sábado, 28 de enero de 2017

TRUMPADAS

EL PAÍS, Madrid, 28 de enero de 2017
 TRIBUNA
La conjura contra América
Leonardo Padura

Hace unos años, mientras leía la novela de política-ficción La conjura contra América (2004), del gran escritor norteamericano Philip Roth, sentí de forma visceral el gran poder de la literatura: tocar y afectar lo más profundo del espíritu humano. Aquella historia, ubicada en los Estados Unidos de 1942, en la imaginaria coyuntura de un sorpresivo triunfo electoral del exaviador Charles Lindbergh sobre Franklin D. Roosevelt, desarrollaba su trama en una Norteamérica dirigida por una Administración cercana a los ideales nacionalsocialistas de Hitler en la que, junto al pregón de posturas nacionalistas, primero de manera sibilina, y luego de forma abierta, se culpaba de los males domésticos a un enemigo cada vez más concreto y cercano, en este caso la comunidad judía asentada en el país.

La reacción que me fue provocando el sentimiento de encierro, desvalimiento, indefensión de unos individuos posibles ante la enorme maquinaria desbocada de un poder que los ha convertido en sus objetivos de represión y ataque solo por ser culpables de lo que son, me llegó a resultar agobiante, al punto de que por momentos debí detener mi lectura. Y es que Roth nos advertía en su magnífica y dolorosa novela, referida a un mundo tan imaginario y posible como el de George Orwell en 1984, sobre la necesidad del poder de tener o de crear enemigos, reales o pretendidos, y su capacidad de devorar a los marcados por esa necesidad, a los reales o pretendidos disidentes. Y aquella historia me afectaba porque sus connotaciones son universales, los peligros de su existencia siempre están latentes y porque, partiendo de una conjetura histórica, Roth desbordaba la realidad factual y me mostraba de modo ejemplar cómo había sido siempre, cómo podía ser siempre, cuando desde las alturas políticas se exacerban el nacionalismo, el aislacionismo y el odio nacional, social, político, sexual o racial hacia el otro.

Creo que, precisamente por su proyección universal y su cualidad de permanencia, a nadie le extrañará que La conjura contra América haya vuelto por estos días a mi mente, revolviendo todos los avasallantes efectos estéticos y políticos que en su momento me provocó la novela.

El discurso presidencial de Donald J. Trump este 20 de enero de 2017 es, sencillamente, uno de los documentos más alarmantes que se han lanzado al mundo en las últimas décadas, por venir de quien viene y por salir de donde sale. La exacerbación flagrante de los sentimientos patrióticos mediante el levantamiento de su peor manifestación, el nacionalismo, aparece tan en el centro de sus palabras que opacan la capacidad o necesidad de anotar sus inexactitudes, sus medias verdades (o medias mentiras) y su comportamiento antiético respecto a sus predecesores políticos, especialmente el saliente presidente, Barack Obama.

El espíritu del país ha sido convocado para reclamar derechos que, dicen, les han arrebatado

“A partir de este día, una nueva visión gobernará nuestra tierra. A partir de este día, solo Estados Unidos será la prioridad. Estados Unidos primero”, afirmó Trump, mesiánico, casi revolucionario. La atmósfera creada por estas posturas que se empeñan en señalar a algún culpable y pretenden convertirse en política de Estado del país más poderoso del mundo, de seguro calará en la mente de millones de personas que viven en Estados Unidos y, al escucharlas, se sienten más patriotas, más insatisfechos y ofendidos, incluso humillados pero, sobre todo, al fin capaces de denar sus temores. Y sus respuestas, estoy convencido, no se harán esperar: el enemigo ha sido señalado y se les ha pedido, a ellos, los buenos, actuar. El enemigo es el otro, el extranjero, el que está más allá de las fronteras (el que provoca miedo y nos roba) y las víctimas han sido los que debían haber sido beneficiados y han sido perjudicados por esos otros.

Como bien se sabe, pocos discursos gustan más a las masas que los de este estilo, muy cercano al practicado por los totalitarismos que sufrimos en el siglo XX y hasta el día de hoy: el que hace posible culpar al otro de nuestros problemas, el que nos hace vernos como objetivos de una malévola conjura y con derecho a defendernos con todas las armas.

Trump no dice cómo hará para que los grandes capitales industriales renuncien a sus ganancias y abran fábricas en Estados Unidos y paguen 25 dólares la hora al obrero que, fuera de sus fronteras, por igual o más trabajo, empleado por esos mismos capitales u otros similares, solo recibe cinco, o menos. Tampoco cómo mejorará la educación y la salud, el gran tema todavía pendiente en el país poderoso y que a su juicio reclaman una refundación. Pero afirma que se construirán más carreteras y, con vehemencia, que si se les da a los norteamericanos lo que les corresponde, todo irá a mejor para ellos.

La máquina del nacionalismo excluyente ha sido puesta en movimiento en Estados  Unidos

El espíritu de un país ha sido convocado a reclamar derechos que les pertenecen y que, les dicen, les han sido arrebatados. Cómo gestionará Trump su política de rescate de la (según él) perdida grandeza norteamericana puede ser objeto de muchos análisis y conjeturas. Pero lo que ya ha ocurrido es que las semillas de su alarmante pensamiento político han sido lanzadas al viento y muchas de ellas van a caer en tierra fértil donde brotarán, diría que inevitablemente, los retoños del odio, la xenofobia, la megalomanía de los grandes sectores de un país que votó por estos discursos populistas de Trump que tanto recuerdan otras exaltadas elocuciones de similar especie que de vez en cuando la historia evoca con pavor para que algunos nos preguntemos cómo fue posible que aquello ocurriera.

Por suerte también sabemos que no todos los estadounidenses votaron por Trump y que muchos de ellos observan con pavor el ambiente creado antes y con el ascenso del mandatario. Hace unos pocos días Merryl Streep lanzó su grito de alarma, el mismo que han dado otros muchos norteamericanos, democratas y republicanos, que han decidido levantar banderas mucho más nobles y coherentes y han comenzado el movimiento civil de oposición. Pero lo cierto y terrible es que la máquina del nacionalismo excluyente ha sido puesta en movimiento y que el futuro se ha convertido en una interrogadora amenaza para muchos norteamericanos pero, también, para nosotros, “los otros”, pues su alcance será lamentablemente universal.

Fuente:
http://elpais.com/elpais/2017/01/27/opinion/1485528343_681861.html


EL UNIVERSAL, Caracas, 18 de enero de 2017
Trump: el descenso del Olimpo
Alfredo Toro Hardy

Nunca antes las corporaciones multinacionales habían alcanzado su dimensión actual. Tal como refería Noreena Hertz en su obra The Silent Takeover, publicada en 2001, de las cien mayores economías del mundo, cuarenta y nueve eran Estados-naciones y cincuenta y uno corporaciones multinacionales. Desde entonces la balanza se ha inclinado cada vez más en la dirección de estas últimas, gracias a un proceso sistemático de megafusiones empresariales.

Dichas megacorporaciones tienden a ser controladas con mano firme. Hace varias décadas Galbraith desarrolló su teoría de la evolución corporativa, según la cual las empresas habían pasado del liderazgo carismático de sus fundadores a aburridos directorios tecnocráticos. Ello no se corresponde a la realidad actual, donde figuras de inmensa fuerza como Warren Buffet, Larry Page, Sergey Brin, Carlos Slim, Mark Zuckerberg, Amancio Ortega o Bernard Arnault, dominan sin cortapisas sus emporios económicos. Ello responde al hecho, documentado por el censo 2013 de mil millonarios de Wealth-X y la banca UBS, de que el 60 por ciento de éstos son “self-made men” que virtualmente crearon sus empresas de la nada.

Pero junto al valor de las empresas que controlan se encuentra la fortuna personal de estas figuras. En enero de 2016 la organización internacional Oxfan, basada en Oxford, Reino Unido, difundió un reporte titulado Riqueza: Tenerlo Todo y Querer Más, donde proporcionaba una cifra espeluznante: A partir de 2016, la riqueza de 1% de la humanidad superará a la del 99% restante. De acuerdo a la encuesta de Wealth-X y UBS, antes citada, la fortuna combinada de las 2.170 personas que hoy pasan de los mil millones de dólares es de 6.5 millón de millones de dólares. Es decir, más que el PIB de Japón. De su lado, la polarización económica a la que ha llegado Estados Unidos resulta pasmosa. En efecto, la riqueza poseída por el 0,1% de arriba resulta igual al del 90% de su población contada a partir de abajo (Angela Monaghan, “US Wealth inequality- Top 0.1% worth as much as the bottom 90%”, The Guardian, 13 November, 2014).

Esos grandes líderes corporativos no sólo suelen compartir una visión similar del mundo sino que tienden a reunirse frecuentemente. Los espacios donde se congregan van desde los de naturaleza abierta como el Foro Económico Mundial hasta agrupaciones reservadas como Bilderberg, la Comisión Trilateral, o el Grupo de los Cincuenta. Según Bruno Cardeñosa: “Estos grupos pretenden gestar una red de mando que no se vea afectada por el capricho de turno de los ciudadanos” (El Gobierno Invisible, Madrid, 2007).

Lo anterior se traduce en una conectividad que ha llegado a ser cuantificada económicamente. En palabras de Tyler Durden: “De acuerdo a la publicación Wealth-X las conexiones entre los mil millonarios del mundo equivale a un círculo social cuyo valor combinado asciende a 33 millones de millones de dólares, es decir, el doble que el PIB de Estados Unidos” (“The World 2170 billionaires control $33 trillion in net worth”, Zero Hedge, 23 November, 2013).

La conjunción entre el gigantesco poder económico de las grandes corporaciones, el liderazgo carismático sobre las mismas, la fortuna personal de quienes las controlan, la presencia de valores compartidos, la existencia de un marco asociativo común y la conectividad derivada de ese marco asociativo, se traducen en un poder inconmensurable. No es exagerado hablar, por tanto, de un “club de los amos del mundo”. Cualquier Estado que se enfrente a los intereses de éste, debe estar dispuesto a asumir un costo desmesuradamente alto. No en balde pocos se arriesgan a hacerlo. Ello ha conducido a lo que el historiador John Polock ha calificado como la subordinación de las comunidades soberanas de ciudadanos al poder del dinero.

Curiosamente algunos de estos amos han decido descender del Olimpo para medirse con los simples mortales. Ello ha implicado abandonar el mundo de la opacidad para someterse al conteo de los votos y al escrutinio público. Entre éstos cabría citar a Silvio Berlusconi en Italia, a Thaksin Shinawatra en Tailandia, a Rafic Hariri en Líbano o a Sebastián Piñera en Chile, quienes cedieron a la tentación del poder político. A juzgar por los costos que ello le implicó a Hariri y en menor medida a Shinawatra y a Berlusconi, cabría preguntarse si tuvo sentido desdeñar los hilos ocultos y el poder gremial del “club”.

Donald Trump se suma ahora a este grupo. A juzgar por los bajos niveles de popularidad con los que inicia su mandato, a la oposición sin cortapisas de la llamada prensa liberal, a los cuestionamientos a la legitimidad de su presidencia derivados de la injerencia rusa, a los innumerables conflictos de intereses y acusaciones de nepotismo que confronta y a su extraordinaria capacidad para boicotearse, los suyos serán años en extremo difíciles. Algunos anticipan desde ya un “impeachment”. Este bajar del Olimpo (o del penthouse de Trump Tower), puede terminar resultándole una pésima escogencia. El tiempo dirá.

Fuente:
http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/trump-descenso-del-olimpo_635392


EL UNIVERSAL, Caracas, 26 de enero de 2017
Trump: ¿Líder Mesiánico?
Julio César Pineda

Los griegos al referirse a la arrogancia de los gobernantes con el uso ilimitado del poder creyéndose omnipotentes acuñaron el término “hybris”. David Owen uno de los más grandes especialistas en esta materia cuando se refiere a los caudillos mesiánicos habla de “borrachera de poder” en los tiempos modernos. Para Aristóteles “hybris” es la actitud de amilanar a la víctima. Esquilo la calificaba como maldición que los dioses imponían a los humanos con desmesura y soberbia, para que perdieran el sentido de la realidad y terminaran en el caos. Eurípides, sentenció “aquél a quien los dioses quieren destruir primeramente lo enloquecen”.

El poeta Borges en su libro “Otras Inquisiciones”, cuando se refiere al Emperador de China Qin Shi Huang Di, para romper con la historia decretó la quema de todos los libros escritos antes de su reinado. Fue quien ordenó la construcción de la gran Muralla China para proteger su imperio y para protegerse él. En su deseo de inmortalidad, prohibió que en su reino mencionaran la palabra muerte y consultó innumerables magos y alquimistas para encontrar el elixir de la vida eterna. La Muralla en el espacio y el incendio en el tiempo, eran barreras mágicas destinadas a proyectar su poder y su existencia. El poeta y escritor argentino, al referirse a esto recuerda al filosofo Spinoza “todas las cosas quieren persistir en el ser”, el Emperador y sus magos creyeron en la posibilidad de la inmortalidad.

Mussolini, Hitler, Stalin, Mao Tse Tung y muchos otros líderes mesiánicos incluyendo algunos en nuestro continente, compartieron esta visión del mundo y su destino. Han desconocido que el síndrome de “Hybris”, encuentra tarde o temprano el freno trágico o moderado de lo que los griegos llamaban “Némesis o Castigo”, casi siempre signado como un final trágico.

Hoy la psicología política permite acercarse al fenómeno de la locura y el poder. El populismo tanto de derecha como izquierda, facilita la presencia de líderes con cierta dote de locura y ofertas desmesuradas dejando de lado la política racional. Es lo que los británicos han denominado la “Post Verdad” (Post- Truth). El francés Pascal de Sutter, ilustre de esta nueva orientación de la psicología, en su libro “Estos locos que nos gobiernan” donde ejemplifica en los últimos tiempos Jefes de Estado y Jefes de Gobierno que pueden llegar por vía electoral o situaciones épicas pero que, o llegan dementes al poder o desde el poder desarrollan sus locuras.

Esta reflexión más cercana a la filosofía que a la política, es a propósito de la elección de Donald Trump, sus promesas electorales, y especialmente las ejecuciones que ha comenzado a realizar en la nación más importante del planeta. Él reúne todas las características del “Líder Mesiánico” y encuadra en lo que los ingleses Anthony Stevens y John Price denominan “Prophets, Cults and Madness”. Estos jefes se consideran superiores y elegidos, con personalidades patológicas guiadas por la hostilidad y el resentimiento que puede ser más peligroso cuando poseen síntomas de esquizofrenia con unas fuertes dosis de paranoia y narcisismo. No conciben el diálogo y la negociación, sino la imposición y el control, midiendo  otros dentro de sus propios términos y en la permanente relación “amigo-enemigo”.

El discurso del Presidente Trump el día de su investidura nada tuvo que ver con las palabras de los 44 presidentes que lo antecedieron ante esa misma función, parecía más la proclama de un Jefe Militar o de un Dictador. Para el nuevo Presidente sólo existe su país y los otros. Lo valioso es lo nuestro, y los nuestros están llenos de bondad y generosidad. En todo hay una conspiración contra nuestro país, con enemigos internos y externos. Todos los gobiernos anteriores han sido nefastos y han conducido al país a la catástrofe, a la pobreza. De ahora en adelante, comienza la democracia para hacer fuerte de nuevo a Estados Unidos. Make America Great Again. Las Fuerzas Armadas ahora serán diferentes y muchos países se han aprovechado de la defensa que se les ha otorgado y en el futuro deben pagar por ello.

En Política Internacional tendremos que ver el desarrollo de sus ofertas frente al Libre Comercio y los compromisos de Estados Unidos con el TLC y el TPP que acaba de denunciar, su decisión de aislar a China y establecer vínculos con Taiwán. ¿Qué decidirá con los acuerdos no sólo de Estados Unidos sino los del Consejo de Seguridad y Alemania con respecto a Irán y el tema nuclear? ¿Echará atrás todo lo acordado con Cuba? ¿Cuál será su actitud referente a Venezuela? ¿Qué acciones va a tomar para frenar la guerra en Siria? Su nueva relación con la OTAN y con la presencia de las tropas norteamericanas en territorio de aliados con zonas de conflicto. Su posición frente a Ucrania y las nuevas democracias en la antigua Unión Soviética. Los imperativos impostergables de los tratados sobre el calentamiento global y el cambio climático ¿Qué sorpresa para la Geopolítica Mundial en su nueva relación con Rusia y el Presidente Putin?

Fuente:
http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/trump-lider-mesianico_636744


EL PAÍS, Madrid, 25 de enero de 2017
 TRIBUNA
La toma de posesión de Trump
Jean-Marie Colombani

La toma de posesión del 45º presidente de Estados Unidos no puede hacernos olvidar que Donald Trump no debe su elección al voto popular, sino a una particularidad del escrutinio norteamericano: Hillary Clinton obtuvo dos millones y pico más de votos, pero un escaso margen de 11.000 votos repartidos en tres Estados le dieron el triunfo a él. Así se explica sin duda el récord de impopularidad del nuevo presidente, que acaba de instalarse en la Casa Blanca en minoría.

Puede que a la mayoría de los norteamericanos le preocupe comprobar que el areópago que rodea al nuevo mandatario recuerda al consejo de administración de Goldman Sachs. ¿Será ya una influencia de Vladímir Putin? Lo cierto es que, por el número de millonarios que lo componen, el Gobierno de Donald Trump es un equipo de oligarcas.

En cuanto a nosotros, los europeos, tenemos motivos para estar más preocupados aún. Las declaraciones del nuevo presidente sugieren en efecto que estamos viviendo un noviembre de 1989 al revés. Antaño, una doble política de “contención” del imperio soviético y “desarrollo” ‒cuyo efecto contagio fue decisivo‒ hizo posible la derrota de la URSS. El mundo tal y como había sido organizado tras la Segunda Guerra Mundial descansaba en dos pilares: el librecambio y la seguridad colectiva. Donald Trump, cuya doctrina es proteccionista y aislacionista, pone en tela de juicio los dos. Por una parte, ha declarado que quiere revisar los acuerdos comerciales, especialmente en el continente americano y en Asia, a riesgo de desencadenar sendas guerras comerciales; por otra, ha declarado que la OTAN está “obsoleta”. Y, mientras Vladímir Putin enseña los dientes en las fronteras de la Unión Europea, a él parece traerle sin cuidado.

Desde un punto de vista estadounidense, Putin es una cuestión secundaria: Rusia es una potencia mediana. Ciertamente, puede crear dificultades a Estados Unidos, pero solo en la periferia. Como en Siria, por ejemplo. La estrategia norteamericana de repliegue iniciada por Barack Obama le ha facilitado la tarea. China es la única potencia que puede rivalizar con Estados Unidos, y será, ya lo es, la única obsesión de la América de Trump.

Trump tiene elementos discursivos propios de los partidos populistas y extremistas que tienen como doctrina común su hostilidad a la construcción europea

En cambio, Vladímir Putin es una cuestión delicada, incluso una amenaza, para Europa y solo para ella. Pues el presidente ruso se ha fijado como objetivo debilitar a la Unión Europea para restablecer la tutela que la URSS ejercía sobre el Este del continente, a expensas de unos países que hoy son miembros de la UE y de la OTAN. Y se diría que Donald Trump comparte ese mismo objetivo: debilitar a Europa.

De hecho, la inspiración de Donald Trump en cuestiones europeas es Nigel Farage, expresidente del UKIP y punta de lanza de la campaña a favor del Brexit, cuyo objetivo político es ahora conseguir el desmantelamiento de la Unión. Así se explican el pronóstico formulado por Donald Trump sobre la próxima muerte de Europa y también su tono antialemán. En el nuevo presidente norteamericano están presentes los elementos discursivos de todos los partidos populistas y extremistas que tienen como doctrina común su hostilidad a la construcción europea. Así pues, Europa se encuentra amenazada desde el Este y desde el Oeste.

Hay que añadir la adhesión sin condiciones ‒habría que decir la “rendición”‒ del nuevo Gobierno británico a este combate antieuropeo: Theresa May se ha situado de inmediato en la estala de Donald Trump, lo que la conduce a optar por un Brexit “duro”, es decir, con una salida del mercado único y de la unión aduanera aderezadas por la promesa de convertir a Gran Bretaña en un enorme paraíso fiscal a las puertas del Viejo Continente.

Esta combinación de circunstancias negativas sobreviene en un momento particularmente delicado de la vida de la Unión Europea, paralizada o casi por la preparación de las próximas elecciones francesas y, luego, alemanas, los dos países sin cuyo acuerdo no existe la Unión Europea.

No obstante, para intentar convencerse de que lo peor nunca es seguro, el inventario de divergencias expresadas por los cargos recién nombrados por el presidente norteamericano pueden ayudarnos: Rex Tillerson, futuro secretario de Estado y expresidente del gigante petrolero Exxon, asegura que apoya el tratado transpacífico que el presidente ha prometido desmantelar; promete una diplomacia de la disuasión con respecto a Rusia, mientras que Donald Trump evoca la retirada pura y dura de las sanciones económicas aprobadas tras la invasión de Crimea. Tanto el actual director de la CIA como el próximo, Mike Pompeo, han puesto en guardia al presidente norteamericano sobre el peligro que, en su opinión, representa la afición del mandatario a las declaraciones intempestivas. En cuanto a James Mattis, consejero de Seguridad, estima “importante reconocer” que Vladímir Putin intenta “desmantelar” la OTAN. La lista no es exhaustiva.
(*) Jean-Marie Colombani fue director de Le Monde.

Fuente:
http://elpais.com/elpais/2017/01/24/opinion/1485253123_969384.html


EL NACIONAL, Caracas, 26 de enero de 2017
Efecto Trump
Pedro Palma

De los anuncios y posiciones públicas de Donald Trump se puede inferir que lo que probablemente caracterizará la política económica de su gobierno será el proteccionismo comercial, una política de gasto público fuertemente expansiva concentrada en el desarrollo de infraestructura y defensa, y recortes impositivos. Eso implicaría, por una parte, la revisión de tratados comerciales –como los suscritos con México y Canadá, así como con las economías del Pacífico–, mayores aranceles y presión sobre las empresas norteamericanas para que inviertan localmente y abandonen planes de inversión foránea; y, por la otra, mayores déficits fiscales que obligarían a ampliar el endeudamiento del sector público. Esto último presionaría al alza las tasas de interés de esa economía, y podría verse esa tendencia reforzada por una política monetaria restrictiva implementada por la Reserva Federal ante los temores de un repunte inflacionario.

Como bien explica Xavier Vidal-Folch en su artículo “El fantasma de la Gran Depresión” (El País, 20/1/2017), las mayores tasas de interés atraerían capitales hacia Estados Unidos, fortaleciendo aún más al dólar y debilitando la competitividad a los productos norteamericanos a nivel mundial. Ello contribuiría a estimular las importaciones de Estados Unidos y a limitar sus exportaciones, ensanchando así su déficit comercial. Pero, a la larga, el alto desequilibrio externo norteamericano acabaría debilitando el dólar, máxime si otros gigantes comerciales, como China, mantienen sus monedas subvaluadas. Al igual que lo sucedido en administraciones anteriores, como las de Reagan y George W. Bush, es probable que en la de Trump se materialice una situación de déficits gemelos, el fiscal y el comercial, lo cual tendría importantes repercusiones.

Como ya explicara en mi artículo “Los déficits de Bush”, escrito hace ya más de 12 años (El Universal, 13/11/2004), una situación como esa limita el crecimiento del orbe, ya que los mayores costos de financiamiento restringen la demanda y generan efectos recesivos a escala global, particularmente si las principales economías mundiales elevan sus aranceles para impedir el deterioro de sus balances comerciales, ya que ello limitaría las posibilidades de exportación de las naciones con mayor capacidad competitiva. Adicionalmente, los países altamente endeudados en monedas fuertes, como es el caso de varias naciones latinoamericanas, tendrían que destinar un alto porcentaje de sus recursos a honrar esas deudas, limitando la disponibilidad de fondos para el desarrollo de su capital físico y humano, con las negativas consecuencias sociales y económicas que ello acarrea. Ese es el típico caso de Venezuela.

Los anuncios de desregulación a la exploración petrolera en áreas hasta ahora protegidas en Estados Unidos también pueden afectar a los países exportadores de petróleo de forma importante. El objetivo que persigue la nueva administración norteamericana es reducir la dependencia de suministro externo de petróleo de ese país, por lo que no sería de extrañar que en un futuro nuestras exportaciones de hidrocarburos a esa nación, nuestro principal cliente, se vean aún más reducidas, debido no solo a la declinación de nuestros volúmenes de producción, sino también por los recortes de demanda del país del norte. Esto podría exacerbarse como consecuencia de un deterioro aún mayor de las relaciones políticas y diplomáticas entre ambas naciones, máxime con la manifiesta actitud antilatina del nuevo presidente.

Como se ve, el panorama no luce favorable. Al contrario, debemos tomar conciencia de que los tiempos que vienen serán muy difíciles y atípicos, con una nueva administración norteamericana caracterizada por el proteccionismo, el egocentrismo, la falta de diplomacia, la tosquedad, la rusticidad y la antipatía manifiesta hacia los latinoamericanos. No será fácil tratar con gente así.

Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/efecto-trump_77505


EL UNIVERSAL, Caracas, 25 de enero de 2017
Trump y el fin de la hegemonía estadounidense
Alfredo Toro Hardy

La noción de hegemonía, de acuerdo a la definición clásica de Antonio Gramsci, se sustenta en la idea del consentimiento ajeno al propio poder. Según Andrew Gramble: “El concepto de hegemonía se asocia con Gramsci. El ejercicio del poder entraña del uso tanto de la coerción como del consentimiento de los otros, pero las formas de control político más estable son aquellas donde sobresale el consentimiento. El énfasis en este caso es puesto en una concepción del orden internacional, sustentada en la creación y sostenimiento de una arquitectura institucional, que se integre en un proyecto político de amplio espectro. El aspecto ideológico de la hegemonía es lo más significativo”. (“Hegemony and Decline” en Patrick K. O’Brien, Editor, Two Hegemonies, Burlington, 2002).

Durante largas décadas Estados Unidos ha detentado la hegemonía mundial. Ello a través de su capacidad para definir la agenda política internacional por vía una arquitectura institucional diseñada a imagen y semejanza de sus valores e intereses. Este proceso se remonta a las fases final e inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, bajo los gobiernos de Roosevelt y Truman. Durante esa etapa cobraría vida una amplia red de organizaciones multilaterales y de alianzas, susceptible de dar forma a algo parecido a un sistema de gobernabilidad mundial.

Bajo el impulso de Roosevelt surgirían la ONU y los acuerdos de Bretton Woods con la aparición del Banco Mundial y del FMI. Bajo Truman aparecería  el GATT así como todo un siste-ma de alianzas y organizaciones que vincularía a Washington con Europa Occidental, Asia del Este y América Latina. Este entretejido se consolidaría en tiempos de Kennedy con el fortalecimiento de la Comunidad Atlántica y la creación de la OCDE.

Se estructuró así un sofisticado sistema internacional al amparo de la primacía estadounidense. Cierto, del otro lado se alzaba el bloque comunista con su propia estructura de alianzas y organizaciones y compartiendo el liderazgo al interior de la ONU. Aunque el alcance de este último fuese más limitado, el mismo imponía límites y retos a la hegomonía de Estados Unidos. Sin embargo esta dualidad resultó de mucha utilidad para que Washington pudiese afianzar el control sobre su inmensa esfera de influencia.

Tras el colapso del comunismo el mundo entero se vio obligado a buscar acomodo bajo el sistema de gobernabilidad definido desde Washington. De hecho, el “Consenso” que llevaba su nombre se impuso sobre los cuatro puntos del planeta como realidad económica inapelable.

La llegada del segundo de los Bush a la Casa Blanca hizo tambalear toda la arquitectura institucional que daba sustento a la hegemonía estadounidense. Inmerso en concepciones arcaicas con respecto a la naturaleza del poder, aquel abandonó los valores globales y el multilateralismo cooperativo, en función de un unilateralismo militante.

El suyo pasó a ser un mundo de satélites y no de aliados, de coaliciones ad hoc y no de instituciones multilaterales, de distinciones tajantes entre “nosotros o contra nosotros”, de mecanismos de castigo a la disidencia y no de estímulos a la cooperación y de la acción preventiva prevaleciendo arrogantemente sobre el derecho internacional.

Poco faltó para que toda la estructura internacional que sustentaba la primacía estadounidense se viniese abajo. Fueron necesarios ocho años de labor paciente y sistemática por parte de Obama para devolver al sistema parte de su antigua fortaleza. Al propiciar activamente el multilateralismo cooperativo, incluyendo allí al liderazgo sobre las negociaciones globales sobre cambio climático, Washington volvió a posicionarse como punto de confluencia y por ende de influencia.

El triunfo de Trump, con su mensaje proteccionista, aislacionista y de absolutización del interés nacional, no sólo echa abajo lo alcanzado estos últimos ocho años, sino que retrotrae el reloj de la historia a los años treinta del siglo pasado. Su discurso de toma de posesión, reafirmación consistente de sus principales temas de campaña, fue tajante.

Ni una sola mención a aliados, ninguna referencia a valores o principios de política internacional, ni una palabra de historia, ninguna manifestación de multilarismo cooperativo. Por el contrario, el suyo fue un grito de guerra frente a alianzas estratégicas, tratados comerciales o mecanismos internacionales que impongan algún costo a sus ciudadanos o al Fisco de su país.

El egoísmo nacional militante de Trump, actuando sobre el terreno abonado por Bush, desborda la capacidad de resistencia de cualquier sistema sustentado en la acción colectiva. El capítulo de la hegemonía internacional de  Estados Unidos llega así a su fin. Con ello desaparece una estructura diseñada en función de los intereses de Estados Unidos, a través de la cual dicho país pudo ejercer un nivel inconmensurable de control planetario, por vía del consentimiento de parte importante de la comunidad de naciones.

Funte:
http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/trump-fin-hegemonia-estadounidense_636425
Ilustraciones: Goggle imagen.

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