Luis Barragán
Hecho grave y significativo, el Palacio de las Academias fue recientemente tomado por asalto a altas horas de la noche, ignorando todavía el resultado de las pesquisas que las autoridades – inexcusablemente - deben adelantar. Sin duda, una operación tan espectacular como incomprensible, por todo lo que supone el inmenso riesgo de un cargamento que no es tan fácil de trasladar y ocultar, como podría ocurrir con las mejores escenas que ofrece el cine respecto al hurto de los más rentables título-valores que, por cierto, advierten una más afinada vocación por el ejercicio delincuencial.
Se dice del hurto eficaz y – acaso - silencioso de un centenar de computadoras, papelería y objetos de oficina que, es de suponer, amerita de una compleja implementación, añadida la inmediata distribución, costosa repotenciación y paciente colocación de los equipos, cuyos cálculos – si de satisfacer la demanda se trata - lucen autorizados por un peor escenario (hiper) inflacionario. Valga la conjetura, la realización comercial de las piezas dirá apostar por un mayor atraso tecnológico que revitalizará, como sucede, el mercado de la chatarra o de los cachivaches que clama por una necesidad real, antes que la del estatus prometido por los oferentes.
El evento tuvo por escenario el centro histórico de Caracas, considerado como una zona especial de seguridad, aunque – ahora – reconfirmamos que lo es exclusivamente para evitar toda protesta ciudadana. Paradójicamente, el masivo e insólito desvalijamiento acaece mientras que el gobierno nos satura, propagandística y publicitariamente, con el llamado Ejercicio de Acción Integral Antiimperialista Zamora 200, subrayando el empleo de milicianos o la detección de líderes negativos en el seno de las empresas públicas, con centenares de cuadrantes para la ofensiva contrarrevolucionaria que poco o nada le importa la tasa persistente de los más de veinticinco mil homicidios anuales que exhibimos, encumbrándonos en las macabras estadísticas universales.
Además, tratándose de centros del conocimiento científico, capaces también de aportar a la memoria histórica, la indiferencia gubernamental es demasiado evidente, descuidando o negando la vigilancia de bibliotecas o museos públicos, por decir lo menos. Acotemos, quizá una pormenorizada auditoría de nuestras arcas documentales, bibliográficas y, añadimos, artísticas, dará cuenta de importantes desapariciones de nuestros anaqueles o salas de exposición que animaría mucho a novelistas como Arturo Pérez-Reverte o a Carlos Ruiz Zafón.
La única explicación del hurto de las desactualizadas computadoras, negadas las divisas para un convincente equipamiento del país, por burdo y grotesco que parezca, responde al inspirado vuelo del hampa que prevé un estancamiento o regresión tecnológica, afincado por algún dato econométrico que abre sus promesas, pues, hubiese sido más estilizado el intento de haber tenido la intención de apropiarse de toda la data. Empero, sin los recursos y la voluntad necesaria para digitalizarlos, corren mayor peligro aquellos documentos incunables o ediciones-príncipe que no tardarán en hallar al hampón más informado, atrevido y dispuesto a llevarlos a las subastas de Londres o Nueva York, luego de arrear audazmente con el promisorio verdor de libros y pergaminos de considerable peso, adelantándose a otros competidores.
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