lunes, 7 de febrero de 2011

el 28, el 28, el 28


EL NACIONAL, Caracas, 29 de Abril de 1998
Sobre los héroes del 28
Cipriano Heredia Angulo

Hay hechos y circunstancias que sin haber tenido proyección alguna en la vida nacional o local -si se quiere-, siguen recordándose de manera reiterada, con notorio acento. Otros, no obstante su significación histórica y su innegable y merecida influencia en la vida nacional, tienden como a desvanecerse en la memoria colectiva, y casi pasan a ser sólo motivo de alguna referencia o cita de limitada entidad. Esto último parece que ocurre con acontecimientos de tal magnitud, como el levantamiento armado de los estudiantes el año 28, hace exactamente setenta años.

Ese grandioso acontecimiento que colmó de heroísmo y voluntad política a una generación erguida contra la oprobiosa tiranía imperante, como lo era la de Gómez, es capítulo que nunca debe ser preterido en la historia nacional. Una jornada de rebeldía y romanticismo, que comenzó en las festividades juveniles de la "Semana del Estudiante", y que luego se proyectó como levantamiento bizarro y trascendente, de lucha armada, aunque de precarios medios materiales, contra aquella situación política y administrativa que envilecía la nación y conculcaba sus más sagrados derechos.

La insurrección armada que estalló en Caracas el siete de abril de 1928, marcó un hito imborrable en la historia nacional, y lejos de ser marginado en la evocación, tiene que mantenerse en la memoria colectiva, erguido como símbolo de digna rebeldía juvenil y de altivez ciudadana. A la cabeza de esa generación ejemplarmente valerosa y patriótica, cabe recordar figuras como la de Raúl Leoni, entonces presidente de la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV), de Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Miguel Otero Silva, Inocente Palacios, Isaac Pardo (quien afortunadamente aún vive, lo mismo que Luis Villalba, Juan Bautista Fuenmayor y muchos otros). Todos levantaron la bandera de la dignidad y arrojo que también tremoló en las manos de Joaquín Gabaldón Márquez, Antonio Arráiz, Guillermo Prince Lara, Armando Zuloaga Blanco, Rafael Vegas, y tantos otros adalides de aquella generación. Fracasada la revuelta, ante la acción del general Eleazar López Contreras -sostén y defensor del régimen imperante-, muchos de ellos fueron a hundir su libertad junto a muchos otros venezolanos en el Castillo de Puerto Cabello.

La proyección de esa jornada de abril de 1928 fue, sin duda, trascendente. En lo interno acentuó el repudio a la tiranía y levantó la voluntad de caudillos desafectos al régimen. También estimuló la acción de los adalides de la lucha armada que en el exterior unieron sus esfuerzos para las invasiones y demás jornadas de los años siguientes. Igualmente, desde el punto de vista de la ciencia política, se convirtió en la semilla para la organización de las masas en torno a partidos políticos por civiles, lo cual germinaría con fuerza después de la muerte de Gómez. Esa jornada ha tenido, hasta ahora, densa proyección en el quehacer político del país. Y con todos sus altibajos, se ha proyectado en la lucha democrática, vibrante y cuestionada que vivimos.

Debe agregarse, que para nosotros los integrantes de la llamada generación del 36, que despuntó a la caída del despotismo, aquella del 28 fue faro y norte, y alentó la lucha por la causa democrática, por la revolución venezolanista que ha de seguir moldeando los caminos de esta nación llena hoy de penosas contradicciones.

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