EL NACIONAL, Caracas, 27 de Septiembre de 1998 / PAPEL LITERARIO
Andrés Eloy todavía
JESUS SANOJA HERNANDEZ
Poda, selección de poemas que Andrés Eloy calificó de saldo, recoge aquellos escritos entre 1923 y 1928 y el que abre el libro es nada menos que "Canto a España". Y digo "nada menos", no porque lo considere la mejor de sus composiciones poéticas, sino porque fue ese "Canto..." el que lo lanzó a la fama. España y América se juntan allí en versos sonoros, impregnando de lujo verbal a la historia. Con él Andrés Eloy exportó a España la poesía, mientras entre nosotros permanecía encerrada la de Ramos Sucre, a pesar de la repercusión de Trizas de papel, y se leían sin mayor curiosidad los versos ultraístas de Borges, Norah Lange y González Lanuza.
Buscó explicar Andrés Eloy lo que en su obra poética representó Poda: "Para algunos -escribió en 1934- este saldo de poemas será la liquidación de mi adolescencia épica". Para otros, acaso, el divorcio de la vieja manera y el esfuerzo de incorporación a la moda. Pero no era, según él, ni una cosa ni la otra, negado a lamentarse de su "adolescencia de epígono literario" tanto como a sumarse a coros "fashionables". Había sido "buen camarada de Gerardo Diego", quien entonces cohetes creacionistas en España, y no fueron pocos los contactos con quienes ingresaban en las filas de vanguardia. Pero no más: él quiso seguir explorando en lo suyo, con inmenso éxito durante su vida y numerosos cuestionamientos o revaloraciones después de su muerte. Si algún poeta popular ha dado nuestro siglo XX, ése fue Andrés Eloy.
En Poda hay poemas con ritmo de prosa franca y casi conversacional, como "Paráfrasis del poeta", donde glosa algunos versos de Fombona Pachano; "Carta a Udón Pérez", escrita en La Habana, contrapunto de época, modas y personajes por donde desfilan Lisandro Alvarado, Sánchez Rubio, Zumeta y Luisa del Valle Silva (tan querida por Silva Estrada, antes y después del Premio Nacional); "El limonero del Señor" y "Las uvas del tiempo", mil veces recitados y ¡citados! en Semana Santa y año nuevo; el muy hermoso "A Florinda en invierno" y aquellos otros que la Comercial Serfaty grabó en la era de la rockola -con la mismísima voz del poeta seduciendo a devotos e imitadores-, entre los que figuran "La renuncia", "Coplas del amor viajero" y "El dulce mal".
De otro temple es "El poema de las tres velocidades", fotopoema, diría yo, de la Cuba de 1925, cuando de Zayas se pasaba a Machado y el automóvil de Miguel Baguer era vibración bohemia y modernizante de La Habana (El Prado, El Vedado, El Malecón) con amaneceres de ron Bacardí y conversaciones sobre la revista Actualidades.
Y de diferente factura su "rimbaudiana" dedicada a López Gallegos ("El día azul", juego cromático) o "El gatito jaspeado", escrito en París en 1924. En Poda pues, pueden anotarse tres niveles, además de algunos tanteos "istas"; épico, popular y, si sirviese el calificativo, epistolar. En conjunto, es selección distanciada de Baedeker 2000, donde abundan excesos vanguardistas y predicciones poéticas, en mezcla no siempre afortunada de un país imaginado y una tendencia hacia lo ejemplarizante en materia cívica. Tómese como un planteamiento visionario en versos.
Más de mi gusto han sido siempre algunos poemas de Barco de piedra: aquellos que están en la línea de "El gato negro", "El gato verde", "La obsesión" y "Estudio en volumen". O "Pesadilla con tambor", retumbar fonético donde emergen, espectrales, personajes del gomecismo. O los palabreos, no tanto el de la loca Luz Caraballo o el de la recluta como el de "la muerte de Martí".
En el tramo final vinieron Giraluna y Canto a los hijos, con algunos versos (o muchos) donde la inspiración está sometida a un lenguaje sobrio. Pero, ya en trance de escogencia, me quedo con "A un año de tu luz", elegía de poderosa emoción. Por ejemplo: "Y esa noche sin Dios que trajo eso/ mi Padre muerto, yo a su cabecera/ y tú a sus pies, amortajando el beso". O aquel terceto: "Tu casa de San Luis de Los Dolores/ alzó al lacrimatorio de los pinos/ la conciencia de ángel de las flores".
Lo conocí en México cuando recordaba él a Udón Pérez. Tres años después vi por última vez su rostro, pálido y perfilado, en el velatorio del Paseo de la Reforma. Su fama poética es sombra de lo que ayer fue. Su condición humana, leña ardiente, pura luz.
Fotografía: Andrés Eloy Blanco, Job Pim,Gustavo Aguerrevere y Juan de Guruceaga. Elite, Caracas, 31/12/60.
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