sábado, 12 de febrero de 2011

varias veces marta sosa (dos)


EL NACIONAL - JUEVES 14 DE SEPTIEMBRE DE 2000 / OPINION
Los extravíos de la libertad
Juan Carlos Santaella

No considero necesario que se deban producir las condiciones históricas de una revolución, para intentar actualizar el papel de los intelectuales en cuanto seres capaces de insertarse en un proceso que exija su natural y crítica participación social dentro de él. Más allá de las formas de gobierno que un país elija y más allá de las coyunturas ideológicas que un determinado cambio genere en el ámbito de las estructuras políticas, el trabajo intelectual debe sostenerse, nutrirse y examinarse para, en consecuencia, alcanzar un digno espacio creador.

Creo, sin duda, que en la medida en que podamos generar un inteligente "espacio intelectual" cargado, a su vez, de profundas resonancias éticas, en ese mismo momento el oficio de pensar podrá sostenerse de una manera libre y autónoma.

Parte del arrojo intelectual implica, a la hora de proponer ciertos debates, citar, con nombre y apellido, las opiniones de quienes, legítimamente, tienen puntos de vista contrarios. Por ello me permito hacer referencia a los puntos expresados por el doctor Marta Sosa en un artículo reciente, los cuales, a mi justo parecer, no se corresponden con lo que en más de una oportunidad he querido abordar a propósito del tema de los intelectuales y la actual situación política que enfrenta Venezuela.

Nadie pone en duda que, entre otras misiones que un intelectual tiene, figura la de "prestar sus argumentos" a las demandas de una sociedad. Tal vez Marta Sosa ironice con esta expresión, intentando restarle méritos prácticos. Sin embargo, cuando desglosamos esta idea y la ponemos en su preciso contexto, constatamos que ese "prestar" ideas, conceptos o argumentos a un particular proceso político, no quiere decir, de ningún modo, que la "utilidad" del intelectual se subordine a los rigores y mediatizaciones del poder.

Me parece, por otra parte, que aplicar la vieja y retrógrada acepción cubana que demanda un grado incondicional dentro de la revolución, no tiene, dentro del proceso de cambio que hoy experimenta la nación venezolana, ningún tipo de conexión. Mucho menos se puede utilizar alegremente el concepto de "intelectual orgánico" con el objeto de calificar lo que, desde la perspectiva de Marta Sosa, sería el prototipo de un intelectual vendido, "utilizable" y manipulable por el gobierno de Chávez. Esta posición no es la más coherente que se pueda racionalizar, puesto que uno de los principios sobre los cuales el nuevo régimen funda su razón de ser es, justamente, la tolerancia y la plena libertad de conciencia. De otro modo pienso que estaríamos perdiendo nuestro tiempo con unas disquisiciones que podrían apuntar hacia un soberano fraude en esta materia.

Me parece prudente señalar que los cambios políticos, sociales, económicos y culturales que se pretenden llevar a cabo, comienzan a ocurrir dentro de un clima de máxima libertad. Esta libertad, que tanto pondera Marta Sosa, se inscribe en un orden dentro del cual las libertades civiles y el estado de derecho, constituyen una sólida plataforma sin la cual jamás se produciría la verdadera transformación. Estoy de acuerdo en que el compromiso intelectual sólo es posible en un marco de absoluta libertad y de total incondicionalidad al régimen.

También sostengo que el compromiso político del escritor no rebaja, de ningún modo, el hecho de que él pueda producir magníficas obras de creación. La supuesta "pureza" del intelectual es un mito que ha sido desmontado a lo largo de la historia y ningún pensamiento es, por lo mismo, inocente. Si nos quitamos las máscaras y nos atrevemos a expresar lo que en verdad sentimos, veremos que no existe tal grado de ingenuidad. Aún y sosteniendo posturas conservadoras, siempre habrá un pensamiento que delate sus propias suspicacias y ponga en evidencia opiniones específicas nacidas de una forma de ver los procesos políticos. Toda irreverencia comienza por admitir que es preciso darle un vuelco completo al viejo sistema injusto y oprobioso. Esto es lo intelectualmente honesto. Lo contrario es hacerse cómplice del error.
orosant@cantv.net

EL NACIONAL - JUEVES 28 DE SEPTIEMBRE DE 2000 / OPINION
Servidumbres intelectuales
Juan Carlos Santaella

Es extraño que un prominente intelectual, cuyos servicios retóricos fueron puestos a la orden de un cuestionado ex Presidente de la República, quiera ahora desmontar las iniquidades y perversiones del poder político. Si al caso vamos, las afinidades electivas de muchos intelectuales de renombre, prestaron su pluma y sus ideas para respaldar la ideología socialdemócrata y socialcristiana, sin que ello les haya causado, internamente, serios remordimientos de conciencia. Muy a su pesar, estos escribas de Miraflores se convirtieron no en intelectuales "útiles", sino en perfectos aduladores del poder y muy lúcidos exponentes de lo que, contradictoriamente, Marta Sosa llama intelectuales "utilizados" por aquél.

Que yo recuerde, ni el propio Marta Sosa ni algunos de quienes sirvieron, en forma incondicional, a los gobiernos de Luis Herrera, Carlos Andrés Pérez o Lusinchi, adoptaron la franca posición de "contradecirlos" abiertamente. Jamás se opusieron a los desmanes del poder, a sus abusos bien documentados, a la censura que ejercieron, solapada y vulgarmente, contra medios de comunicación, instituciones privadas y también hacia personas incómodas al régimen. De modo que mal se puede hacer una apología de los excesos del poder político, cuando se ha tenido una actitud sumisa y complaciente con éste en otros momentos; cuando, en suma, le hemos proporcionado inteligencia, rigor, moral y palabras para sostener las mismas bases de ese poder que todo lo corrompe. Los intelectuales que participaron, a guisa de bien pagados asesores, en la conformación de planes estratégicos para la nación y los que asumieron cargos importantes en las pasadas administraciones, no le hablaron nunca en voz alta al poder. Al contrario, este poder los embelesó hasta el punto de que sus voces no fueron más que sutiles murmullos, íntimas complicidades palaciegas de las cuales sacaron un generoso provecho personal. Entonces, a qué cuento viene lo del "temple" y el arrojo intelectual cuando la autonomía del pensamiento ha sido comprada con un alto puesto, una jugosa presidencia o unos viáticos pagados en relucientes dólares.

Marta Sosa, ciertamente, desafina. Pienso que él, en su debido momento, no sólo habló en nombre del poder sino -algo más significativo- le escribió al poder. Y le escribió con franqueza, sin contradecirlo, sin poner en duda su legitimidad, sin meditar en la mala conciencia que ello generaba porque el poder, seguro, aplacaba sus dudas. Dice Marta Sosa en su artículo "Intelectual es quien desafina", publicado en estas mismas páginas, que la "democracia aspira a una sociedad decente y civilizada". ¿Acaso -me interrogo- la democracia representativa que gobernó a Venezuela en los últimos 40 años fue absolutamente decente y civilizada? ¿No se humilló lo bastante al pueblo venezolano gracias a un poder envilecido, tramposo y populista? ¿Dónde estuvo el estado de derecho? ¿En que instante salieron los intelectuales de la democracia "perecista" a cuestionar la matanza del 4 de febrero? ¿Pusieron sus cargos y sus embajadas a la orden? Yo creo que ninguno de los gobiernos de la llamada Cuarta República puede, en justicia, pasar la prueba de la verdadera democracia, ni mucho menos puede superar la prueba de la decencia y la dignidad. Entonces el poder fue arbitrario y los intelectuales que lo respaldaron se hicieron la vista gorda, ocultaron sus desmanes, maquillaron sus vicios y le sirvieron con harta benevolencia. Llegaron a ser tan útiles que se les podía comprar con una beca o un subsidio y a cambio les escribían los discursos a los presidentes de turno.

Las moradas del poder suelen estar habitadas por sesgados intelectuales proveedores, en algunos casos, de versos tristes y melindrosos y en otros por escribas, correctores de estilo, articuladores de frondosos discursos. No existe cuestión más perversa que el poder y dentro de sus perversiones se hallan aquellos que fingen haber estado inoculados contra sus terribles efectos. Quien le ha servido al "príncipe" no puede pretender escabullir el bulto arguyendo peregrinas razones que intentan salvarlo de su desazón intelectual. El resto es pura retórica.
orosant@cantv.net

EL NACIONAL - JUEVES 12 DE OCTUBRE DE 2000 / OPINION
Perros argumentos
Juan Carlos Santaella

No quisiera, en honor de una discusión que juzgo necesaria y oportuna, convertir mis divergencias ideológicas con Joaquín Marta Sosa en una suerte de terapia cognitiva, en la cual salgan a relucir, de manera mordaz, cuestiones que atañen más a la fe que a la razón. Ni Marta Sosa es el canónico Abelardo ni yo soy Albert Camus, a quien sus camaradas de partido consideran un militante seducido por los encantos de la revolución. Tampoco pretendo parecer, a los ojos de muchos partidarios de la "resistencia" chavista, como un defensor a ultranza del nuevo proyecto político. Mucho menos caería en la infeliz tentación de convertirme, según las peregrinas conclusiones esbozadas por Sosa, en "comisario político del régimen". Ciertamente esta ridícula conclusión no se correspondería jamás con mis principios, ni tampoco con los ideales de libertad de conciencia que todo intelectual honesto debe profesar consigo mismo.

Para concederle a Sosa el beneficio de la duda, debo hacerle saber que no me siento, de ningún modo, un escritor incontaminado o un intelectual curado de espantos. Los únicos que pretenden asumir una postura antiséptica son, con certeza, aquellos espíritus bendecidos por la estupidez o la imbecilidad de sus frágiles criterios. De estas flaquezas y miserias del pensamiento, es de donde surge la verdadera incondicionalidad a un régimen específico y si, al cabo, yo fuera un ser políticamente incondicional, de seguro estaría caminando por las alfombras del palacio y tal vez le escribiría los discursos al Presidente.

El hecho de apoyar un "proceso" de renovación política no invalida, de hecho, la posibilidad de convertirnos sus críticos. Tengo la impresión, a la luz de todo lo que está pasando en el país, que, en efecto, es mucho más fácil y más cómodo amurallarse en una posición fanáticamente adversa al Gobierno, que proponer, desde la lucidez y la racionalidad, una "oposición" inteligente. No es inteligente afirmar que este Gobierno es fascista y antidemocrático. No se es, por otra parte, honesto apelar a lugares comunes estableciendo falsas conexiones con un supuesto "fascismo ordinario" que, a la sazón, caracterizaría al Gobierno de Chávez. Acudir a estas burdas mentiras significa desconocer un proyecto que, más allá de sus torpezas, busca una salida a la inocultable crisis social acumulada durante varias décadas.

Tampoco estimo verdadero el argumento según el cual nos estamos dirigiendo hacia un pensamiento único y, lo que es peor, un "no pensamiento", en palabras exactas de Marta Sosa. Justamente el "no pensamiento", el no querer pensar la realidad de los hechos y las transformaciones que es preciso hacer, es una condición ya habitual en el pensamiento ultra conservador de figuras como Marta Sosa y de otros acólitos del pesimismo ilustrado enconchados, unos en su proverbial frivolidad y otros haciendo uso recurrente de su elocuente acidez mediática, como es el caso de Marta Colomina.

El único "tufillo inquisitorial" que yo, al menos, he podido constatar, no ha provenido de las huestes militarizadas sino, muy por el contrario, de los defensores de la sociedad civil y de la institucionalidad democrática. Para nadie es un secreto que en los gobiernos de la democracia representativa, se instalaron, a su gusto y poder, intelectuales y políticos que atropellaron los más elementales derechos civiles. La libertad de expresión ha quedado muy mal parada en otros momentos de la democracia venezolana.

Yo mismo he padecido la intolerancia y la arbitrariedad de algunos de mis jefes y la consecuencia fue el despido como castigo al ejercer el derecho a la crítica. Estos señores todavía son los amos de una buena parte del territorio cultural venezolano y nadie, por lo visto, desea impugnarles sus intereses feudales. ¿Cuál es alma reaccionaria del régimen? Los reaccionarios, en todo caso, son los que diariamente apuestan al fracaso, los que le sacan jugosas ganancias a la pesadumbre, los que conspiran en la sombra, los aduladores del régimen, los mediocres que se hacen pasar por revolucionarios. Esta reacción es la que gruñe y muerde. ¿Será Marta Sosa un comisario político de la reacción?
orosant@cantv.net

EL NACIONAL - JUEVES 9 DE NOVIEMBRE DE 2000 / OPINION
Futuro imperfecto del verbo comer
Juan Carlos Santaella

Quisiera, en respeto de los lectores, dar por concluida esta suerte de polémica que comienza a dar visibles muestras de agotamiento conceptual. Los argumentos que, tanto el sospechosamente bien ponderado Marta Sosa ha esgrimido a su favor, como los míos, apenas son el comienzo de lo que podría ser, sin duda alguna, un capítulo más en este complejo, dinámico y difícil proceso político por el cual atraviesa nuestro país.

No me parece, como afirma Marta sosa, que mis artículos sean laudatorios ni mucho menos me hallo entre los "encomiadores del oficialismo". El hecho de salir en defensa de un proyecto nacional que juzgo, en términos generales, beneficioso para el país, no implica, de ningún modo, convertirse en un adulante del éste. Al contrario, creo que en la medida en que podamos contribuir a forjar y a cuestionar ideas en torno a las singularidades de este imperfecto proyecto, de seguro estaremos abriendo lúcidos caminos para que puedan transitar todas las corrientes del pensamiento.

No obstante y como apéndice de todo lo ya abordado, me permito pergeñar estas apostillas al último artículo de Sosa intitulado, pervertidamente, La perversa aporofilia. Comencemos con lo más obvio. Cuando un gobierno se propone como legítima meta combatir la pobreza y elevar, en consecuencia, los niveles de prosperidad, de ningún modo se está planteando acabar con el "consumismo" y todo lo que ello significa. Hacer de la sobriedad un principio ético según el cual los pobres deben apegarse en aras de un sacrificio casi franciscano, comporta una concepción equivocada de las aspiraciones sociales e individuales. A mi modo de ver, el combate de la miseria implica, justamente, ofrecerle oportunidades a quienes nunca las han tenido.

Rendirle culto apostólico a los "condenados de la tierra" y aprovecharse políticamente de su situación, es tan reaccionario como pretender someterlos a un estadio de sistemática indigencia. Los pobres siempre han sido utilizados por políticos inescrupulosos e hipócritas con el único objetivo de buscar sus favores electorales. La pobreza, por su parte, es un argumento susceptible de ser manipulado en razón de intereses mercenarios, filantrópicos o seudo revolucionarios. De modo que hay que tener mucho cuidado a la hora de enfocar este problema a partir de ángulos reduccionistas. Ser pobre no es un punto de honor para nadie y tampoco es un valor por sí mismo defendible a instancias de cualquier propósito político.

Decía hace mucho tiempo García Márquez que el socialismo debería ser un modo de vida en el cual cada persona tuviera acceso a todos los bienes de consumo, sin restricciones, sin prohibiciones. Este ideal del socialismo democrático es coherente si, en efecto, logramos que una nación entera deje de estar excluida del buen comer, del buen vestir y del buen vivir. Lo que no parece lógico en un país como Venezuela, cuya riqueza ha sido expoliada por unos pocos, es que apenas un mínimo porcentaje tenga derecho a ese "buen vivir" y mejor yantar. Este es el punto clave que marca la diferencia.

Mientras muchos pueden comprarse un BMW y derrochar frívolamente sus riquezas, existen multitudes que pasan hambre y harta penuria. Esto no es retórica bolivariana. Esta es la pura y simple verdad. Cuando un trabajador tiene que "estirar" su miserable salario para poder sostener a su familia, hay otros que no reparan en llenar sus neveras con agua mineral Perrier. No se trata de acabar con la opulencia, sino establecer un equilibrio racional, justo y digno cuyas bondades pueden estar al alcance de quien así lo desee.

¿Quiénes son, en última instancia, los defensores de la "aporofilia" y los amantes de los pobres? Los que fusionan empresas, los líderes del ultra liberalismo, los que adrede quiebran la economía y echan a la calle a miles de empleados, los que no hacen "economía", sino "negocios" sustentados en la inmoralidad de eso que llaman "competencia". Estos "aporofílicos" no son nada decentes, ni siquiera civilizados y muchísimo menos defienden una ciudadanía basada en la prosperidad. Entonces ¿quiénes secundan estos antivalores? Lo demás son memeces o sandeces.
orosant@cantv.net

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