sábado, 5 de febrero de 2011

reconocimiento


EL NACIONAL - Sábado 05 de Febrero de 2011 Papel Literario/4
Rafael Fernández Heres (1923 ­ 2010)
La elevada estatura de la voluntad
VÍCTOR GUÉDEZ


Rafael Fernández Heres vivió para convertirse en un permanente recuerdo y sólo mueren aquellos que se olvidan. Muy alejado del olvido y muy consustanciado con nuestra memoria estará quien, en vida, fue un personaje excepcional.

Él vivió volando y, aún más importante, estuvo volando siempre para ayudar a volar a quienes con él compartíamos trabajo y amistad. Mantuvo siempre la voluntad inconmensurable de elevarse hacia donde se rompieran las limitaciones y se solventaran las adversidades. Esa voluntad y esa conquista de la elevación procedieron siempre de la disponibilidad combinada de parejas de alas que aseguraban su vuelo hacia destinos prefigurados.

Desde la perspectiva de sus creencias hizo uso de un ala asociada con su fe religiosa y otra inscrita en el trabajo ansioso y ambicioso de quien asumió los compromisos con pasión.

Su fe le reportaba una extraordinaria predisposición hacia el optimismo más desproporcionado. Este predominio lo acompañó hasta hace pocos años, en los cuales fue afectado por dolencias físicas, así como por un profundo dolor de patria. Su inquebrantable fe siempre estuvo aparejada con la actitud voluntariosa de alcanzar todas sus metas. Rafael Fernández supo lograr todo lo que pretendía. Quiso ser Ministro de Educación y fue Ministro de Educación, quiso ser Doctor y alcanzó su grado de Doctor, quiso ser miembro de la Academia de la Historia y fue académico de la historia; pero, además, quiso tener una familia digna y tuvo una familia digna, así como quiso tener muchos amigos fieles y tuvo muchos amigos fieles.

Pero, si la fe y el trabajo fueron las dos alas de sus convicciones, desde el punto de vista intelectual también dispuso de dos poderosas alas, como fueron la historia y la educación. Su apego a la historia procedía de aceptar la dolorosa paradoja de un desenvolvimiento que siempre es el reflejo de lo que es y no de lo que ha debido ser. Esta imagen desafiante la compensaba con su devoción hacia la educación, la cual era vista como todo lo contrario: representaba más lo que se debía ser que lo que se era. Siempre colocó a la educación en la proyección de un desiderátum que le servía para confrontar sus análisis retrospectivos. Si la educación es más lo que se debe ser que lo que se ha sido, y si la historia es más lo que ha sido que lo que ha debido ser, entonces la primera tiene que verse como el compromiso para favorecer a la segunda.

Su inquebrantable fe siempre estuvo aparejada con la actitud voluntariosa de alcanzar todas sus metas. Rafael Fernández supo lograr todo lo que pretendía

Él internalizó la historia para entender mejor a la educación, y se refugió en la historia para visualizar las mayores potencialidades de la educación. Igualmente, vivió desde la educación para interpretar cabalmente a la historia y asumió la educación como un factor para favorecer el desenvolvimiento de la historia hacia sus alcances más promisorios. Este convocador espejismo lo mantuvo con la energía suficiente para producir centenares de investigaciones que hoy quedan como un legado para quienes heredamos el empeño de una insobornable vivencia.

Igualmente, existió una tercera dimensión que le reportaba dos alas complementarias. En efecto, su estructura afectiva se aligeraba para elevar su condición humana. Contaba con el apoyo de un ala vinculada a su capacidad relacional y otra identificada con sus condiciones de liderazgo. Rafael Fernández cultivaba la amistad con el ejercicio de una particular sensibilidad. Era cariñoso y al tiempo enérgico, así como apegado a manifestaciones de ternura, pero sin sacrificar las determinaciones necesarias. Era un extraño seductor que llegaba a despertar el afecto y la lealtad de sus allegados. Supo siempre combinar sus cualidades de pensador con sus inclinaciones de "sentidor". Sabía hacer uso de las reservas humanas pertinentes en cada ocasión y adecuadas a cada exigencia. Era gregario y solidario, ref lexivo y expresivo, prudente e impulsivo pero, sobre todo, cercano y amigo. A esta fuerza relacional se agregaba la otra ala del liderazgo.

Rafael Fernández tenía autoridad, ejercía una capacidad de influencia y obtenía ayuda mediante el fomento de las mejores competencias y de los potenciales valores de sus colegas. Esto último hay que subrayarlo porque existe la posibilidad de que alguien tenga poder, ejerza influencia y obtenga ayuda, pero mediante el estímulo de las peores reservas del ser humano. En este último caso, sólo puede hablarse de despotismo y perversidad, que es algo totalmente opuesto a la condición integral del líder. El déspota ejerce el poder sobre alguien, mientras que el líder ejerce el poder a favor de algo. Dentro de esta segunda opción se colocó siempre su militancia.

La conjugación de todas esas alas permitieron que Rafael Fernández mantuviera un alto vuelo y desplegara las mejores maniobras para avivar la grandeza de lo humano. Pero lo interesante fue que, ante cada uno de sus logros y durante cada circunstancia, asumió la voluntad denodada de quien se siente inconcluso y de quien se sabe poseedor de las energías suficientes para un continuo recomienzo. Así logró todo lo que aspiraba, y así también supo aceptar y privilegiar el momento que pautaba la suprema culminación de otra dimensión de la vida.

En este territorio del transitar en lo transitorio, tenemos que aceptar que la aseveración que nos sirvió de asidero para esta evocación, ahora nos sirve igualmente como conclusión: él vivió para convertirse en un permanente recuerdo y sólo mueren aquellos que son olvidados. Rafael Fernández seguirá acompañándonos porque estará, no en aquella memoria racional que conjuga todas las cosas en un amasijo apretado de recuerdos insignificantes, más bien su evocación se afianzará en la memoria del corazón, es decir, en aquella que se asocia con todos los momentos significativos de nuestra vida. Cuando se permanece en esa generativa memoria, uno tiene que reconocer, con algún poeta, que él ahora no estará con nosotros, pero seguirá dentro de nosotros. Gracias Rafael por estar físicamente con nosotros hasta donde más no podías, y gracias sobre todo, por seguir espiritualmente con nosotros hasta donde nosotros más podamos aprovechar tu legado.

Fotografía: Manuel Sardá

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