sábado, 12 de febrero de 2011
LIBELO
EL NACIONAL - Sábado 12 de Febrero de 2011 Papel Literario/4
Venezuela es la hora loca, repetida 24 horas
JUAN CARLOS BERTORELLI
Venezuela es el lugar donde no existe un apetito que no sea enorme. Es el lugar donde comprimimos los 500 millones de kilómetros del planeta en menos de un millón porque las ganas de tenerlo todo no nos cabía en el cuerpo. Queríamos tener desierto, nieve, llanuras, cordilleras y playas paraíso y seguro que nos hicimos amiguísimos de quien repartía todo eso para salir ganando o nos delantamos en la cola o, incluso, muy formalmente, acostumbrados a hacer colas para todo, llegamos al reparto antes que nadie, la noche anterior, a la 1 de la mañana con una silla de extensión, un minidividí y cinco películas quemadas o un teléfono de última generación para chatear o ver televisión o los dos a la vez.
Y logramos, como siempre, tener todo, las montañas, desierto, playa, selva, todo ya, de inmediato, rapidito. ¿Cómo no íbamos a tener los venezolanos un multipaisaje, un desborde geográfico, un decorado múltiple sobre ruedas con motor turbo y equipo de música con 12 espikers? Lógicamente, los venezolanos tenemos Venezuela.
Es el lugar donde el humilde hot dog deja de serlo y se convierte en plato fuerte. En Indonesia les tomó siglos desarrollar el Rijsttafel: un plato ensamblaje centrado en el arroz acompañado de múltiples contornos de carne y vegetales. En Venezuela, el perro caliente cambia mes a mes, es un plato dinámico que se mueve mucho más que el tráfico sólido de la ciudad. En enero tiene queso blanco y en febrero queso blanco y amarillo.
En marzo tiene salsa de cebolla y en abril salsa de ajo. En mayo todas las anteriores y trozos de aguacate. La pobreza barroca del trópico convirtió el perro caliente, un divertimento sajón, en la fachada de una comida completa, el churrigueresco gastronómico. Abundante en colores e ingredientes, parco en nutrición.
En Venezuela no hay usted. Incluso tú es una lejanía. Aquí tenemos mi amor, mi gordo, mi vida o mi corazón para conocidos y desconocidos. Preferiblemente para desconocidos, porque no hay desconocimiento que aguante por mucho tiempo los latidos al unísono del: mi corazón.
La exageración de los tepuyes, montañas exhuberantes saliendo de la nada acaso sean un símil adecuado para las apariciones frondosas en el pecho de las venezolanas. Desbordando presencia, dejando muy atrás el cuerpo que los soporta, los pechos de las venezolanas son formaciones fantásticas, obra del bisturí del cirujano transformado en varita mágica.
En Venezuela las lolas son el culto no oculto, uno de los tres deseos de los genios de los hombres y, por añadidura, de las mujeres.
Es Venezuela, tierra de gracia según Colón, el paraíso y el infierno de los perros, que perciben seis veces más intensamente los olores. A Venezuela se llega por el olor como a otros países se llega por mapas. El 20 por ciento de los ingresos de aún las familias humildes se invierte en artículos de cuidado personal. Entrar en el metro en la mañana es desayunar con el olfato. Las fragancias de cualquier producto ambientador multiplican aquí tres o cuetro veces su potencia, y el piso de tierra de los ranchos es regado diariamente por desinfectante intensamente perfumado a Brisa Marina o Campos de Violeta.
Las criollas conocen tres tallas: Small, Xtra Small e Intravenosa. Y cada día, pantalones, camisas, franelas, trajes de baño, enfrentados a un desbordamiento de carne en todos los frentes, pierden la batalla y dejan pasar más allá de sus límites carnes curiosas que insisten en asomarse, en un desfile de tejidos, adiposos o no tanto, que se muestran orgullosos a la vista de todos. ¿Impudicia? No realmente. Más bien convicción absoluta de su belleza esencial, que nada tiene que ver con los parámetros artificiales de Milano o New York, sino con la femineidad contundente y milenaria de la Venus de Willendorf.
El tráfico, fuente de constantes sobresaltos y de entretenimiento a granel gracias a la presencia de buhoneros que, a veces, recuperan el lejano pasado para reencarnar en salteadores de caminos, nos brinda un espectáculo excepcional en pro de la presentación personal: la limpieza de cutis motorizada. Es realmente un deporte de parejas, un show a dos cuerpos y dos manos protagonizado, esencialmente, por algún motorizado con cutis o espalda poblados de poros impuros, léase barros y espinillas, y su novia con aptitudes cosmetológicas dinámicas. En el primer semáforo en rojo o, acodándose en el hombrillo, la novia en cuestión empuja hacia atrás el cuello de la franela y procede a extirpar pequeños volcanes que disparan lava amarilla o negra entre sus dedos. ¿A dónde va a parar este producto natural? Generalmente a la misma franela del sujeto como pequeños blasones de limpieza de sangre. Muchas veces la limpieza es facial y entonces la novia se para frente a su jinete urbano, se inclina como para un beso, le coloca las manos en la cara, como para acercarlo, y entonces los pulgares hacen su labor vengadora: dos dedos contra la dieta de frituras, las empanadas, las tajadas, los tostones, la carne frita, las papitas, el chocolate. Lo que comenzó como un simple traslado entre un punto y otro se convierte en la cruzada estética del ángel exterminador.
Y si la falta de límites del venezolano es permanente, ¿cómo no iba a manifestarse desbordadamente en algo que también es para siempre, como los nombres propios? Whisroncer, por ejemplo, para dejar establecido durante toda la vida que el nacimiento del primogénito sería una gran celebración con whisky, ron y cerveza. Hmmmm, ¿cómo no celebrar toda la vida en un nombre la unión de los padres que hicieron posible la llegada de ese bebé? Basta con unir amorosamente algunas sílabas y ¡abracadabra!, aparecen nombres mágicos, cargados de décadas de amor como Anyamir, unión profundamente familiar del papá, Ángel, la abuela Yajaira, y la mamá, Miriam.
¿Puede trasladarse el epicentro de un sismo? ¿Moverse pausadamente por una de las congestionadas autopistas de Caracas? Puede, lo oyes acercándose a ti desde varios carros de distancia, emitiendo rugidos bajos y rítmicos.
Es otro de nuestros desbordes: envolver a los demás en nuestra música, quiéranlo o no, con generosidad derrochadora de decibeles ¿Puede terminar tanta dadivosidad en ruptura de tímpanos? Es posible, pero es un sacrificio que bien vale la pena por ese desprendimiento de compartir la música que llevas contigo. Claro, siempre cabe otra explicación a este fenómeno, donde la generosidad no entra, esa también tan venezolana demostración de poder adquisitivo, en este caso: oigan todos el equipo arrechísimo que me compré.
Y es que el consumo es uno de nuestros grandes desbordes. Nació chillando como un bebé llamando la atención y nació ya bien desarrollado; un bebé cubierto de pelos enroscados y espinillas, en la época de la Gran Venezuela.
Primero fueron los motorhome, torpes bestias que no encontraron en ningún lugar del país los servicios que lo hacen útiles en otros países: agua corriente y electricidad. Se arrastraban por calles donde escasamente cabían. Pero eran enormes y eso era lo que importaba: proclamaban a metros de su llegada el poder enorme de tu chequera. En los ochenta también dejamos nuestro nombre de venezolanos, ya nada teníamos que ver con aquella Venecia pequeña u otras pequeñeces, nuestro consumo ya era tan grande que pasamos a llamarnos ta’ baratos. Ahora el país tenía dos eslóganes: Venezuela suya y Miami nuestra. Hoy, llegando a 2011, nuestra voracidad es un jugador de video magnífico y absorto que engulle cada nuevo símbolo de consumo, pantallas planas, whiskys mayores de edad para jóvenes que no llegan a 15 años, fiestas de 15 años con la crema de los merengueros, Hummers, avionetas...
Obviamente, los venezolanos no podemos tener uno o dos mitos de creación polvorientos y estáticos. Nuestros mitos de creación son cotidianos y audiovisuales y llegan puntualmente a nuestras casas en horario estelar. Nos creamos y recreamos a nuestra barroca imagen y semejanza, diariamente. En decorados que combinan la fastuosidad dorada y chambona de tiendas de ocasión, la mucama se recrea en esposa de millonario, la humilde en acomodada, la despojada en opulenta, la ciega en clarividente. Es el milagro de la telenovela nuestra de cada día. Y posiblemente no sea casualidad que en tantas culturas la serpiente sea el animal de la creación: cuan adecuado para una teleculebra.
En los certámenes de belleza la creación y recreación es más radical porque transforma físicamente: la que llegó con su maletica adecuadamente provista de atractivos naturales, terminó saliendo al escenario con labios nuevos rebosantes de botox, senos recién salidos del paquete, cintura esculpida, muslos de estreno y unas seis frases de ocasión, sacadas de manuales de autoayuda y trípticos de UNICEF. El nacimiento de Venus, la creación de la primavera, en un país con sólo verano e invierno. ¿No es esa una maravillosa creación? Y esas son sólo algunas de las exageraciones enormes de la Venecia pequeña. Este es, entonces, un ensayo con secuela avisada. El Rocky, La guerra de las Galaxias, el Rambo de los ensayos. ¿Cómo no iba a ser exagerado, también, un ensayo sobre nuestras exageraciones?
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Este artículo es extremadamente increíble y real. Venezuela querida.
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