sábado, 12 de febrero de 2011

no son, siéndolos


EL NACIONAL, Caracas, 12 de Enero de 1999 / OPINION
Libros que no son libros para seguir siendo libros
María Eugenia González Deluca

Un tierno peluche marrón moteado de blanco, un cocodrilo verde brillante que abre la bocaza roja y suena al apretarlo, un escarabajo de color metalizado, con sus antenas. Son los juguetes que encaprichan a los niños y quiebran la vapuleada voluntad anticonsumista de mamá y papá. Examino el cocodrilo y resulta que no es un juguete...¡es un libro¡ Bueno, tiene hojas, tiene palabras impresas y unos dibujitos, y debe ser un libro porque, después de todo, estoy en una librería, en la sección "Literatura infantil". En los estantes hay toda clase de... ¿libros?, o tal vez rompecabezas, son castillos, flores, animales, que se arman al abrirlos. Hay libros con huequitos cubiertos de celofán de colores que parecen caleidoscopios, otros con figuras en relieve que hacen ruidos como el cocodrilo, unos con regalitos, lápices de colores y pedacitos de estambre, hay un arbolito... Y, claro, también traen palabras impresas. Hay uno que tiene una pagina completa de texto, sin dibujos, que tal vez no se venda igual que los otros. En un pequeño estante hay libros para los mayorcitos, con textos más extensos: letras bien grandes, párrafos de tres o cuatro líneas como máximo, la mayoría de menos; pero todos con dibujos muy atractivos. El niño que tenga en sus manos este libro ¿se interesará en los dibujos o en las palabras? ¿Y si las palabras son aburridas, le interesará el libro? ¿Le interesarán los libros o los objetos?

La letra desde hace mucho tiempo no entra con sangre. Ahora entra con argucias; los libros se disfrazan para que les perdonen el pecado original de ser libros, se convierten en "libro-objeto", para conquistar el elusivo mercado de los lectores infantiles y hasta de los más maduros, con toda clase de artimañas. Compiten en un mundo cada vez más extraño al hábito de la lectura. Es el mundo del sonido y de la imagen que pelea con ventaja creciente con la disciplina, y hasta con el gusto, de leer. Porque si antes la lectura ganaba algunas batallas frente a la pobre calidad de la televisión vernácula, ahora el cable óptico que metió en el aparato al mundo global, multicultural, babélico, le dio un punch más efectivo al silencioso y quieto ejercicio de leer. Y con Internet, no es muy diferente, porque el saber en píldoras está en las páginas web con sólo un click, sin el fastidio de tener que visitar librerías o recordar nombres de autores, si acaso http//www.eud.com..., o algo así.

A esto contribuye también la escuela. Los hijos de la era audiovisual y de la escuela activa, no tienen maestra sino "facilitadoras" -terrible nombre que es toda una definición de nuestra educación- que a su vez no leen, pero siguen fielmente los preceptos de la escuela activa: cambiar la actividad con frecuencia, porque la atención de los niños decae; poner tareas en equipo para formar hábitos de solidaridad; "facilitar" el duro aprendizaje. Y atienden una norma importante: no confundir a los niños con nociones abstractas o poco familiares, para que no se vean obligados a pensar, a razonar, o a imaginar, porque la mente infantil es delicada. Olvidan que algún día serán adultos, enfrentados a los desafíos y las usuales asperezas de la vida. Olvidan que a los que lleguen a la universidad les reclamarán por sus pobres hábitos de lectura y su escasa capacidad de concentración. Los "recursos audiovisuales" ¿qué duda cabe?, son más eficientes que las palabras para saber cómo es un dromedario. Verlo es mejor que imaginarlo, sólo los poetas o algún excéntrico pensarían lo contrario. En suma, el antiguo hábito de la lectura, sedentario, silencioso, solitario, que exige concentración e imaginación, parece tener algunas posibilidades en su incierto futuro: volverse light, transformarse en otra cosa, juguete o pantalla de televisión, o convertirse en ñapa.

Ilustración: Camille Engel.


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