lunes, 9 de septiembre de 2013

SIEMBRA DE IMAGINARIOS

De los enrojecidos elefantes blancos
Luis Barragán


Derrocada la dictadura de Pérez Jiménez, quedó la siembra de sendas edificaciones inconclusas, curiosamente ininvadibles, que tuvo por único destino el de soportar estoicamente el deterioro. La emblemática ciudad capital exhibió inmuebles de un atrevido e innovador diseño que convirtió la ruindad en un contrapuesto testimonio político, pues, por una parte, socialmente insensible, las construcciones eran las de un gobierno faraónico, mientras, por otra, la naciente democracia representativa aniquilaba el modernizador sueño urbano, trastocando su insensibilidad en revanchismo. Empero, buena parte de los fallidos proyectos corrió bajo la responsabilidad del sector privado que, endeudado, provocó un largo e inadvertido litigio como garante del consabido abandono.

La cosecha política que soportó un imaginario de tardía desaparición, respecto al perezjimenato, acuñó una denominación de probada fortuna y, aunque realmente el tipo no era común, los innumerables elefantes blancos sirvieron para la defensa y la acusación en esa otra pugna que la insurrección armada de los sesenta diluyó o intentó diluir.  Ahora, regresando a etapas supuestamente superadas, un mismo gobierno de prolongada década y media, ha logrado su propia siembra disgustándole contranatura cualquier asomo del costo político que inexorablemente acarrea.

Por lo pronto, tres son los grupos familiares de la displicencia militante del Estado. Conciernen a los inmuebles improvisados, a los heredados y – de origen privado – a los expropiados.

Por una parte, la llamada Misión Vivienda surgió con un propósito eminentemente electoralista, y, además de las obras efectivamente entregadas que suscita la crítica de los expertos, dudosos de su calidad, están las que esperan demasiado por el último ladrillo y mano de pintura, pues, simplemente, ya pasaron los comicios, y quedó agotado el presupuesto y satisfecho el objetivo de amortiguar  las consecuencias de un déficit que no deja de alarmar.  Por el efecto de vitrina tan anhelado, la urbe está llena de esos edificios a medio hacer en sus mejores pasarelas, calles y avenidas que los desaconsejaban por el colapso de los servicios, imposibles – esta vez – de invadir, clamando por una inversión volandera que no repara en su futura y adecuada habitabilidad.

Por otra, fomentada por la desidia y el prejuicio respecto a lo heredado, hallamos los espacios públicos que gozaron de una gran prestancia y, hoy, hasta la lenta recuperación levanta sospechas, dado el precedente de la Plaza Diego Ibarra que, por mucho tiempo, exhibió una masiva e impune venta de videos-pirata para abrirse a una costosa remodelación que pudo atajarse. Pasar por las proximidades del antiguo edificio de la Corte Suprema de Justicia y hurgarlo a través de sus quebrados ventanales inspira una profunda lástima, pues, bajo la responsabilidad de la Asamblea Nacional, si bien es cierto que sirve todavía de oportuno refugio para las víctimas de las lluvias que esperan aún soluciones, agotada la ya vieja Ley Habilitante que las pretextó, no menos lo es que desespera por una restauración que repetidamente ha conocido el Capitolio Federal; y sumamos la indecible precariedad del complejo hidroeléctrico de Guri que, advertido años atrás, urgía de una decidida inversión, o la impensable demora en restituir la consabida torre de Parque Central o el complejo del Centro Simón Bolívar, por no citar hasta el mismo Palacio de Miraflores del que ya se alegan algunos daños o averías que aparentemente lo hacen dispensable para el supremo despacho, aunque el único y conocido presupuesto de mantenimiento de la Residencia Presidencial de La Casona hubiese bastado para subsanarlos.

Destaquemos, por último, las expropiaciones realizadas según el canon, libreto o metarrelato revolucionario, que evidenciaron la ausencia de toda propuesta alternativa para el uso y la administración de los inmuebles, enmascarando situaciones y conflictos que el Estado no supo resolver en su debido momento. Enunciándolos, están casos como el Nuevo Circo que, cohabitando con la sede del Museo Nacional de Arquitectura,  espera largamente por un destino definitivo; el tristemente célebre edificio de Los Andes que, gracias al pendón que lo engalanó, suponiéndolo sede de una inexplicado “Poder Constituyente”, fue inutilizado por años hasta que, por fin, apostaron por una masiva residencia estudiantil para los adeptos, así no logren explicar los reiterados fracasos en las elecciones estudiantiles;  o el del centro comercial Sambil de La Candelaria, parcialmente ocupado por los refugiados que también esperan,  tampoco ha conocido de una propuesta que convincentemente justificase la medida expropiadora,  enmascarando la delictiva autorización para su construcción, si la hubiere de acuerdo al alegato esgrimido por Chávez Frías.

Una suerte de elefantiasis urbana, busca cupo en el imaginario social de los días que corren. De no solucionarse el fenómeno, quedará para el porvenir como testimonio político de lo que se quiso hacer y no los dejaron, o – dejándolos – lo que quedó como muestra de una gigantesca incompetencia.

http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/16575-de-los-enrojecidos-elefantes-blancos

Fotografías: LB, Nuevo Circo (2012). Nóteses el pendón de REDES. partido de Juan Barreto, expropiador, restaurador o remodelador del coso caraqueño. Y aviso, Caracas, 1936.

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