domingo, 13 de febrero de 2011

minoridades mayores (uno)


EL NACIONAL - Domingo 13 de Febrero de 2011 Siete Días/1
Una exclusión que mata
La población joven es la más vulnerable a padecer la violencia criminal. Los expertos reclaman al Estado la aplicación de una política preventiva focalizada en ella y piden que se le amplíen los horizontes de realización personal que hoy están bloqueados
DAVID GONZÁLEZ

Hace lo posible por sacarse de la mente el deseo de venganza. Pero la frustración no le da tregua y sabe que sería sencillo hacer lo que ya han hecho otros compañeros de generación para cobrar sus cuentas. "Hay chamos que se sienten humillados porque les dieron una cachetada. Entonces, buscan una pistola y van a decirle al que le pegó: `¿Ahora qué vas a hacer?’. Y ahí les caen a tiros". A él no lo golpearon, pero lleva la rabia consigo desde la madrugada de hace un año. "A mi hermano lo mataron cerca de mi casa y él no se metía con nadie. Uno piensa en cómo reaccionar, qué hacer con el tipo que disparó, porque uno sabe que las autoridades tienen muchos casos y no le darán prioridad al mío, al del negrito que soy yo".

Tiene 23 años de edad, no terminó el bachillerato y acaba de llegar para lavar un carro, su única ocupación esa tarde.

Ocasionalmente, ha trabajado como colector de autobús y no necesita que le cuenten cómo se vive una situación de máxima tensión: "Los carritos por puesto los secuestran mucho, a mí me han apuntado a la cabeza varias veces y en esos momentos lo que le queda a uno es pensar en Dios".

La tentación de vivir como delincuente, al otro lado del gatillo, se ha atravesado en sus pensamientos antes del homicidio de su hermano: "Cuando un chamo toma un arma, lo ven distinto, la gente le agarra miedo y es como un respeto que buscan por esa vía". Pero ha sido exitoso en el ejercicio de contenerse, de no trastabillar, ni pasar la frontera: "Me digo que no lo haré, que no voy a vivir de culebra en culebra y que no le voy a hacer eso a mi familia".

No sólo es un habitante de un barrio caraqueño. Es también la imagen del segmento de población más vulnerable ante el efecto de la violencia delictiva: los jóvenes pobres. El homicidio es la primera causa de mortalidad entre los varones de entre 15 y 34 años de edad.

De ese grupo provienen 7 de cada 10 víctimas. El Ministerio de Relaciones Interiores y Justicia calcula que Venezuela tiene una tasa de 48 homicidios por 100.000 habitantes (índice menor del proyectado en la encuesta de victimización realizada por el Instituto Nacional de Estadística en 2009). La cifra, en todo caso, coloca al país por encima de la mayoría de las naciones de América Latina, la región del mundo con mayores índices de asesinatos con armas de fuego. "Si eres joven, de sexo masculino, de piel morena y vives en un sector popular, tienes los atributos que marcan una mayor probabilidad de morir violentamente", dice Verónica Zubillaga, investigadora de la Universidad Simón Bolívar.

La situación permitiría a cualquier observador comparar la realidad venezolana con la de un país en guerra. Por eso los expertos han llamado la atención de los funcionarios del Ministerio de Relaciones Interiores y Justicia sobre la inexistencia de una estrategia nacional de prevención del delito y de reinserción social especialmente diseñada para la juventud. "Hay un déficit de programas focalizados en los jóvenes y concebidos con sus propios códigos", indica la profesora.

No es la única que piensa que deben añadirse esfuerzos en esa dirección. "Diría que no hay una política concreta al respecto", afirma Gloria Perdomo, que coordina la Fundación Luz y Vida, que desarrolla planes preventivos para niños, niñas, adolescentes y familias en Petare.

Los expertos insisten en que debe completarse el catálogo de acciones contra el delito más allá de la organización de la Policía Nacional Bolivariana y de la ejecución de operaciones de campo como el Dispositivo Bicentenario de Seguridad y los Madrugonazos al Hampa. Son tres ejemplos de las medidas de mayor visibilidad del Ejecutivo y a cuya defensa Tarek el Aissami, ministro de Relaciones Interiores y Justicia, dedicó buen tiempo de su comparecencia del martes en la Asamblea Nacional.

Un símbolo. El tiempo transcurrido después del homicidio de su hermano le hizo sentir que caminaba sobre la cornisa. Apartado de la formalidad en el sistema educativo y en el mercado laboral, pudo también mantenerse lejos del delito. Pero muchos otros no han resistido.

Un dato ha aparecido de manera consistente en los estudios de Zubillaga: la violencia criminal se ha convertido en una opción de realización de identidad para muchos jóvenes que están al margen de las aulas y los empleos. "La pistola es una herramienta que les permite obtener un reconocimiento que no hayan por otra vía", señala la investigadora. Por esa razón, afirma que las políticas deben orientarse a ampliar los caminos para que los muchachos sean valorados y sientan que ocupan un espacio como actores sociales. "He entrevistado delincuentes que dejaron de serlo al materializar un nuevo proyecto existencial, valorado por los otros y sustentable".

Existe un mensaje implícito en el hecho de que los jóvenes sean las principales víctimas y victimarios de la violencia en el país. Es lo que piensa Andrés Antillano, profesor del Instituto de Ciencias Penales y Criminológicas de la Universidad Central de Venezuela: "Nos dicen muy claramente que existen procesos de exclusión que los afectan". Cita como ejemplo los hallazgos de un estudio del Centro por la Paz y Derechos Humanos de la casa de estudios y del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. "Se demostró que más de la mitad de los entrevistados no participaban de la ciudad, ni siquiera salían de los barrios donde vivían. La violencia es una forma desesperada y negativa de inclusión y filiación con otros".

Zubillaga le ha seguido la pista a otro mensaje que no se infiere de las estadísticas sino que se ha hecho explícito en las letras de los raperos del movimiento del hip hop de Caracas, del cual forman parte jóvenes de sectores populares: "He encontrado un reclamo muy profundo por el reconocimiento de su humanidad". Pero hay una diferencia: esa expresión urbana ha permitido a muchos canalizar la agresividad a través del verbo y tener una alternativa para ganar admiración. Un verso de un cantante de Pinto Salinas lo deja claro: "Me he criado en los Capri con puros criminales/ por eso mis líricas son tan bestiales/ Canto por amor a la música, no por los reales/ Demostrándole al fanático cuánto uno vale".

El debate en vivo entre los raperos ­hay una corriente "malandra" con letras crudas y amenazantes, y otra que considera que la anterior contribuye a eternizar los estigmas sobre el barrio­ constituye para la investigadora una puesta en escena en la que hay una forma simbólica de concretar la masculinidad sin necesidad de disparar.

Contradicción. Hay especialis- tas que indican que las políticas sociales aplicadas desde 1999 no han remediado la exclusión entre los segmentos más vulnerables a la violencia. El Ejecutivo Nacional reinvidica éxitos como la reducción de la pobreza, la mejora de la capacidad de consumo o la disminución de la desigualdad social. "Pero cuando se analizan las estadísticas por grupos de edades se observa que los jóvenes siguen en situación de precariedad", dice Antillano. Un dato permite ilustrarlo: el desempleo juvenil casi duplica la media nacional.

El investigador insiste además en que la estrategia no debe abarcar sólo el ámbito material: "El reconocimiento es vital para la juventud".

Los voceros gubernamentales, sin embargo, afirman que las políticas oficiales permitieron la inclusión de más de 7 millones de jóvenes en diversos ámbitos de la vida nacional en la última década. Más de la mitad de ellos se incorporaron, según datos oficiales, en el sistema educativo formal o en las misiones para culminar bachillerato, ingresar en las universidades o recibir capacitación laboral. El Aissami dijo en octubre pasado, en un seminario internacional organizado por el Consejo Nacional de Policía, que la "revolución bolivariana constituía la salvación de la juventud venezolana".

Los críticos, ante esos argumentos, señalan que las cifras globales no aportan toda la información necesaria. "No nos dicen cuántos de los beneficiarios de las misiones permanecieron o se retiraron, por ejemplo. El Gobierno podría apoyarse en los especialistas e instituciones para estudiar en detalle el efecto de sus políticas", indica Anitza Freitez, demógrafa del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la UCAB.

El diseño de la estrategia debe ser coherente, según Roberto Briceño León, director del Observatorio Venezolano de la Violencia. "No se le puede pedir a los jóvenes que no actúen con violencia, si el discurso está cargado de ella. Tampoco se le puede pedir que vayan a una cancha, si no hay una mínima contención para que allí no les disparen".

El desierto. Es lunes en la tarde y un joven de 19 años de edad se encuentra abandonado al ocio en la escalera de un barrio caraqueño. No terminó el bachillerato y vive de empleos temporales. Pasa un breve aprieto para decir en qué ocupa el tiempo: "Cuando puedo hago deportes, pero aquí no hay una sola cancha. Otra cosa es que voy a los cibercafés y me pongo a ver las páginas de carros". Alrededor tiene un pequeño desierto de callejones y casas autoconstruidas.

"Hacen falta grupos culturales y deportivos para los chamos que se le pasan sin hacer algo productivo".

El Estado debe actualizar su base de información para formular políticas integrales que incluyan aspectos como la recreación. La última encuesta nacional de juventud se realizó en 1992 y el Gobierno analiza un proyecto para ejecutar otra.

Algunos países de América Latina, con problemas de violencia de menor escala, mantienen esos estudios al día: en la página web del Instituto de Juventud de Chile se pueden revisar los últimos cuatro. En ellos se analizan, entre otros aspectos, las actitudes de los jóvenes hacia la violencia.

Hay especialistas como Freitez con preocupaciones de otro calado. La investigadora considera que el Estado debe plantearse con seriedad la pregunta de si la incidencia de los homicidios ha afectado la expectativa de vida de los jóvenes venezolanos, un indicador que por excelencia habla de las condiciones de bienestar de una sociedad. "Los homicidios son un problema de salud pública desde hace tiempo, pero es necesario saber si han tenido un efecto demográfico". No es una pregunta menor, no sólo para los muchachos que se juegan la vida todos los días sino para el país que debe proteger a la población más vulnerable de la violencia.


EL NACIONAL - Domingo 13 de Febrero de 2011 Siete Días/2
TIUNA EL FUERTE OFRECE ALTERNATIVAS PARA MUCHACHOS DE ZONAS POPULARES
Prevención con contenido urbano
En El Valle funciona una iniciativa para jóvenes que capta la atención de académicos y del Gobierno

Cuando comienza a ensayar su rutina, Dayoniel Andrade deja de ser el bachiller desempleado de 20 años de edad que proviene del barrio El Limón, en la carretera vieja Caracas-La Guaira. Mientras practica las piruetas del breakdance

, le gusta que lo llamen Blackyo. Ese es su nombre artístico y así lo conocen sus compañeros. Hace más de una hora que suena la música y él no ha cesado de hacer la misma maniobra: se para de cabeza, gira el cuerpo entero, se detiene repentinamente, mueve las piernas como si fueran aspas y se incorpora con un salto. Ningún oficinista con título universitario sería capaz de emularlo sin exponerse a una lesión o, todavía peor, al ridículo.

Es jueves en la tarde y Blackyo baila con otros muchachos igual de concentrados en perfeccionar sus movimientos. Cada quien se dedica a lo suyo en ese terreno localizado en Longaray, parroquia El Valle, entre la autopista que conduce a Coche y la avenida Intercomunal.

Un adolescente de 15 años de edad canta rap y de cuando en cuando se detiene para tomar sorbos de agua. Un grupo de niños realiza un trabajo de estiramiento en una clase preparatoria para una futura función de circo y más allá otros practican violín en un contenedor adaptado para funcionar como tarima. Ninguno paga un centavo por usar el espacio, ni por recibir la tutela de los profesores. Los responsables del lugar, el núcleo endógeno Tiuna El Fuerte, usan las artes urbanas como una herramienta para ofrecer a muchachos de las zonas populares una alternativa a la violencia.

"Comencé hace dos años con un taller para cantar hip hop y luego empecé con el breakdance. No hay muchas opciones para que los chamos de los barrios hagan cosas que les gusten de verdad y aquí las encuentras", dice Blackyo. La dinámica en Tiuna El Fuerte, que cumplirá su sexto aniversario en dos semanas, ha atraído la atención del mundo académico. Elsie Rosales y Andrés Antillano, investigadores del Instituto de Ciencias Penales y Criminológicas de la Universidad Central de Venezuela, se incluyen entre los expertos que consideran que el proyecto arroja claves que pueden orientar las políticas preventivas que el Estado debe ejecutar. El Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana y Prevención del Delito ha financiado a la iniciativa y el Ministerio de Relaciones Interiores y Justicia firmó un convenio para replicar experiencias semejantes en Caracas.

En Tiuna El Fuerte no sólo trabajan con muchachos como Blackyo, que proceden de zonas populares y están fuera de los circuitos de la educación formal y del mercado laboral.

También abren las puertas a jóvenes con un perfil diferente: los que están vinculados a prácticas violentas. Apartarlos de ellas supone, según los responsables del núcleo, un trabajo especial en el que se les transmite el mensaje de su inclusión simbólica y su reconocimiento social. "Se busca que asuman una nueva práctica de vida sin violentarse a sí mismos, sin negar lo que son y de dónde vienen, sin obviar su identidad rebelde. Pero se les ayuda a expresar esa identidad con el arte y las palabras", dice Lorena Freitez, psicóloga social, y parte de la directiva de Tiuna El Fuerte.

Freitez afirma que hay muchachos de esas características con los cuales se ha logrado el objetivo. Pero otros no han hallado la redención. Un caso conocido por la opinión pública fue el de Carlos Fernández, también llamado Kraken, asesinado en abril de 2008 en un concierto en el parque Los Caobos. Cantaba hip hop y había ayudado a Tiuna El Fuerte a organizar espectáculos. El Cicpc lo vinculaba con delitos de homicidio.

"Estaba muy involucrado en una dinámica violenta", admite la profesional.

La psicóloga social ha hecho un trabajo por sistematizar la experiencia de Tiuna El Fuerte.

El proyecto surgió de la reunión de un grupo de jóvenes artistas que tomaron el espacio con el apoyo de la Alcaldía Metropolitana de Caracas. "El primer momento fue de encuentro y expresión, pero después se decidieron a asumir el principio de la corresponsabilidad con el entorno", indica. Es entonces cuando se constituyó una escuela de hip hop, que luego evolucionó a una propuesta más amplia: la del laboratorio de artes urbanas que incluye la formación en teatro, circo, grafitis y producción audiovisual, además de rap y breakdance, entre otros. El poder de estas expresiones lo certifican algunos profesores. Uno de ellos es conocido como el Enano, tiene 27 años de edad, es originario de El Valle y ha sido invitado a bailar en países como Italia y Suiza.

"Aprendí en la calle y ahora es mi carrera. Si no bailara, estuviera trabajando o haciendo otra cosa, quizá mala".

Otros, por ejemplo, han llevado lo que han aprendido como grafiteros a las calles de El Valle. En la avenida Intercomunal existen kioscos que fueron creativamente pintados por muchachos formados en Tiuna El Fuerte. "La mezcla de lo ecológico, lo indígena, lo autóctono hace singular su trabajo y puede decirse que es una corriente propia de Caracas", dice Piki Figueroa, uno de los fundadores de esta iniciativa y miembro del dúo Bituaya. "A los bailarines de breakdance también los valoran en el exterior porque tienen un estilo único".

Los talleres trimestrales de formación son parte del núcleo formativo, pero la institución también propicia la reflexión: el debate de un foro titulado Malandros, Identidad, Poder y Seguridad quedó plasmado en un libro. Autoridades, académicos, activistas y beneficiarios expusieron sus perspectivas.

Los miembros de Tiuna El Fuerte son conscientes de que necesitan apoyo de más actores institucionales. No sólo para resolver asuntos financieros ­Fundayacucho les ha aportado recursos y Pdvsa lo ha prometido­ sino cuestiones aún más complejas como garantizar el horizonte socioproductivo de un muchacho que quiere dejar atrás la violencia. La comunidad, otro actor básico para respaldar el éxito de cualquier iniciativa preventiva, ha estado dividida con respecto al Tiuna: algunos han expresado recelo por el ruido de los conciertos en el lugar ­esto hizo que se disminuyera su frecuencia­ y porque perciben una actuación políticamente motivada. Los responsables del núcleo no ocultan su respaldo al presidente Hugo Chávez. Aunque no conoce la experiencia de El Valle, el sociólogo Roberto Briceño León suscribe una reflexión: "Para rehabilitar hay que darle un sentido a la vida de la persona. No importa si se logra a través de una conversión religiosa, o por el estímulo de un proyecto laboral o por suscribir alguna posición política".

Puede que desde afuera parezca que el lugar está semiabandonado y es sólo una colección de contenedores vacíos: pero adentro de ellos funcionan oficinas, estudios de radio y video, kioscos y hay un proyecto pendiente de financiamiento para construir un parque, en el que puedan convivir con otros colectivos con los mismos intereses. Es mejor conocer que ignorar a Tiuna El Fuerte.

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