARES

Hay lecturas de las que uno debe sobreponerse. El vicio que produce las buenas lecturas nos agota, pero nos lleva a trasegar páginas hasta el final.
Luego es menester tomar un respiro, calmar el latido de las sienes y volver al mundo.
Intentamos retomar nuestra vida y, si tenemos suerte, como es el caso de El ruido de las cosas al caer, volvemos a la cotidianidad llenos de preguntas. Partiendo de un hecho periodístico insólito: la cacería de un hipopótamo escapado del fabuloso zoológico que Pablo Escobar creó en la Hacienda Nápoles, Juan Gabriel Vásquez teje la historia de Antonio Yammara.
Trasunto del autor, Antonio es un prometedor académico de la Facultad de Derecho de una universidad bogotana. Brillante y soñador reparte sus días entre introducir dudas en las jóvenes mentes a las que les da clase, compartir su lecho con alguna mujer de sangre caliente y jugar billar.
Es en medio de la abstracción que rodea a los billaristas donde conoce a Ricardo Laverde, personaje catalizador de toda la trama de esta novela ganadora del Premio Alfaguara. El autor nos engaña con maestría haciéndonos pensar que Yammara desarrolla una obsesión por el pasado de Laverde y en medio de diversas vicisitudes nos inyecta una dosis profunda de la violencia que vive Colombia.
El protagonista es eco de toda una generación que se acerca a los 40 y vivió el crudo apaciguamiento de un país en guerra. Antonio es universal cuando nos recuerda el pasado común que hemos vivido todos los ciudadanos de América Latina.
Es común en los personajes de El ruido de las cosas al caer tener conversaciones dónde rompen el hielo preguntándose dónde estaban cuando mataron a Gaitán, o qué hacían cuando explotó el avión de American Airlines en los noventa.
Tan común es como cuando en mi generación buscamos códigos propios al preguntarnos, ¿chico dónde estabas el 04 de febrero? O ¿mi vida tu qué hacías el 11 de abril? Así entramos en calor los latinoamericanos. Creo que somos una generación despertada de sobresalto y arrancada de nuestras cunas por padres vigorosos que nos ponían frente al televisor para que viéramos, en vivo, cómo se cambiaba la historia.
¿Qué ternura no? Este también es un libro de la huida, del escape. De aquellos que se aventuran a probar suerte ante la hostilidad de la tierra que los vio nacer. Resulta una gran broma histórica que esta condición de inmigrantes forzosos, tan típica en Colombia, ahora sea una realidad cotidiana para los venezolanos que hemos visto partir a tantos amigos.
Y aquí creo que Juan Gabriel se canibaliza un poco. Él fue uno de esos que en 1996, año predominante en la trama de esta obra, salió de Colombia con el gusanillo caliente de la escritura atormentándolo.
Eso lo hizo abandonar el Derecho, como a García Márquez, y entregarse a vivir de la escritura como eso que Octavio Paz llamaba, para definirse a sí mismo, como un "intelectual profesional".
Los lectores de El ruido de las cosas al caer encontrarán sus páginas una visión entera de la Colombia contemporánea sin caer en el cliché fácil de la "narconovela" y el panfleto político.
Ensayista, traductor, ácido columnista de opinión, hombre de izquierda inconforme con los gobiernos rojos pero por sobre todas las cosas un escritor.
Hace poco una mujer le reclamaba a este escritor que solía escribir cuentos tristes y siento que es un reclamo fundado en una lectura errónea.
En la mayoría de los personajes de Vásquez reside la dosis exacta de tristeza que es común a nuestras vidas.
Si eso es malo, es mejor que se vayan a leer Osho y Coelho porque en este libro no encontrarán piedades fáciles.
Tampoco tragedias de Esquilo pero sí un exquisito sabor agridulce que en estos tiempos de experimentaciones fútiles, se agradece.
Tuve la fortuna de nacer en San Cristóbal por lo que mi contacto con Colombia ha sido permanente. Soy un hombre de frontera y he disfrutado el calor de la costa del atlántico colombiano, la belleza del Chocó, el ingenio de los paisas y el frío encanto de Bogotá, esa ciudad indescifrable para los que vivimos en el trópico desordenado de nuestra Caracas.
Puedo asegurarle a los futuros lectores de El ruido de las cosas al caer que en sus páginas encontrarán una visión entera de la Colombia contemporánea sin caer en el cliché fácil de la "narconovela" y el panfleto político.
Pero también conseguirán hondas reflexiones sobre esta oscuridad que resulta la adultez para algunos de nosotros.
Un claro ejemplo son juicios como éste de Yammara: "La edad adulta trae consigo la ilusión perniciosa del control, y acaso dependa de ella...ese espejismo de dominio sobre nuestra vida es lo que nos permite sentirnos adultos (...) El desengaño viene más pronto, o más tarde pero siempre viene".
Algo más que seguramente notarán mis queridas críticas, duchas en estudios culturales y feminismo, es que ésta es una novela de hombres. Es cierto.
Pero como toda gran historia de hombres está dominada por lo femenino, cosa que incrementa la belleza del libro puesto que lo hace real, como el mundo en que vivimos.
Hace unas horas le hice una pregunta difícil a Juan Gabriel. Le pregunté si era un hombre feliz y, a riesgo de desafiar la ira de los dioses, me contesto que sí. Sólo un hombre feliz y desencantado podría habernos regalado El ruido de las cosas al caer.

EL NACIONAL - Sábado 13 de Agosto de 2011 Papel Literario/3
"La novela es el lugar donde la historia pública se cruza con los destinos privados de la gente"
Escritor, ensayista y columnista, Juan Gabriel Vásquez (Colombia 1973) estuvo en Caracas para presentar su libro El ruido de las cosas al caer , con el que obtuvo el Premio Alfaguara de Novela. Les presentamos a nuestros lectores la conversación que sostuvo con Papel Literario
ENTREVISTA
DIAJANIDA HERNÁNDEZ G.


Juan Gabriel Vásquez habla con calma, sonríe y sus ojos miran con atención. Con cada pregunta piensa, hace pausas, reflexiona, aclara.
El lugar de la historia y la memoria; la mecánica del miedo; la tensión entre la historia pública y la privada o individual; la reflexión sobre los afectos y las posibilidades de la novela como género fueron los tópicos sobre los que orbitaron esta grata entrevista.
La novela es un intento de comprender a Colombia a partir del tema del narcotráfico y la violencia. Hay muchas formas de intentar entender eso, ¿por qué eligió hacerlo desde la historia privada? La gracia de la novela está en que puede llegar a lugares a donde no puede llegar ni el periodismo ni la historiografía, y esos lugares están ahí, dentro de las personas, están en el alma, si me permites la palabra, o en la conciencia de la gente. Creo que lo que la novela puede decir que no pueda decir ningún otro género, o lo que la novela puede hacer que no puede hacer ningún otro género, es meterse en la conciencia de sus personajes y rastrear los efectos emocionales y morales que tienen los acontecimientos históricos en ellos, y eso también está detrás de mi motivación para escribir la novela: darme cuenta de que toda esta época que nos marcó mucho como generación, y como país entero, tiene una cantidad de rasgos externos que tú puedes encontrar fácilmente en los archivos de medios de comunicación, en las hemerotecas, en los archivos de video; puedes encontrar el número de muertos, una foto de un edificio destrozado, todas esas cosas que se ven desde afuera están ahí en los archivos y las puedes encontrar, pero en ninguna parte están las emociones, el miedo, esa convivencia con el miedo, la sensación de vulnerabilidad, la sensación de amenaza constante, esas cosas vividas desde dentro sólo las puede contar la novela.
Leyendo la novela se tiene la impresión de que después que se ha superado la costumbre del miedo queda el eco del miedo, esa sensación de que en algún momento ese efecto puede regresar. ¿Tu generación vive con ese sentimiento? No lo sé, pero es una novela sobre los años noventa, ochenta y setenta; pero soy muy consciente de que sólo la hubiera podido escribir en el lugar y en el momento en que la escribí, que es España después de los atentados del 11 de marzo en Madrid, eso generó en los españoles una cantidad de cosas que sólo había visto en Colombia.
En esta época que cuento en la novela el miedo se fue haciendo parte de las conversaciones, la gente hablaba del terrorismo, de las bombas, del riesgo de coger los trenes, y la diferencia con lo que vi de niño y adolescente es que ahora estas emociones en la cara de la gente, estos temas que sucedían en las conversaciones me tocaron a mí de adulto, las podía entender mucho mejor. Fue muy raro porque es como si me hubieran dado una segunda oportunidad para ver lo mismo que vi de niño pero ahora de adulto, y además como adulto que escribe novelas, eso fue como volver a instalarme en lo mismo que había sentido de niño, como eso que me preguntas, como si no tuviera que preguntarme cómo reaccionaríamos en mi generación si eso volviera, sino que lo tenía ahí frente a mis ojos, por otras causas y otras circunstancias, pero estaba ahí.
Mi novela es absolutamente hija del momento presente, a pesar de que su tema sea el pasado colombiano.
Se dice que la novela habla del miedo, pero también hay una reflexión sobre los afectos: el amor de pareja, el amor filial, el amor de amigos, incluso el afecto truncado, que nunca llegó a concretarse. ¿Esa reflexión la planeó como parte del libro? La novela está llena de eso.
Fue algo que fui descubriendo, yo no planeo mis novelas demasiado y con cada novela que escribo lo hago menos; es decir, en esta novela, por ejemplo, no hubo ideas previas, nunca pensé "estoy escribiendo una novela generacional o estoy escribiendo una novela sobre un tema abstracto como el narcotráfico, la violencia". Comencé a seguir a un personaje que era Ricardo Laverde, y a inventarme su pasado, su oficio de piloto, sus relaciones con el narcotráfico y poco a poco me fui dando cuenta que no estaba contando solamente la historia de un participante en estos hechos, sino que también estaba contando la historia de un testigo que era Antonio Yanmara, un hombre de mi generación y que por lo tanto tiene un punto de vista similar al mío.
Y a través de los personajes fui metiéndome en la manera en que esos hechos afectaron nuestras vidas privadas y eso ocurrió de una manera natural en el libro. La novela también es de alguna manera un exorcismo de los miedos, de las angustias, ahí quedaron volcados mis miedos y mis angustias. Al personaje le pasa una cantidad de cosas muy malas, pero un amigo lector español me hizo una interpretación en la que no dejo de pensar, me dijo que todas esas cosas malas que le pasan a Antonio Yanmara ocurren en 1996 y ese es justamente el año en que yo me fui de Colombia, entonces dice mi amigo: creo que escribiste las cosas que te hubieran sucedido si te hubieras quedado en Colombia, volcaste en otro personaje tus miedos de lo que te habría pasado.
¿Y el lugar de la memoria? Podríamos tomar la novela como un ejercicio de memoria, pero en algún momento del libro se dice que es un ejercicio dañino. Creo que en esa tensión vive la literatura. La literatura es una tensión y, en particular, la novela como género, entre la memoria y el olvido, porque el olvido es nuestra actitud natural como individuos y como sociedades, nuestro modo por default es olvidar y seguir adelante. Creo que la literatura es la resistencia a eso, la literatura es el espacio donde nos negamos a olvidar, donde recordamos las cosas que son importantes aunque sean dañinas, molestas. Mi ejercicio como narrador tuvo que ver con eso, recordar imágenes o emociones que son muy molestas o que son dolorosas de esa época, por ejemplo, el tiro que le dan a Yanmara tiene mucho que ver con el tiro que le dieron a un amigo mío, y la narración de sus momentos en el hospital y toda esa paranoia, el síndrome postraumático está basado en lo que recuerdo que le pasó a un amigo. Eran imágenes incómodas y yo como narrador viví entre esa tensión de recordar las cosas para contarlas y lo más cómodo, que es olvidarlas. Creo que, en general, mi generación, como Colombia, tiende mucho a la desmemoria, al olvido, o tal vez la realidad es tan convulsa, un asesinato reemplaza muy rápidamente al asesinato anterior y ya no podemos pensar en él. Creo que la novela como género puede ser ese lugar donde las cosas se quedan quietas un momento y entonces podemos pensar en ellas, podemos reflexionar y entenderlas. Y es eso lo que he tratado de hacer.
¿Cree que la novela, o la literatura en general, puede resolver ciertos problemas que tiene la historia para incorporar la subjetividad, limar esa tensión entre la microhistoria y la macrohistoria, ese enfrentamiento entre la versión oficial y la versión del testigo? Sí. Una de mis obsesiones como novelista es ese cruce de caminos que menciona, ese cruce de caminos entre la gran historia y las pequeñas historias individuales, o entre la historia pública y las historias privadas. En ese cruce de caminos creo que la novela tiene muchas cosas que decir, no me canso de citar la frase de Balzac que Vargas Llosa utiliza como epígrafe en Conversaciones en la catedral, que dice: "La novela es la historia privada de las naciones", y se refiere a eso, la novela es el lugar donde la gran historia pública se cruza con los destinos individuales y privados de la gente, y eso es una cosa muy rica que puede aportar.
La crítica le pone una etiqueta a su novela: realismo reflexivo. Se argumenta que no está dentro de ese grupo de experimentación radical, pero que no es propiamente un realismo tradicional. ¿Está de acuerdo? Bien, estoy de acuerdo con todo eso. Yo sigo teniendo mucha confianza en los, digamos, presupuestos de la novela clásica; sigo confiando en los personajes, por ejemplo, en hacer personajes, sigo confiando en el poder de la historia, me sigue importando mucho seducir al lector, tratar de que el lector tenga razones narrativas para seguir adelante, y en ese sentido siento que mis novelas tienen un punto clásico, pero al mismo tiempo no me privo y nunca me he privado de los descubrimientos de la novela moderna y de las libertades técnicas que da la novela moderna y también las uso en mis novelas. Lo que no hago y nunca he hecho es escribir con la única voluntad de experimentar; es decir, creo que eso es un ejercicio privado que me parece admirable cuando sale bien, pero a mí me gusta escribir novelas como una comunicación con los lectores, como cartas sofisticadas que el novelista les escribe.

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