jueves, 24 de febrero de 2011

¿CHOCAN LOS FANTASMAS?


El Nacional - Sábado 05 de Agosto de 2006 S/4 / Papel Literario
LA VIDA ESTÁ EN OTRA PARTE
Nuevos viejos fantasmas
Melina Graves

Un fantasma recorre el mundo: es el fantasma del choque de civilizaciones. En 1993, Samuel Huntington publicó el célebre artículo (que luego se ampliaría en célebre libro) en el que pronosticaba que los futuros choques en política internacional estarían signados por las irreconciliables diferencias culturales de bloques antagónicos: "Los estados-nación seguirán siendo los actores más poderosos del panorama internacional --dice Huntington--, pero los principales conflictos de la política global ocurrirán entre naciones y grupos de naciones pertenecientes a diferentes civilizaciones. El choque de civilizaciones dominará la política global. Las fallas entre las civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro". En particular, Huntington hacía referencia a las contradicciones entre oriente y occidente, que representarían la mayor amenaza para el futuro de la humanidad. Las hipótesis de Huntington fueron blanco de críticas certeras: los bloques de civilización a los que hace referencia no son homogéneos al interior, supuestas culturas antagónicas, como las que se ven en Estados Unidos y Japón, son aliadas y no enemigas, la influencia occidental ha logrado penetrar en culturas no occidentales, lo que daría por tierra con la idea de bloques articulados de una vez y para siempre y armados para la guerra con el Otro... Pero, sobre todo, la crítica más aguda que ha recibido Huntington tiene que ver con la consecuencia política que su propuesta disimula débilmente: todos los occidentales deberíamos alinearnos detrás de Estados Unidos, país líder del bloque, único con el presupuesto y la tecnología adecuada para hacer frente a la zona oriental-musulmana que amenaza con destruirnos: esta es una lucha a matar o morir, no hay otra alternativa.

El 11-S y los otros atentados asociados, la invasión a Afganistán e Irak y las discusiones sobre "el eje del mal", pusieron de nuevo sobre el tapete los problemas del choque de civilizaciones. Y el nuevo conflicto entre Israel y el Hezbollah (el "Partido de Dios", literalmente) instalado en Líbano vuelve a pensarse en esta clave. Nadie en el mundo occidental con cierta información básica sobre la cuestión se atrevió a criticar el comienzo de las acciones israelíes contra el Líbano. Desde 2000, cuando Israel se retiró unilateralmente del Líbano, la frontera había estado completamente fría y tranquila. Luego del secuestro de dos soldados israelíes y del lanzamiento de misiles por parte del Hezbollah hacia el norte de Israel, todos consideraron sensato que Israel atacara. Inclusive Amos Oz, reconocido adalid del movimiento pacifista, a favor de la integración, el contacto y la negociación con el mundo musulmán, afirma que "Esta sí es una guerra justa": "Esta vez la guerra no es por la expansión ni la colonización por parte de Israel. No hay ningún territorio libanés ocupado por los israelíes. Tampoco reclamos territoriales de uno ni de otro", describe Oz.

Con el correr de los días, los cuestionamientos florecieron, a veces acompañados por discursos antisemitas y antisionistas: el problema era el de la proporción, porque, con el objetivo de destruir al Hezbollah, Israel bombardeó zonas civiles y muchos libaneses cayeron víctimas de una disputa en la que no tenían arte ni parte. En este contexto, se alega también que el número de muertos en Israel es insignificante en comparación con lo que pasa al otro lado de la frontera, con lo que los misiles de Hezbollah serían bombas de flaco poder, casi unas inocentes cosquillas frente al arsenal bélico israelí. Por supuesto, estos argumentos olvidan (u omiten deliberadamente), que el estado de Israel, en guerra histórica desde antes de su constitución, tiene una fina organización de refugios antibombas y aceitados planes de evacuación que la población sigue disciplinadamente. Por el contrario, Beirut es caos: las personas no saben dónde correr (su gobierno no sabe orientarlos), y si lo supieran no podrían salir del país, puesto que los únicos que han dispuesto la salida de civiles son las embajadas o instituciones internacionales que sólo conceden la bondad de sus helicópteros o barcos a los felices poseedores de pasaportes extranjeros. Así, los libaneses comunes, abandonados a su suerte, son las verdaderas víctimas, los escudos humanos de un ataque que comenzó con un sentido defensivo y que hoy parece estar fuera de cualquier control posible.

Algunos siguen hoy respaldando la práctica de una guerra contra el terrorismo a cualquier precio y caiga quien caiga. En la línea de Huntington, el profesor de Historia Islámica Moshé Sharon, por ejemplo, indica que "El Islam nace con la idea de que debe gobernarse al mundo (...) la guerra continuará hasta que todo se someta al dominio y soberanía del Islam. (...) La guerra está allí porque Alá lo diseño así. El Islam debe regir, someter y gobernar. (...) En el Islam la paz sólo puede existir dentro del mismo mundo islámico; hay paz sólo entre musulmanes". Si bien Sharon aclara que estas concepciones belicistas serían patrimonio de una facción del Islam, y que de ninguna manera se pretende que todos los musulmanes adhieran a estas ideas, lo cierto es que en Oriente, de a poco, los grupos fundamentalistas radicales van accediendo a puestos de poder: Hamas en Palestina, Ahmadineyad en Irán, democráticamente elegidos por el "pueblo", son ejemplos de gran envergadura.

Es imposible, sin embargo, aceptar que esta situación esté dada y se continuará de manera homogénea y vacía: si es así, si lo que explica Sharon es lo único verdadero y la hipótesis de Huntington es cierta, más vale que Israel guarde sus misiles y que los estadounidenses se escondan bajo la cama: si el fundamentalismo ha vencido, la guerra está perdida, porque el soldado musulmán será un mártir, feliz de morir al servicio de una fuerza militar divina que lucha por difundir la cultura del Islam. Entonces, si un bloque (el occidental) hace un culto del valor de la vida por sobre todo, y el otro (el oriental-musulmán) celebra al Atten täter y a la muerte en general, las armas conjuntas de todo occidente serán inútiles. Y es por esto que las hostilidades, de ambos lados, deben cesar ya. Incluso en este momento de crítica desesperación, hay que apostar a lo que hoy parece una vetusta diplomacia internacional, al diálogo que permita deconstruir el aparato de la fuerza del choque de civilizaciones y buscar, como pedía Benjamin casi frente al suicidio, el pensar una historia a contrapelo, alguna alternativa para la palabra que logre inmovilizar la guerra. Si los organismos internacionales se quedan callados o lanzan comunicados fútiles, si la prensa se limita al reporte de historias de vida sumidas tras el umbral de la miseria y la destrucción, si la sociedad se queda en la comodidad del ataque antjudío/antisionista o antimusulmán, la guerra se abrirá paso sin obstáculos. Hannah Arendt ya dijo que que "sólo la pura violencia es muda, razón por la que nunca puede ser grande". Es cierto, sólo las personas podemos ser grandes, anudando ya palabras con acción política para salvarnos de este Apocalipsis temprano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario