miércoles, 16 de febrero de 2011
EL ORIGEN DE LOS ORIGENES
EL NACIONAL - SÁBADO 04 DE NOVIEMBRE DE 2006 P/4 Papel Literario
CENTENARIO HANNAH ARENDT (1906-1975)
Hannah Arendt: la lógica de la idea o la radicalidad del mal
Se la lee y estudia en decenas de lenguas en todo el mundo. Se organizan debates. Los especialistas se reúnen e intercambian sus interpretaciones. El recuerdo de su centenario ha generado un aumento del interés en su obra. En Caracas, los próximos 13 y 14 de noviembre, se celebrará un simposio con la participación de Carlos Kohn (Universidad Central de Venezuela) y Hauke Brunkhorst (Universidad de Flagenburg, Alemania), organizado por Goethe Institut, la Unión Israelita de Caracas y la Universidad Central de Venezuela. Hace una semana dimos inicio a la publicación de una serie de trabajos con los que Papel Literario se suma a la conmemoración. Hoy ofrecemos el ensayo de Sandra Pinardi, colaboradora de este suplemento y autora de la columna Reportes de la erosión
Sandra Pinardi
(Los orígenes del totalitarismo Hannah Arendt Taurus Ediciones Madrid, 2004)
Hannah Arendt fue una actora y un testigo del siglo XX: de sus contradicciones y horrores, de las formas impensables --y en muchos casos "imposibles"-con las que la modernidad particular que se consolidó en ese siglo distanció al hombre medio tanto de la esfera de la vida pública como de su propia existencia, situándolo en una zona indeterminada desde la que se enfrenta cotidianamente con la pérdida de su propia libertad, de su capacidad para hacer siempre el mundo otra vez, de nuevo. En este sentido, su obra, dirigida a todos, escrita para muchos, es el resultado de una honda reflexión acerca de las condiciones de existencia de ese hombre que tiene que habérselas con el desvanecimiento de sus posibilidades de acción, una reflexión de espera y promesa que intenta recuperar un lugar para lo humano, y un tiempo para restituirlo, para hacerlo nuevamente el fundamento de la comprensión --del conocimiento-y de la acción --de la cultura.
Nacida en Alemania y de origen judío, Arendt conoció el exilio y la persecución, la violencia y el caos que ocasionan "dos guerras mundiales en una sola generación", conoció de cerca la extinción de un mundo --de un orden-que se fragmentaba, se desmembraba, produciendo una expatriación sin precedentes, un desraizamiento sin restitución posible, y consignando al hombre a convivir con su propia inhumanidad. Ante un futuro impredecible, desde una herencia hipotecada por el terror y la impotencia, se propone con un "incansable optimismo" descubrir los mecanismos, ocultos o evidentes, que dieron lugar a ese desfallecimiento, a esa desintegración.
Sus textos, en este sentido, asumen un compromiso irrestricto con lo humano y con la realidad que de allí se genera; llenos de afecto y comprensión, se hacen cargo de las contradicciones y las incompatibilidades de la vida moderna, de las cicatrices con las que las "fábricas de la muerte", el racismo y los sistemas totalitarios de dominación habían marcado el curso de la historia y los espacios de la ética.
Esas experiencias extremas aportaron a su mirada y a su pensamiento una especial agudeza que le permitió entrever la complejidad de unos procesos que parecían exceder los límites con los que tradicionalmente la cultura occidental los había pensado y experimentado, y que requerían, por tanto, para su comprensión una reflexión sin ataduras, sin prejuicios, capaz de hacerse cargo de aquello que sus propias instancias ideales negaban doctrinariamente.
Una reflexión que se inicia investigando el espacio del "entre todos" –los ámbitos sociales y políticos, el quehacer públicoy que intentan encontrar –donar al menos como promesaalguna respuesta a una de las paradojas fundamentales de la sociedad contemporánea, aquella que se tensa --o se articula-entre "el poder actual del hombre moderno (más grande que nunca hasta el punto incluso de ser capaz de poner en peligro la existencia de su propio Universo) y la impotencia de los hombres modernos para vivir en ese mundo, para comprender el sentido de ese mundo que su propia fuerza ha establecido."
1Sus análisis, entonces, a pesar de que en algunos momentos pueden parecer permeados de cierta nostalgia, son una búsqueda incesante, la de establecer desde y con los hombres --pública y privadamente-las condiciones necesarias para re-iniciar el mundo, para estructurarlo de nuevo como un verdadero lugar "entre todos"; como un mundo libre en el que cada hombre, desde lo que es y a través de su acción, pueda articular lúcida y reflexivamente su relación con la historia, con el poder, con la realidad, con el futuro. "El antisemitismo (no simplemente el odio a los judíos), el imperialismo (no simplemente la conquista), el totalitarismo (no simplemente la dictadura), uno tras otro, uno más brutalmente que otro, han demostrado que la dignidad humana precisa de una nueva salvaguardia, que sólo puede ser hallada en un nuevo principio político, en una nueva ley en la Tierra, cuya validez debe alcanzar esta vez a toda la Humanidad y cuyo poder deberá estar estrictamente limitado, enraizado y controlado..."
2Hannah Arendt posee una extensa obra, entre sus principales trabajos encontramos La condición humana (1958), Entre el pasado y el futuro (1961), Eichmann en Jerusalem (1963), De la revolución (1968). Los orígenes del totalitarismo, publicado en su primera versión en 1951, delinea detalladamente las marcas determinantes y distintivas de los regímenes totalitarios del siglo
XX, específicamente de los liderizados por
Hitler y Stalin, delinea igualmente los pasos que condujeron y dieron lugar a esos sistemas de dominio, mostrando la profundidad con la que estos sistemas han herido la condición humana y la cultura occidental.
Hace patente cuán incrustado estaba el racismo en la sociedad europea del siglo
XIX y cómo la expansión imperialista comercia con la crueldad y la muerte, su análisis de los regímenes totalitarios, la conclusión a la vez de la historia política de la modernidad occidental y de este libro, expone la "naturaleza verdaderamente radical del mal": sus operaciones, los marcos y aporías que impone, la terrible discontinuidad con que clausura la historia.
Este texto, Los orígenes del totalitarismo, ha generado dudas, algunas relacionadas con el paralelo que Arendt establece entre el nazismo y el comunismo de Stalin, otras referidas a diferentes aspectos de su análisis, a pesar de todas ellas, es innegable --y de algún modo inagotable-la fuerza con la que el texto reflexiona acerca de los sistemas totalitarios, comprendiéndolos como una inédita forma de autocracia, incapaz de comprenderse desde la tradición y las ideas del pensamiento político occidental; una forma inédita, que brotó de la sociedad occidental misma, de sus corrientes subterráneas, y que empujó a esa misma sociedad a perseguir fantasías de dominación y venganza, en un movimiento sin fin, sin continente y sin contención.
Algunos de los elementos con los que Arendt delinea el totalitarismo son, aún hoy en día, fundamentales para comprender las operaciones, el talante y los procedimientos de los sistemas políticos contemporáneos, para intentar vislumbrar --entrever-el "orden social" que vivimos, el mundo que se nos impone.
"...una mentalidad que...pensaba
3en continentes y sentía en siglos"
Los lugares de la impermanencia
Una de las características de los movimientos totalitarios es la "impermanencia", evidenciada por ejemplo en la "sorprendente celeridad con la que son olvidados y la sorprendente facilidad con que pueden ser reemplazados."
4Esta "impermanencia", por una parte, parece exhibir una suerte de condición provisional, de volubilidad, en virtud de la que nada --ni la vida ni las promesas o las esperanzas-en los sistemas totalitarios opera inscribiéndose definitivamente como finalidad, como necesidad, por la otra, hace patente y explícito que los movimientos totalitarios son "puro movimiento", actos continuos de violencia que desarman cualquier posibilidad de identificación, de reconocimiento --social o individual--, y que, por ello mismo, se ejercitan ideológicamente, de espaldas a la realidad que informan o que los determina. En efecto, la "impermanencia" no es sólo una disposición para la transformación, para el olvido, es también un mecanismo brutal de alienación, mediante el cual los hombres y los pueblos son negados a su propia experiencia, son excluidos de sus lugares y circunstancias.
En este sentido, vale la pena preguntarnos por el significado subterráneo de esa "impermanencia", preguntarnos así mismo por las instancias que allí se ponen al descubierto. En principio, la impermanencia es la ausencia de determinación espacio-temporal, de circunscripción, no porque los regímenes totalitarios no estén inscritos en un momento preciso de la historia o se den en lugares determinados, sino porque se piensan a sí mismos como divorciados, como desprendidos, de cualquier circunstancia y, con ello, de la experiencia misma a través de la que existen, en la que ocurren. Son impermanentes porque han cancelado los lugares y el tiempo en una pretensión de absoluto, en su simulacro de plenitud que subsiste sólo en la medida en que pueda, continuamente, desvalorizar y negar los espacios reales de la experiencia y la vida, de la diferencia y la disidencia; son impermanentes, entonces, porque no dan lugar a la vida: la convierte en número (hombre-masa) o en engranaje (hombre-ejecutor).
Efectivamente, en los movimientos totalitarios todo "momento" específico se invalida porque se le considera sólo como un paso, una etapa; toda circunstancia particular pierde significado al confrontarse con la plenitud de ese "destino" absoluto que debe su consistencia a la reiteración de los discursos y las ideas; la impermanencia describe, entonces, un "estado de cosas" en el que la existencia se convierte en pura negatividad: un ahora sin consistencia ni relevancia, un lugar que es sólo el preámbulo de algo otro, una vida sin resguardos entregada a identificaciones automáticas y prerreflexivas, una sociedad convertida en un
Uno: inexistente, impensable.
Este "estado de cosas" es pensado por Arendt desde la idea de "puro movimiento": "El objetivo práctico del movimiento consiste en organizar a tantos pueblos como le sea posible dentro de su marco y ponerlos y mantenerlos en marcha: un objetivo político que constituyera el final del movimiento simplemente no existe".
5En efecto, puro movimiento, acción sin destino hacia un "destino común" que es una pura operación discursiva, una proposición sin figura ni contenido específico. Porque no hay finalidad no hay, en sentido estricto, una "esfera pública" en la que actuar o a la que pertenecer, en el puro movimiento que son los regímenes totalitarios lo común es un agregado --individuos atomizados, aislados-que exige, para establecerse, "una lealtad total, irrestringida, incondicional e inalterable" justamente porque no se hace de conexiones ni de comprensión, porque no se instaura como comunidad: esa es la sociedad del Uno, una que "se halla desprovista de todo contenido concreto", una falsificación del "entre-todos", un simulacro inscrito en el olvido.
El "ser de masa": las lagunas de la identidad
La sociedad del Uno, encarnada siempre en un alguien, es el ejercicio sin restricciones de los mecanismos de falsificación que aparecen cuando las comunidades se hacen masa, cuando la historia se quiebra en la figura de un destino puramente formal. La sociedad del Uno sólo es posible en el "ser de masas", es decir, allí donde no hay identidad ni distancia, donde el ser que se es, el que cada quien es, se ha constituido en laguna.
Arendt pone en evidencia que el totalitarismo sólo puede establecerse en una sociedad de masas, una sociedad que no es sino "la pura fuerza del número", en la que no hay "intereses comunes" ni "objetivos obtenibles". Una sociedad de masas se instaura en el desprecio por el valor de la vida humana, no sólo porque todo individuo o toda experiencia particular se hace superflua, sino principalmente porque se ha escindido, de forma violenta, la existencia, ninguna vida posee significado ya que éste se encuentra en el absoluto de la naturaleza o de la historia, ningún sentido se inscribe en la vida individual ya que ésta es un puro lugar de paso de las fuerzas de la naturaleza o la historia. No hay personas o individuos sino espacios de tránsito y realización de impulsos absolutos encarnados, a la vez y sin distinciones, en el líder --un funcionario-y sus seguidores --una voluntad.
El totalitarismo se da allí "...donde todos los hombres se han convertido en Un Hombre, donde toda acción apunta a la aceleración del movimiento de la Naturaleza o de la
Historia...".
6En efecto, una sociedad de masas no es una comunidad de hombres es, más bien, un agregado de sitios de realización, por ello mismo los une una "solidaridad negativa, nueva y aterradora" que reemplaza la realización con el resentimiento, la esperanza con la disolución, la promesa con la resignación. "Los habitantes de un país totalitario son arrojados y se ven cogidos en el proceso de la Naturaleza o de la Historia con objeto de acelerar su movimiento: como tales, sólo pueden ser ejecutores o víctimas de su ley inherente..."
7La sociedad del Uno, encarnada siem- pre en alguien, esta marcada por el aislamiento y la impotencia, y es posible sólo porque es la encarnación de una ideología. La ideología es el gran fundamento de los regímenes totalitarios, es la expresión de la radicalización del mal, porque es la existencia que funciona únicamente en virtud de la lógica de las ideas, de la lógica que una idea puede poner en marcha, de manera autónoma, más allá de la vida y las experiencias.
La ideología, en este sentido, es para Arendt la marca fundamental del totalitarismo, la que lo hace posible y lo perpetúa, es su principio de acción y también su destino, ese "destino común" que cohesiona la sociedad de masa y pone en funcionamiento la maquinaria del "puro movimiento"; un "destino común" que no es existencial sino absoluto --que es la consecuencia lógica de la propia "idea" que lo figura-y que, por ello mismo, no está interesada en la vida o en los hombres, en las condiciones de la existencia, sino únicamente en su realización.
En tanto que "lógica de la idea" puede establecer explicaciones totales que se hacen cargo, por igual, del presente, del pasado y del futuro, que no otorgan espacio a la duda porque es independiente de la experiencia, porque se ha emancipado de la realidad. La ideología falsifica: fuerza todo acontecimiento en los marcos de sus propios argumentos, procede modificando la realidad conforme a sus afirmaciones. Y es justamente esta falsificación la radicalización del mal que se expresa en la forma más sofisticada del terror, a saber, la del absoluto aislamiento: "...la autocoacción del pensamiento ideológico arruina todas las relaciones con la realidad. La preparación ha tenido éxito cuando los hombres pierden el contacto con sus semejantes tanto como con la realidad que existe en torno a ellos; porque, junto con estos contactos, los hombres pierden la capacidad tanto para la experiencia como para el pensamiento. El objeto ideal de la dominación totalitaria no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino las personas para quienes ya no existe la distinción entre el hecho y la ficción (es decir, la realidad empírica) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, las normas del pensamiento)."
81 Hanna Arendt. Los origenes del totalitarismo. Taurus, Grupo Santillana de Ediciones. Madrid, 2004. p. 10 2 Op. Cit. p. 11 / 3 Op. Cit. p.397 / 4 Op. Cit. p. 385 / 5 Op. Cit. p. 408 / 6 Op. Cit. p. 567 / 7 Op. Cit. p. 568 / 8 Op.Cit. p.574
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