sábado, 12 de febrero de 2011

nota sacramental


EL NACIONAL - Sábado 12 de Febrero de 2011 Papel Literario/3
Del juramento a la palabra vana
NELSON RIVERA

Un punto de partida: pongamos nuestra atención en su ambivalencia congénita: el juramento es la garantía, pero también la traición a esa garantía. Nicole Leroux* nos recuerda que Hesíodo establece una relación originaria entre el juramento y la traición al juramento, como si el primero existiera en función de los traidores. Dice Giorgio Agamben: al jurar se pronuncia, a un mismo tiempo, el compromiso y su maldición. De su indagación en fuentes antiguas concluye que lo esencial y originario es la maldición. Puede decirse: jurar es maldecir(se), cuando se afirma algo que es falso o cuando no se cumpla lo que ha sido prometido. Quien jura se coloca ante la inminencia del perjurio. En su origen, el juramento se constituye simultáneamente como ben-dición y mal-dición.

El nudo: el juramento se inscribe en la correspondencia de las palabras y los hechos. Se jura para obtener credibilidad (en Homero los juramentos son siempre confiables). Al jurar se invoca a Dios. Hay que precisar: los hombres no juran por Dios, sino por el nombre de Dios. Por lo tanto, cada palabra de Dios es un juramento. Si el juramento provee alguna seguridad, si logra su cometido de despejar la duda, ello ocurre a causa de Dios. De la relación entre Dios y el juramento surge una dimensión esencial: la lengua de Dios, pero también la de los hombres, son inseparables del juramento. Al pronunciarse un juramento, se produce una triple invocación: se formula una afirmación; se invoca a Dios como testigo; y se anuncia una maldición al perjuro.

Lo que la blasfemia sanciona es el rompimiento de la correspondencia entre las palabras y las cosas, entre las palabras y los hechos.

¿Puede asociarse el juramento al testimonio? No: porque lo que el juramento invoca se realiza y agota en sí mismo. Jurar es agotar una experiencia del lenguaje. Es la experiencia de lo performativo ("El performativo es un enunciado lingüístico que no describe un estado de cosas, sino que produce inmediatamente un hecho, realiza su significado"). Desde esta perspectiva, jurar tiene (contiene) la eficacia de un hecho.

En otras palabras, el juramento es autorreferencial. Lo que conocemos como performativo suspende el carácter denotativo del lenguaje. Juramento: acto verbal que realiza el ser.

Del juramento a la religión Agamben nos recuerda que Louis Gernet, gran historiador del derecho griego, advertía que quien pronunciaba un juramento entraba en relación con la "sustancia sagrada". Esa "sustancia sagrada" equivalía a la condición indeterminada, a menudo oscura e inaprehensible que, para los pensadores más diversos, era esencial en el fenómeno religioso. De esa incertidumbre provenía la religión como fenómeno con potencia para causar temor.

No en balde Cicerón se preguntaba: "¿Qué hay en el juramento? ¿Verdaderamente lo que tememos es la ira de Júpiter?". Los hombres han jurado para protegerse de la ira de los dioses. Si en la Ilíada Aquiles compromete su juramento a un cetro (a un objeto), Hesíodo señala otro elemento primordial: incluso los dioses apelan al acto de jurar (de hecho, Cicerón habla de "la religión del juramento").

A lo largo, no de los siglos sino de los milenios, los estudiosos han relacionado el juramento con el ámbito religioso, o mágico-religioso o religiosopolítico. "Según un paradigma infinitamente repetido, la fuerza y la eficacia del juramento deben buscarse en la esfera de las `fuerzas’ mágico-religiosas a las que pertenece en origen y que se presupone como la más arcaica: la fuerza y eficacia del juramento derivan de esta esfera y van desapareciendo con el declinar de la fe religiosa". El juramento es tan antiguo como los dioses. Jurar ha sido atravesar la puerta hacia el ámbito de las fuerzas religiosas. La tesis que Agamben expone en El sacramento del lenguaje. Arqueología del juramento, es lo inverso: la esfera mágico-religiosa no preexiste al juramento, sino que es el juramento el que puede explicar la religión y, también, el derecho. Más todavía: la religión y el derecho tecnifican al juramento, derivan de él procedimientos, discursos.

Agamben trae a la mesa las afirmaciones de Paolo Prodi, el autor de El sacramento del poder, quien sostiene que pertenecemos a las primeras generaciones, cuyas vidas en el terreno colectivo transcurren sin el vínculo del juramento.

Lo que se ha perdido o lo que se ha roto, es el lazo que unía al viviente con su respectiva lengua. Este cambio supone hondas consecuencias en las formas de asociación política.

Vivimos tiempos de palabras vanas, cada vez más vanas.

Ese viviente, desvinculado de su compromiso con la lengua, se ve reducido a "una realidad puramente biológica y a una vida desnuda". La palabra vana hace precaria a la política.

Copio: "Cuando el nexo ético --y no simplemente cognitivo-- que une las palabras, las cosas y las acciones humanas se quiebra, se asiste en efecto a una proliferación espectacular sin precedentes de palabras vanas por un lado y, por otro, de dispositivos legislativos que tratan obstinadamente de legislar cada aspecto de aquella vida que ya no parecen poder capturar. La edad del eclipse del juramento es también la edad de la blasfemia, en la que el nombre de Dios pierde su nexo viviente con la lengua y sólo puede ser proferido en vano".

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