viernes, 13 de septiembre de 2013

EL PACTO DE LA CRÍTICA

Farandulería política
Ox Armand

Soy de los que cree que la crítica política terminó por farandulizarse en los años ’90, en contraste con la más especializada de los años, lustros y décadas anteriores. Y no es porque fuese de naturaleza académica lo que se decía en innumerables programas de radio y de televisión, sino porque (por una parte) privaba la sensatez y (por otra) hubo una mayor constancia de los periodistas de la fuente.  Pero vayamos por parte: está lo del contexto, la calidad de los críticos, la especialidad y la degeneración del debate público.  En orden inverso, nos permitimos algunas observaciones, finalizando con un ejemplo ciertamente histórico.
Para nadie es un secreto que no hay discusión pública sobre los temas fundamentales del país. La regla ha sido, con sus excepciones, la del tratamiento fugaz y, todo esto, evitando el gobierno la consolidación de matrices de opinión que le perjudiquen. A modo de ilustración, incurriéndose ahora en peores casos, la famosa denuncia sobre el Sierra Nevada no hubiese llegado lejos, convirtiéndose en el tema del día (y hasta en issue de campaña), porque Chávez Frías y Maduro hubiesen defendido hasta lo último la negociación, denunciando a la vez a los denunciantes por apátridas, impidiendo toda investigación parlamentaria, botando al fiscal y al juez que se decidiesen investigar y pronuncarse, e induciendo a la autocensura. Todo se miraría como las famosas columnas y revistas de farándula trataban el espectáculo, pues, desinteresándoles, lo que importaba era el juicio moral sobre la vida personal de los artistas preferiblemente de televisión, incluyendo infidelidades, golpizas o – simplemente – chismes. Además, esta farandulización de los asuntos políticos puede llevarnos a dudar de la existencia de una opinión pública que, al preocuparse por ciertos problemas, genera consecuencias y (sobre todo) consecuencias políticas. Excepto los medios digitales, ya ni la gente lee (como antes) los impresos.

Cuando hablamos de la antigua especialidad de los entrevistadores y opinadores de la prensa, nos referimos a los que aún dedicándose a otros oficios distintos al periodismo, tenían la suficiente madurez, pertinencia y sobriedad para emitir sus juicios, al lado de los periodistas con o sin escuela (no había colegiación) dedicados a la fuente  política. De un lado, hubo quienes generaban una opinión responsable (es decir, debían argumental y moralmente, por lo menos, que responder), aunque no tuviesen por profesión el tratamiento de los problemas políticos. Se les respetaba por su sindéresis y hasta se les celebraba una tremendura. Por otro, la fuente política la cubrían personas que, al acumular algunos o muchos años, conocían muy bien a la dirigencia consagrada y emergente, añadidos los gremios estudiantiles, profesionales, empresariales y obreros, por supuesto, incluyendo a los propios partidos. Hoy, degenerada la crítica política, cualquier infeliz dice algo y es festejado por una boutade estrictamente dudosa. No responde pr lo dichos y, frecuentemente, ni por sus actos. Además, bastará la cara bonita y una sandez que pegue, para convertirse en ancla (así lo llaman) de una emisora radial o televisiva que quede.

Por consiguiente, no importa la calidad. Puede el periodista hacer gala de su mismísima desinformación, privilegiar a un entrevistado que le simpatiza (además) a los ejecutivos del medio, sobrevolando una situación y valorando a su antojo a los actores políticos que (por si fuese poco) no pueden incurrir en el pecado de contradecirlo, arriesgándose al veto. Claro, aludimos a los medios independientes, porque los del Estado tienen por deber atender a los más sectarios, con independencia de sus aportes reales a la llamada revolución. Es más, es lo que pasa, no hay herederos de los periodistas políticos de fuste y, a veces, solemos (escasas veces, en verdad) hallarlos fuera de los colegiados y en los medios digitales. Por citar unos nombres, no está la precisión, profundidad y perspicacia de Carlos Rangel, Sofía Imber, Héctor Landaeta, Valeriano Humpiérrez, Coromoto Alvarez, Héctor Mujica, Gilberto Alcalá, Marianela Balbi, Amado Fuguet, Ramón Hernández, los hermanos Alvarez, Paco Benmaman,  Federico Alvarez, Alfredo Peña, entre tantos nombres que escapan de la memoria. No hay calidad de los entrevistados, porque tampoco la exhiben ahora los entrevistadores, a excepción de Carlos Fernándes (aunque unos suman a Vladimir Villegas). Hay más de farándula que de análisis político.

Que no hay las libertades de antes, es verdad, pero no menos verdad es que nos encontramos en una mentada revolución que ahora (más que nunca) exige claridad, conocimiento, hondura, y compromiso con una crítica moral, ideológica y políticamente convincente. El menos que se  pasea por la prensa venezolana es Marx, por servirnos de la más elemental ilustración de las ausencias. Los gobernantes ni lo conocen (invocándolo), pero los opositores tampoco (y esto nos lleva a un pacto implícito de respeto y cultivo de sus ignorancias). Antes se hablaba más de las relaciones capitalistas de producción,  dictadura del proletariado, alienación, plusvalía, etc., e (interesadamente por estos años) sólo de abstracciones necias, panfletarias, efímeras y potables para la sociedad ágrafa en la que nos hemos convertido. Apenas, anda por ahí Emeterio Gómez clamando en el desierto.

Venga el ejemplo: Reynaldito Herrera no fue periodista profesional y, platudo el chico, fácilmente llegó a la televisión y ayudó a Caros y Sofía Rangel a tener el “Buenos días” que sin él y sus relaciones, nunca lo obtendrían con la estelaridad de la que después se supo (por cierto, cuando llegó “Primer Plano” de Marcel Granier, aventajado por su relación familiar con los dueños reales de RCTV, la pareja se fue a Venevisión así no molestase en la programación del 2). Reynaldito era el heredero de una familia encumbradísima de la burguesía comercial, bien afamado por las páginas de cuanto sarao había en Caracas o en las haciendas aledañas todavía sobrevivientes.  Le daba una nota de simpatía y, dando muestras de la privilegiada educación recibida, hacía unos comentarios precisos, dándole también una nota de algún glamour al tema. Llegó a enfrascarse en cuestiones espinosas, serias, importantes, como la vez que entrevistó a Jorge Olavarría sobre el problema de la televisión en 1974. El resultado fue que el programa resultó suspendido y reapareció después únicamente con Carlos y Sofía. Como vemos, por cierto, la llamada derecha (si fuere el caso aceptar la monserga gubernamental) era crítica hasta con sus medios. Por supuesto, muy distinto el caso de Herrera a la de cierto cronista social devenido opinador político, decidido farandulero que, así sería el programa, era mejor que Kiko y Carla.

Foto: Reinaldo Herrera y Jorge Olavarría. Resumen, Caracas, nr. 31 del 09/06/74.

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