lunes, 7 de febrero de 2011

(de nuevo) magnicidio dos


EL NACIONAL, Caracas, 23 de Noviembre de 2001 / Opinión
El 24 N 48
Solís Martínez

Después del 18 de octubre de 1945, gobernó al país una junta compuesta por cinco civiles y dos militares.

En diciembre de 1947 se realizaron elecciones para Presidente de la República, las cuales fueron ganadas por el escritor Rómulo Gallegos quien obtuvo el más alto porcentaje en votos hasta hoy en el país.

Desde la toma de posesión, la cual fue llamada peyorativamente “la coronación”, se inició la conspiración para derrocar al gobierno. Así como la revolución de octubre fue liderada por el teniente Edito Ramírez, quien juramentó al mayor Marcos Pérez Jiménez, este nuevo golpe lo dirigió el teniente coronel Pérez Jiménez. Los militares de esa época, con algunas excepciones, eran partidarios de un régimen militar, ya que el imperante era ineficaz y sectario.

El golpe del 24 de noviembre era del conocimiento público, lo que no se sabía era la hora “H”. A los cuarteles llegaban continuamente paquetes con ropa interior femenina y cartas en las cuales se les decía a los oficiales que si no eran capaces de alzarse, lo harían las mujeres. Ese fue el único golpe anunciado del siglo XX ya que del 18 de octubre de 1945, los pequeños alzamientos que se sucedieron después, bien contra las juntas o contra el gobierno del general Pérez Jiménez, el del teniente coronel Hugo Chávez Frías y el del contralmirante Hernán Grüber Odremán y el general Francisco Visconti, aunque se conocieron a última hora, sorprendieron al país.

Las unidades tácticas en todo el país tenían previstos sus objetivos, esto era conocido hasta el nivel de comandantes de pelotón, se estimaba que podría haber muchas bajas porque se amenazaba con emplear 500 mil campesinos en caso de que se atentara contra el gobierno. Por cierto, el oficial que ocupó el diario que había dado esta noticia preguntó: “¿Y dónde están los 500 mil campesinos de Ramón Quijada?”.

El golpe se inició a las 12:00 en punto del día 24, solamente se veía gente que apresuradamente se dirigía a sus casas, los negocios cerraron y las fuerzas militares patrullaban las calles en todo el país. Nadie salió a defender al gobierno, se escuchaban disparos aislados durante la noche. La enfermería de Miraflores, sirvió como lugar de detención de los líderes del gobierno; al único que no se pudo detener fue a Rómulo Betancourt quien se asiló en una embajada.

Al amanecer del día 25, ya se había formado la junta militar compuesta por los tenientes coroneles Carlos Delgado Chalbaud quien la presidía, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez. A la junta militar, la llamó una vez un periódico “Los tres cochinitos” lo cual fue castigado con cárcel.

En 1950, fue asesinado el teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud por un grupo de personas comandadas por el antiguo guerrillero Rafael Simón Urbina quien antes había luchado en la sierra de San Luis contra el gobierno del general Juan Vicente Gómez. Por cierto, como el general Gómez tenía un buen servicio de inteligencia exterior, una vez que conoció que Urbina desembarcaría por el estado Falcón con un grupo de mexicanos, lo notificó al presidente del estado, León Jurado, y éste le contestó “mañana zamuros corianos comerán carne mejicana”.

Para suceder al presidente de la junta, se trajo desde Perú, en donde se encontraba como embajador, al doctor Germán Suárez Flamerich.

Es necesario hacer algunas acotaciones, sobre el teniente coronel Delgado Chalbaud. Era hijo de Ramón Delgado Chalbaud, quien invadió a Venezuela en 1929 después de pasar 14 años preso en La Rotunda. Delgado era un hombre educado en Francia, que únicamente andaba con un edecán; el día de su muerte lo acompañaba el teniente de navío Carlos Bacalao Lara, quien resultó gravemente herido.

Después de la muerte de Delgado, la llamada Junta de Gobierno estuvo dirigiendo al país hasta que el Congreso proclamó a Marcos Pérez Jiménez como Presidente, tiempo durante el cual el país dio un salto al futuro en cuanto a progreso se refiere. Como era una dictadura, las libertades estaban conculcadas, pero había como en el lema de Brasil “Orden y progreso”.


EL NACIONAL - LUNES 13 DE NOVIEMBRE DE 2000 / OPINION
La muerte de un hombre inolvidable
Adolfo Borges Strauss

Hace hoy 50 años, bajo la amenaza de seis revólveres apuntando en su dirección, que al presidente Carlos Delgado Chalbaud le fueron arrancadas de cuajo las insignias de teniente coronel durante el corto trayecto que mediaba entre su casa de habitación y la casa de la muerte. Doble deshonra le correspondería a Delgado porque en el transcurso de medio siglo los ladrones de bronce del Cementerio General del Sur se encargaron de despojar al mármol de su tumba de las insignias de coronel post-mortem. El esfuerzo de los asesinos y de los ladrones de tumbas por desterrarlo de la vida y del recuerdo de los hombres pareciera haber tenido éxito porque a este muerto sin dolientes apenas lo recuerdan los abuelos por lo vistoso de sus funerales o los libros de escuela como el jefe sin gloria del triunvirato que depuso a Rómulo Gallegos, víctima de un asesinato aún no esclarecido.

Lo cierto es que aquella muerte anunciada habría de resultar en terribles consecuencias para el país porque, por una parte, destrozó en un instante la cuidadosa transición que Delgado había armado desde el momento mismo en que se hizo líder de aquel golpe inevitable. Por otra, porque quien había desaparecido poseía entre los venezolanos del momento con posibilidad de mando todas las cualidades para el triunfo sobre la obscuridad. Todas las cualidades menos una: años de vida para triunfar.

Reducir la tragedia de la vida de Carlos Delgado Chalbaud al accidente de su muerte sería irresponsable. Basta conversar con quienes le conocieron, leer sus cartas, escuchar su música favorita, recapitular su odisea, para saber que este era un hombre fuera de lo común. Debe la historia incluir en su juicio la búsqueda sincera de Carlos Delgado por un mejor horizonte para su país, catalizada por el deseo de reivindicar a su padre y a todo lo que él representaba. Hijo del general Román Delgado Chalbaud, el único opositor a Gómez que armó una fuerza invasora de envergadura, a Carlos le tocó asistir al sacrificio de Román desde el puente de mando del Falke, a la espera de refuerzos que nunca llegaron a la cita acordada. Le escribiría a José Rafael Pocaterra: "No puedo menos que enorgullecerme de ser el hijo de aquel hombre que en sus compromisos últimos no le falló a nadie. Jugó el todo por el todo y perdió la vida ¿Se le ha de reprochar? La prudencia y la ineptitud son las dos virtudes venezolanas que nos han valido 30 años de dolorosa tiranía. Sólo espero la ocasión que no se quién habrá de ofrecerme para ir a cobrar junto con la muerte de mi padre la de los otros nobles sacrificados por la patria".

Y cuando la oportunidad llegó, Delgado mostró tener visión de futuro: "Existe la creencia de que el mejor gobierno es aquel cuyo trabajo es el más rendidor en el orden material. Gobernar no sería entonces sino cuidar de un patrimonio. Lo que se impone es el deber de procurar por medio de la discusión serena y la colaboración, la solución del problema del hombre en sociedad, el cual consiste en Venezuela en armonizar la vida libre y digna del ciudadano con la disciplina social. Gobernar es servir este alto propósito" (De la alocución del 1º de Enero de 1950). A medio siglo de estas palabras, el problema del hombre en sociedad está aún por resolverse en este país.

La de Delgado Chalbaud fue una de las vidas más controversiales del pasado reciente. Cuenta la historia que, tras tres años de participación en el gobierno de Acción Democrática, Delgado decidió sumarse a los golpistas que depusieron a Gallegos. Lo digno para Delgado, dirán unos, era unirse al grupo de ministros encarcelados y hacer honor a su palabra de lealtad. Lo digno, dirán otros, era evitar a toda costa que la barbarie se hiciera con el poder. "Recibió un castigo terrible, aunque parezca merecido", diría uno de sus detractores, atribuyéndole a Delgado Chalbaud la perfidia del sediento de mando. Sin embargo, diría de él Augusto Mijares, su Ministro de Educación: "Visión clarísima para captar con rapidez los más diversos y complejos problemas; criterio amplio para admitir a discusión todas las opiniones; agudo sentido filosófico que le permitía llegar en el análisis de las cosas hasta los fundamentos más remotos". Toda vida humana es un conjunto de errores y de aciertos. Ambos plagaron la suya de amenazas que le hicieron intuir su fin pero que no doblegaron su labor. La majestad del cargo que ocupó, la honestidad de sus procedimientos, reconocida por amigos y enemigos, y lo cruel del atentado que eliminó a Carlos Delgado Chalbaud merecen que se descorra el manto del olvido y se permita el análisis objetivo de su paso por la vida.

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