martes, 8 de febrero de 2011
retrato de un sistema
Gramsci en Saigón
Luis Barragán
Baremo y plataforma de lanzamiento fue para Antonio Gramsci el consejo de la fábrica, pues, retrató el desarrollo del capitalismo en la Italia de los albores del siglo XX, a la vez que su desarrollo era anuncio seguro del proyecto socialista al que tanto aportó heroicamente desde la cárcel. Semilla, célula o núcleo fundamental (y fundacional), toda relación social tendría explicación a partir de los trabajadores organizados en los medios de producción. Empero, por más que Jorge Giordani fuerce las premisas a través de sus libros, a través de una gestión ministerial sometida al cruce constante de los portavoces e ideas sobrevenidas, agudizando las contradicciones del régimen, se levanta el testimonio de lo que se dio en llamar “Ciudad Saigón”, ubicada en el centro de Caracas.
Presuntamente desaparecida, la experiencia constituyó el retrato hablado del chavezato. Ayer, como hoy, nos interpela respecto a las intenciones y pretensiones del régimen, como la destrucción del casco histórico de la ciudad capital. Recordemos que tan prontamente imitada a lo largo y ancho del país, Saigón fue el mayor expendio de videos ilegales que, por tres o cuatro años, deshizo la antigua Plaza Diego Ibarra, ubicada entre el denominado Palacio de Justicia y el Centro Simón Bolívar.
Por una parte, la sola constitución de un inmenso laberinto de puestos de venta de irregulares dimensiones, algunos hasta lujosos, fotografió muy bien la naturaleza y alcance del Estado rentista y corrupto, cuyos elencos protocolizaron su participación en el pernicioso negocio de la “piratería”, evidentemente al admitirla, patrocinarla y perfeccionarla. No hubo programa informático, musical, documental o film, que no se encontraran en la vastedad encapsulada y – por cierto – segura de la ciudadela, por más exquisitos y exigentes fuesen los demandantes de un lugar tan estratégicamente ubicado.
Puede aseverarse que la célula, semilla o núcleo fundamental (y fundacional), en relación al régimen, la descubrimos – precisamente – en la economía informal hecha literalmente de sobrevivientes, aún desde los centenares de inmuebles urbanos invadidos, que abre la bóveda de los intereses del poder establecido, delatándolos a través de los (anti) valores del clientelismo y la prebenda que realizan y se perfeccionan mediante la conformación de sendas mafias, aunque tardaremos mucho en descubrir los mecanismos y personalidades involucradas en más de doce años. Saigón se hizo una comunidad que expresó fielmente cuán lejos ha llegado el socialismo dizque bolivariano, con una gigantesca legión de subempleados que irremediablemente entraron en el circuito generado o amparado por el Estado, ahora alcanzando otras manifestaciones menos visibles o elocuentes que su entronización en el corazón de la metrópoli.
La ciudadela fue el equivalente del “consejo de fábrica” de Gramsci, retrato hablado de las exacerbaciones de un capitalismo de Estado: indicador del gobierno que ejerce – agravándola - en nombre y representación de la sociedad ultrarrentista que somos, deseosa de pasar de la incumplida promesa de una economía agropecuaria, endógena, a otra de servicios, fatalmente importadora, definitivamente desindustrializada. Por lo que es el sardo mismo el interrogador de los socialistas de nuevo cuño, desprendida toda originalidad de la mera numeración de la nueva centuria.
Por otra parte, rapaz, es el Estado el que ha permitido (y seguirá permitiendo), el abusivo empleo de los espacios públicos para los negocios del contrabando, porque no hay otra explicación para la realización de las mercancías bajo un rígido control de cambios, agregados los ínsumos básicos de alimentación que no se conocen en los predios de la economía formal. No olvidemos que Saigón se levantó en una histórica y vistosa plaza, perfeccionada su destrucción ante la mirada indiferente de los funcionarios o autoridades que debieron velar por ella.
En una urbe de agorafóbicos, la Diego Ibarra se ofreció como una inmejorable oportunidad para el negocio, por lo que sacrificó sus irrepetibles monumentos, bancos, fuentes y hasta tuberías de cobre, para la lenta edificación del laberinto que únicamente exigía audacia y apoyo para conquistar cada centímetro y rincón. Quizá por el elevado costo político que comportaba, o las propias tensiones de un negocio de tan desleal competencia, Saigón desapareció físicamente del lugar, pero ya pasa de tres o cuatro años que, completamente destruido, apenas hubo una remoción de escombros e – imaginamos – la pugna por lograr las contrataciones de una magna remodelación (que no, remodelación), quedando enteramente impune la gesta que la pulverizó.
Saigón no ha desaparecido, porque es la savia espiritual del socialismo rentístico en marcha. DE distintas formas se repite, preferiblemente destruido todo testimonio de libre y ordenada civilidad.
Fuente:
http://www.noticierodigital.com/2011/02/gramsci-en-saigon/
http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=736821
Etiquetas:
Antonio Gramsci,
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