lunes, 28 de febrero de 2011

DISPARADERO


EL NACIONAL - Domingo 27 de Febrero de 2011 Opinión/8
ATres Manos
Miradas múltiples para el diálogo
La política como tragedia

"Ante la incapacidad del capitalismo salvaje, (discriminante y destructor de la vida) de cumplir sus promesas de un nuevo universalismo, los vientos rebeldes se han puesto a soplar en el comienzo de este nuevo siglo".
Armand Mattelart: La glo- balisation de la survillance, p. 235

RIGOBERTO LANZ

La guerra, la miseria o la muerte están demasiado cerca del mundo político como para ignorar sus perversas vinculaciones. Lo mismo en el otro extremo de la escala: la opresión amigable de la subcultura massmediática, el imperio del pensamiento único con su paradigma de la simplificación, el consumismo y la banalización de la sociedad de masas, el paroxismo de lo efímero, el éxtasis de la copia y el frenesí de lo secundario. Todo ello funciona en el mismo registro, es decir, pertenecen al mismo síndrome del modelo capitalista que marcha "hacia el abismo" pero que tarda en llegar.

Tal día como hoy Venezuela se ensangrentó del modo más brutal: violencia ciega con la desesperación y el cansancio como motor, represión feroz amparada en la más completa impunidad de gobierno e instituciones en franca descomposición. Desde luego allí estamos en presencia de la prepolítica en su más descarnada expresión. Ninguna racionalidad proyectual, cero dirección política, ninguna organización colectiva. La gente desbordó los límites de las convenciones de la moral y las buenas costumbres y se lanzó a las calles al saqueo como punto límite de cualquier idea de socialidad.

Desde luego, no estamos hablando de una teatralización de la vida pública o de un juego floral para las catarsis que ocasionalmente bajan la presión política. En esta experiencia se puso en juego el cinismo y la desvergüenza de una "clase política" que llevaba décadas saqueando el país. Una partidocracia podrida que había agotado todos los repertorios del simulacro y se quedaba repentinamente desnuda. Todo el tinglado de contención con el que cuentan las élites dominantes hizo aguas. El expediente de las matanzas en masas fue el recurso inescrupuloso de un funcionariado a la deriva. Pero la desfachatez no tiene frenos, baste recordar la escena surrealista del presidente de entonces haciendo una caminata "triunfal" con sus ministros como inaugurando una feria. Imagen patética de un país patas arriba y de una dirigencia política bochornosa.

De lado de la izquierda las cosas no eran mejores. Entre la postración y el desconcierto transcurrió aquella tragedia sin que partidos y grupos pudieran hacer algo. En parte porque las ideas y la praxis de aquella izquierda estaban en estado vegetativo; en parte también porque predominaba el clima psicológico de una clase media mayamera que apenas atinaba a comentar en las peluquerías "la mala imagen" que se estaba dando del país para el negocio turístico.

¿Qué vínculo subterráneo habrá entre aquella experiencia trágica y lo que vino después? Valen todas las hipótesis, salvo esa leyenda ingenua que establece una línea demasiado recta entre las epopeyas de Bolívar y cualquier escaramuza de nuestra política local. Desde luego que todo se vincula con todo. Hay un horizonte de sentido que pone en convergencia las grandes reivindicaciones históricas por libertad, por ejemplo, y las luchas puntuales que hoy se libran en todo el mundo por la misma causa. Igual ocurre entre nosotros: "La lucha por la independencia continúa". Ello puede leerse justamente como nexo histórico entre momentos distintos de un mismo torrente civilizacional. No hay mucho más que eso.

La tragedia de aquel 27-F no puede ser leída distraídamente como "gesta popular" o como "revuelta revolucionaria". Nada de eso. El estallido de la rabia de la gente es una carga explosiva contra todo lo que se ponga en frente. No es sólo la imagen delincuencial del "saqueo" como apropiación de bienes por la fuerza. Allí se está expresando, al mismo tiempo, la furia de un pueblo invisibilizado por la miseria y la exclusión. Ningún discurso persuasivo, ninguna técnica de resolución de conflictos, ninguna negociación del contrato social, nada de eso serviría para encausar este tipo de estallido.

Se impuso el lenguaje de las balas... el típico argumento del poder.

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