Luis Barragán
Transitamos amargos acontecimientos que ilustran muy bien el calibre del régimen que nos agobia, asomando su naturaleza, características e implicaciones. Elementos éstos que, por sobresaturarnos, pierden la obviedad de una lógica – la del poder establecido - convertidos también en una pésima anécdota de nuevo siglo.
Insultando la inteligencia de sus propios partidarios, Maduro Moros convirtió la mentada guerra económica en pretexto de todos sus fracasos, además, incurriendo en el alza inútil del precio de la gasolina que de nuevo lo tienta. Empero, le ha sido difícil aplicar tan temeraria falacia a otras expresiones de la vida social, profundamente afectada y conmovida por los índices de criminalidad que ponen en duda la propia existencia del Estado y levanta sospecha en torno a una – antes – inconcebible complicidad con mafias que nos reportan el lado obscuro de una globalización accidentada, pero indetenible.
En días pasados, un equipo completo de fútbol infantil fue secuestrado en La Vega, una barriada al oeste de la ciudad capital, por hampones armados que los liberaron después de despojarlos de sus pertenencias. Al acontecimiento, imposible de censurar, se unió otro, en plena zona de seguridad especial en el casco histórico de Caracas, como fue el desvalijamiento masivo del Palacio de las Academias traducido por el hurto de un número considerable de computadoras que, salvo una nueva noticia, afortunadamente no incluyó el valioso patrimonio documental y bibliográfico con el que cuenta, pues, el colmo sería que los académicos no velasen por una copia de seguridad de la documentación bolivariana que el gobierno les confiscó tiempo atrás.
Para más señas, los eventos en cuestión parecen rubricados por el llamado Ejercicio Zamora 200, una prosopopeya publicitaria que supuso una inmensa inversión de recursos públicos para probar la equivocada doctrina militar en boga, pues, muy simple, mientras sabemos y padecemos de los más insólitos actos delincuenciales, retrocediendo en términos criminológicos, con una Fuerza Armada a la que le impusieron – desnaturalizándolas - tareas tan contradictorias como las policiales y las de abastecer alimentariamente a la población, 115 mil efectivos se entretienen con el fantasma de una épica anti-imperialista. Épica prefabricada que no tiene por resultado otro que de reforzar a una dictadura comprobadamente indolente y saquear el erario público, malgastando lo poco que Maduro Moros deja en caja, desconociendo los mecanismos constitucionales y legales de control.
Entonces, ¿qué va quedando del Estado? ¿Hasta dónde simularlo? ¿Cuál es el límite de un lenguaje que únicamente lo supone? ¿Cómo sobrevivir a su crisis? ¿O concluimos que sólo lo realiza la pólvora asimétrica, el empleo arbitrario de la violencia legal?
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