lunes, 28 de febrero de 2011

EDITAR LA AUDACIA


EL NACIONAL - SÁBADO 22 DE ABRIL DE 2000 / PAPEL LITERARIO
Editores audaces
Juan Carlos Chirinos (*)

Para Silda Cordoliani y Blanca Strepponi, grandes editoras y amigas
Detrás del volumen que reposa en la mesa de una librería se cuecen demasiadas habas, se sabe. Lo saben, sobre todo, los que han dedicado su vida a leer, rechazar o publicar a los escritores, esa fauna no pocas veces egocéntrica que cree, encima, que la aparición de su obra cambiará la literatura. Son los editores, los dioses que dan y quitan, los amigos, los envidiosos, los ágrafos, los sabios, los cultos, los peseteros, los enemigos de la civilización y sus continuadores, dependiendo, por supuesto, del trato que le den a nuestros libros. En España, el "Hollywood del escritor en lengua española", en acertada definición de Frank Spano, los editores son -¡cómo no!- pieza fundamental en una industria que produce más de 50 mil títulos al año. Detrás de cada éxito (o fracaso) editorial resuena un nombre: además de un nada despreciable etcétera los más conocidos son Jorge Herralde (Anagrama), Juan Cruz (Alfaguara), Chus Visor (Visor), Jesús Munárriz (Hiperión) y, últimamente, José Huerta (Lengua de trapo), editor español del venezolano Juan C. Méndez. Pero quizá uno de los más experimentados y polémicos sea Mario Muchnik (Buenos Aires, 1931), quien publicó en agosto del 99 una deliciosa autobiografía editorial (Lo peor no son los autores, El Taller de Mario Muchnik, 1999) que, desde ya, recomiendo efusivamente tanto a legos como a experimentados. Un libro que tal vez enseñe mucho y que sin duda alguna divierte desde la primera hasta la última página. Incluso el simple (para no llamarlo subnormal) que lo lea sólo para enterarse de algunos chismes de la historia de la edición española, tendrá sus buenos momentos. Porque este argentino, hijo de editor, editor él mismo desde los años 70 y amigo de personajes ya históricos como Ernesto Sábato, ha protagonizado buena parte (y parte buena) de las publicaciones en español: desde Muchnik Editores (que perdió), pasando por Seix Barral y Anaya-Mario Muchnik, sigue su prolífico trabajo en su Taller. El ha dado a conocer a la lengua española autores como Elías Canetti, Italo Calvino y Kenizé Mourad, autora del bestseller De parte de la princesa muerta. Capítulo a capítulo, sin establecer orden cronológico, Muchnik hace memoria, apasionada muchas veces, de su relación con autores y la historia de algunos libros. El encuentro en una cena con autora checa que come en el suelo, la parrillada con Cortázar en una casa segoviana, las pequeñas tragedias y las tradiciones que lo llevaron a perder su editorial, van armando un libro sabroso de leer (porque el hombre sabe contar) y que deja adivinar a una persona curtida a golpes de amistad y odios profesionales. Desde luego, a juzgar por la rotundidad con que Muchnik trata a sus enemigos, y la emotiva pasión con que habla de sus amigos, no debe ser menos fascinante como arduo su trato. Queda claro su amor incondicional al mundo editorial y su tenacidad: con casi 70 años continúa publicando y tiene prometida, en la solapa de su libro, una nueva edición de la novela de León Tolstoi, Guerra y paz, tan necesaria siempre. Ojalá hubiera en Venezuela más gente como este editor, arriesgado, feroz y tenaz. Porque existen, lo sé, han trabajado excelentemente en condiciones adversas y a pesar de que siempre acecha el editor que apenas sabe leer y que haría bien firmando con una equis. Un único detalle pude captar para confirmar lo poco que se conoce la literatura venezolana: en la lista que de los libros que ha publicado en su vida, sólo Teresa de la Parra y Uslar Pietri llamaron la atención del editor. Y, gazapos aparte, el autor de Las lanzas coloradas entra en la "p" de Pietri, ¿será que no le suena la "u" de Uslar como apellido? En todo caso, muy pocos autores. Lástima. Por ahora sé agradecerle a Mario Muchnik su estimulante autobiografía (promete una segunda parte, que espero ardientemente), y el descubrimiento deslumbrado de Libuse Moníková, la profesora checa que comía en suelo y escribía en alemán. Y nada, seguir leyendo.

(*) Escritor

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