lunes, 21 de febrero de 2011
MACORRÓNICO DELIBERADO
EL NACIONAL - Lunes 21 de Febrero de 2011 Escenas/2
Amor a Roma
PALABRAS SOBRE PALABRAS
LETRAS
FRANCISCO JAVIER PÉREZ
El oxímoron resulta innecesario cuando de este locus magneticus (en macarrónico deliberado) se trata. Nada es tan idéntico a Roma como el amor (el juego de los grafemas así lo establecía desde antiguo en las lecturas occidentales y orientales del topónimo mismo). Y es amor del pleno y bueno el que brota de las páginas de la Antología del mundo romano (Universidad Metropolitana, 2008), que Edgardo Mondolfi Gudat se ha encargado de seleccionar, prologar y anotar.
Amor hacia una ciudad que fue el mundo y que lo será siempre, pues ella gesta los símbolos y los pulveriza, ella levanta los monumentos y los arruina y ella indica los caminos que van a dar a ella misma y los bloquea. Nada es más indicativo de la naturaleza humana, poderosa y débil, minúscula y engreída, sublime y bochornosa, que esta ciudad erigida para satisfacer el más persistente anhelo de los hombres: la inmortalidad. La singularidad ironiza y permite que tanta grandeza y tanta eternidad se logren gracias a la observación de las actuaciones de hombres perecederos no tan grandes como creemos y no tan notables como quisiéramos (notabilísimos y grandísimos también los hubo y muchos). Un desarrollo heleno hizo que ahora fueran los dioses no tan simétricos a los hombres, sino que fueran simplemente hombres iguales a otros hombres.
Es ello, pues, lo que fascina tanto en el relato de las vidas romanas de la antigüedad y en las acciones nobles y viles que protagonizaron.
El libro nos regala fragmentos, fina y quirúrgicamente seccionados, de los más emblemáticos autores del tiempo romano: Tito Livio, Polibio, Salustio, Cicerón, Suetonio, Augusto, Tácito, Herodiano, Eusebio de Cesárea y Plinio el Joven. Como un obsequio, robado al antólogo maestro, quiero ocuparme de la pieza seleccionada de este último autor y cuyo título es, por partes iguales, seductor y escalofriante: "Elogio del buen emperador" (una premonición del venidero Nicolás, el Maquiavelo). Se trata del panegírico de Trajano, el primero de los emperadores nacido fuera de Italia (el hecho había ocurrido el año 53 d. C., en la hoy española ciudad de Itálica, esa misma en donde luego nacería Adriano y que cantarán los augustos versos de Rodrigo Caro: "Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora/ Campos de soledad, mustio collado,/ Fueron un tiempo Itálica famosa").
Con sabio estilo alaba al César y lo calibra con sobria finura. No elude el espinoso tópico de la obsecuencia, que tanto mortificará a los gobernantes y del que serán reos impenitentes: "Grande y señalada gloria la de un Príncipe a quien teniendo que darle las gracias, no temo tanto que me considere parco en sus alabanzas como que me crea excesivo".
Destaca que hace al gobernante no su ambición o su miedo, sino el provecho ajeno y el ajeno temor.
Quiere para el Príncipe moderación y sólo moderación, pues "alimentando la gloria de las armas, amas la paz". También, ofrece la clave para su añoranza que será auspiciar los medios para no ser añorado (qué diferente la aplicación moderna de este principio).
"Por las inscripciones, imágenes y estandartes te mostrabas Emperador; por la modestia, trabajo y vigilancia eras general, lugarteniente y soldado".
La mesura del poder será la vía para anhelar la perpetuidad.
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