lunes, 2 de enero de 2017

LA SOBREVENIDA PRESTANCIA DE LA MENTIRA

Del reencuentro con la verdad
Luis Barragán


Desde hace varios meses, la prensa europea abunda en consideraciones alrededor de un término acuñado por el Diccionario Oxford: la llamada post-verdad pretende explicar fenómenos como el Brexit, cuyas simplificaciones sacudirán por un muy buen tiempo los bytes. Al parecer, el neologismo estelar tiene por origen la desatención y negación del cambio climático, a pesar de las evidencias científicas.

Por más que las realidades sigan un curso insobornable, la tendencia prevaleciente es la del auto-engaño que las suplanta o dice suplantarlas, agravándolas. E, irremediable, la verdad misma, tozuda e irremplazable, se convierte en una tarea inmensa de reivindicación a contrapelo no sólo de los intereses políticos, sino de los propios medios que obtienen grandes dividendos al contrariarla, versionarla y dosificarla.

Caso muy cercano, a finales del año recién concluido, la canciller venezolana resolvió con un Tweed el demasiado efímero y tormentoso tránsito por la presidencia pro tempore de Mercosur que, circunscrito al anuncio, jamás se materializó. Sin embargo, empleada ventajista o ventajosamente la herramienta, evitando la incomodidad del más ligero cuestionamiento personal, dijo olvidar las razones de fondo que condujeron a la suspensión de Venezuela, escenificando una vergonzosa comedia en la sede de la organización, y condensando la gestión en la resaltada “dimensión social y de DDHH del bloque”.

La post-verdad, también tildada meta-verdad, es un elegante eufemismo que ayuda a entronizar la mentira, cultivándola con una prestancia que debe escandalizar, por cierto, distinta a la sempiterna demagogia.  E, incluso, nos remite a las reflexiones que un destacado jurista, como Peter Häberle, ha aportado en torno a la verdad como un derecho fundamental que, en medio de los más duros conflictos, ha generado y universalizado sendas comisiones que procuran buscarla en el marco de las transiciones políticas, esforzándose en resarcir – ante todo – moralmente a las víctimas; y, más allá, a prevenir y confrontar la razón de Estado que, a la postre, lleva al extremo totalitario de la producción de “no verdades”.

La mejor garantía que tienen las realidades para el reconocimiento y la nombradía que reclaman, está en el libérrimo debate que emprenda las mejores perspectivas que nos acerquen a la verdad. En el caso venezolano, principia con la urgente realización del Estado Constitucional, evitando  repetir experiencias como las que aún – enfermizamente – no concluyen, dinamitando el propio lenguaje.

Fuente:
02/01/2017:
http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/28598-luis-barragan

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