lunes, 28 de febrero de 2011

USLAR (UNO)

EL NACIONAL - Sábado 26 de Febrero de 2011 Escenas/4
Arturo Uslar Pietri: la preocupación por contar y entender Venezuela
Hoy, cuando se conmemora una década de la desaparición física de uno de los intelectuales venezolanos de mayor proyección internacional, es importante recordar las responsabilidades que su legado impone a la nueva inteligencia nacional
MICHELLE ROCHE RODRÍGUEZ

Mi tía Alicia tenía dos obsesiones: cazar gazapos en los periódicos y el pensamiento de Arturo Uslar Pietri. La primera manía le quitaba mañanas enteras que dedicaba a la redacción de enconadas cartas sobre los inconvenientes del dequeísmo, el mal uso de una preposición o el santo lugar de una coma; la segunda legitimaba esta ofuscación. La tía ­bueno, tía abuela­ había sido maestra hasta que la dictadura de Marcos Pérez Jiménez la descubrió amiga de "golpistas". Y cuando no pudo conseguir trabajo en ninguna escuela, se consagró a un oficio que entonces florecía.

Para su alegría, en ARS Publicidad la emplearon como secretaria del autor de Las lanzas coloradas (1931). La experiencia profundizó su reconocimiento de la profundidad intelectual de su jefe y le llenó la biblioteca de sus libros.

Fue con esos textos con los que aprendí a leer. Durante los primeros años de mi educación elemental, cuando Alicia era una ancianita con la insólita capacidad de citar al escritor de memoria, pasaba dos tardes a la semana en su apartamento de Bello Monte. Ella me enseñó a leer con las Obras selectas de Uslar que editó Edime en 1956 y me hizo aprender de memoria pasajes de Cuéntame a Venezuela. Entonces yo estaba convencida de que todo el conocimiento estaba contenido en la mente enciclopédica de quien también fue director de El Nacional en la década de los años sesenta.

Del "maestro Uslar"­así le decía­ Alicia aprendió la lección que marcó su vida: que la educación no se limita a las aulas.

Por eso creía en la importancia pedagógica de la prensa, y para ella el valor del escritor radica en que su sapiencia no se limitó a los libros, sino que la popularizó y la puso al servicio del país.

En su programa televisivo Valores Humanos, como en sus ensayos, Uslar insistía en la necesidad de pensar al país. En Venezuela, donde la imprenta llegó con 300 años de retraso y la primera generación de pensadores nacionales nació a finales del siglo XVIII, más de 200 años después del Descubrimiento, la articulación de una inteliguentsia era una preocupación central ­señalaba el autor­ para el que buscara resolver el enigma que es el país, explicar qué le rodea y situarlo con respecto al mundo.

Él mismo se afanaba en colocar esta aspiración como centro de su trabajo intelectual. Y por su visión causal de los fenómenos modernos se convirtió también en un gran historiador.

"Cada vez de una manera más consciente y clara he ido sintiendo lo que escribo como mi parte en un diálogo que me empeño en establecer con mi gente. Mi gente es toda la que tiene o es susceptible de tener conmigo cosas en común, y comienza por mi pueblo de venezolanos, para llegar hasta el más remoto de los hombres", afirma Uslar en el prólogo que escribió en 1953 a las citadas Obras selectas , una reflexión que evidencia hasta qué grado se sentía responsable con su época.

El autor fenecido hoy hace exactamente una década fue el intelectual más importante de la petrodemocracia porque, mientras otros celebraban la riqueza fácil, Uslar la criticaba. Consideraba que el petróleo había traído la pérdida del sentido de las proporciones y de la valorización del esfuerzo, al inaugurar en la psique nacional la convicción de que todo se podía comprar. La tragedia del país es que estas creencias se mantienen vigentes.

"Para mí la literatura, como el arte entero, no es monólogo solitario, es diálogo vivo de dar y recibir. Cuando parece monólogo es porque la respuesta tarda y a veces no llega sino en una generación posterior. Pero ha de llegar para que la obra de arte se cumpla", escribió.

A fuerza de hablarle a "su gente" este hombre de formación continental, para quien la educación y la historia eran el centro del desarrollo, logró su aspiración de convertirse en una figura universal que se destacó en diversas áreas del conocimiento humano. La tía Alicia decía que era el intelectual venezolano más importante fuera del país desde Rómulo Gallegos y lo confirman investigadores, así como sus antólogos contemporáneos ­y hasta Wikipedia­. Por eso se le multiplicaron los homenajes internacionales como la Orden al Mérito de Italia en 1965, la Orden de Rubén Darío en 1966, el doctorado honoris causa de la Universidad de París en 1979, el tributo del Instituto de Cooperación Iberoamericana en 1986, el Premio José Vasconcelos en 1988, el Príncipe de Asturias de las Letras en 1990 y la Gran Cruz de la Legión de Honor Francesa el mismo año.

Uslar representa una lección y un reto para su gentilicio, porque estableció como prioridad la necesidad de pensar la Venezuela posible, sin utopías ni imitaciones, ocupada de conocerse y medirse con otras naciones en términos de igualdad. Su legado imprime sobre la intelectualidad nacional contemporánea la responsabilidad de entender al país en su verdadera dimensión y de ponerlo en relación con el resto del mundo.

Uslar, el hombre país

Roberto Lovera De-Sola: Arturo Uslar Pietri fue una gran presencia en mi vida, no sólo porque desde niño me familiaricé con él a través de su programa televisivo Valores Humanos , sino también porque me llamó un día y me confió la escritura de la columna de comentario de libros2 "Crítica literatura", que publiqué en El Nacional todos los lunes desde junio de 1971. Por eso no puedo coincidir con quienes dicen que Uslar no apoyaba a la juventud, para mí las puertas de su casa estuvieron siempre abiertas.

Además, la vigencia de Uslar en nuestra cultura es innegable. Deberíamos llamarlo "el hombre país", porque fue el venezolano más importante del siglo XX, mucho más que Rómulo Gallegos o cualquier presidente. Y es tan fundamental porque su pensamiento tocó todos los ámbitos de la vida pública de Venezuela. No sólo fue político ­en tiempos de Isaías Medina Angarita fue ministro de Educación, el más joven (de 35 años de edad) que ha tenido el país­, sino que también disertó sobre economía: el 14 de julio de 1936 escribió de forma anónima, en el editorial del diario Ahora, la frase "sembrar el petróleo", que posteriormente reivindicó como suya en otros ensayos sobre la materia. Fue, igualmente, periodista y personalidad de medios de comunicación. Pero lo más significativo es que todas sus actividades se circunscribieron a su gran vocación, que era la escritura, y fueron facetas de su papel como intelectual. También en el área de la literatura fue un hombre país, uno universal, porque destacó en narrativa, teatro, ensayo y hasta en poesía.

Uslar el publicista: Fernán Frías Escribir unas líneas sobre la personalidad de Arturo Uslar Pietri y su relación con la publicidad no es nada fácil.

Quizás podríamos iniciar esta reseña con una frase que le oí hace mucho tiempo: "Lo más probable es que yo haya entrado en ARS hacia el año de 1915, cuando conocí a Carlos Eduardo Frías".

Pero en realidad entraría en la agencia en la década de los años cincuenta, y así como su llegada ocurrió en una fecha incierta, tampoco podría decir cuándo salió de ella.

La publicidad para un escritor es una maravillosa disciplina, pues no sólo le permite pensar imaginativamente, sino que también lo obliga a concretar dichos pensamientos en frases cortas, eslogans, comerciales de 30 segundos.

Uslar era, además de escritor, un verdadero publicista en el sentido más amplio de la palabra, de imaginación desbordante e incomparable memoria.

Quiero narrar una anécdota poco conocida de su temple y personalidad: cuando terminó el exilio en que se encontraba en Nueva York llamó a Carlos Eduardo Frías para preguntarle si podrían trabajar juntos, y él le respondió: "Desde mañana".

Entonces el autor le replicó: "Dame seis meses para estudiar los caminos de la comunicación de masas", y se inscribió en la Universidad de Columbia, donde en 1958 comenzó un posgrado en comunicación social para poder entrar definitiva y físicamente en ARS.

EL NACIONAL - Sábado 26 de Febrero de 2011 Papel Literario/2
Papel Literario
Arturo Úslar Pietri (1906 - 2001)
O ranchos, o desarrollo
La ingente necesidad de incorporar a los marginados
Mañana 27 de febrero se cumplirán 10 años de la partida de Arturo Úslar Pietri.
El ensayo que se ofrece a los lectores del Papel Literario , de singular vigencia, fue publicado en este diario el 7 de enero de 1974. Debemos a la Fundación Casa Úslar Pietri la sugerencia de que éste es el momento de volver a leer esta notable pieza del pensador venezolano
ARTURO ÚSLAR PIETRI

Nuestro tiempo, en cierto modo, es el de las ciudades. Por primera vez en la historia, en los países industriales, vive más gente en las urbes que en el campo.

Esto hace que las ciudades crezcan de un modo continuo y casi incontenible y que los estudiosos del futuro lleguen a pensar en desmesuradas concentraciones humanas de una dimensión y de un carácter casi de pesadilla.

El desarrollo urbano aparece como consecuencia de la Revolución industrial.

Hasta el siglo XIX la producción era básicamente agrícola, minera y artesanal. La mayoría de la fuerza de trabajo estaba en el campo. En la ciudad habitaba una minoría que era la de más alto nivel cultural y que disfrutaba de todas las facilidades y ventajas de la vida urbana.

Con la Revolución industrial que se desarrolla en el siglo XIX, las industrias tienden a establecerse en las ciudades y muy pronto la producción industrial sobrepasa a la de la agricultura, creando rápidamente un desequilibrio que trajo como consecuencia grandes concentraciones de población en las ciudades. En los grandes países industriales empezaron a surgir ciudades gigantescas como Tokio, como Londres, como París, como Nueva York, que rápidamente pasaron de tres a cuatro, a cinco millones de habitantes para alcanzar hoy el nivel de diez y doce millones que podría determinar que para fines de siglo algunas megalópolis puedan tener veinte o treinta millones de habitantes, acumulados en un inmenso perímetro urbano.

Esa impresionante explosión de población urbana ha revestido ciertas características indeseables, particularmente en países subdesarrollados. En esos países la población urbana ha crecido desmesuradamente por encima del desarrollo industrial, creando grandes aglomeraciones sin destino económico.

Son masas inorganizadas de emigrados del campo que no logran incorporarse funcional y útilmente a la ciudad, que acampan junto a ella en una especie de vida intermedia, que ya no es campesina pero que tampoco es urbana, en viviendas improvisadas que no llenan ninguna de las condiciones básicas deseables para una vivienda civilizada y en la que se hacina una población creciente. Eso es lo que llamamos en Venezuela los ranchos, en Chile villas callampas, en Argentina villas miserias, en el Brasil favelas y por otros nombres en otras partes, pero que constituyen exactamente el mismo fenómeno.

El petróleo desequilibrio Caracas se mantuvo hasta hace no más de 35 años siendo una pequeña ciudad que era la capital de un vasto país rural. El área urbana comprendía no más de doce o quince cuadras en torno a la plaza Bolívar, y el resto del valle era tierra de cultivo cubierto de haciendas de caña y frutos menores. La Venezuela rural llegaba hasta las puertas de Caracas y todo el resto de la población estaba diseminada a lo ancho del país en actividades agrícolas, en aldeas o en pequeñas poblaciones. Esa misma proporción que hacía de Caracas la pequeña capital de un extenso país agrícola se mantuvo por la mayor parte de su existencia. Esa pequeña ciudad tenía un perfil urbano definido con rasgos y caracteres propios de cuidad de país agrícola, con un equilibrio sano entre ella y el territorio.

Todo eso cambia cuando aparece el petróleo. El problema venezolano en esto es distinto de otros países. No fue que ocurriera una revolución industrial y que empezaran a crearse grandes industrias que atraían mano de obra campesina que se hubiera adaptado e incorporado a las exigencias de trabajo de la industria.

Los campesinos que llegaban a Caracas no venían a convertirse en obreros de la industria, porque no había un desarrollo industrial suficientemente poderoso para provocar semejante migración. Venían hacia las ciudades en busca del rescoldo de la riqueza petrolera que el gobierno ponía a circular en ellas. El desarrollo de la producción petrolera hizo al Estado venezolano extraordinariamente rico, pero esa riqueza absorbía directamente muy poca mano de obra. Hoy en Venezuela toda la producción, de la que vivimos todos los venezolanos, la produce el trabajo de menos de treinta mil personas, lo que significa en cierto modo que una población de once millones de habitantes está viviendo básicamente de lo que producen cuarenta mil personas. Este desequilibrio no existía en la Venezuela prepetrolera, cuando el país vivía de la producción de un millón de trabajadores agrícolas, que representaban las dos terceras partes de la población activa.

Había un equilibrio entre población-empleo y producción.

Esa riqueza nueva tan desproporcionadamente producida la ha distribuido el Estado venezolano de mil maneras, creando empleos, financiando actividades económicas, dando subsidios y ayudas y construyendo obras públicas. En busca del señuelo de esas facilidades se ha desplazado esa migración campesina hacia la ciudad, sin estar preparada para incorporarse a ella. Pudieron llegar pero no pudieron incorporarse al trabajo y a la comunidad urbana y se refugiaron en el hacinamiento de los ranchos.

No basta con viviendas Algunos de manera simplista piensan que este es un problema de vivienda, que se resuelve construyendo habitaciones.

Claro que es un problema de vivienda y que lo primero que habría que resolver es ese problema de gente que vive hacinada en un cajón de tablas, sin servicios higiénicos, sin agua, sin calles, sin cloacas, en la mayor insalubridad que no solamente los amenaza a ellos, sino a toda la ciudad. Es un milagro que Caracas no sea una de las ciudades más azotadas por epidemias en el mundo, tal vez se debe al sol pero, lógicamente, con una población de cerca de quinientos mil habitantes que no tienen cloacas, ni agua corriente ni recolección de basura, debería ser una de las ciudades de más alta morbilidad del mundo.

Esas condiciones infrahumanas pueden ser remediadas con viviendas, pero quedaría en pie el problema que no es de vivienda solamente, sino de estilo de vida y de capacidad de trabajo. Esa población que viene de los campos y se instala en los ranchos es difícilmente asimilable para una ciudad.

La mayoría no viene preparada para incorporarse a la vida urbana, no tiene nada que ofrecer en el mercado de trabajo de una ciudad, viene de una actividad que ella conoce, a la que estaba incorporada, que es una actividad agrícola que, lógicamente, no puede desarrollar en la ciudad. Llegan condenados a subsistir en una marginalidad extrema, realizando pequeñas actividades ocasionales que no requieren ninguna preparación, en transportar cosas, llevar mensajes, vender billetes de lotería, en una especie de fatalidad de subempleo crónico que no les permite subir y mejorar económicamente porque no representan una fuerza de trabajo aprovechable para la ciudad, para lo que una ciudad necesita. Una ciudad necesita obreros calificados, albañiles, mecánicos, gentes que sepan manejar una máquina, eso no lo han aprendido ellos, no lo pueden aprender solos y nadie se los enseña sistemáticamente.

En la proliferación de esa vivienda llena de peligros y de riesgos, que es el rancho, entran gentes de muchas clases.

No son todos campesinos que han venido atraídos a través de la televisión, del radio, del cine y de la propaganda, por el resplandor de una vida atractiva en la ciudad, sino que muchos de ellos salen de la ciudad misma se desincorporan o rechazan la posibilidad de incorporarse a la vida urbana para vivir sin las obligaciones, las limitaciones y las exigencias de un habitante de la ciudad.
Se ha hecho con un criterio exclusivamente de vivienda, pero no basta con la vivienda para resolver el vasto y complejo problema de esas gentes

No faltan entre ellos quienes tienen ingresos que les permitan vivir de una manera decente y civilizada, pero la rechazan para ir a formar parte de esa especie de subcultura del rancho. Hay una subcultura del rancho que es negativa y amenazante, porque además del problema higiénico plantea el del estilo de vida, el problema que pudiéramos llamar de repudio de la vida civilizada por una gran parte de la población.

Incorporar a la vida civilizada En esa zona no-urbana que rodea a Caracas, se está desarrollando un estilo de vida que comprende alrededor de quinientas mil personas. Es una forma de asociación primitiva caótica, insalubre, que favorece la promiscuidad y el delito y que desconoce valores y normas fundamentales de nuestra civilización. Sin espacio, sin orden, sin ley, sin higiene en hacinamiento inorgánico y destructivo, en perpetua situación de autodefensa y agresión, atenazados de necesidades, abandonados a los instintos, privados en muchos casos de una formación familiar, abandonados del padre, entregados a los muy limitados recursos y posibilidades de una mujer sola y pobre, cargada de hijos, en una especie de matriarcado anacrónico, centenares de millares de venezolanos se encuentran segregados de los más elementales bienes de una sociedad urbana.

Esa forma de vida tiende a crear una mentalidad, una manera de ser, unos hábitos antisociales que hacen muy difícil la incorporación a una civilización urbana.

Están en una ciudad, por lo menos al borde de ella, pero no en lo económico, ni en lo social forman parte de ella.

No están incorporados.

De esa magnitud es el problema que plantea el rancho. Habría que enfocar este problema mucho más a fondo de lo que hasta ahora se ha hecho. Generalmente se ha hecho con un criterio exclusivamente de vivienda, pero no basta con la vivienda para resolver el vasto y complejo problema de esas gentes que viven en condiciones absolutamente inadmisibles, en donde se están creando generaciones enteras que van a formar parte de un conjunto de nociones y actitudes inconciliables con ningún ideal de progreso civilizado. El problema no es solamente de vivienda. Hay un problema de vivienda pero es sólo una de las fases del problema, porque si se encontrara dinero para construir todas las que requieran, el problema de la incorporación seguiría sin resolver. Muchos de los que así viven no tienen justificación para hacerlo, porque tienen un trabajo estable y satisfactoriamente remunerado que los incorpora efectivamente a la red de relaciones de producción y de intercambio de una ciudad, pero la mayoría no está preparada para incorporarse a la vida urbana y por tanto parece condenada a permanecer allí en una condición que habría que llamar por su verdadero nombre, de refugiados, de gente que ha huido de un estilo de vida al que pertenecieron por muchos años, que era la vida rural, y que se han venido en busca de la ciudad y sus posibilidades, donde no logra entrar y han creado esa especia de subcultura de transición, en la que se están destruyendo valores importantes en esta situación caótica de la barriada, de los ranchos, donde no sólo no hay calles, sino tampoco ninguna de las estructuras sociales que pretendemos que caracterizan una vida civilizada.

De modo que el problema es mucho más amplio.

Habría que tomarlo en su conjunto y entonces señalar quiénes viven en ranchos que no deberían vivir en ellos y no permitírselo, y luego ocuparse seriamente de aquellos que tienen que vivir en ranchos porque carecen de ninguna otra posibilidad. A ese refugiado del campo, inadaptado e indefenso, hay que prepararlo para incorporarse a la vida urbana, es decir, habría que crear instituciones y servicios que a ese hombre le enseñaran actividades que tienen un mercado en la vida urbana, habría que prepararlo a incorporarse a la vida urbana de un modo útil, permanente y valioso y entonces, como consecuencia, el problema de la vivienda quedará resuelto por añadidura, porque ese trabajador incorporado a la ciudad tendrá una capacidad productiva y un ingreso estable que le permitirán la adquisición de una vivienda cómoda e higiénica, a largo plazo y a bajo precio.

El niño en la escuela del caos El aspecto más doloroso de este problema lo constituye el niño. Abundan los niños en las barriadas, que crecen en el abandono, la miseria y la ignorancia expuestos a todas las desviaciones y daños físicos, morales e intelectuales. Muchos no conocen la presencia formadora del padre y de una estructura familiar estable, nacidos dentro de un caótico desorden de tipo matriarcal, mal sostenidos y nada guiados por una infeliz mujer sin recursos, sin apoyo, sin conocimientos, que lucha en una pelea perdida con la vida, cargada de hijos de sucesivos hombres irresponsables, para quien resulta totalmente imposible criar, educar y formar de un modo aceptable aquellos hijos que han venido a representar una forma de su desgracia.

La consecuencia de esta dolorosa situación es un decalaje y una destrucción de valores sociales y de nociones sobre las cuales se estructuran las sociedades progresistas. La existencia de esta subcultura no solamente constituye un problema de higiene, de educación o de vivienda sino, en el verdadero y más amplio sentido de la palabra, un problema de destino nacional. Un país que no sea capaz de resolver esto es un país que está amenazado profundamente en su futuro, que va a enfrentarse a una situación que puede ser muy grave a muy corto plazo, porque cómo se va a construir en torno a unos ideales proclamados en una Constitución y en unas leyes, cómo se va a incorporar el acuerdo con unas normas que creemos establecidas en nuestro sistema educativo, a quienes estamos dejando vivir en formas que no los preparan sino para desajustarlos, inhabilitarlos y hasta destruirlos con respecto al marco social de un país civilizado.

En este momento se estima que en Caracas hay entre cuatrocientas y quinientas mil personas que viven en estas condiciones, entre quienes están allí por extrema necesidad y quienes no deberían estar allí. Hay también empresarios de ranchos que construyen y alquilan ranchos en cantidad, en una explotación inicua de la miseria, que la ley prohíbe, porque nadie está obligado a pagar alquileres de ranchos, no solamente que no está obligado sino que la autoridad lo protege para que no lo pague.

Sin embargo, se hace muy poco para impedírselo, porque en todo esto hay una lenidad culpable por parte de las autoridades. Está creciendo esta manera de vivir caótica, sin normas, sin estímulos de progreso, en una forma de desintegración individual y social de muy negativas consecuencias.

Con ranchos no hay desarrollo Hoy, de cuatro habitantes de Caracas uno vive en rancho, pero es posible, si no se encara esta situación para remediarla a fondo y transformarla positivamente, que ese mal social contrario al progreso y a la civilización, aumente continuamente hasta que en diez o quince años más de la mitad de los habitantes de Caracas vivan en semejantes condiciones. Para ese momento Caracas ya no será una ciudad sino un primitivo y doloroso amontonamiento y, lo que es más grave, la posibilidad de que Venezuela llegue a ser un país desarrollado estará profunda y gravemente comprometida, porque no ha sido capaz de incorporar su población a una forma de vida civilizada. Esto es lo que plantea el rancho, nada más y nada menos.

Desgraciadamente nunca se ha encarado este problema con la seriedad debida. Hay algo que va más allá del aspecto miserable de la vivienda y lo que pudiéramos llamar el dolor por la situación infrahumana en la que vive tanta gente.

Lo que está en juego va mucho más allá, está en juego toda la posibilidad misma de crecimiento del país. Si los venezolanos no somos capaces de tomar esta gente desplazada del campo, que ha venido atraída por el resplandor de una vida urbana para la cual no está preparada, y clasificarla y adaptarla y enrumbarla hasta agregarle en un plazo corto la incorporación efectiva, que no solamente consiste en que puedan vivir en una vivienda decente sino que formen parte útil y productivamente de la vida de una ciudad moderna, si no somos capaces de lograrlo a tiempo y eficazmente, habremos fracasado como sociedad y como nación, porque hasta entonces todos los planes de desarrollo que podamos concebir estarán construidos sobre una base de arena deslizable, que fatalmente un día dará al traste con todo lo que deseamos y esperamos. No es una cuestión sólo de humanidad o de caridad hacia quienes viven en condiciones infrahumanas, es un problema de destino colectivo: o somos capaces de incorporar esa población marginal o esa población marginal va a crecer, va a ser mayoría y dará al traste con toda posibilidad de desarrollo. Es de ese tamaño el problema, que no es de vivienda solamente, sino de adaptación, de incorporación a una vida social civilizada de gran cantidad de seres desplazados que viven en una subcultura autodestructiva, que está en la más flagrante contradicción con las aspiraciones de progreso y bienestar que pueda alentar un país que aspira al desarrollo.

En esa dimensión está colocado el problema y en esa dimensión tiene que ser resuelto.

EL NACIONAL - Jueves 24 de Febrero de 2011 Opinión/8
AUP-Celaup
EDGARDO MONDOLFI GUDAT

La desaparición de Arturo Uslar Pietri, ocurrida hace diez años, ha estado lejos de condenar al olvido su palabra esencial y sus aportes en muchos de los ámbitos en los cuales contribuyó, desde la narrativa de ficción y sus artículos de prensa, hasta la aventura ensayística y la acción política, durante buena parte del siglo XX.

Ello ha sido posible gracias al hecho de que la Universidad Metropolitana se haya convertido en el asiento más visible con que se ha contado hasta ahora para la revisión de su vida y obra. No hay ninguna exageración al decirlo. Para comenzar, la universidad tiene la fortuna de administrar el legado que más inmediatamente conecta la vastedad del universo uslariano: su biblioteca personal, contentiva de 18.000 volúmenes, abierta a cualquier lector interesado.

Al mismo tiempo, en sus predios funciona el Centro de Estudios Latinoamericanos Arturo Uslar Pietri, Celaup, que si bien fue formalmente estructurado en 2004 sobre la base de la donación de esa biblioteca personal, su origen se remota a la Cátedra de Economía Arturo Uslar Pietri, promovida en la década de los noventa por el BCV, conjuntamente con la propia Metropolitana. En 2006, con motivo de cumplirse el centenario del natalicio de Uslar, se edificó la moderna sede que alberga el centro, gracias a los aportes del Banco Occidental de Descuento.

Aparte de la labor docente a través de diversos diplomados en Historia, Arte y Estudios Latinoamericanos, la valoración de Uslar se ha puesto en relieve a través de la edición de diversos libros publicados por el propio Celaup. En algunos casos se ha tratado de estudios cuyo propósito redunda en abrir nuevas ventanas a la comprensión de su trabajo escritural o para el abordaje biográfico; en otros, se ha pretendido recoger su obra dispersa, a fin de ofrecer lo que, paradójicamente, son obras de Uslar que quizá el propio autor no llegó a concebir jamás. En la línea de lo primero destaca Uslarianas, de Rafael Arráiz Lucca, que rastrea y analiza la obra multigenérica de Uslar; en la línea de lo segundo, destaca un compendio de su columna periodística, Pizarrón, coeditado con El Nacional, así como una serie que ha tenido por común denominador todo cuanto Uslar escribió tomando en cuenta su relación con distintos países. De esta colección han sido publicados hasta ahora Uslar y España, Uslar y Estados Unidos, a los cuales deben seguir ahora los casos de Francia, Italia y Alemania. El espacio, lamentablemente, no permite reseñar otros emprendimientos bibliográficos, más allá de dejar testimonio del interés con que se valora la posibilidad de ofrecer pronto, en coedición con El Nacional , una aproximación colectiva a la obra de quien hizo de su vida un ejercicio de fervor por comprender a Venezuela.

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