martes, 10 de septiembre de 2013

40 INEVITABLES (2)

La situación en el país
Por qué hubo un golpe en Chile
José Javier Esparza

El ministro El 11 de septiembre de 1973 el Ejército de Chile, empujado por una buena parte de la sociedad, dio un cruento golpe de Estado que derrocó al Gobierno de izquierda, Unidad Popular, elegido tres años atrás en las urnas, y costó la vida al propio presidente de la República, Salvador Allende. Dio así comienzo una dictadura que se prolongaría hasta 1990. Se ha contado muchas veces la crónica del bombardeo del Palacio de la Moneda, sede presidencial chilena, pero se ha contado mucho menos cómo y por qué se llegó a aquel 11 de septiembre de 1973: por qué hubo un golpe en Chile.
Nada de lo que ocurrió en Chile aquel día se entiende si no miramos atrás. Pongámonos en 1970. La guerra fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, entre capitalismo y comunismo, ha despertado en todas partes una especia de guerra civil mundial. Y toda Hispanoamérica es campo de batalla de esta confrontación.
El mundo de la guerra fría
Chile no es ajeno a estas tensiones. Desde 1964 había gobernado el democristiano Eduardo Frei, que llevó a cabo una experiencia política completamente original fomentando el sindicalismo y las asociaciones civiles, acometiendo extensas campañas de alfabetización, creando millares de casas de protección oficial, promoviendo una sensata reforma agraria y nacionalizando buena parte de la producción del cobre, el principal motor económico del país, para inquietud de los Estados Unidos, que poseían cuantiosos intereses en este mineral. Una política que gozó de amplio respaldo popular, pero que no dejará de traerle sinsabores: un sector de la izquierda, netamente revolucionario y financiado por Moscú, azuzaba ocupaciones de fincas mientras un sector de los militares se sublevaba por razones corporativas.
A las elecciones de 1970 se llegó en un clima enrarecido, con la izquierda dispuesta a formar un solo bloque para frenar la senda reformista de Frei –porque le quitaba clientela– y con la derecha preocupada por la acometividad de la izquierda. Los Estados Unidos y la Unión Soviética se tomaron muy en serio el asunto. El director de la KGB, Yuri Andropov, libró 450.000 dólares al candidato de la izquierda, Allende (50.000 de ellos para el propio político), y la Cuba de Fidel completaba la aportación con otros 350.000 dólares. La CIA, mientras tanto, habilitaba más de 800.000 dólares para frenar a la izquierda. La democracia cristiana cometió el error de presentar a un candidato de edad muy avanzada, el veteranísimo Alessandri, de 74 años. La candidatura de izquierda, representada por Salvador Allende, no dejará de incidir en ello para restar credibilidad a un rival que, no obstante, partía favorito en las encuestas.
El camino al poder
Allende era un médico de 62 años, veterano líder socialista, secretario general del partido desde los años cuarenta, que ya había perdido tres elecciones y en cuyo currículum se contaban episodios tan pintorescos como el haber protagonizado el último duelo a pistola en Chile. Para las elecciones de 1970, los socialistas habían fraguado una coalición con los comunistas y otros movimientos de izquierda: Unidad Popular. Dentro del propio partido se intentó apartar a Allende, pero el apoyo comunista le convirtió en candidato a la presidencia. Y el tal apoyo no era meramente teórico: Moscú le colocó un asesor, Sviatoslav Kuznetsov, con la misión expresa de sostener su campaña tanto en estrategia como en financiación, según revelaría años más tarde el Archivo Mitrojin de la KGB.
Salvador Allende ganó. Lo hizo con una mayoría exigua: un 36,6% de los votos frente al democristiano Alessandri, que tuvo un 34,9%, y al 27,8% del candidato de centro-izquierda Radomiro Tomic. La norma común era que, en esas condiciones, hubiera segunda vuelta, pero la Constitución autorizaba que el ganador se hiciera con la presidencia aun con tan escaso margen. Es lo que ocurrió. No hubo segunda vuelta. El asunto se llevó al Congreso. Washington y Moscú movieron sus hilos, de manera particular sus talonarios. Y no sólo los talonarios: el general Schneider, partidario de Allende, es asesinado por pistoleros a sueldo, al parecer, de la CIA. El hecho es que los diputados de Tomic y hasta algunos democristianos votaron a Allende. Ganó el “compañero Salvador”. Y por goleada: 153 votos contra 35 de Alessandri y 7 en blanco. La Unidad Popular se hizo con la presidencia. Era el 24 de octubre de 1970.
Salvador Allende asumió la presidencia con un muy solemne Te Deum en la catedral de Santiago, pero su programa era muy claro: estatalización de los sectores clave de la economía, radicalización de la reforma agraria, nacionalización completa del sector del cobre, aumento general de los salarios con una emisión masiva de moneda y congelación de los precios de los productos de uso cotidiano, entre otras cosas. Eso era lo que Allende llamaba “la vía chilena al socialismo”. ¿Y podía hacer todo eso sin violentar la ley? En la legislación chilena permanecían vigentes algunas disposiciones tomadas en los años 30 por un tal Carlos Dávila, un aventurero bolchevizante que durante un año había implantado una “república socialista”. A ello se acogió Allende para comenzar su revolución.
La política de Allende fue cualquier cosa menos moderada. La estatalización de la economía se hizo de manera completamente discrecional, atribuyéndose el Gobierno la capacidad para decidir qué empresas eran poco productivas y, por tanto, podían ser intervenidas.
Crónica del caos
La nacionalización del cobre, aunque respaldada por todos los partidos –el propio Frei había comenzado el proceso–, se ejecutó de tal manera que las empresas propietarias –casi todas norteamericanas– no sólo no fueron compensadas, sino que se les aplicó de manera retroactiva un concepto de impuestos impagados, de modo que todas acabaron con enormes deudas. No tardarán en pedir socorro a Washington, que reaccionará con un boicot al cobre chileno. La gota que colmó el vaso fue la reforma agraria, que Allende exasperó promoviendo la ocupación ilegal de tierras por los campesinos, con el consiguiente desbordamiento del orden público. En uno de estos episodios, un pequeño agricultor llamado Rolando Matus fue asesinado por los “ocupantes” cuando defendía su pedazo de tierra.
A pesar de estos excesos, la experiencia podría haber funcionado de no ser porque las medidas de aumento general de los salarios sin más respaldo que el papel moneda y el estancamiento deliberado de los precios terminaron haciendo estallar la economía. El déficit público se multiplicó por tres en sólo un año. A finales de 1971 ya había desabastecimiento en los mercados. Y comienzan las manifestaciones masivas de mujeres haciendo sonar sus cacerolas en protesta por el vacío de los mercados. ¿Rectifica Allende? No: ese mismo año Fidel Castro se pasea por Chile entre las bendiciones oficiales. Tanto en lo político como en lo económico, la situación ya era de colapso.
La radicalización de la política chilena llevó a toda la derecha a acercar posturas mientras la izquierda, por su parte, trataba de acelerar el proceso revolucionario. La Vanguardia Organizada del Pueblo, de ultraizquierda, asesina a un ex ministro de Frei, Pérez Zujovic. El Movimiento de Izquierda Revolucionaria –un grupúsculo violento nacido en los sesenta- se dedica a ocupar tierras y fábricas, y el Gobierno prohíbe a la Policía que intervenga. Inevitablemente nace una respuesta en la derecha, el grupo Patria y Libertad. En 1972 la violencia política llena las calles de Chile. La mayoría de la prensa critica acerbamente al Gobierno. Allende contesta que la CIA está financiando a la prensa –lo cual no es del todo falso– y reacciona a su vez amenazando con estatalizar la empresa La Papelera, la distribuidora nacional de papel. A la altura de 1973, la situación es insostenible. Las cifras son aterradoras: un decrecimiento económico del 5,57%, una inflación del 606%, una caída salarial media del 38,6%. En dos años y medio, Chile estaba arruinado.
En marzo de 1973 hubo elecciones legislativas. La derecha se unió. También la izquierda. Y ganó la derecha: un 54,6% frente al 43,5% de la Unidad Popular. Pero Allende, pese a tener al Parlamento en contra, no daba su brazo a torcer. En ese mismo año impulsa una reforma socialista de la educación que levanta una inmediata ola de protestas entre los estudiantes –y la reacción contraria de los estudiantes de izquierda–. En este momento hay cerca de un centenar de muertos al día por la violencia política. Para colmo, en el ejército se suceden los movimientos de uno y otro signo: hay fuertes rumores de conspiración alimentada por los Estados Unidos, y a la vez hay un intento de la extrema izquierda para sublevar a los marinos contra sus oficiales. Un comando de extrema derecha mata a un ayudante naval del presidente y un ministro de Allende, el general Prats, dispara a una ciudadana que le increpaba en la calle. Es de locura.
La puntilla llega el 22 de agosto de 1973, cuando el Parlamento aprueba un documento llamado “Acuerdo sobre el grave quebrantamiento del orden institucional y legal de la República”. ¿De que se trata? Se trata de que Allende ha entrado en tales conflictos con la Corte Suprema, por negarse a cumplir las objeciones judiciales a su política, que el Parlamento le acusa de gobernar contra la ley y el derecho. Y en ese documento, el propio Congreso hace un llamamiento a los ministros militares para que pongan fin al desafuero.
A principios de septiembre, Allende, acorralado, propone una reforma constitucional que le dé autoridad. El Parlamento le responde que sólo aceptará un plebiscito. Allende, después de negarse, rectifica y propone él mismo tal plebiscito. Son entonces sus compañeros socialistas los que se niegan. Sólo los comunistas le apoyan. Finalmente, en la noche del 10 de septiembre, con una huelga en la minería, un paro en los transportes y manifestaciones de mujeres en las calles, Allende logra sacar adelante la idea del plebiscito. No servirá de nada. Al día siguiente sufrirá un golpe de Estado que le costará la vida.
El mito del compañero
Las cruentas circunstancias de la muerte de Salvador Allende, víctima directa del golpe del 11 de septiembre cuando estaba atrincherado en su residencia oficial del Palacio de la Moneda, bombardeado por el ejército, han mitificado la imagen del socialista chileno. Esa mitificación comenzó casi inmediatamente, cuando toda la izquierda internacional, dejando de lado las circunstancias que llevaron al golpe, y que en muy buena parte fueron responsabilidad del propio Allende, focalizó la atención en la figura del gobernante demócrata muerto por la libertad. Las fotografías del venerable doctor, vestido de paisano, armado con un kalashnikov y con un casco mal ajustado en la cabeza, ennoblecieron su muerte. Durante muchos años se difundió la idea de que el “compañero Salvador”, como le llamaba la propaganda, había sido asesinado por los militares. En realidad hoy se sabe, y su propia familia así lo ha reconocido, que Allende se suicidó disparándose un tiro en la cabeza con su fusil de asalto. Un AK-47 que le había regalado Fidel Castro.
El comandante en jefe
En agosto de 1973, Augusto Pinochet era el segundo en el mando del Ejército de Tierra, colaborador estrecho del comandante en Jefe, general Prats, ministro de Defensa y ex de Interior. Prats había sufrido un importante deterioro en su imagen después de haber disparado a una ciudadana que le increpó en la calle. Prats presentó su renuncia, pero Allende le confirmó en el puesto. Fue un calvario para él. El 21 de agosto, en pleno caos social, Prats sufrió en su casa una manifestación de esposas de militares. Tan grave fue el altercado que Allende acudió al lugar, acompañado por el general Augusto Pinochet. Prats pidió a Allende que le relevara de la jefatura del Ejército. Y para relevarle proponía a Pinochet. Para entonces los movimientos de militares contra el Gobierno Allende ya eran cotidianos. Muchos de ellos habían pasado por el propio Pinochet, que siempre se había negado a secundar cualquier intentona ilegal. Los principales promotores de la sublevación eran el jefe del ejército del Aire, Leigh, y el vicealmirante Merino, respaldados, por supuesto, por los Estados Unidos. El 7 de septiembre, éstos enviaron un emisario a Pinochet para anunciarle el golpe, pero se cuidó mucho de dar su espaldarazo. Fue el día 9, en el momento en que Allende le informó de que iba a convocar un plebiscito, cuando Pinochet decidió sumarse a la asonada. Y lo hizo tomando el mando.

http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/internacional/por-que-hubo-un-golpe-chile-20130910

EL NACIONAL - Viernes 12 de Septiembre de 2008     Nación/11
Al compás de los días
La izquierda   
MANUEL FELIPE SIERRA

El 11 de septiembre de 1973 muere Salvador Allende en el palacio de La Moneda. Esa tarde aciaga se define la suerte de la izquierda latinoamericana. Su ascenso al poder había sepultado un mito: si era posible mediante el voto iniciar los cambios revolucionarios.
La tesis fidelista ejecutada por el Che Guevara, según la cual sólo las armas aseguraban el camino hacia el socialismo, había quedado en entredicho.
Pero Allende tendría que actuar bajo terribles presiones: en Chile se daba una severa radicalización de clases; en el contexto de la Guerra Fría el ejemplo chileno suponía un efecto demostración en un continente que reclamaba salidas radicales estimuladas por la Revolución Cubana, y las políticas de Washington operaban como muro de contención ante el riesgo del comunismo. Pero, curiosamente, el peligro mayor para el mandato de la Unidad Popular radicaba en la heterogeneidad de la alianza y la presencia mayoritaria en ella de aquellos sectores que habían convertido la hazaña de la Sierra Maestra en un dogma inconmovible.
Antonio Sánchez García, filósofo, lúcido polemista y sobre todo testigo hasta protagonista de esa etapa convulsa e inédita ha escrito La izquierda real y la nu va izquierda de América Latina con presentación del ensayista mejicano Enrique Krauze. Un libro que cuenta la tragedia de Chile, la cual devino en la sangrienta y larga dictadura de Augusto Pinochet.
Pero el texto, además, busca las claves para descifrar el mapa de la izquierda latinoamericana de este tiempo: el envejecimiento de la experiencia cubana y la responsabilidad de su dirigencia en los fracasos de las aventuras guerrilleras de los sesenta, y la torpe interferencia en procesos como el nicaragüense que se proponían la búsqueda de la democracia y a los cuales se les quiso imponer la receta del socialismo real ya en vías de definitivo agotamiento.
Por supuesto, el libro toca el tema de la nueva izquierda. ¿Hay dos izquierdas en América Latina? ¿Qué diferencias existen entre el socialismo de Lula Da Silva, Tabaré Vásquez y la Michelle Bachellet y el enorme disparate histórico del chavismo y sus satélites domesticados por la chequera petrolera? Krauze dice que Octavio Paz se preguntaba por qué la izquierda latinoamericana seguía enamorada de la revolución. Desgraciadamente, todavía no hay respuesta convincente.

EL NACIONAL - Martes 10 de Septiembre de 2013     Opinión/7
Tiempos de cambio
A cuarenta años del "pinochetazo"   
VLADIMIR VILLEGAS

Hace cuarenta años, el 11 de septiembre de 1973, se produjo un sangriento golpe de Estado contra el primer presidente socialista electo por los votos del pueblo en América Latina. Salvador Allende fue derrocado por militares encabezados por el comandante del Ejército, el general gorila Augusto Pinochet, y prefirió la muerte antes que rendirse a los cabecillas de esa pesadilla.
Allende permaneció en el Palacio de la Moneda mientras éste era bombardeado por los golpistas, y antes de su confusa muerte llamó al pueblo chileno a no sacrificarse, pero tampoco a arrodillarse frente a los "milicos", resistir, pero ya era tarde. Se había consumado el zarpazo.
El Estadio de Santiago de Chile, el mismo donde recientemente fue derrotada nuestra selección Vinotinto, fue convertido en un campo de concentración, y allí fueron llevados y asesinados hombres y mujeres chilenos, entre ellos, el inolvidable cantante Víctor Jara, a quien también lo sometieron a terribles torturas. Se iniciaba así la larga noche de la dictadura fascista de Pinochet, y se frustraba la posibilidad de iniciar por estas tierras latinoamericanas una experiencia de inspiración socialista nacida del voto popular. A las contradicciones existentes entre los componentes más diversos de la izquierda chilena, agrupados o no en la gobernante Unidad Popular, se sumó una terrible conspiración de la más rancia derecha chilena, como elementos que favorecieron el golpe, que ya venía siendo alimentado, promovido y orquestado por la Central de Inteligencia de Estados Unidos y por corporaciones como la International Telephone and Telegraph, según denuncias formuladas en aquella remota época.
Los extremos llevaron al golpe. Por un lado, el MIR chileno, con sus radicalismos fuera de lugar, tomando iniciativas que le restaban apoyo a Allende en los sectores medios, y por el otro, los grupos de extrema derecha, entre ellos Patria y Libertad, y sectores del partido Demócrata Cristiano, forzaron la barra para hacer inviable el camino chileno al socialismo.
Pero el acoso de la ultraderecha chilena contra el gobierno del presidente Salvador Allende se inició prácticamente antes de que éste asumiera la primera magistratura, luego de su triunfo electoral. A los pocos días de los comicios es asesinado el comandante del Ejército, general René Schneider, un militar demócrata que en aquel momento representaba una garantía para que el Congreso ratificara la voluntad popular y eligiera al abanderado de la Unidad Popular.
La Democracia Cristiana Chilena se hizo la "pendeja" frente al golpe, en la creencia de que a la vuelta de la esquina estaría de nuevo en el poder. Pasaron 17 años de dictadura para que, mediante un plebiscito, Pinochet abandonara la Presidencia pero no la Comandancia General del Ejército. Vuelve la democracia, pero aún se mantiene la constitución heredada del pinochetismo.
Allende no tuvo respiro, porque el experimento socialista chileno se enfrentaba con poderosos enemigos internos y externos. Hoy los documentos desclasificados por la CIA hablan por sí solos sobre el papel que el gobierno de Richard Nixon desempeñó en el derrocamiento del presidente chileno. Por muchos errores que haya podido cometer el gobierno de la Unidad Popular, nada justificaba el surgimiento de una dictadura sangrienta que imitó sin ningún rubor los procedimientos de los nazis alemanes. Miles de muertos, torturados, desaparecidos y exiliados fue el saldo inicial de la "gestión" de la junta militar pinochetista.
Venezuela, es bueno recordarlo, recibió en las décadas del setenta y ochenta a miles de chilenos, uruguayos, bolivianos y argentinos víctimas de las dictaduras militares impuestas en el Cono Sur. La solidaridad con los perseguidos nunca cesó en nuestro país. El espejo de lo ocurrido en Chile siempre tiene que estar presente en Venezuela. Todos, sin excepción tenemos que mirarnos en él de vez en cuando.

Fotografía: AFP / El general Augusto Pinochet (I) posa con el presidente chileno Salvador Allende, 23 de agosto 1973 en Santiago, poco después de que Allende le nombró jefe del ejército, sólo tres semanas antes de la golpe de Pinochet que mató a Allende.

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